Un Compendio que transformará la acción de los cristianos

«No es mero conocimiento teórico, sino que está pensado «para la acción»»

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DAR ES SALAAM, sábado, 17 septiembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención con la que el cardenal Renato Martino, presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz presentó el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia el 15 de julio en Dar Es Salaam (Tanzania).

La Misión de la Iglesia para un Humanismo Integral en Solidaridad
Por el cardenal Renato Martino
Presidente del Consejo Pontificio Justicia y Paz

Introducción

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, elaborado por el Consejo Pontificio Justicia y Paz por encargo del Papa Juan Pablo II, fue presentado a la prensa el 25 de octubre de 2994. Este documento – largamente esperado, desde que su publicación prevista inicialmente para poco después del Año Jubilar, y resultado de un largo proceso de trabajo, dado los complejos problemas implicados en su precisión conceptual y en la elaboración de su contenido material – ha sido recibido con gran interés.

Sin embargo, en base al mismo proceso que lo generó, este documento está destinado a esparcir sus semillas de modo extenso, para fertilizar el suelo del edificio de la sociedad durante un largo periodo de tiempo, para motivar y guiar la presencia de los católicos en la historia, y no simplemente de una manera improvisada. El destino del Compendio se medirá por la convicción con que se reciba y por el uso que se haga de él para el relanzamiento de la actividad pastoral general en la sociedad y, sobre todo, al causar una presencia reflexiva, consciente, coherente y comunitaria de los laicos católicos implicados en la sociedad y en la política. Si hoy damos el testimonio de una cálida acogida del Compendio, será el mañana el que determinará si el espíritu y el propósito, que guió su nacimiento, ha sido respetado.

Estructura y propósito del Compendio

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia brinda un cuadro completo de las líneas fundamentales del «corpus» doctrinal de la enseñanza social católica. El documento, fiel a las autorizadas indicaciones que el Santo Padre Juan Pablo II dio en el número 54 de la exhortación apostólica «Ecclesia in America», presenta «de manera completa y sistemática, aunque de forma sintética, la doctrina social, que es fruto de la sabia reflexión del Magisterio y expresión del compromiso constante de la Iglesia, en fidelidad a la gracia de la salvación de Cristo y en amorosa solicitud por el destino de la humanidad» (Compendio, No. 8).

El Compendio tiene una estructura sencilla y clara. Después de una Introducción, siguen tres partes: la primera, que consta de cuatro capítulos, trata sobre los presupuestos fundamentales de la doctrina social: el designio amoroso de Dios con respecto al hombre y a la sociedad, la misión de la Iglesia y la naturaleza de la doctrina social, la persona humana y sus derechos, y los principios y valores de la doctrina social. La segunda, que consta de siete capítulos, trata sobre los contenidos y los temas clásicos de la doctrina social: la familia, el trabajo humano, la vida económica, la comunidad política, la comunidad internacional, el medio ambiente y la paz. La tercera, muy breve – consta de un solo capítulo –, contiene una serie de indicaciones para la utilización de la doctrina social en la praxis pastoral de la Iglesia y en la vida de los cristianos, sobre todo de los fieles laicos. La Conclusión, titulada «Para una civilización del amor», resume la idea de fondo de todo el documento.

El Compendio tiene una finalidad precisa y se caracteriza por algunos objetivos claramente enunciados en la Introducción, que reza así: «Se presenta como instrumento para el discernimiento moral y pastoral de los complejos acontecimientos que caracterizan a nuestro tiempo; como guía para inspirar, en el ámbito individual y en el colectivo, comportamientos y opciones que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza; como subsidio para los fieles en la enseñanza de la moral social».

Asimismo, es un instrumento elaborado con el objetivo preciso de promover «un nuevo compromiso capaz de responder a las demandas de nuestro tiempo y adecuado a las necesidades y a los recursos del hombre, y sobre todo al anhelo de valorar, con formas nuevas, la vocación propia de los diversos carismas eclesiales con vistas a la evangelización del ámbito social, porque ‘todos los miembros de la Iglesia participan de su dimensión secular’» (Compendio, No. 10).

