Una fe conforme a la razón

Racionalidad y cristianismo en el discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona

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MÉXICO, sábado, 27 octubre 2007 (ZENIT.orgEl Observador).- Publicamos una intervención del doctor por la Academia Internacional de Filosofía en el Principado de Liechtenstein, Rodrigo Guerra López, director del Proyecto «Centro Karol Wojtyla para la investigación social avanzada» y miembro de la Academia Pontificia para al Vida, sobre «Racionalidad y cristianismo en el discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona (12 de septiembre de 2006).

* * *

Introducción

Ratisbona es una pequeña ciudad de la región de Bavaria situada en las orillas del Río Danubio [1]. Actualmente cuenta con 150 mil habitantes y ha sido morada, a través de su larga historia, de personajes sumamente variados como San Alberto Magno, Johannes Kepler u Oskar Schindler.

En los años que transcurren de 1969 a 1977, la recién inaugurada Universidad de la ciudad, ofreció una oportunidad de trabajo a Joseph Ratzinger para ampliar su dedicación como investigador y docente. En su autobiografía, nuestro autor comenta que el motivo principal por el que aceptó una cátedra de teología dogmática en este lugar, dejando su puesto en la Universidad de Tubinga, fue porque «quería desarrollar» su «teología en un contexto menos agitado y no quería estar implicado en continuas polémicas» [2]. Cuando Ratzinger escribía este último aserto, no se imaginaba, siquiera lejanamente, que algún día sería elegido Pontífice de la Iglesia católica. Mucho menos pensaba que Ratisbona, apacible lugar para la vida académica, sería el lugar en el que nacería una intensa controversia en torno a un pequeño discurso que él, en su calidad de Papa, dirigiría a un conjunto de profesores el día 12 de septiembre del año 2006.

Las reacciones y contra-reacciones aparecidas alrededor del discurso pontificio en Ratisbona fueron innumerables y llenaron los espacios periodísticos durante varias semanas. No es nuestro propósito abundar en ellas. De hecho, es fácil advertir que un discurso pontificio sobre una cuestión esencial para el presente y el futuro del cristianismo en el nuevo escenario mundial, fue gravemente tergiversado por algunos medios de comunicación, por algunos analistas y por algunos líderes político-religiosos.

Pasada la tormenta mediática, lo importante es volver al texto original y tratar de descubrir cuál es la cuestión de fondo que gravita en las palabras del Papa. Más allá de los juegos de poder que algunos implementaron: ¿cuál es la intuición que mueve a Benedicto XVI en esta intervención realizada en el contexto de una visita pastoral a Alemania? ¿Qué es lo que desea subrayar al hablar frente a los representantes del mundo de la ciencia y la cultura en el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona?

1. Un texto antiguo

El Papa Benedicto XVI comenta que ha leído recientemente un texto antiguo, posiblemente redactado a finales del siglo XIV, y que cuenta el diálogo sobre cristianismo e Islam mantenido por el emperador bizantino Manuel II Paleólogo y un persa particularmente culto. El diálogo versa sobre diversas materias. Pero una idea llama la atención del Pontífice: el emperador se pronuncia en contra de la difusión de la fe a través de la violencia. La violencia, según Manuel II Paleólogo, contrasta con la esencia de Dios y del alma. Y así, llega a sostener textualmente que:

«Dios no se complace con la sangre —dice—; no actuar según la razón (σὺν λόγω) es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas. (…) Para convencer a un alma razonable no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona» [3].

Luego de citar este texto, Benedicto XVI a renglón seguido comenta:

«En esta argumentación contra la conversión mediante la violencia, la afirmación decisiva es: no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios» [4].

¿A qué razón se refiere el Papa? A la razón humana. De hecho, el discurso en Ratisbona fue leído en alemán. El término usado en particular para señalar la referencia a la razón fue: «Vernunftgemäß». Cuando esta palabra se usa como adjetivo significa: «razonable». Cuando se usa como adverbio quiere decir: «de acuerdo con la razón», «según la razón», «conforme a la razón».

De esta manera, podemos observar que Benedicto XVI, citando un texto antiguo, coloca la discusión en un contexto singularísimo, plenamente actual, y al mismo tiempo, vinculado con lo mejor del pensamiento clásico: ¿es auténticamente humano actuar conforme a la razón? ¿la actuación según la razón se opone a la esencia de Dios? La cuestión sobre Dios ¿es razonable?

2. La cuestión de la «razón»

¿Por qué el Papa privilegia este enfoque? ¿Por qué se percibe un acento en los problemas en torno a la «racionalidad»? Desde mi punto de vista esto responde a una cuestión histórica capital: en la antigüedad cristiana y en el medioevo, el desafío central que el cristianismo experimentó fue el reto lanzado en contra del núcleo de la fe: la Trinidad, las cuestiones centrales de la cristología, etc. Otra manera de afirmar esto mismo es reconocer que la historia de la Iglesia durante largo tiempo estuvo marcada por la historia de las herejías. Existían autores y movimientos que rompían con el depósito de la fe de manera directa: negando la Encarnación, negando algún rasgo esencial de las relaciones intra-trinitarias, y tantas otras cosas. Por el contrario, para el cristianismo de nuestro tiempo el problema fundamental no es en primer lugar la fe, sino cómo se concibe la razón. ¿Qué quiere decir esto?

Que la fe surge como una realidad inderivable, en su absoluta originalidad, sólo en el campo de una razón que no se ha visto reducida, deformada, mutilada. La fe se aprecia en su especificidad irreductible sólo cuando la razón se deja interpelar por un rostro, por un afecto que conmueve al corazón y le ofrece como verdad suprema la primacía total del Amor que lo abraza y lo perdona.

Por ejemplo, una razón instrumental, animada por intereses utilitarios, que tiende a acoger solamente la dimensión pragmática de la realidad, tiende a limitar su capacidad de mirar, de manera que nos hace apreciar y gozar sólo de un aspecto de lo real, de una cierta apariencia de lo real, separada de su verdadero significado. Cuando así sucede, la razón se torna en el principal enemigo de la posibilidad de un Misterio que salve [5]. La razón se vuelve puramente formal y el cristianismo se disuelve en moralismo [6].

3. Cristianismo: opción por la prioridad de la razón

Por el contrario, cuando la razón está abierta al estupor ante la totalidad de los factores de lo real, tal y como se puede constatar en algunos de los mejores momentos del pensamiento griego antiguo [7], su horizonte en principio se encuentra virtualmente abierto para acoger la revelación de una racionalidad superior a la humana, que de manera gratuita se ofrezca ante los hombres. La pretensión cristiana precisamente consiste en esto: en que la razón humana se encuentra sorprendida con la novedad de que el «Logos» (palabra, razón) que es desde siempre, se introduce de manera libre y empírica en la historia para habitar entre nosotros (Cf. Jn 1, 1-14). El encuentro entre el mensaje bíblico y el pensamiento griego no es, entonces, «una simple casualidad» [8] sino que Benedicto XVI dirá que «el patrimonio griego, críticamente purificado, forma parte integrante de la fe cristiana» [9].

Esta es una idea que Joseph Ratzinger, como teólogo, ya había desarrollado con amplitud an
tes de ser elegido Papa. Por ejemplo, en una conferencia pronunciada en La Sorbona a fines de 1999, cuyo provocador título es La victoria de la inteligencia en el mundo de las religiones, él decía:

«El cristianismo tiene, en esta perspectiva, sus precursores y su preparación en la racionalidad filosófica, no en las religiones. (…Así,) se remite a lo divino que puede mostrarse en el análisis racional de la realidad. (…) Esto significa que la fe cristiana no se fundamenta en la poesía o en la política (estas dos grandes fuentes de la religión), sino en el conocimiento. En el cristianismo, la racionalidad se ha convertido en religión y no ya en su adversario» [10].

Sin embargo, esta convicción tiene importantes resistencias culturales en el contexto presente gracias al relativismo y el escepticismo que brotan de un modelo de racionalidad que pre-selecciona los factores de la realidad que han de ser considerados como auténticamente racionales, en lugar de cultivar una apertura irrestricta ante cualquier dato, ante cualquier fenómeno. Dicho de otro modo, la cuestión es:

«Si sigue siendo verdad aquella convicción fundamental de la fe cristiana y de su filosofía: In principio erat Verbum – al principio de todo estaba la fuerza creadora de la razón. La fe cristiana es hoy como ayer la opción por la prioridad de la razón y de lo racional» [11].

¿No es acaso esto una posición gnóstica? ¿No se está enfatizando demasiado a la razón con merma del lugar que ocupa la fe en la vida del hombre?

