Un Benedicto XVI radiante agradece al pueblo español su «cariñosa» hospitalidad

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 9 julio 2006 (ZENIT.org).- Benedicto XVI, sumamente contento por su tercer viaje apostólico internacional que ha tenido por meta la ciudad de Valencia para clausurar el V Encuentro Mundial de las Familias, ha querido agradecer con un mensaje al pueblo español su «cariñosa» hospitalidad.

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Después de veintiséis horas, en las que pudo constatar el calor desbordante del millón y medio de personas que han visitado en estos dos días Valencia (según los organizadores del Encuentro), así como el cariño de los mismos valencianos, el pontífice quiso transmitir sus sentimientos por escrito a Su Majestad el Rey Juan Carlos de Borbón y Borbón.

Después de que tomara el Airbus 321 de la compañía Iberia que le llevó de regreso a Roma, transmitió un telegrama en el que manifiesta «mi más profundo reconocimiento a Sus Majestades, así como a las autoridades y a todo el querido pueblo español por la cariñosa hospitalidad que me han dispensado y por tantas muestras de cercanía y afecto que me han expresado en todo momento».

«Confío en que con ayuda del Todopoderoso esa noble nación prosiga por los caminos de la prosperidad y la paz en consonancia con su más nobles tradiciones y raíces cristianas que han caracterizado a sus hijos durante siglos», concluye el mensaje.

Durante su visita, este sábado, el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede confirmó en un encuentro con los periodistas: Benedicto XVI está muy contento en esta su visita a España.

Las muestras de cariño de los peregrinos al Papa han contradicho muchas de las previsiones de periódicos nacionales y extranjeros.

La noche entre el sábado y el domingo, la mayor parte de los peregrinos la pasaron al aire libre, en el parque de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Muchos no durmieron, pasaron las horas y la espera del Papa cantando y bailando.

Las familias que acudieron con sus hijos buscaron resguardo en tiendas de campaña, metidos en sacos de dormir y o en improvisadas esterillas preparadas a base de páginas de periódicos.

Antes de las cinco de la mañana, los puestos en el lugar en que el Papa celebraría la misa a partir de las 9,30 horas ya estaban completamente tomadas.

Cuando el frescor del amanecer se desvaneció en la medida en que el sol hacía acto de presencia, los peregrinos echaron mano de las gorras, viseras y abanicos que llevaban en su mochilas, blancas y amarillas, los colores del Vaticano.

Algunas de estas personas, mientras esperaban la misa, se confesaron con algunos de los sacerdotes presentes.

A pesar del calor y del cansancio, los peregrinos siguieron con suma atención la homilía que pronunció el Santo Padre durante la misa.

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ZENIT Staff

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