Un dato que conviene poner de relieve, pues se halla presente en varias partes del documento, es el siguiente: el texto se presenta como un instrumento para alimentar el diálogo ecuménico e interreligioso de los católicos con todos los que buscan sinceramente el bien del hombre. En efecto, en el número 12 se afirma: «Este documento se propone también a los hermanos de las demás Iglesias y comunidades eclesiales, a los seguidores de las otras religiones, así como a los hombres y mujeres de buena voluntad que se interesan por el bien común».

En efecto, la doctrina social, además de dirigirse de forma primaria y específica a los hijos de la Iglesia, tiene un destino universal. La luz del Evangelio, que la doctrina social refleja sobre la sociedad, ilumina a todos los hombres: todas las conciencias e inteligencias son capaces de captar la profundidad humana de los significados y de los valores expresados en esta doctrina, así como la carga de humanidad y humanización de sus normas de acción.

Evidentemente, el Compendio de la doctrina social de la Iglesia atañe ante todo a los católicos, porque «la primera destinataria de la doctrina social es la comunidad eclesial en todos sus miembros, dado que todos tienen que asumir responsabilidades sociales. En las tareas de evangelización, es decir, de enseñanza, catequesis y formación, que suscita la doctrina social de la Iglesia, está destinada a todo cristiano, según las competencias, los carismas, los oficios y la misión de anuncio propios de cada uno» (Compendio, No. 83).

La doctrina social implica, asimismo, responsabilidades relativas a la construcción, organización y funcionamiento de la sociedad: obligaciones políticas, económicas, administrativas, es decir, de índole secular, que corresponden a los fieles laicos de modo peculiar, en virtud de la condición secular de su estado de vida y de la índole secular de su vocación; mediante esas responsabilidades los laicos ponen en práctica la doctrina social y cumplen la misión secular de la Iglesia.

El Compendio y la misión de la Iglesia

El Compendio pone la doctrina social de la Iglesia en el corazón mismo de la misión de la Iglesia. Se muestra así, sobre todo en el capítulo II, el aspecto eclesiológico de la doctrina social, es decir, cómo esta doctrina se conecta de modo íntimo con la misión de la Iglesia, con la evangelización y la proclamación de la salvación cristiana en las realidades temporales. De hecho, entre los instrumentos de la misión específica de la Iglesia de servicio al mundo, que consiste en ser signo de la unidad de toda la humanidad y sacramento de salvación, se encuentra también su doctrina social.

Los misterios cristianos de la resurrección y la encarnación del Verbo atestiguan que el mensaje de salvación, que alcanzó su clímax en la Pascua, a toda persona y a todas las dimensiones de lo que es humano, puesto que la labor redentora de Cristo, «aunque esencialmente busca la salvación de la humanidad, incluye también la renovación del entero orden temporal».

La Iglesia, existiendo en el mundo y para el mundo, aunque no sea del mundo, no puede descuidar su misión propia de inculcar dentro del mundo el espíritu cristiano: la Iglesia «tiene una dimensión secular auténtica, inherente a su naturaleza y misión internas, que está profundamente enraizada en el misterio del Verbo encarnado». Cuando la Iglesia logra implicarse en la promoción hu
mana, cuando proclama las normas de una nueva coexistencia en paz y justicia, cuando trabaja, junto con todas las personas de buena voluntad, por establecer relaciones e instituciones que sean más humana, es entonces cuando la Iglesia «enseña el camino que el hombre debe seguir en este mundo para entrar en el Reino de Dios. Su enseñanza se extiende, por tanto, a todo el orden moral, y especialmente a la justicia que debe regular las relaciones humanas. Ésta forma parte de la predicación del Evangelio».

El Catecismo de la Iglesia Católica explica que cuando la Iglesia «cuando cumple su misión de anunciar el Evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina». Es bueno resaltar las palabras de este pasaje «anunciar el Evangelio» y «misión», pues indican la vida y acción de la Iglesia, su mismo propósito según la voluntad de su Fundador. Esto significa que, cuando ella presenta su doctrina social, la Iglesia no está haciendo otra cosa que cumplir su misión más íntima: «enseñar y extender su doctrina social pertenece a la misión evangelizadora de la Iglesia y es parte esencial del mensaje cristiano».

Se ha hecho factible entender la doctrina social de la Iglesia en el contexto del misterio de la creación, de la redención de Cristo y de la salvación – que es integral en sí misma – que él trae: «Jesús viene a traer la salvación integral, que abarca a toda la persona y a toda la humanidad, y abre la maravillosa perspectiva de la filiación divina». Se ha hecho factible encuadrarla mejor dentro de la relación que existe entre evangelización y promoción humana, que están íntimamente conectadas pero no deben confundirse: «Entre evangelización y progreso humano – desarrollo y liberación – hay… profundos lazos». Se ha hecho factible considerarla conectada más de cerca de toda la vida cristiana porque es «una parte integrante de la concepción cristiana de la vida», según la memorable expresión de «Mater et Magistra».

El hecho de que el Compendio coloque la doctrina social dentro de la misión propia de la Iglesia nos anima, por una parte, a no considerarla como algo añadido o periférico a la vida cristiana y, por otro lado, nos ayuda a entenderla como perteneciente a la comunidad. De hecho, el único sujeto que satisface propiamente la naturaleza de la doctrina social es la comunidad eclesial entera.

El Compendio, en el No. 79, indica: «La doctrina social pertenece a la Iglesia porque la Iglesia es el sujeto que la formula, la disemina y la enseña. No es una prerrogativa de un cierto órgano del cuerpo eclesial sino de la comunidad entera: es la expresión de la forma en que la Iglesia comprende la sociedad y su posición sobre las estructuras y cambios sociales. El conjunto de la comunidad de la Iglesia – sacerdotes, religiosos y laicos – participa en la formulación de esta doctrina social, cada uno según sus diferentes tareas, carismas y ministerios dentro de ella».

La Iglesia es un cuerpo con muchos miembros que, «aunque muchos, son un único cuerpo» (1 Corintios 12:12). La acción de la Iglesia es igualmente una, es la acción de un solo sujeto, pero es llevada a cabo según una variedad de dones a través de los cuales pasa toda la riqueza del cuerpo entero. «Toda la comunidad cristiana» está llamada a un discernimiento con el fin de «escudriñar los ‘signos de los tiempos’ e interpretar la realidad a la luz del mensaje evangélico», pero «cada persona individual» también está llamada a esta misma tarea. «Cada uno por su parte» y «cada persona individual»: el servicio al mundo, en la forma en que se puedan conocer los caminos del Señor, surge a través del específico – que al mismo tiempo abarca todo – compromiso de cada componente de la comunidad eclesial. En esta perspectiva, deseo ofrecer una reflexión sobre la contribución de estos diversos componentes eclesiales.

Los obispos y el Compendio

El Compendio se pone en manos de los obispos. El decreto conciliar «Christus Dominus», en el párrafo 12, ofrece algunos puntos interesantes sobre la función del obispo, precisamente como maestro de la fe, al formular, enseñar y aplicar la doctrina social de la Iglesia. Una parte integrante de esta función de enseñanza, indica el decreto, es enseñar que «las cosas mismas de este mundo y las instituciones humanas, según el designio de Dios Creador, se ordenan a la salvación de los hombres y, por eso, pueden contribuir no poco a la construcción del Cuerpo de Cristo» (No. 12).

El obispo está también llamado a «enseñar, por tanto, cuánto hay que estimar, según la enseñanza de la Iglesia, la persona humana con su libertad y con la vida corporal misma; la familia, su unidad y estabilidad, la procreación y educación de los hijos, la sociedad civil con sus leyes y profesiones; el trabajo y el descanso; las artes y los inventos de la técnica; la pobreza y la riqueza» (Ibíd.). Finalmente, tiene también el deber de exponer «los modos de resolver los gravísimos problemas de la propiedad, el crecimiento y la justa distribución de los bienes materiales, de la paz y la guerra, y de la fraterna convivencia entre todos los pueblos» (Ibíd.).

La íntima relación entre la doctrina social y el obispo como maestro de la fe surge, en última instancia, del indisoluble vínculo existente entre doctrina social y evangelización, un vínculo citado en muchas partes del Compendio. El obispo es el maestro preeminente de la fe en una comunidad particular que tiene la tarea específica de discernir los acontecimientos históricos a la luz de la doctrina social. Esta es la tarea de la comunidad cristiana particular – como indicaba el famoso párrafo cuarto de la «Octogesima Adveniens» – «analizar con objetividad la situación», «para verter sobre ella la luz de las inmutables palabras del Evangelio» y «discernir las opciones y compromiso a los que está llamada». Esta es una tarea que pertenece a la comunidad y debe ser emprendida «con la ayuda del Espíritu Santo, en comunión con los obispos que tengan responsabilidad y en diálogo con los demás hermanos cristianos y todos los hombres de buena voluntad», de manera que la proclamación del Evangelio social pueda encarnarse en las mentes y en los corazones de los hombres y mujeres concretos que comparte las mismas preocupaciones y las mismas esperanzas.

