Un milagro podría llevar a la canonización de la ''abuela'' de la Renovación Carismática

Curación inexplicable de un enfermero brasileño accidentado con muerte cerebral

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La beata Elena Guerra fue beatificada en 1959 por Juan XXIII, que la admiraba por su devoción al Espíritu Santo y en la que se inspiró para escribir su oración al Espíritu Santo en la convocatoria del Concilio Vaticano II: «dígnese el Divino Espíritu escuchar de la forma más consoladora la plegaria que asciende a Él… renueva en nuestro tiempo los prodigios como en un nuevo Pentecostés».

Ahora, un milagro que está estudiando la Diócesis brasileña de Uberlandia podría llevar a la canonización de esta religiosa italiana, cuando en 2014 se cumple el centenario de su fallecimiento, informaba este domingo Religión en Libertad.

Un asunto de muchos interés para los millones de católicos de la Renovación Carismática Católica quienes la consideran como una especie de «abuela fundadora» y una conexión con Roma que «equilibra teológicamente» el origen sociológico de la Renovación en ambientes universitarios protestantes, en los años 60 en Estados Unidos.

En la comisión que estudia el milagro está el padre Eduardo Braga –padre Dudu–, vicepostulador de la causa, de la Archidiócesis de Niteroi. Explica que los hechos sucedieron en 2010, en la ciudad de Uberlandia: un auxiliar de enfermería llamado Paulo Gontijo cayó desde una altura de seis metros y fue hospitalizado con traumatismo cráneoencefálico, en coma. 

Su párroco, William García, de la parroquia de Santa Mónica le impartió la unción de los enfermos mientras estaba en coma. Dos días después, los médicos declaraban que Pablo estaba en muerte cerebral.

Pero la hermana del enfermero, muy devota de la beata Elena Guerra, puso a orar a la familia, a los parroquianos y al padre William, invocando la intercesión de la beata. Y Pablo Gontijo se recuperó para asombro de los médicos. 

La diócesis está analizando el suceso a tres niveles: médico, teológico y jurídico. Reunidos todos los documentos se enviarán a Roma para la siguiente fase del proceso. Si la Congregación de Causa de los Santos y el papa lo aprobaran, Elena Guerra sería proclamada santa.

Elena Guerra nació en Lucca, Italia, en 1835, y desde su confirmación, cuando tenía diez años, era muy sensible a la presencia del Espíritu Santo y propagadora de su devoción en una época preconciliar en la que era «el gran desconocido» de la espiritualidad católica. De hecho fue en los años anteriores y posteriores al Vaticano II cuando florece esta devoción, a través de la increible propagación de los movimientos carismáticos, con un marcado carácter ecuménico, ya que efectivamente el origen de la Renovación en el Espíritu es protestante.

En 1872, después de una enfermedad, que la retuvo en casa durante años, y de una peregrinación a Roma, fundó la Congregación de Santa Zita, para la formación de niñas y jóvenes. La alumna más famosa que tuvo fue la jovencísima Gema Galgani, que sería después santa Gema, apóstol de la pureza y el perdón.

También fundó a las Oblatas del Espíritu Santo y se volcó en la buena prensa, y en escribir folletos y hojas sueltas, casi siempre dirigidas a la mujer en distintos estadios de su vida. 

La relación con la Renovación Carismática viene por su devoción al Espíritu Santo… y algo más. Entre 1895 y 1903, Elena Guerra escribió doce cartas al papa León XIII pidiéndole una predicación renovada sobre el Espíritu Santo. El papa accedió y en Provida Matris Caritate pedía a la Iglesia una novena solemne al Espíritu Santo entre la Ascensión y Pentecostés. Elena organizó entonces grupos de oración, que llamaba Cenáculos permanentes, para pedir la venida del Espíritu. Pero la devoción al Espíritu no acababa de arraigar.

Entonces llegó la noche en que moría el siglo XIX y nacía el siglo XX: el 31 de diciembre de 1900. León XIII organizó una velada de oración en San Pedro y, a las doce de la noche, el papa entonó ante todos el himno Veni Creator Spiritus

Esa misma noche, en Topeka, Kansas, un misionero metodista y un grupo de jóvenes que estudiaban la Biblia se planteaban un interrogante. En los cinco momentos que en los Hechos de los Apóstoles se habla de «bautismo en el Espíritu Santo», se habla también de «oración en lenguas». 

El misionero dijo a sus alumnos: «me pregunto qué pasaría si mañana orásemos para recibir el Espíritu Santo tal como describe la Biblia, con ese hablar en lenguas».

Pasó esa noche, y llegó el 1 de enero, y rezaron todo el día. Pero no sucedía nada. 

Una joven llamada Agnes Oznam recordó que en esos pasajes de Hechos (Samaría, Damasco, Éfeso) se hablaba de un gesto: la imposición de manos. 

«Pastor, ¿oraría usted por mí con ese gesto de la imposición de manos, para que reciba el bautismo en el Espíritu?», le pidió. Él lo hizo y Oznam escribiría después su experiencia así: «como si un fuego ardiese en toda mi persona, palabras extrañas de una lengua que jamás había estudiado me venían espontáneamente a los labios y me llenaba el alma de alegría indescriptible, como si brotasen ríos de agua viva de lo más profundo de mi ser». 

Ese fue el origen recuperado de la práctica que suma imposición de manos, oración en lenguas y efusión del Espíritu, común hoy a unos 400 millones de cristianos, entre pentecostales y carismáticos católicos o protestantes, según estimaciones de Religión en Libertad.

Para la Renovación Carismática Católica, fue una respuesta de Dios a una oración insistente de la beata Elena Guerra, que decía así: “Benignísimo Jesús,/ envíanos tu Espíritu con su Luz,/ para que seas mejor conocido./ Enviánoslo con su Fuego,/ para que seas más amado./ Enviánoslo con sus Dones/ para que seas verdaderamente imitado./ Amén”.

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ZENIT Staff

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