Un cristiano puede creer en otras formas de vida

Habla el director del Observatorio astronómico vaticano

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 16 mayo 2008 (ZENIT.org).- El hecho de ser cristianos no está en contradicción con admitir otras formas de vida, afirmó el astrónomo y sacerdote José Gabriel Funes S.I, director del Observatorio astronómico vaticano.

El sacerdote argentino, de 45 años, ha afrontado el tema en una entrevista concedida al diario vaticano «L’Osservatore Romano», en la que sostiene que podrían existir otros seres vivientes además de los conocidos «porque no podemos poner límites a la libertad creadora de Dios».

«Para decirlo con san Francisco, si consideramos a las criaturas terrenas como ‘hermano’ y ‘hermana’, por qué no podríamos hablar también de un «hermano extraterrestre»? Formaría parte de todos modos de la creación».

El sacerdote propone tomar en préstamo la imagen evangélica de la oveja perdida.

«El pastor –explica– deja las noventa y nueve en el redil para ir a buscar a la que se ha perdido. Pensamos que en este universo puede haber cien ovejas, correspondientes a diversas formas de criaturas. Nosotros, que pertenecemos al género humano, podríamos ser justo la oveja perdida, los pecadores que necesitan al pastor».

«Aunque existieran otros seres inteligentes –observa–, no quiere decir que tengan que tener necesidad de la redención. Podrían haber permanecido en la amistad plena con su Creador».

En caso contrario, añade, «estoy seguro de que también ellos, de algún modo, tendrían la posibilidad de gozar de la misericordia de Dios, como nos ha sucedido a nosotros, los hombres».

Según el sacerdote, «la astronomía tiene un valor profundamente humano»: «Abre el corazón y la mente», «nos ayuda a situar en la justa perspectiva nuestra vida, nuestras esperanzas, nuestros problemas».

En este sentido, comenta, «es también un gran instrumento apostólico que puede acercar a Dios».

En cuanto al origen del universo, el padre Funes afirma que considera la teoría del ‘big bang’ la más fiable desde el punto de vista científico, aún siguiendo creyendo «que Dios es el creador del universo y que nosotros no somos el producto de la casualidad sino hijos de un padre bueno, que tiene para nosotros un proyecto de amor».

«La Biblia fundamentalmente no es un libro de ciencia -comenta–. Es una carta de amor que Dios ha escrito a su pueblo, en un lenguaje que se remonta a hace dos mil o tres mil años. En aquella época, obviamente, era del todo extraño un concepto como el del ‘big bang’. Por tanto, no se puede pedir a la Biblia una respuesta científica».

La fe y la ciencia, añade el jesuita, «no son irreconciliables» y es por tanto «necesario» un diálogo con los hombres de ciencia.

«Lo decía Juan Pablo II y lo ha repetido Benedicto XVI: fe y razón son las dos alas con las que se eleva el espíritu humano –constata–. No hay contradicción entre lo que sabemos a través de la fe y lo que aprendemos a través de la ciencia. Puede haber tensiones o conflictos, pero no debemos tener miedo. La Iglesia no debe temer a la ciencia y sus descubrimientos».

El obstáculo mayor en la relación entre fe y ciencia, admite, es «la ignorancia».

«Por una parte, los científicos deberían aprender a leer correctamente la Biblia y a comprender las verdades de nuestra fe. Por otra, los teólogos y los hombres de Iglesia deberían actualizarse sobre los progresos de la ciencia, para lograr dar respuestas eficaces a las cuestiones que esta presenta continuamente».

«Lamentablemente también en las escuelas y en las parroquias falta un itinerario que ayude a integrar fe y ciencia. Los católicos a menudo se quedan relegados a los conocimientos aprendidos en el tiempo del catecismo. Creo que este es un verdadero desafío desde el punto de vista pastoral».

En esta situación, el Observatorio vaticano tiene la tarea de «explicar a los astrónomos la Iglesia y a la Iglesia la astronomía».

«Somos como un puente, un pequeño puente, entre el mundo de la ciencia y la Iglesia. A lo largo de este puente, hay quien va en una dirección y quien va en otra».

«Creo que el Observatorio tiene esta misión –concluye–: estar en la frontera entre el mundo de la ciencia y el mundo de la fe, para dar testimonio de que es posible creer en Dios y ser buenos científicos».

Traducido del italiano por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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