El obispo, como el primer servidor de su comunidad, encontrará en el Compendio la ayuda necesaria para satisfacer este deber de discernimiento. El Compendio será una suerte de punto de referencia para trabajar la doctrina social de la Iglesia en su diócesis, teniendo en cuenta el magisterio social papal, así como la Escritura y la Tradición, y estando atento a cómo se enseña y encarna esta doctrina. El Compendio ayudará al obispo, en cuanto responsable de propagar la doctrina social de la Iglesia en su diócesis, a recordar constantemente a todos los sujetos eclesiales su responsabilidad social. Y el obispo no considerará la aplicación de esta misma doctrina social en su diócesis como algo extraño a su oficio de maestro de la fe. Ciertamente poner sus principios en práctica en la política, la economía y el trabajo será tarea de otros sujetos, y en particular manera de las asociaciones cristianas de laicos y de los laicos y laicas individuales. No obstante, el obispo está llamado a mantener un importante papel en la supervisión de esta aplicación para reanimar, incluso en forma profética, las conciencias que se hayan adormilado, para condenar las distorsiones y los errores en su aplicación, para indicar – sin implicarse en cuestiones empíricas – los criterios básicos y las directrices dinámicas para resolver los problemas humanos y sociales que ataren la palabra y las acciones de los creyentes.

Los sacerdotes y el Compendio

El Compendio se
pone en manos de los sacerdotes. El sacerdote «en virtud de su consagración recibida en el sacramento del Orden, es enviado por el Padre a través de la mediación de Jesucristo, al que está configurado de una manera especial como Cabeza y Pastor de su pueblo, para vivir y trabajar con el poder del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y para la salvación del mundo». El servicio sacerdotal al mundo tiene lugar según el carácter específico propio del sacerdote. Es misionero, pero independientemente de su servicio litúrgico, al hacer presente a Cristo en su enseñanza y en su misma vida, al ser un pastor de su rebaño, por su valor como instrumento de diálogo entre cristianos y entre cristianos y todos los hombres y mujeres.

El sacerdote sirve a la doctrina social de la Iglesia no cuando se implica directamente en las actividades sociales y económicas, sino al enseñar el Evangelio social desde el altar, al proclamar en su predicación la libertad de Cristo y condenar la negación de los derechos humanos y la indiferencia por la dignidad de la persona, al mostrar la fuerza incontenible del amor y la justicia que manan del Verbo, al enseñar el valor social de la fe cristiana, al promover una catequesis – especialmente entre los jóvenes y adultos – que también tome su inspiración de la doctrina social, al incitar a la comunidad cristiana y al laicado, tanto a individuos como a asociaciones, a abrir sus mentes y corazones a las necesidades humanas de su propio territorio así como a las necesidades de la más grande comunidad mundial.

Además, pertenece a la misión del sacerdote el promover los «diferentes papeles, carismas y ministerios presentes dentro de la comunidad eclesial», en relación también a la asimilación y proclamación de la doctrina social de la Iglesia. Tiene la primera responsabilidad, dentro de la comunidad, de fomentar y consolidar la conciencia que todos los sujetos de la comunidad deben tener respecto a su papel en la evangelización de la sociedad: padres y familias, laicos, el mundo de la enseñanza y la educación, asociaciones, movimientos, etc.

La vida consagrada y el Compendio

El Compendio se pone en manos de los religiosos y de las religiosas. Los que han respondido a la llamada de Cristo a una forma de vida que ya anticipa en este mundo la perfección del Reino de Dios tiene un lugar especial en la comunidad cristiana y, en virtud de su carisma, tienen un papel único en la evangelización de la sociedad. El suyo no es un alejamiento del mundo, es una forma diferente de estar en el mundo. Es un camino especialmente profundo y no evasivo, en el que quienes están en la vida consagrada ven las relaciones sociales y las cuestiones económicos no sólo como son, sino también y sobre todo como serán y, por lo tanto, como deben ser.

