Un «volcán de iniciativas» desde la contemplación: el padre Catanoso, santo el domingo

Será canonizado por Benedicto XVI

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 21 octubre 2005 (ZENIT.org).- Cuando Benedicto XVI canonice el domingo al padre Gaetano Catanoso propondrá a la Iglesia universal el testimonio de este «sacerdote de hoy», cuya santidad se tejió en la devoción a la Eucaristía y al Santo Rostro llevándole a ser un «volcán de iniciativas», como le recuerda su hijo espiritual y postulador de su causa, monseñor Giusseppe D’Ascola.

Gaetano Catanoso nació el 14 de febrero de 1879 en Chorio de San Lorenzo, en la archidiócesis italiana de Reggio Calabria. Con diez años entró en el seminario arzobispal. En su ordenación presbiteral, en 1902, manifestó públicamente el propósito de querer ser un digno ministro de Cristo –se lee en la biografía distribuida por la Santa Sede–.

Dos años después fue nombrado párroco de Pentidattilo, un pueblecito de Aspromonte, donde prosperaba la pobreza, el analfabetismo y el drama de la marginación y la prepotencia. Allí se sumergió el joven sacerdote en su misión de pastor, compartiendo privaciones y el sufrimiento de sus fieles.

Desde entonces el pueblo reconoció en él el carisma de la paternidad y comenzó a llamarle espontáneamente «padre», apelativo que «calificaba su personalidad sacerdotal y pastoral», constata el Vaticano.

Fue diligente en el anuncio de la Palabra de Dios y en la enseñanza de la doctrina cristiana, edificante en la celebración de los divinos misterios, asiduo al ministerio de la Confesión. También colaboraba en esto con los párrocos vecinos.

Para los jóvenes que no podían acudir a las escuelas públicas abrió una escuela nocturna gratuita donde enseñó.

En Pentidattilo fue donde prendió en él la devoción al Rostro sufriente del Señor, y abrazó la misión de difundir su culto entre el pueblo e involucrar a sacerdotes y laicos en el apostolado de la reparación de los pecados.

«El Santo Rostro es mi vida. Él es mi fuerza» –decía–; «Jesús necesita de muchas Verónicas por los pecados de blasfemia y de sacrilegio y de muchos Cirineos para la Cruz cada vez más pesada de los más pobres sin consuelo y sin ayuda».

El padre Catanoso unió esta devoción a la piedad eucarística. Al respecto escribía: «La devoción al Santo Rostro se centra en el sagrado velo de la Verónica donde nuestro Señor imprimió son su preciosísima sangre los rasgos de su divino Rostro. Es una reliquia preciosísima que la Iglesia conserva y que nosotros adoramos. Pero si queremos adorar el Rostro real de Jesús, no sólo la imagen, este Rostro lo encontramos en la divina Eucaristía, donde con el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo se esconde bajo el blanco velo de la hostia el Rostro de Nuestro Señor».

En 1918 se hizo «misionero del Santo Rostro», inscribiéndose en la archiconfraternidad de Tours. El año siguiente instituyó en Pentidattilo la Pía Unión del Santo Rostro.

El postulador de su causa de canonización, monseñor Giuseppe D’Ascola, conoció al padre Catanoso en octubre de 1940, al ingresar en el seminario: «Lo encontré allí como padre espiritual», relató a los micrófonos de «Radio Vaticana».

Testigo directo del futuro santo, le recuerda como «un volcán de iniciativas. Fue confesor de todos los monasterios de la ciudad de Reggio. Fue confesor de las cárceles de Reggio. Fue apóstol del Santo Rostro», enumeró; «allí donde no había un sacerdote disponible, estaba disponible el padre Catanoso».

Según su postulador e hijo espiritual, «la característica prinicpal de la santidad del padre Catanoso es la devoción a la Eucaristía y al Santo Rostro».

Donde vivía el sacerdote calabrés «reinaba la miseria», «la mafia»; «los niños estaban abandonados a sí mismos, en medio de la calle, nadie se ocupaba de su educación». «El padre Cantanoso, por lo tanto, veía en el rostro desfigurado de estos niños el rostro desfigurado de Cristo», aclaró.

«Y tuvo la feliz idea de fundar una congregación religiosa femenina que fuera como la Verónica, que habiendo visto el rostro desfigurado de Jesús se acercó a enjugar» su sangre, apuntó.

Convencido de que el renacimiento espiritual y moral de las poblaciones calabresas no sería posible sin la actividad pastoral de los sacerdotes, el padre Catanoso promovió la Obra de los Clérigos Pobres, para ofrecer a los jóvenes sin medios lo necesario para llegar al presbiterado.

Su intensa actividad la desarrolló también como párroco de la iglesia de Santa María de la Purificación (Candelora), director espiritual del seminario arzobispal, capellán de los Hospitales Reunidos, canónigo penitenciario de la Catedral y confesor de varios institutos religiosos. En 1943, animado por San Luis Orione, fundó las Hermanas Verónicas del Santo Rostro, antes citadas.

Murió en Reggio Calabria el 4 de abril de 1963. Fue beatificado por Juan Pablo II en 1987.

«El padre Catanoso es grande, es verdaderamente el sacerdote de hoy –reconoce su postulador–. Tiene una palabra para los sacerdotes. Nunca dijo “no al obispo”. Varios prelados le eligieron como su confesor. Obedecía siempre. No buscaba los primeros puestos».

Y el futuro santo «tiene una palabra también para los laicos: la fidelidad al Papa, la fidelidad al obispo», concluye.

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ZENIT Staff

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