Una participante: Las Jornadas de la Juventud deben entrar en la vida diaria

ROMA, 24 agosto (ZENIT.org).- «En la JMJ de Manila era delegada en el Forum Internacional de los jóvenes y estaba en la tarima con el Papa. En Tor Vergata estaba lejísimos, no veía nada y he seguido todo con la radio pegada al oído. Pero ha sido también estupendo. Una gran emoción. Un entusiasmo inmenso. Me he sentido parte de una historia, de un pueblo. Como cuando estuve en peregrinación jubilar en Jerusalén: no me he sentido extraña, sino parte integrante de aquellos lugares y de la historia de la que hablan». Loris Concetta Calabresi, laica, encargada regional de la pastoral juvenil del Lazio (la provincia a la que pertenece Roma), es una «veterana». Estuvo también en Denver y en París.

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–Ayer el Papa subrayaba el entusiasmo de los jóvenes. ¿Es un entusiasmo verdadero o un sentimiento efímero, una sugestión alimentada por el evento de masas?

–De todos modos el entusiasmo existe. Imagínate qué hubiera pasado si los chicos hubieran vuelto de Tor Vergata con las caras largas… Luego vendrá el tiempo de la «selección natural». Habrá quien aguante duro, quien abandonará, pero la propuesta ha sido hecha, la semilla ha sido echada. Y quien ha venido –aunque sólo haya sido por curiosidad, y son muchos– no estaba allí por una estrella del rock, sino para encontrarse con el Papa. Y Cristo… Ahora que hemos vuelto a casa, sacerdotes y laicos, educadores y animadores no deben dejarse llevar por el ansia de los grandes números, ni por la prisa de recoger los frutos enseguida.

–¿Cómo cultivar este entusiasmo? ¿Cómo tenerlo vivo para «incendiar el mundo con el amor de Dios»?

–Hay que aprender a vivir la vida diaria en modo excepcional, extraordinario. Sería equivocado considerar la JMJ, el gran evento, como un hecho desligado de la vida ordinaria, un bello paréntesis entre un antes y un después idénticos en la rutina. El fermento de la JMJ debe entrar en la liturgia, en la catequesis, en los vida ordinaria de nuestras parroquias y de nuestras diócesis. Pero también en nuestras ocupaciones, de estudio y de trabajo, en la vida de relación. De este modo llevaremos la JMJ también a quien no ha venido a Roma y sólo la ha podido seguir por la televisión. Allí cuenta la vida, no las palabras. No bastará decir: yo estaba. No servirá ponerse en la cátedra. Valdrá más vivir como vive un enamorado: que ilumina lo ordinario con el esplendor del amor que le ha conquistado.

–El Papa dijo ayer en la audiencia general: los jóvenes, siguiendo a Jesús, «se sienten parte de la Iglesia», «Pueblo de Dios en camino». Pero la Iglesia, ¿está dispuesta a acoger su entusiasmo?

–A veces creo que le cuesta mucho. Con las Jornadas Mundiales el Papa ha tenido una intuición extraordinaria. Pero el Papa tiene una gran pasión por los jóvenes. Y también otros pastores. Quizá no todos. Veo todavía inercias, resistencias… La gran lección de las JMJ, en cambio, es justamente el diálogo. El encuentro. Una experiencia de catolicidad, de universalidad, que nos obliga a no permanecer cerrados en los confines de la parroquia, de la diócesis, del movimiento, que también son importantes.

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ZENIT Staff

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