Los religiosos y las religiosas dejan todo atrás (Cf. Lucas 14:33; 18:29) para abrir sus corazones a una plenitud mayor y a vivir más completamente un amor no dividido al Señor (Cf. 1 Corintios 7:34), y así mostrar de forma profética a los hombres y mujeres nuevas formas de relaciones con las cosas de la creación y con los hermanos y hermanas: relaciones orientadas hacia el compartir, el construir sobre la libertad de los hijos de Dios, relaciones que acepten más que posean, relaciones de promoción humana más que de opresión.

La vida consagrada centra su mirada proféticamente en la resurrección, cuando hombres y mujeres serán «como ángeles del cielo» (Mateo 22:30) y, ya en el tiempo presente que vivimos aquí y ahora, es una anticipación de aquel misterioso estado de perfección que los méritos de Cristo hacen posible: Todos nosotros, ya, somos de hecho «uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28). Por su testimonio de las bienaventuranzas evangélicas en sus vidas personales y comunitarias y por su total apertura – con sus votos de obediencia, pobreza y castidad – a vivir con el Señor por la salvación del mundo, las personas consagradas imbuyen las relaciones sociales, políticas y económicas de la radicalidad del Evangelio.

La vida consagrada ofrece un modelo evangélico de coexistencia basada en el don y mantiene viva la capacidad de toda la comunidad cristiana y de todas las personas para discernir en el «ya» el «todavía no», de buscar la comunión y la caridad, para proporcionar a las relaciones humanas un corazón incluso en la sociedad de hoy.

El laico y el Compendio

El Compendio se pone sobre todo en manos del laico. En virtud de su bautismo, el laico se coloca dentro del misterio de amor de Dios al mundo que Cristo ha revelado y del que la Iglesia es memoria y continuación en la historia. Por ello, el laico comparte el misterio, la comunión y la misión que caracterizan a la Iglesia, pero lo hacen de acuerdo a una naturaleza particular, su naturaleza secular. Las vidas de los laicos están directamente envueltas en la organización de la vida secular, en las áreas de la economía, la política, el trabajo, la comunicación social, el derecho, la organización de las instituciones en que se toman las decisiones y las opciones que hacen las estructuras sociales afecten a la vida civil.

El laico no está en el mundo más de lo que lo están otros sujetos eclesiales, está en el mundo de una forma diferente. Trata directamente los asuntos seculares, construyendo la arquitectura de las relaciones entre los miembros de las comunidades sociales y políticas, dejando la marca de su trabajo en curso de los acontecimientos mundiales, determinando los aspectos organizativos y estructurales de estos acontecimientos.

El cristiano laico, con su capacidad profesional y su experiencia de la vida, sirve a la evangelización de la sociedad al seguir su vocación de «buscar el Reino de Dios implicándose en los asuntos temporales y ordenándolos de acuerdo con el designio de Dios». Aportan a la comunidad cristiana su pasión por las necesidades humanas y su apertura a aprender de los demás, puesto que Dios opera también más allá de los confines oficiales de la Iglesia. Aportan al mundo su saber cristiano que ordena las cosas según el designio de Dios y su deseo de servir a la comunidad eclesial que, por medio de sus manos y de su trabajo, alcanza los recovecos de la sociedad donde vive la gente.

El cristiano laico – con su competencia y capacidad profesionales, y tomando la responsabilidad de trabajar en un contexto particular – completa de cierta forma la doctrina social de la Iglesia a nivel práctico y media en su necesario impacto sobre las realidades concretas. La evangelización es la proclamación de una nueva vida; la evangelización de la sociedad no es una propuesta ideológica abstracta sino la encarnación de nuevos criterios de comportamiento en la labor de hombres y mujeres.

De esta forma, la doctrina social no es un mero conocimiento teórico, sino un medio «de acción»; se orienta hacia la vida, se aplica con creatividad y ha de ser encarnado. El laico tiene un papel muy particular, aunque no exclusivo, en esta área. Puesto que la doctrina social es el encuentro entre la verdad del Evangelio y los problemas humanos, el laico debe guiar estas directrices de la doctrina social para la acción hacia resultados operativos concretos y efectivos, incluso si estos resultados son sólo parciales.

Los laicos son hombres y mujeres que están dispuestos a correr riesgos y que también experimentan concretamente esta doctrina. Elaborando soluciones históricas concretas para los problemas de la humanidad, ellos no son, por decirlo de alguna manera, un apéndice a la doctrina social de la Iglesia, sino el mismo corazón de esta doctrina, puesto que ésta tiene un profundo carácter «de experiencia».

El laico no debe abandonar esta labor de abrir nuevas fronteras y de lograr nuevas respuestas. Toda la comunidad cristiana les sostendrá y les animará de modo que, aunque de una parte sus opciones sólo pueden atribuirse a ellos mismos sin implicar a toda la comunidad, por otro
lado, sus esfuerzos son sentidos por la comunidad como esfuerzos de la misma comunidad; su dura labor y sus expectativas son apreciadas y valoradas. La comunidad cristiana no debería frenarse en su implicación en un esfuerzo colectivo en las realidades temporales, por temor a que la comunidad se vea comprometida o sufra divisiones internas.

La responsabilidad de trabajar en la vanguardia y de hacer de esta doctrina una experiencia vivida no se puede relegar únicamente al laico como individuo. Si las decisiones últimas sobre las esferas política y social deben ser tomadas por los laicos con su responsabilidad autónoma, las decisiones fundamentales de orientación e incluso la creación de lugares para la experiencia concreta de esta doctrina y para el diálogo deben ser empresa de toda la comunidad.

El laico cristiano es intermediario entre los principios de reflexión, de una parte, los criterios de juicio y las directivas para la acción que se encuentran en la doctrina social de la Iglesia, y, de otra, las situaciones concretas y únicas en las que los fieles laicos deben actuar y tomar decisiones. Pero mediación no significa falta de coraje, tendencia a la debilidad o al compromiso. Si los cristianos han de ser sal, luz y levadura, deben esforzarse por volver incluso más claro todo lo que es auténticamente humano en las relaciones sociales, audaces y con apertura y esperanza de cara al futuro. En esto, cuentan con la asistencia de la comunidad eclesial, con el estímulo de los sacerdotes y de los hombres y mujeres en la vida consagrada, con la participación en la vida sacramental y litúrgica, y con las indicaciones que les llegan desde los lugares de discernimiento comunitario de los signos de los tiempos.

Testimonio

Para concluir estas reflexiones sobre el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, quisiera poner de relieve una doble dimensión de la presencia de los cristianos en la sociedad, una doble inspiración que nos viene de la doctrina social misma y que en el futuro exigirá que se viva cada vez más en síntesis complementaria. Me refiero, por una parte, a la exigencia del testimonio personal y, por otra, a la exigencia de un nuevo proyecto para un auténtico humanismo que implique las estructuras sociales.

Nunca se han de separar ambas dimensiones, la personal y la social. Yo albergo la gran esperanza de que el Compendio de la doctrina social de la Iglesia haga madurar personalidades creyentes auténticas y las impulse a ser testigos creíbles, capaces de modificar los mecanismos de la sociedad actual con el pensamiento y con la acción. Siempre hay necesidad de testigos, de mártires y de santos, también en el ámbito social. Los Sumos Pontífices a menudo han hecho referencia a las personas que han vivido su presencia en la sociedad como «testimonio de Cristo Salvador».

Se trata de todos los que la «Rerum Novarum» consideraba «muy dignos de elogio» por haberse comprometido a mejorar, en esos tiempos, la condición de los obreros. De ellos la «Cetntessimus Annus» dice que «han sabido encontrar, una y otra vez, formas eficaces para dar testimonio de la verdad». «A impulsos del magisterio social, se han esforzado por inspirarse en él con miras al propio compromiso en el mundo. Actuando individualmente o bien coordinados en grupos, asociaciones y organizaciones, han constituido como un gran movimiento para la defensa de la persona humana y para la tutela de su dignidad».

Son los innumerables cristianos, en su mayoría laicos, que «se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida». El testimonio personal, fruto de una vida cristiana «adulta», profunda y madura, no puede por menos de contribuir también a la construcción de una nueva civilización, la civilización del amor.

[Traducción del original inglés realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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