Un domingo de párroco para el obispo de Roma entre niños y jóvenes

Visita la comunidad parroquial número 291 de su diócesis

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CIUDAD DEL VATICANO, 4 febrero 2001 (ZENIT.org).- Como en sus viejos tiempos, Juan Pablo II abandonó esta mañana los muros vaticanos para visitar una parroquia de sus diócesis. Es la primera vez que podía escaparse de San Pedro desde que comenzó el nuevo milenio.

Ha sido la parroquia de la diócesis de Roma número 291 que visita en los 22 años de su pontificado. En la ciudad eterna hay 335 y el Papa hizo saber desde el inicio que pretende visitarlas todas.

Se trataba de una de las últimas iglesias construidas en Roma. Durante 20 años, las once mil personas que viven en el barrio se reunían en un garaje con 120 sillas. Sus fieles son, en su mayoría, obreros y artesanos que han salido a las afueras para evitar los vertiginosos precios del centro de la ciudad.

Los fieles delegaron a los más de trescientos niños de la parroquia la tarea de brindar la bienvenida al Papa con una fiesta, que prepararon hasta en los más mínimos detalles. Banderas, globos de color blanco y amarillo, flores, y una petición: una foto con el pontífice.

Al final de la misa, Juan Pablo II, en su encuentro con la comunidad, quiso dirigirse particularmente a los jóvenes de la parroquia, y con ellos recordó la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) del mes de agosto pasado. «Hoy dijo la JMJ ha vuelto a la parroquia, para preparar una nueva Jornada Mundial de la Juventud, en Toronto, Canadá, en el año 2002».

El pontífice, que llegó a las 9:30 de la mañana, con buen humor recordó: «tengo la alegría hoy de realizar la primera visita pastoral a una parroquia romana después del extraordinario acontecimiento de gracia del gran Jubileo». De hecho, durante el año santo había tenido que interrumpir las visitas a su propia diócesis para poder acoger a los millones de personas que vinieron a Roma (en total, más de 26 millones).

El mensaje que les dejó a los parroquianos fue el mismo con el que clausuró el Jubileo, el pasado 6 de enero: «Remad mar adentro», recordando las palabras de su carta apostólica «Novo millennio ineunte», que repetía el pasaje evangélico de la liturgia de ese domingo. «Llevad a todos el anuncio de la salvación», añadió.

Al despedirse, acarició el rostro de Ginevra, una niña africana de Cabo Verde, quien en brazos de su madre le hizo el mejor regalo de esta mañana de domingo: una sonrisa.

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ZENIT Staff

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