Una filosofía más allá de la ilustración y del relativismo

Entrevista al decano de la Facultad de Filosofía de la Urbaniana

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ROMA, miércoles, 28 mayo 2008 (ZENIT.org).- Se ha presentado este miércoles en Roma, en la sala Marconi de Radio Vaticana, el libro en italiano del sacerdote Aldo Vendemiati,  «Universalismo e relativismo nell’etica contemporanea» (Ediciones Marietti), que apunta a la búsqueda de sentido, superando el universalismo ético ilustrado y el relativismo postmoderno y proponiendo un pluralismo fundado en los deberes y la responsabilidad. 

El autor, especializado en ciencias éticas y bioéticas, es profesor ordinario de Filosofía Moral y decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Pontificia Urbaniana de Roma. 

Para presentar el libro de Vendemiati estuvieron el cardenal Carlo Caffarra, ex profesor de Teología Moral y de Ética Médica, y la profesora Franca D’Agostini, de Filosofía Contemporánea en el Politécnico de Turín. 

Para comprender las razones que están en el centro del debate, Zenit ha entrevistado a Aldo Vendemiati. 

–La Ilustración ha expresado un pensamiento ético fuertemente universalista: basta pensar en las declaraciones «universales» de los derechos humanos. ¿Cómo es que hoy esto parece estar «pasado de moda»? 

–Vendemiati: Esto depende del hecho de que gran parte del pensamiento contemporáneo es explícitamente escéptico sobre las posibilidades de la razón. El enfoque culturalmente más difundido es el voluntarista, según el cual sería posible conocer el bien y la virtud sólo si se supiera lo que Dios quiere; pero siendo esto imposible en perspectiva ‘laica’ (que en estos contextos significa simplemente ‘no fideista’), no queda otro criterio fuera de lo que las personas quieren: no ya el diálogo (que implica una comunicación racional), sino el consenso entre las personas (su «permiso») es el único principio moral válido. 

Pues bien, si ésta es la perspectiva «laica», una de dos: o esta es una posición racional o no lo es. Si es racional, es porque -a pesar de lo que sostienen sus defensores- se ha reconocido el valor universal de la autonomía, de la negociación y de la convivencia pacífica. Si en cambio la propuesta no es racional, si todo reposa sobre la voluntad de las personas, no se ve por qué se la debería respetar. 

El fundamento teorético del pluralismo es en cambio la afirmación de que nuestro conocimiento está condicionado y que, por tanto, si por un lado ningún pensamiento humano puede presumir de poseer la Verdad absoluta, por otro lado son posibles diversos puntos de vista sobre una misma materia, cada uno de los cuales está potencialmente en grado de contribuir al conocimiento de la materia misma. 

Pero la afirmación de que nuestro conocimiento esta condicionado es posible sólo recurriendo -en forma larvada, auroral e incluso lábil, pero sin embargo real- a lo incondicionado. Cuando, con Gadamer, afirmo «ineludible vínculo de la razón con horizontes, tradiciones y situaciones», me sitúo, con la razón, sobre horizontes, tradiciones y situaciones y afirmo una verdad de carácter universal. 

Esto significa que el pensamiento no es tan débil como se quiere hacer creer. La afirmación misma de la condicionalidad presupone una razón fuerte, seguramente una razón pobre y desnuda -porque aquello que sabe con certeza es en verdad bastante poco, y está llena de dudas, titubeos, errores- pero tan fuerte como para reconocer la propia pobreza y no enrojecerse de la propia desnudez. 

Pienso por tanto que sea no sólo necesario sino también posible superar el impasse que nos ve oprimidos entre las irresueltas aporías del universalismo moderno y la «insostenible ligereza» del relativismo postmoderno. 

–¿Cuáles son las motivaciones del relativismo actual? ¿Son la última palabra posible en el campo de la ética? 

–Vendemiati: El peor servicio al universalismo ha sido hecho por la ambiciones racionalistas e idealistas del pensamiento occidental, que han pretendido elevar la propia «razón» al rango de «Razón» en absoluto, o sea de situarse «desde el punto de vista de Dios» (como diría H. Putnam), en otras cosas tras haber negado valor cognoscitivo a la fe en El. 

En ética, esto se expresa asumiendo la perspectiva de la «tercera persona»: la reflexión moral consistiría en la búsqueda de normas, elaboradas «desde el punto de vista de Dios», pero de un dios secularizado e inmanente, coincidente -en último análisis- con el legislador o el juez humano. 

