Un nuevo orden mundial inestable

Los Foros de Davos y Porto Alegre buscan respuestas

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DAVOS, Suiza, 8 febrero 2003 (ZENIT.org).- La reunión este año en Davos del Foro Económico Mundial, que busca congregar a la flor y nata de la economía, la finanza y la política mundial, se organizó bajo el lema: «Construir la confianza». La intención era ayudar a los negocios a recuperar tras la reciente ola de escándalos éticos.

«La confianza es la argamasa que mantiene unido todo, el enlace que crea comunidades sanas y negocios de éxito», explicaban Klaus Schwab y Thierry Malleret, respectivamente, presidente y director del Foro Económico Mundial, en un artículo de opinión del 28 de enero en el Wall Street Journal. Una vez que se pierde, la confianza «es increíblemente difícil de recuperar», observaban.

El editorial del Financial Times del 18 de enero describía la situación más agudamente: «Se ha ido el buen humor del triunfalismo arrogante que caracterizaba los encuentros de Davos de hace pocos años. Los ejecutivos jefes que eran aclamados entonces como nuevos amos del universo, elevados por mercados boyantes y visiones de un crecimiento sin fin, han sido derribados de manera brutal».

En general, la cumbre de este año era mucho más humilde, no sólo debido a los pasados escándalos, sino también por la tambaleante economía mundial y los temores de una guerra en Irak, observaba el Globe and Mail el 24 de enero.

Klaus Schwab, que fundó el foro hace 33 años, dijo a los delegados en la apertura oficial que nunca, en la historia de los encuentros, el mundo ha tenido que hacer frente a una situación que sea «tan compleja y tan frágil» como la de este año. Abogó también porque quienes dirigen las industrias vayan más allá de las apariencias. «Los negocios no sólo deben ser provechosos», afirmó Schwab. «Deben ser también responsables. No sólo deben representar un valor, sino valores».

También han estado presentes los manifestantes antiglobalización, aunque con una presencia menos significativa tanto en número como en furor en comparación con años anteriores. Los 2.350 participantes en Davos fueron protegidos con medidas de seguridad sin precedentes, que costaron a Suiza cerca de 10 millones de dólares, informó el New York Times el 23 de enero.

Estados Unidos contra Europa
En Davos se respiraba la amenaza de una guerra USA-Irak. De hecho, el foro «tuvo un argumento de hostilidad a Estados Unidos», con frecuentes ataques por políticos y hombres de negocios contra la «arrogancia norteamericana», la doctrina de la guerra preventiva contra Irak de Washington, informó el Wall Street Journal el 27 de enero.

La empresa de inteligencia global Stratfor especuló el 29 de enero que uno de los factores, que estaban detrás de la hostilidad hacia Estados Unidos demostrada en Davos, es que quienes estaban presentes son un «segmento de la élite internacional que confía en preservar el sistema internacional igual a como estaba antes del 11 de septiembre del 2001».

Y detrás de las crecientes divergencias entre Europa y Estados Unidos, opinaba Stratfor, está una división «al más profundo nivel intelectual y moral», que se considera como una desintegración de la estructura de alianzas de la posguerra. «La incomprensión y la cólera de los europeos en Davos se dirigen, más que a Estados Unidos, a la falta de capacidad para controlar los acontecimientos», concluía Stratfor.

También estuvieron presentes en los encuentros los temas económicos más tradicionales como la globalización y las relaciones entre países ricos y pobres. El recién elegido presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, apareció en Davos, pidiendo a las naciones ricas que ayudaran a las que están en necesidad, informó el diario italiano La Repubblica el 27 de enero.

Lula fue la estrella en una cena a la que asistieron algunos jefes de estado de Latinoamérica, incluyendo a los presidentes mexicano y argentino. En su discurso del día anterior, el líder brasileño propuso que se estableciera un fondo mundial de lucha contra el hambre. También habló de cómo su partido en Brasil ha forjado «un nuevo contrato social» para restaurar el desarrollo económico y reducir las desigualdades sociales.

Lula aseguró a los participantes que Brasil respetaría sus obligaciones financieras, pero insistió en la necesidad de romper el círculo vicioso por el que su país tiene continuamente que pedir dinero a crédito para hacer frente a sus deudas pasadas. Creemos en el libre mercado, afirmó, pero un libre mercado que tenga como característica fundamental la reciprocidad, que es lo contrario de lo que ha estado ocurriendo hasta ahora, con los países ricos predicando el libre mercado y practicando el proteccionismo.

Porto Alegre
Mientras tanto, en la ciudad brasileña de Porto Alegre, tuvo lugar el Tercer Foro Social Mundial. El evento reunió a cerca de 100.000 participantes que «enviaron un duro mensaje contra la guerra, la injusticia y la desigualdad social», informó la Inter Press Service News Agency el 29 de enero.

«Nuestra mayor victoria este año es que el mundo nos ha oído», afirmó el activista brasileño Cándido Grzybowski, un miembro del comité organizador del Foro. Ignacio Ramonet, otro de los organizadores, afirmó que el principal mensaje del Foro este año era: «¡No a la guerra!», refiriéndose a los preparativos de Estados Unidos y Gran Bretaña para un ataque militar a Irak.

También se han tratado temas económicos. El día de apertura de las actividades, los organizadores del Foro hicieron pública una encuesta de opinión que mostraba que la mayoría de la población en los 15 países examinados cree que la globalización está siendo conducida por compañías multinacionales, y que está concentrado la riqueza más que generando oportunidades, informaba el Financial Times el 24 de enero.

México es el país donde la mayoría de la población entrevistada afirma que creen que la globalización trae oportunidades y que el desarrollo económico debe preceder a los temas sociales. Por el contrario, la mayoría de los surcoreanos y de los alemanes creen que la globalización concentra la riqueza.

Las actividades del Foro incluyeron una marcha de protesta de unas 30.000 personas, informó el 28 de enero la CNN. Muchos de los manifestantes mostraron su desaprobación por una zona de libre cambio en el hemisferio que se extendería desde Canadá hasta Argentina. La propuesta de un Área de Libre Comercio de las Américas es un proyecto diseñado para unir las economías de 34 naciones. Los manifestantes temían que esto permitirá a las grandes corporaciones puentear las leyes laborales y medioambientales y dañar a los campesinos y pobres.

George Monbiot, columnista del diario británico Guardian y un decidido crítico de la globalización, se alegraba en un artículo del 28 de enero de la creciente popularidad de los encuentros de Porto Alegre. Aunque las protestas se habían acallado tras los ataques del 11 de septiembre, escribía, «nuestro movimiento se ha hecho más grande de lo que muchos de nosotros habríamos podido prever».

Explicaba: «Para la gran mayoría de los activistas –aquellos que viven en el mundo pobre- el movimiento ofrece los únicos medios efectivos para llegar hasta la gente en los países ricos».

El corresponsal de La Repubblica no se mostraba tan seguro. En un comentario del 29 de enero, Fabrizio Ravelli observaba que, a pesar de todas las conversaciones y actividad en Porto Alegre, había poca acción. Los programas para traer cambios concretos todavía parecen todavía lejanos, observaba.

¿Davos o Porto Alegre?
Según el obispo Diarmuid Martin, observador permanente de la Santa Sede en la sede de Ginebra de las Naciones Unidas, lo que necesitamos evitar en la globalización es que adopte posturas ideológicamente conducidas, sea a favor o anti globales. En una entrevista en el periódico católico italian
o Avvenire del 24 de enero, el obispo Martin observaba la ausencia hoy en día de estructuras capaces de regular las realidades globales.

Lo que se necesita, afirmaba, son reglas claras y justas que no ofrezcan privilegios injustos a ningún grupo. Insistía también en un mayor respeto por los derechos humanos fundamentales. Y en términos de desarrollo económico no es suficiente con abrir los mercados para que los países del Tercer Mundo puedan exportar sus mercancías.

Los países en vías de desarrollo también necesitan ayuda para crear sistemas legales y políticos que funcionen, para que se respete la primacía de la ley y se permita el libre mercado. Monseñor Martin también observaba que la inversión en educación es un punto de partida fundamental para el desarrollo económico. Sabias palabras, no tenidas en cuenta, con frecuencia, en la encendida retórica de los encuentros internacionales.

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ZENIT Staff

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