La respuesta a estas preguntas es negativa. El gnosticismo afirma un camino de ascensión gradual a través del conocimiento. El pelagianismo, a su modo, sostiene lo mismo pero por vía de la voluntad. El resultado de un planteamiento ascensional de la vida humana es la construcción de una aristocracia espiritual, de una secta de puros y sabios en la que se restringe el acceso a los no-coherentes, a los ignorantes, a los que están caídos. Es esencial al gnosticismo que la razón termine regulando el contenido de la fe. Dicho de otro modo, el estupor ante la Persona de Jesús, el estupor que realmente conmueve la vida, se suprime metodológicamente por un conjunto de parámetros formales que son propuestos como camino de perfección y como mediación adecuada entre la persona humana y Cristo.

Por el contrario, primero como teólogo y luego como Pontífice de la Iglesia católica, Joseph Ratzinger, en continuidad con el Evangelio, con los Padres de la Iglesia y con los santos, ha descubierto que la esencia del cristianismo consiste en la absoluta gratuidad de la Encarnación y de la Redención, es decir, en la primacía absoluta del Amor personal de Dios, de su Misericordia [12]. Por ello, el cristianismo sin negar la relevancia de la razón advierte que la verdad más grande a la que la razón humana puede acceder consiste en reconocer al Amor, consiste en que sólo el Amor es digno de fe… que el Amor ha acontecido dentro de la historia, se ha abajado al máximo (kénosis) y nos ha amado primero. Ratzinger dice: «la persona (…) necesita una razón que llegue hasta el fondo del corazón. Solo cuando el entendimiento permanece abierto a la magna razón, puede ser realmente inteligente y conocer la verdad.» [13]. Sólo de esta manera el cristianismo se repropone como propuesta realmente universal y abierta a todos. Sólo de esta manera el cristianismo se afirma como una propuesta creíble.

4. Carácter personalista de la razón y sentido religioso

La primacía del Amor permite que la razón mantenga una apertura y un realismo fundamentales. Es precisamente cuando la persona cultiva de manera deliberada una actitud de esta manera, que puede entender que el cristianismo es una provocación permanente y no algo meramente temporal para los fines de semana y fiestas de guardar.

Hay una razón metafísica profunda en esto: la razón es apertura constitutiva a lo dado, a acoger receptivamente la estructura objetiva de la realidad [14]. Todo ente goza por su inteligibilidad intrínseca de un cierto grado de auto-datidad (Selbst-gegeben). Sin embargo, no todo ente posee la misma inteligibilidad. El despliegue analógico de lo real ofrece multitud de grados y matices. De hecho, existen entes cuya oscuridad quoad se es enorme debido a que su esencia está fuertemente comprometida con elementos material-potenciales que dificultan apreciar su dimensión actual – y por ende, inteligible –. Sin embargo, existen entes máximamente oferentes, máximamente inteligibles quoad se y simultáneamente quoad nos. Me refiero a los entes que no sólo gozan de una cierta participación intensiva del acto de ser en ellos, sino de aquellos que además gracias a una especial modalidad de esta participación intensiva, han sido creados como capaces de entregarse de manera voluntaria en el amor. No hay ser que se ofrezca más como «dato» que aquel que se ofrece como «don», es decir, que aquel que voluntariamente se revela. Sólo un «yo» capaz de decir desde la libertad e intimidad de su corazón «soy tuyo», «me entrego», puede al ofrecerse, realizar a la razón en su horizonte último, en su dimensión más profunda y constitutiva.

Esta breve consideración nos permite entender el carácter personalista de la estructura de la razón. La razón no halla su objeto más adecuado sino en el encuentro con las personas. Las personas finitas, las personas creadas, sin duda ofrecen una oportunidad inmensa para la realización de esta vocación. Sin embargo, es en la posibilidad de revelación de una Persona infinita dónde la razón no sólo puede quedar plenificada sino radicalmente rebasada y sorprendida. Precisamente por este hecho, la razón no sólo posee un carácter personalista sino que su estructura más íntima consiste en el deseo incontenible de la unión amorosa definitiva del ser humano con una Persona que no defraude, que siempre permanezca y que se muestre enteramente en su verdad.