A tal pretensión se oponen las «razones» de la democracia liberal, de la antropología, de la hermenéutica, de la epistemología o de la misma ética contemporánea, que -de diversas maneras- muestran la condicionalidad de nuestro conocimiento, la vana inconsistencia de quien pretende poseer la Verdad absoluta, lo Entero, el Todo. 

El pensamiento único debe dejarse empobrecer y desnudar por tales razones, para llegar a una correcta visión del pluralismo: sobre la misma materia son, de hecho y de derecho, posibles diversos puntos de vista, cada uno de los cuales podrían contribuir a una mejor comprensión de la realidad. 

Sin embargo, hay que guardarse bien también de los «excesos de corrección» en los que las perspectivas relativistas vienen a caer. El relativismo, lejos de garantizar los valores del pluralismo y del diálogo entre civilizaciones, nivela todos los enfoques ético-culturales en una equivalencia teorética y práctica, de la cual se sale únicamente con la violencia de la manipulación o del terrorismo. 

–¿Cuál es el sentido y el papel de la búsqueda ético-racional para quien vive en el horizonte de la fe cristiana? 

–Vendemiati: El conocimiento racional tiene una especificidad propia que no puede nunca desaparecer. Y esto es particularmente evidente hoy, en la sociedad compleja y secularizada en la que nos movemos. 

En el debate sobre temas que despedazan la conciencia de las naciones y del mundo entero «por ejemplo sobre los temas de la eutanasia, del aborto, de la política económica, etc), nosotros los cristianos no podemos apoyar nuestros argumentos a partir de la autoridad del Evangelio, ya que nos encontramos discutiendo con personas (y son la mayoría) que no reconocen esta autoridad. 

Debemos fundar racionalmente nuestros argumentos. La tradición cristiana, en este sentido, ha enseñado que la filosofía está «al servicio» de la teología (philosophia ancilla theologiae). Y se trata de un servicio prestado en dos frentes: por un lado la filosofía descubre algunas verdades que facilitan la acogida del Evangelio; por otro lado, la filosofía desenmascara algunos errores que impiden la acogida del Evangelio. 

Por otra parte, nos sentimos invitados por nuestra misma fe a ejercitar hasta el final la razón: Un axioma teológico clásico dice: «La gracia no destruye la naturaleza, sino que la supone»; en nuestro campo esto puede ser traducido así: «La fe no destruye la razón, sino que la supone». 

La fe no sustituye la razón sino que la completa y la eleva: por tanto es necesario que haya algo que completar y elevar: una actividad racional a la que la fe no sustituye. Hecha esta distinción metodológica, es ahora posible subrayar que para la ética es necesario ponerse a la escucha de las grandes tradiciones religiosas y, en nuestro caso, del cristianismo. 

–¿Es posible plantear una ética que permita dar razón a las instancias de la autenticidad, de la diversidad social y del reconocimiento? ¿O estamos obligados a someternos a la «dictadura del relativismo»? 

–Vendemiati: Para la salvación del planeta y de la humanidad que lo habita, es necesario proporcionar las bases éticas de confrontación que puedan garantizar el diálogo y, si no la convivencia pacífica, al menos una equitativa resolución de los conflictos. 

Si no es posible considerar alguna civilización concreta como una c
ultura universalmente válida, no es ni siquiera posible negar que hay valores universalmente válidos a los que todas las civilizaciones pueden (con mayor o menor esfuerzo) en último análisis remitirse. 

Este es el sentido de una búsqueda sobre el universalismo moral. Para hacer esto es necesario que la ética se ponga a la escucha de las grandes tradiciones religiosas: éstas son un horizonte interpretativo universal, capaz de ofrecer un sentido último a la vida y a la muerte. En ellas, efectivamente, los valores, las normas y las motivaciones resultan garantizados

incondicionalmente, concretados, hechos capaces de crear seguridad espiritual, confianza y esperanza. 

Allí donde en cambio la secularización corta el cordón umbilical entre las grandes tradiciones de la fe y la búsqueda racional, o allí donde el fundamentalismo excluye la posibilidad de la búsqueda racional misma, los riesgos son evidentes. El fundamentalismo, cuando no conduce al aislamiento y a la incomunicabilidad, desemboca en el conflicto y en el terrorismo. 

El secularismo tienen a sustituir la verdad por el consenso, y -como señala Ratzinger– ‘lo frágiles que son los consensos y qué rápidamente, en un cierto clima intelectual, grupos partidarios pueden imponerse como los únicos representantes autorizados del progreso y de la responsabilidad, está ante los ojos de todos nosotros’. 

Por Antonio Gaspari, traducido del italiano por Nieves San Martín

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación