Un libro registra los orígenes de las imágenes de la Virgen de Guadalupe

BUENOS AIRES, lunes, 16 agosto 2004 (ZENIT.org).- Un libro recién publicado en Argentina con el título «Imágenes de la Virgen de Guadalupe» recupera el origen histórico de esta advocación de la Madre de Dios.

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Con el subtítulo «Expresiones culturales de fe, arte e historia», su autor, Raúl Horacio Viñas, transporta al lector en esta obra de poco más de cien páginas, tamaño bolsillo, a Extremadura (España).

«Se atribuye a San Lucas –escribe hablando de la fisonomía de la Madre de Dios– una de las primeras pinturas que intentara «retratarla». Y otra tradición, no confirmada y más bien desmentida, le atribuía al mismo evangelista haber tallado en madera otra imagen que al morir él, habría sido enterrada con él en Acaya. Posteriormente ambos (el artista y la obra) fueron trasladados a Constantinopla en el siglo IV».

La historia se prolonga sobre diversos escenarios (ya Constantinopla, ya Roma, ya Sevilla), y luego añade: «Cuando, entre los años 713 o 714, muchos religiosos y fieles sevillanos huían a otras regiones ante los peligros de la invasión morisca comandada por Tarif o Tarik con las huestes del Emperador Ulit, y de Muza, triunfantes en la batalla de Guadalete, llevaban consigo objetos personales y religiosos para preservarlos de saqueos y profanaciones. Entonces peregrina la famosa talla, hasta llegar a tierras de la comunidad de Extremadura, de la provincia de Cáceres, en las estribaciones de la cordillera Oretana o Montes de Toledo, donde se yergue la denominada Sierra de Guadalupe […]. La piadosa comitiva que portaba la talla decide enterrarla en la cuenca del río mentado [Guadalupejo], junto a la sierra y hacia la falda Sur de los Montes de Altamira».

El relato involucra después a un vaquero llamado Gil Cordero, «que poseía ganados en Cáceres», quien descubre el lugar donde estaba enterrada la imagen porque dice haber oído la voz de la Santísima Virgen que le hablaba y le daba indicaciones para que cavaran en un determinado lugar y hallarán (como efectivamente ocurre) la famosa representación, «una virgen bizantina o románica, sedente, con el Niño en sus rodillas, mirando de frente (Nikopoya o victoriosa en la iconografia bizantina), tallada en madera de cedro policromada».

Es apenas de 23 centímetros de alto, pesa 205 gramos y se conserva en el Real Monasterio de Guadalupe (Cáceres), construido en el siglo XIV.

El capítulo segundo está dedicado a la expansión de la devoción guadalupana (siglos XV al XXI) en Europa y especialmente en España, luego en América y en Oceanía. A continuación (capítulo III), sigue la aparición y culto en Tepeyac (México), acertada y brevemente descripta, episodio muy conocido por otra parte, pero siempre grato de hallar por la dulzura que destila el diálogo de la Virgen con Juan Diego, privilegiado vidente.

Este capítulo empalma con un «apéndice», sobre «La ciencia ante el misterio de los ojos de Guadalupe», que refiere los modernos hallazgos hechos por la ciencia en los ojos de la bella imagen grabada milagrosamente en la tilma de Juan Diego.

El autor, argentino, dedica dos capítulos a «La Virgen de Guadalupe en Santa Fe, Argentina (s. XVIII-XXI)» y «La Virgen de Guadalupe en la ciudad de Buenos Aires».

Más información en ventas@editorialguadalupe.com.ar o en la página webhttp://www.editorialguadalupe.com.ar

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ZENIT Staff

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