Un puñado de franciscanos está transformando el Bronx

La historia increíble de los frailes de la fraternidad de la Renovación

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NUEVA YORK, 5 marzo 2002 (ZENIT.orgAvvenire).- Un periodista francés, Luc Adrian, que conoció por casualidad el trabajo de los franciscanos en uno de los barrios más conflictivos de Nueva York, ha escrito un libro que se ha publicado ahora en italiano, «Dios en el Bronx», en el que recoge una serie de anécdotas, a partir de las a menudo increíbles conversiones de los mismos frailes.

Stan es un músico de jazz, ex asiduo de las tascas de mala fama de Manhattan. Conrad era asistente del rector de la Universidad de Steunbenville (Ohio). François-Marie era correo de la droga en Canadá y luego adepto del reverendo Moon. Francis era un «skinhead» inglés mientras que Glen era periodista de la CBS news y su lema era: «malas noticias son buenas noticias».

Hoy Stan usa los derechos de autor de sus discos para pagar los funerales de los pobres de Nueva York. Conrad ha pasado meses en prisión por su imparable actividad de propaganda antiabortista.

François-Marie trabaja para arrancar a los toxicómanos de la droga. Francis juega a baloncesto junto a los detenidos de la cárcel de menores de Spofford y Glen ha elegido anunciar
sólo buenas noticias.

Sus vidas se han entrecruzado en el South Bronx, que fue durante años el barrio más violento y de mala fama de la Gran Manzana. Estos hombres de fe, junto a un puñado de otros valientes que hoy son unos cincuenta, han decidido ponerse al servicio de los últimos entre los marginados de la sociedad y están transformando el barrio.

Todos ellos son frailes franciscanos y forman parte de la fraternidad de la Renovación, nacida en 1987 por iniciativa de ocho capuchinos que decidieron dejar su comunidad para dedicarse a una vida evangélica más radical y lo más posible cercana a la regla del fundador.

Nació así en medio del violentísimo Bronx la fraternidad de San Crispín, donde se vive según el lema «No money, no honey, one boss» (sin dinero, sin dulzura, un solo jefe).

Los frailes de San Crispín son hoy el punto de referencia de los habitantes del barrio: garantizan asistencia material y apoyo espiritual a quien tenga necesidad –jóvenes traficantes, madres solteras víctimas de la miseria, familias deshechas–, acogen a los sin techo, celebran funerales para los pobres y mendigos, distribuyen comida a las madres de familia que viven en las casas populares y a las prostitutas. Son considerados «la familia de quienes no la tienen».

Sus historias son contadas por Luc Adrian, periodista francés que se encontró con esta realidad por un imprevisto –una tormenta de nieve que lo bloqueó en Nueva York por una semana–, y que quedó impresionado al descubrir donde podía esconderse la «perfecta alegría» franciscana.

Los medios de los frailes son muy limitados desde el punto de vista económico y sin embargo una serie de coincidencias que ellos prefieren llamar «God-incidences», llegan siempre a tiempo, cuando se está a un paso del desastre, para garantizarles la supervivencia y también la ayuda a los otros.

La Providencia del Soth Bronx, que normalmente actúa en modo discreto, a veces decide sobreabundar, como cuando el hermano Bob, tras una apuesta con un funcionario municipal incrédulo, se llevó a casa por un dólar todo un edificio anexo a la fraternidad que no existía en los planos y que fue dedicado a la acogida de sesenta vagabundos en vía de reinserción.

En cambio, el refugio Padre Pío alberga cada noche a dieciocho mendigos. Aquí los franciscanos encuentran a todo tipo de personas: mujeres abandonadas y brillantes hombres de negocios que se encuentran en medio de la calle de un día al otro, personas sin esperanza que a veces a veces van al encuentro de increíbles cambios de destino.

El hermano Harry recuerda el caso de Roy, ex dirigente del partido de Mandela, buscado por la policía sudafricana, refugiado en EE.UU. y caído en la marginación. La noticia de que Mandela accedía al Gobierno y lo quería como ministro de su Ejecutivo le llegó mientras se encontraba en el refugio de los capuchinos.

La obra de los frailes la mantienen las religiosas presentes en San Crispín pero también muchos laicos. Entre los llamados «asociados» figuran amas de casa y enfermeras, fontaneros, médicos e incluso policías.

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ZENIT Staff

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