Una luz en las sombras

III Domingo Ordinario –

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

Una luz en las sombras

Isaías 8, 23-9, 3: “Los que andaban en tinieblas vieron una gran luz”

Salmo 26: “El Señor es mi luz y mi salvación”

I Corintios 1, 10-13, 17: “Que no haya divisiones entre ustedes”

San Mateo 4, 12-23: “Fue a Cafarnaúm y se cumplió la profecía de Isaías”

La situación de Michoacán, como también la de muchas otras zonas de nuestra República, ha llegado a límites que asombran a todo mundo. Es cierto que todos se quejan y lanzan acusaciones desde el anonimato y lo escondido. Pero también es cierto que el clima de incertidumbre y pesimismo invaden todos los pueblos. Así resuena valiente y esperanzadora la voz del Obispo de Apatzingán que al mismo tiempo que denuncia, despierta una chispa que alienta y contagia. “Nosotros somos conscientes de que alguien debe consolar a las víctimas, pero también alguien debe frenar a la máquina que asesina” denuncia ante la actuación del gobierno; pero asegura: “Al pueblo de Dios que peregrina en nuestra diócesis los exhortamos a no perder la esperanza, Dios está con nosotros y no nos deja solos en los momentos de peligro”  y asegura su cercanía y su oración al Pueblo de Dios que camina en Tierra Caliente, tan castigado por el flagelo de la violencia absurda y fratricida. No huye ni se esconde, se mantiene firme porque tiene su seguridad y confianza en Dios pero también la exigencia de justicia y el compromiso de construir una nueva sociedad.

Como si quisiera sacarnos de nuestros pesimismos y despertarnos de nuestras modorras, hoy se abre el Evangelio de San Mateo con un pasaje paradigmático que pone las bases de la vida del discípulo de Jesús. Mateo reconoce que el inicio de la misión evangelizadora de Jesús no ocurre en el tiempo más oportuno ni con los mejores augurios, sino todo lo contrario. Juan Bautista, quien no era la luz pero sí testigo de la luz, ha sido arrestado y reducido al silencio. Jesús no inicia su predicación en Jerusalé,n centro religioso y con todas las garantías oficiales, sino que su palabra resuena en las periferias sospechosas y despreciadas. La Galilea de los paganos era considerada por las autoridades religiosas como una región de riesgos y constantes contaminaciones paganas. Allá donde hay oscuridad, donde se está lejano de los centros de poder y de la religión, allá donde todo es sospecha y duda, inicia Jesús su gran misión salvífica y liberadora. Jesús aparece como la gran luz allí donde las tinieblas son más espesas, donde hay confusión y sombra de muerte. Raramente Jesús aparece por las sinagogas y prefiere hacerse presente en los lugares donde se encuentra alguien que debe ser liberado de la enfermedad, de la injusticia, del pecado, del odio o de la violencia.

Cuando el Papa Francisco nos presenta el Evangelio como la gran noticia que debe ser anunciada con alegría y con entusiasmo, no hace más que recoger y actualizar el estilo de predicación de Jesús. La Buena Nueva no es una noticia reservada y exclusiva para determinados lugares, sino que se lanza generosamente a todos aquellos que desfallecen en su esperanza; es anuncio para quienes, aún sin saberlo, albergan en su corazón la ilusión de una vida mejor, y que quizás no se atreven ni siquiera a soñarlo o a pedirlo. Al igual que el pueblo de Israel que caminaba en tinieblas y vio aparecer una gran luz, hoy nuestros pueblos en sus sombras, buscan ansiosamente esa luz que les dé sentido y dirección a su caminar. Jesús es esa luz que dará sentido. Con el salmo hoy nos atrevemos a proclamar gozosamente: “El Señor es mi luz y mi salvación”. Con Él venceremos las tinieblas, nuestros miedos e inseguridades. Él es la defensa de nuestra vida y con Él superaremos nuestros temblores y apatías.

Pero Jesús nos aclara cómo inicia la presencia de esa luz: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”. La conversión comienza por reconocer esa presencia de un Padre amoroso en nuestra vida. No es cuestión sólo de intentar hacerlo mejor, sino de sabernos envueltos y acogidos por esa misericordia grande de Dios en todos los momentos de nuestra vida. Si reconocemos este amor entonces las tinieblas se trocarán en verdadera luz que nos permitirá caminar en justicia y en verdad. Convertirse implica cambio, pero no un cambio superficial y meramente exterior, se trata de poner a Dios en el corazón, de dejarnos amar por Dios; entonces comenzaremos a limpiar nuestro egoísmo y nuestros intereses mezquinos y dejaremos de someternos al dinero y al poder. Convertirse es descubrir que nuestro origen y nuestro destino es Dios, que nuestra misión es el amor y nuestra tarea el servicio alegre y entusiasta. Todos necesitamos conversión y nunca es tarde para hacerla actual.

Jesús viene a traer esta luz y a darnos esa esperanza. Inicia así la construcción del Reino de los Cielos. Pero no lo hará solo, inmediatamente se pone a buscar a sus colaboradores: Pedro y Andrés; Santiago y Juan, tú y yo… No nos parecerían los mejores candidatos, pero a todos llama Jesús y en todos confía. También en nosotros pequeños e inadecuados. Ciertamente andamos “enredados” en mil negocios, pero ahí está la invitación entusiasta de Jesús para ir a construir su Reino. Se requiere dejar nuestras redes y enredos, nuestros egoísmos y vacilaciones, para lanzarnos a seguir a Jesús. No es fácil, ya sabemos lo que le pasó a Juan el Bautista. No es fácil, ¡pero es una tarea importantísima! ¡Es Jesús quien lo pide! Jesús no es selectivo, no pone requisitos, invita a todos, solamente pide disposición, corazón abierto, coherencia y ¡amor! Así se construye su Reino. Sí, pide una respuesta generosa y mirar en cada hombre y mujer un hermano. ¿Será mucho pedir para construir un Reino nuevo?

Aparecen también muy claro en este breve sumario otros dos elementos que sostendrán la vida del discípulo: “para que se cumpliera la Palabra…” y “curando a la gente de toda enfermedad y dolencia”. Bases importantísimas sin las cuales no se puede construir ni la Iglesia ni el Reino y ¡a veces las olvidamos! y nos lanzamos ingenuamente a construir un reino sin escuchar la Palabra, sin meditar la Palabra, sin sembrarla en el corazón, sin darle su espacio. O bien, escuchamos la Palabra superficialmente y no la ponemos en práctica y no curamos a la gente de sus enfermedades y dolencias y pasamos desentendidos a su lado. Nos dividimos y peleamos por nada, nos olvidamos que somos hermanos. Ya San Pablo en su carta a los Corintios nos recuerda lo doloroso que son las divisiones y que así no se puede construir la Iglesia de Jesús. Aquí está pues la propuesta de Jesús: la aceptación de una luz que rompe las estructuras de la oscuridad, una actitud constante de conversión, la fidelidad a la Palabra, la actitud de seguimiento, la construcción de un Reino universal donde todos seamos hermanos, la opción por los pobres, son las bases que nos pone San Mateo para lanzarnos en seguimiento de Jesús y construir hoy su Reino ¿Cómo las estamos viviendo? ¿Son realmente los cimientos donde descansa nuestra vida?

Padre Bueno lleno de misericordia, conduce nuestra vida por el camino de tus mandamientos para que, unidos a tu Hijo amado, podamos comprometernos en la construcción del Reino de justicia, paz y amor que Él viene a anunciarnos. Amén.

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

Enrique Díaz Díaz

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación