Un  “Río de Luz”  en  Nueva  York 

Por Mario J. Paredes 

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NUEVA YORK, viernes, 11 septiembre 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que comparte con ZENIT Mario J. Paredes, del comité presidencial de enlace de las Sociedades Bíblicas de los Estados Unidos con la Iglesia católica, en el que desengrana la historia de la imagen de la Virgen de Guadalupe en la catedral de San Patricio, en Nueva York.

* * *

A la derecha del Altar Mayor de la Catedral de San Patricio, en un lugar privilegiado, desde hace varios años se expone, para la veneración de los devotos, un cuadro de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. 

      Cómo llegó allí el cuadro, quiénes fueron los protagonistas de esta gesta, qué acontecimientos se sucedieron hasta que la imagen de la Señora del Tepeyac alcanzó el lugar especial de veneración que tiene hoy en Nueva York es una historia que merece ser contada y consignada por escrito. Me propongo, en estas líneas, relatar esta historia. 

      La pintura tiene por autor a un artista anónimo del siglo XVIII. Se cree que se trata de un discípulo del gran artista y maestro mexicano Miguel Cabrera. Es un regalo de la Arquidiócesis de México a la sede catedralicia de los católicos en la ciudad de Nueva York, adquirida en la Galería de Arte de Enrique Romero en la Ciudad de México, y traída hasta aquí personalmente por el entonces Arzobispo y Primado de México, el Eminentísimo Señor Cardenal Ernesto Corripio. 

      El 8 de diciembre de 1991, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, es la fecha mariana en la que el Cardenal Corripio presentó a su hermano, el entonces Cardenal de Nueva York John O’Connor, en solemne celebración litúrgica, el cuadro en mención de Nuestra Señora de Guadalupe. 

      En aquel acto litúrgico estuvieron presentes el cónsul general de México, señor Manuel Alonso y la Señora Rosa María Quijano, quien  fue protagonista, motor y donante principal para que este celebrado evento fuese posible. 

      El cuadro original de nuestra señora de Guadalupe impreso en la tilma del indio San Juan Diego en una parición acaecida el 12 de diciembre de 1531, y que se encuentra permanentemente expuesto en la nueva Basílica construida en su honor y para su veneración en la Ciudad de México.  

      La palabra «Guadalupe» significa «río de luz». Hoy podemos decir que son ríos de fieles devotos los que a diario acuden a honrar a la Madre de Dios y Madre nuestra bajo la advocación de la Virgen Morena, Mexicana, Latinoamericana, Americana y Amerindia, en el hermoso cuadro colonial en la Catedral de San Patricio. Para la visita del Papa Juan Pablo II a Nueva York, el cuadro de la Guadalupana en mención fue trasladado y colgado sobre el altar mayor para presidir la visita del Santo Padre a la Catedral y para el rezo del santo rosario, que guió el Pastor universal, ante la venerada imagen. 

      Pero la ubicación prominente que tiene hoy el cuadro -en el contexto catedralicio- es el lugar que fue del tabernáculo de la Catedral, a la derecha del altar mayor. Tiene también su historia entretejida de señales, de prodigios, en los que pareciera que -después de una serie de dificultades en torno a la exposición del cuadro en la Catedral, por la no consonancia de la pintura con el mármol y la piedra que prevalecen en la construcción de San Patricio- la Virgen misma encontró un lugar preeminente donde ser venerada y desde donde acompañar la vida de sus hijos. 

      La señora Margarita Perusquia es protagonista de primera plana en esta historia. Como fundadora de la Organización «Mensajeros de María de Guadalupe» se ha dedicado con su institución a difundir en Nueva York y en todas las Américas la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe, devoción mariana que encarna lo latinoamericano y que reúne lo más valioso de nuestros orígenes, nuestra historia, nuestra fe y nuestra cultura. 

      Fue una solicitud de Margarita Perusquia al entonces Arzobispo de Nueva York, Terence Cardenal Cook, para que le permitiese erigir un altar en la Catedral donde venerar a la Guadalupana, lo que originó esta historia que hoy inspira y atrae a tantos devotos, no sólo en Nueva York, sino en todo el continente y allende los mares.  

      La misma solicitud, con las mejores muestras de paciencia y perseverancia cristiana, fue hecha por Margarita en reiteradas ocasiones a los Cardenales Cook y O’Connor. Ellos, en su momento, la remitieron a hablar con los sucesivos rectores de la Catedral, quienes -a su turno- le negaban la solicitud por, como señalé anteriormente, la no consonancia de la pintura con los materiales, la arquitectura y el arte de la iglesia Catedral. 

      Fue, como quedó dicho, el 8 de diciembre de 1991, cuando el Cardenal Mexicano Ernesto Corripio, celebrando en solemne Eucaristía en la Catedral, presenta y dona el cuadro de la Virgen al Cardenal John  O’Connor, quien emocionado preguntó a la multitud: «¿Dónde querían que se expusiera el cuadro: en su casa, en su oficina o en la catedral?» El pueblo creyente respondió a viva voz: «Aquí, en la Catedral.» 

      Año y medio se paseó al cuadro de la Guadalupe por rincones inadecuados de la Catedral, pero -pronto- la cotidiana muchedumbre de peregrinos, las ofrendas, las velas y las flores presionaron a las autoridades catedralicias para encontrar un mejor y más adecuado lugar para la veneración de la imagen de la Virgen Morena. 

      Sirvan estas líneas para dejar constancia escrita de esta historia, para enaltecer y agradecer a quienes hicieron posible esta gesta religiosa y para congratularme con todos mis hermanos católicos mexicanos y latinoamericanos, quienes el día 12 de diciembre celebran alegres la solemnidad de nuestra Señora de Guadalupe, patrona de México y primada de América. 

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ZENIT Staff

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