Uno de los pasajes más significativos de esta tensión estructural de la razón y del corazón humanos hacia el destino se encuentra en el Fedón. Platón intuye que las incursiones filosóficas de los naturalistas se quedan en un nivel de penetración puramente fenoménico (primera navegación). Descubre con gran entusiasmo que el acceso a lo suprasensible es una incursión amorosa y ardua en algo superior (segunda navegación). Sin embargo, en un cierto momento, advierte algo que nunca antes había sospechado: que sería muy deseable que el destino último de la vida se autorevelara y se mostrara como es:

«Me parece (…) que la verdad segura en estas cosas no se puede alcanzar de ningún modo en la vida presente, o al menos sólo con grandísimas dificultades. Pero pienso que es una vileza no estudiar bajo todo punto de vista las cosas que se han dicho al respecto, o abandonar la investigación antes de haberlo examinado todo. Porque en estas cosas, una de dos: o se logra aprender de otros cuál es la verdad, o se la descubre por uno mismo, o si esto no se consigue, habrá que agarrarse al mejor y más seguro de entre todos los razonamientos humanos y, sobre este, como sobre una balsa, afrontar el riesgo de una travesía sobre el mar de la vida; a menos que no se pueda hacer el viaje de un modo más seguro y con un riesgo menor sobre una nave más sólida, es decir, teniendo confianza en una revelación divina» [15].

¿Qué nos enseña Platón en este pasaje? Lo mismo que Benedicto XVI en el discurso de Ratisbona: que el sentido religioso de las personas no es una realidad heterogénea a la estructura constitutiva de la razón sino que es su exigencia fundamental [16]. Así es como puede entenderse que «una razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas». Sin embargo, el Papa va más allá cuando sostiene que es también la propia fe cristiana la que por su naturaleza exige de un asentimiento racional: «partiendo verdaderamente de la íntima natur
aleza de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de la naturaleza del pensamiento griego ya fusionado con la fe, Manuel II podía decir: No actuar «con el logos» es contrario a la naturaleza de Dios» [17].

5. A modo de conclusión: ¿qué hacer con la fe?

Así las cosas, la fe ¿cuándo y cómo ha de interactuar con la razón? ¿habrá que dejarla para la práctica de vida privada? ¿habrá que hacer una «epoché» metodológica sobre de ella? ¿Acaso lo más conveniente será que actuemos y pensemos como si la novedad del acontecimiento cristiano no existiera en la historia? ¿Es racional colocar a la fe como un elemento un tanto incómodo, un tanto extraño, que obstaculiza a la razón al momento que busca ser «razonable»?

Si la fe hay que suspenderla metodológicamente al momento de pensar con rigor es porque la propia fe se ha volatilizado, ha perdido su contenido empírico y su dimensión verificable (esta es la esencia de la herejía docetista). Pero si la fe es certeza de la Amistad a la que hemos sido confiados de manera histórica y concreta, entonces es imposible para un creyente en Jesucristo no pensar dejándose provocar por ella: «si la razón no es una esfera abierta a la fe – que resulta después sostenida por la fe e impulsada -, si esta no es un lugar que puede entrar en relación directa con la fe, entonces la fe resulta algo irracional, queda reducida de modo fideísta, pertenece por tanto al ámbito de la costumbre y no de la verdad.» [18].

El 28 de enero de 2007, Benedicto XVI retoma explícitamente algunos de los temas del Discurso en Ratisbona, ahora con ocasión de la celebración de la fiesta de Tomás de Aquino. Ahí el Papa señala:

«Es urgente, por tanto, redescubrir de una manera nueva la racionalidad humana abierta a la luz del «Logos» divino y a su perfecta revelación que es Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre. Cuando la fe cristiana es auténtica no mortifica la libertad ni la razón humana; entonces, ¿por qué la fe y la razón deben tenerse miedo, si al encontrarse y al dialogar pueden expresarse de la mejor manera? La fe supone la razón y la perfecciona, y la razón, iluminada por la fe, encuentra la fuerza para elevarse al conocimiento de Dios y de las realidades espirituales. La razón humana no pierde nada al abrirse a los contenidos de fe, es más, estos exigen su libre y consciente adhesión» [19].

El discurso del Papa en Ratisbona es una invitación para ensanchar la razón, no para agobiarla. El ensanchamiento no se logra por vía doctrinal sino por vía del encuentro personal. Para facilitar el itinerario de la razón y de la libertad Dios ha querido manifestarse a través de situaciones reales, de encuentros, que nos permitan verificar y vibrar con particular intensidad. Dios se sirve de rostros concretos gracias a los cuales la vida se devela interesante y bella. Delante de aquello que más nos atrae, que más nos interesa, se vuelve urgente implicarse con toda nuestra persona para comprender y abrazar hasta el fondo lo que tenemos delante. Nunca como en esas situaciones nuestra humanidad urge una respuesta de significado exhaustivo. Jamás basta una respuesta parcial o superficial.

Precisamente esta estructura antropológica dispone para el encuentro con Cristo. El conocimiento afectivo del otro en cuanto signo del Misterio presente es la modalidad vivida de una relación de amistad entre razón y fe. Que esto no es un proyecto particular sino el método esencial para un cristianismo conforme a la razón, es la tesis central de las palabras del Papa y de su valiente anuncio en Ratisbona.

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NOTAS[ ] La ciudad de Ratisbona es conocida principalmente como Regensburg, su nombre original en alemán.[2] RATZINGER, J. Mi vida. Recuerdos (1927-1977), Encuentro, Madrid 2005, p. 142.[3] KHOURY, Th. Manuel II Paleólogo, Entretiens avec un Musulman. 7e controverse, Sources chrétiennes, n. 115, París 1966, citado en: BENEDICTO XVI, «Fe, razón y Universidad. Recuerdos y reflexiones», Discurso con los representantes del mundo de la cultura en la Universidad de Ratisbona, 12 de septiembre de 2007.[4] «Der entscheidende Satz in dieser Argumentation gegen Bekehrung durch Gewalt lautet: Nicht vernunftgemäß handeln ist dem Wesen Gottes zuwider». (BENEDIKT XVI, «Glaube, Vernunft und Universität. Erinnerungen und Reflexionen» (12. September 2006). Las cursivas son nuestras.[5] Cf. PRADES, J. «¿Es la razón enemiga del misterio?», conferencia del 22 de agosto de 2006, en el Meeting para la amistad entre los pueblos, Rimini, Italia, publicado en Huellas. Litterae Communionis, Año X, n. 9, octubre 2006, p.p. 18-25.[6] «La tentación de transformar el cristianismo en moralismo y de concentrar todo en la acción moral del hombre es grande en todos los tiempos. (…) Creo que la tentación de reducir el cristianismo a moralismo es grandísima incluso en nuestro tiempo (…) Dicho de otro modo, Agustín enseña que la santidad y la rectitud cristianas no consisten en ninguna grandeza sobrehumana o talento superior. Si fuera así, el cristianismo se convertiría en una religión para algunos héroes o para grupos de elegidos.» (RATZINGER, J. «Presentación del libro El Poder y la Gracia. Actualidad de San Agustin» en 30 Giorni, n. 5, 2005).[7] Cf. PLATÓN, Teeteto, 155 d; ARISTÓTELES, Metafísica A 2, 982 b 12.[8] BENEDICTO XVI, op. cit.[9] Ibidem.[10] RATZINGER, J. Fede, verità, tolleranza, Cantagalli, Milano 2003, p. 178.[11] Ibidem, p.p. 190-191.[12] Cf. BENEDICTO XVI, Deus Caritas est.[13] RATZINGER, J. Colaboradores de la verdad, Rialp, Madrid 1991, p, 74.[14 SEIFERT, J. Back to Things in Themselves. A Phenomenological Foundation for Classical Realism, Routledge & Kegan Paul, New York-London 1987.[15] Algunos pensamos que esta es la hipótesis sobre una «tercera navegación» que sin suprimir a la «segunda» (la metafísica) la realice en máximo grado: PLATÓN, Fedón, 85 c.[16] Cf. GIUSSANI, L. El sentido religioso, Encuentro, Madrid 1998.[17] BENEDICTO XVI, «Fe, razón y Universidad. Recuerdos y reflexiones», Discurso con los representantes del mundo de la cultura en la Universidad de Ratisbona, 12 de septiembre de 2007.[18] RATZINGER, J. «Das Christentum wollte immer mehr sein als nur Tradition», en Frankfurter Allgemeine Zeitung, 8.3.2000, p. 8.[19] BENEDICTO XVI, «Por una alianza entre fe y razón». Intervención durante el Angelus del 28 de enero de 2007.

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ZENIT Staff

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