Un joven de 66 años, ordenado sacerdote por Juan Pablo II

Habla el padre Patrick de Laubier

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CIUDAD DEL VATICANO, 14 mayo 2001 (ZENIT.org).- Entre los 34 sacerdotes que ordenó este domingo Juan Pablo II en la basílica de San Pedro del Vaticano se encontraba un «joven» de 66 años, Patrick de Laubier, sociólogo francés y profesor de la Universidad de Ginebra.

Emocionado tras la ordenación, de Laubier concibe este paso decisivo e inesperado para su vida como esas «bodas» de las que tanto hablan la Biblia y los místicos. De hecho, considera, cuando Juan Pablo II confirmó la tradición de la Iglesia católica, según la cual, tan sólo los hombres están llamados al sacerdocio ministerial, no hizo más que subrayar este simbolismo: la Iglesia, la comunidad, es la Esposa de Cristo, y el sacerdote, al actuar en la liturgia «in persona Christi» representa al Esposo.

–¿Cómo ha sentido usted la llamada a consagrarse a Dios?

–Patrick de Laubier: Me consagré a Dios en el celibato a la edad de 17 años, en Jerusalén. ¡Entregué mi acta de consagración a eso de las 5 de la mañana, en el Santo Sepulcro, a un sacerdote que no me conocía! Yo quería consagrarme en el celibato en el mundo. La autobiografía de santa Teresa de Ávila mi hizo comprender la importancia de la oración. Durante un año, en mi casa, en mi familia, comencé una vida casi eremítica.

Después hice el servicio militar: 27 meses en Argelia. Cuando regresé a Francia presenté una tesis en Ciencias Políticas trabajando en Philips. A continuación pasé un año en Harvard y así llegué a la Oficina Internacional del Trabajo en Ginebra. A continuación, pasé a enseñar sociología y sociología de las religiones en la Universidad de Ginebra. El año pasado me jubilé.

–¿Cómo recibió el llamamiento al sacerdocio?

–Patrick de Laubier: En agosto de 1998, en Moscú, me vino la idea de ser sacerdote como una evidencia. Comencé entonces una licencia en teología en Friburgo, mientras continuaba a dar clases en Ginebra. Hice un estudio comparado sobre Rusia, en particular, sobre las relaciones entre Roma y Moscú a través de los quince primeros años del siglo XX y de los últimos quince años de ese mismo siglo, es decir, sin tomar en cuenta el período comunista.

–¿Por que se ha incardinado en la diócesis de Roma?

–Patrick de Laubier: Desde 1991, formo parte de la asociación Vladimir Soloviev. Escribimos al Papa en 1993 y, desde entonces, nos hemos visto con él en seis ocasiones. Además yo era miembro laico del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz. Pude hablar de mi llamado a ser sacerdote en Roma con el cardenal Camillo Ruini, obispo vicario del Papa para esa diócesis. He sido ordenado sacerdote por la diócesis de Roma, como misionero en Ginebra.

–Ser misionero significa hoy testimoniar el Evangelio. ¿Qué es eso para usted?

–Patrick de Laubier: Con el objetivo de dar ese testimonio he viajado por el mundo (Europa del Este, Brasil, China). Hace poco tiempo pude encontrarme con seminaristas de Shanghai, que rezan el rosario todas las noches por el Papa. Me dieron una pequeña estatua china de la Virgen María para él. El Papa me pidió que les transmitiera su bendición cuando volviera a verlos. Ahora, el obispo patriótico de Shanghai, monseñor Jin, me ha enviado su felicitación por mi ordenación.

–Usted acaba de publicar un libro en el que se habla de la Iglesia en Ucrania. ¿Es optimista ante la próxima visita del Papa a ese país?

–Patrick de Laubier: Sí, creo que las relaciones con Moscú se verán beneficiadas. Ucrania servirá a la unidad.

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ZENIT Staff

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