Un filósofo lee la encíclica «Dios es amor»

Habla Rodrigo Guerra López, director del Observatorio social del CELAM

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MÉXICO, domingo, 5 febrero 2006 (ZENIT.orgEl Observador).-¿Qué le puede decir una Encíclica papal a un filósofo de hoy? ¿La Encíclica «Dios es Amor» ofrece algo a la razón o sólo es un mensaje al corazón?

Zenit-El Observador han entrevistado al filósofo Rodrigo Guerra López, director del Observatorio social del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) e investigador de la Universidad Panamericana (México), uno de los más grandes especialistas en el pensamiento de Karol Wojtyla.

Casado, padre de tres hijos, Guerra López es, hoy por hoy, el filósofo católico mexicano de mayor reconocimiento internacional.

–Qué pasa cuando un filósofo lee un documento como la Encíclica «Dios es Amor» de Benedicto XVI? ¿El pensamiento y el rigor académico se violentan?

–Rodrigo Guerra: Los filósofos, como muchos otros académicos, solemos ser celosos defensores de la racionalidad. Sin embargo, luego de la crisis de la modernidad ilustrada en la que los modelos excesivamente racionalistas han mostrado su esterilidad, existe una receptividad mayor que en otras épocas en el mundo de la filosofía para dejarse interpelar por el discurso teológico y hasta por el Magisterio Pontificio. Cada filósofo podrá eventualmente reaccionar a la Encíclica de manera diversa desde sus propias premisas intelectuales y desde sus muy personales convicciones religiosas. Sin embargo, tengo la impresión que en general la situación actual es de mayor receptividad y rigor en el análisis. En algunos ambientes especializados de América Latina he percibido que el pensamiento de Benedicto XVI comienza a suscitar hasta una cierta simpatía, modesta, un poco tímida si se quiere, pero simpatía al fin.

–¿Qué es lo que genera simpatía? ¿Alguna idea, algún concepto, algún lenguaje o estilo usado por el Papa?

–Rodrigo Guerra: Es difícil realizar una generalización. Sin embargo, creo que es posible identificar que precisamente no son las ideas o los conceptos los que en el fondo motivan interés, asombro y simpatía. Sino la propuesta tan nítida que hace el nuevo Papa de que el corazón y la razón anhelan el encuentro con un acontecimiento, con una Persona viva que muestre el horizonte de lo definitivo, antes que con una cierta idea o con un cierto compromiso ético. El moralismo con el que en algunos sectores se anuncia o se critica al cristianismo queda vencido cuando la mirada se reorienta hacia el núcleo más elemental y originario de la fe de los primeros: Jesús no se autopropone como una teoría, como un ideal de decencia o como una abstracción. Jesús se muestra como don que irrumpe en la historia y que rebasa las expectativas más profundas que habitan en lo humano sin negar lo humano. La razón, ante este hecho, no puede permanecer indiferente aunque sea escéptica o esté marcada por la sospecha.

Pero, el hecho es que existe un fenómeno de gran indiferencia, escepticismo y sospecha en la actualidad tanto en los jóvenes como en muchas élites intelectuales…

–Rodrigo Guerra: Así es. Sin embargo, estos rasgos no son todos los que delimitan el escenario actual. La búsqueda de sentido está más viva que nunca en la población juvenil y es detectada de modo empírico en estudios como la «World values survey», por ejemplo. En el terreno del debate filosófico contemporáneo, si bien es cierto que existe un pensamiento marcado por el desencanto racional y el esteticismo, también existen muchas voces que desde diversos ángulos muestran otro escenario. Pienso en figuras como las de Paul Ricoeur, Karol Wojtyla, Emmanuel Levinas, Robert Spaemman, Jan Patocka, Josef Seifert, Juan Carlos Scannone o Mauricio Beuchot. Todos ellos han hecho un esfuerzo radical y racional por mostrar la importancia que tiene la responsabilidad por el otro en el proceso de reconstrucción del mundo y de la inteligencia de una manera más humana. Benedicto XVI, desde el especial ministerio que ejerce, recupera con su Encíclica lo esencial cristiano y se inscribe en la tradición de aquellos que reproponen precisamente que el amor redime a la persona y a su inteligencia. Más aún, que es el amor el que hace inteligible la Verdad definitiva sobre el mundo y sobre Dios.

¿Hay alguna escuela filosófica o teológica particular que se manifieste en la encíclica de Benedicto XVI?

–Rodrigo Guerra: El Magisterio Pontificio no se enlista en una escuela particular de pensamiento filosófico o teológico sino que su referente principal es su misión eclesial particularísima: preservar el depósito de la fe y ampliar nuestra comprensión de la misma en continuidad con el Magisterio precedente. Habiendo dicho esto, también es posible decir que el perfil personal de cada Papa contribuye a acentuar algunos rasgos en materia de pensamiento. La Encíclica de Benedicto XVI utiliza el vigor de la razón para explicar la fe bajo algunas claves muy queridas por él desde su época como profesor universitario. No es difícil detectar que «Dios es Amor» tiene una sintonía muy particular con el modo como Hans Urs von Balthasar y Romano Guardini hicieron teología en el siglo XX. Así mismo, en el texto es detectable una preferencia por las filosofías que consideran que es preciso amar a las personas por sí mismas y no usarlas como mero medio. Los parágrafos seis y siete de la Encíclica son sumamente elocuentes a este respecto, y coherentes con una de sus confesiones autobiográficas. Josef Ratzinger anota: «el encuentro con el personalismo» (como corriente filosófica y teológica) «fue un evento que marcó profundamente mi camino espiritual».

La teología de la caridad de Benedicto XVI, ¿busca tener incidencia en las estructuras del mundo o es un mensaje dirigido a la conciencia y a la vida privada de los hombres?

–Rodrigo Guerra: El Papa de manera valiente y clara anuncia a Jesús como propuesta religiosa y distingue la acción de la Iglesia de aquella que realiza el Estado. Sin embargo, lanza un llamado fuerte en el parágrafo 29 para aquellos laicos que viven una suerte de cristianismo implícito, intimista, meramente privado: el deber inmediato de actuar a favor de un orden justo en la sociedad es propio de los fieles laicos. Ningún fiel laico puede eximirse de sus responsabilidades políticas. La política no es entendida aquí como mera gestión del poder sino como una forma de caridad: «caridad social». Si el amor, el perdón y la búsqueda de reconciliación no animan por dentro la acción política de los cristianos, esta deja de ser acción cristiana y se diluye en los infinitos juegos y vanidades propios del puro afán de poder.

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ZENIT Staff

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