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Un pueblo envenenado

Ser objetivos, para valorar lo positivo y, con esperanza, luchar contra lo negativo (artículo de opinión) 

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VER

Me preocupó lo que dijo un agente de pastoral en una de las visitas que hago a las parroquias: “Yo pedí a mis superiores venir a este lugar y quiero seguir aquí; pero me he encontrado un pueblo envenenado, porque rechaza todo lo que se le propone, lo que considera que viene de fuera; desconfía de todo y todo lo ve mal. Así, es muy difícil trabajar”.

Lo que dijo este hermano se podría aplicar a muchos ambientes, a creadores de opinión, a líderes que sólo resaltan lo que a su juicio es negativo. A veces se basan en datos no del todo comprobados. Sólo ven el prieto en el arroz y son desconfiados por sistema.

Si se anuncia que viene el Papa, afirman, como si fueran muy conocedores de todo lo eclesial, que viene a hacer política, a ampliar su dominio, a recoger muchas limosnas para el Vaticano, a legitimar un gobierno… ¡Cuánta imaginación e ignorancia!

Si se habla de reformas estructurales, todo está mal y nada es bueno. Desde luego que yo tampoco apruebo todo, pues esas reformas son sólo engranajes para consolidar un sistema económico que no es justo ni equitativo.

Si se trata de Ayotzinapa, se desconfía de las versiones oficiales y se apoya sin discernimiento las opiniones contrarias. Es explicable esto, porque muchas actitudes y procesos de los gobiernos se han ganado a pulso la desconfianza, por la corrupción y los intereses políticos que subsisten.

Si hay elecciones, unos dicen que eso para nada sirve; que lo que se necesita es una revolución, incluso armada, porque de otra forma no cambiaría el sistema.

Observe y escuche usted lo que se dice y se proclama en mítines, marchas y manifestaciones, incluso en noticieros amarillistas y en la prensa antisistémica; verá que todo está muy mal. En muchos análisis de la realidad, lo único que se describe son problemas, deficiencias, errores, peligros e injusticias, como si en la vida no hubiera nada positivo. Nos dejan la impresión de que todo está perdido y nada se puede hacer. Sale uno apesadumbrado, dudando de todo y de todos, con ganas de huir.

 

PENSAR

Nos ha dicho el Papa Francisco: “Ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (EG 10).

“Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a san Pablo: «Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad». El mal espíritu de la derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica” (85). Estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. ¡No nos dejemos robar la esperanza!” (86). “Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada” (109).

“Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos” (183).

“El hombre no puede vivir sin esperanza. Si pensamos que las cosas no van a cambiar, recordemos que Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder. Jesucristo verdaderamente vive. Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza” (275).

 

ACTUAR

Seamos realistas y no ingenuos. No minimicemos los problemas ni andemos por las nubes. Pero seamos objetivos, para valorar lo positivo y, con esperanza, luchar contra lo negativo.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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