Una visión ortodoxa rusa del Papado (II)

Entrevista con el obispo Hilarión Alfeyev

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VIENA, domingo, 12 noviembre 2006 (ZENIT.org).- Católicos y ortodoxos deberían establecer una «alianza estratégica» para la defensa de los valores cristianos, considera el obispo Hilarión Alfeyev de Viena y Austria.

El obispo Hilarión, representante de la Iglesia Ortodoxa Rusa en las Instituciones Europeas, hace ésta y otras sugerencias en esta entrevista concedida a Zenit sobre temas relacionados con el ecumenismo.

La primera parte de la entrevista se publicó en Zenit el 10 de noviembre de 2006

–Benedicto XVI busca la «plena y visible unidad» de todos los cristianos. Una unidad que no puede ser «creada», pero que él puede animar a través de su propia conversión, de gestos concretos y de un diálogo abierto sobre temas fundamentales. ¿Sobre qué temas pueden la Ortodoxia y Roma estrechar lazos? ¿Cómo deberían ponerlos en práctica?

–Obispo Alfeyev: Creo, antes que nada, que es necesario identificar varios niveles de colaboración y luego trabajar para comprender mejor a cada nivel.

Un nivel tiene que ver con las conversaciones teológicas que lleva a cabo la Comisión conjunta Católica Ortodoxa. Estas conversaciones están y estarán centradas en las diferencias dogmáticas y eclesiológicas entre las Iglesias Católica y Ortodoxa.

A este nivel puedo predecir muchos años de trabajo difícil y exhaustivo, especialmente cuando lleguemos al tema del primado universal. Surgirán complicaciones no sólo a causa de las comprensiones muy diferentes del primado entre las tradiciones católica y ortodoxa, sino también por el hecho de que no hay comprensión unánime del primado universal entre los mismos ortodoxos.

Este hecho ya se hizo evidente durante la reciente sesión de la Comisión en Belgrado, y el desacuerdo interno dentro de la familia de las Iglesias Ortodoxas sobre este tema concreto se manifestará de modo más agudo y sorprendente en el futuro. Por lo tanto, queda por recorrer un largo y espinoso sendero.

Hay, sin embargo, otro nivel al que podemos dirigir la mirada, y aquí no es mucho más lo que nos divide que lo que nos une. Para ser específico, es el nivel de la cooperación en el campo de la misión cristiana.

Personalmente, creo que es completamente prematuro y no realista esperar la restauración de la plena comunión eucarística entre Oriente y Occidente en un futuro previsible. Nada sin embargo nos impide, a católicos y ortodoxos, testimoniar a Cristo y su Evangelio juntos al mundo moderno. Podemos no estar unidos administrativamente o eclesiásticamente, pero debemos aprender a ser colaboradores y aliados frente a desafíos comunes: secularismo militante, relativismo, ateismo o un Islam militante.

Por esta razón, desde la elección del Papa Benedicto XVI, hemos pedido repetidamente el fomento de las relaciones entre las Iglesias Católica y Ortodoxa mediante la creación de una alianza estratégica para la defensa de los valores cristianos en Europa. Las palabras «estratégica» y «alianza» no han sido hasta ahora comúnmente aceptadas para describir una colaboración como ésta.

Para mí, no son las palabras las que importan, sino más bien la connotación que hay tras ellas. Yo usé la palabra «alianza» no en sentido de una «Santa Alianza», sino más bien como se emplea en «La Alianza Mundial de las Iglesias Reformadas», por ejemplo, como un término que designa una colaboración y «partenariado» sin unidad plena administrativa o eclesial.

También buscaba evitar términos marcadamente eclesiales como «unión» porque recuerdan a los ortodoxos de Ferrara-Florencia y otros similares intentos –desafortunados- de lograr la unidad eclesial sin un acuerdo pleno doctrinal.

No se necesita ahora ni una «unión» eclesial ni una componenda doctrinal apresurada, sino más bien una cooperación «estratégica», en el sentido de desarrollar una estrategia común para combatir todos los desafíos de la modernidad.

El razonamiento que hay detrás de mi propuesta es éste: nuestras Iglesias están en camino hacia la unidad, pero hay que ser pragmáticos y reconocer que es probable que pasen décadas, si no siglos, antes de que la unidad sea restaurada.

Mientras tanto, necesitamos desesperadamente dirigirnos al mundo con una voz única. Sin ser una Iglesia, ¿no podemos actuar como una Iglesia? ¿No podemos presentarnos a la sociedad secularizada como un cuerpo unificado?

Creo con fuerza que es posible para las dos Iglesias hablar con una voz; puede haber una respuesta católico-ortodoxa a los desafíos del secularismo, liberalismo y relativismo. También en el diálogo con el Islam, católicos y ortodoxos pueden actuar juntos.

Añadiría que cualquier aproximación entre católicos y ortodoxos no debería minar los mecanismos existentes de cooperación ecuménica que incluyen también a anglicanos y protestantes, tales como el Consejo Mundial de las Iglesias y la Conferencia de Iglesias Europeas.

Sin embargo, en la lucha contra el secularismo, liberalismo y relativismo, así como en la defensa de los valores tradicionales cristianos, la Iglesia Católica adopta una postura mucho más sin componendas que muchos protestantes. Haciendo esto se distancia de aquellos protestantes cuyas posiciones están más a tono con el desarrollo moderno.

La reciente liberalización de la doctrina y moralidad en muchas comunidades protestantes, así como en la Iglesia Anglicana, hace la cooperación entre ellas y las Iglesias de Tradición, a las que pertenecen las Iglesias Católica y Ortodoxa, cada vez más difícil.

Otro nivel de cooperación católico-ortodoxa debería ser el del intercambio cultural entre representantes de las dos Iglesias. Muchos malentendidos que existen entre nosotros tienen un origen puramente cultural.

Un mejor conocimiento de la herencia cultural mutua debería fomentar definitivamente nuestra aproximación. Exposiciones de iconos, conciertos de coros, proyectos literarios conjuntos, conferencias sobre temas culturales, todo esto puede ayudarnos a superar siglos de viejos prejuicios y mejorar el entendimiento de las tradiciones mutuas.

–En su carta al Papa, el 22 de febrero, el Patriarca de Moscú menciona algunos desafíos del mundo moderno, que deberían ser resueltos conjuntamente, y su profundo deseo de devolver los valores cristianos a la sociedad. ¿Cómo se pueden unir fuerzas de manera que los peligros del materialismo, consumismo, agnosticismo, secularismo y relativismo puedan ser superados?

–Obispo Alfeyev: Estas cuestiones surgieron durante la conferencia «Dar un Alma a Europa», que tuvo lugar en Viena del 3 al 5 de mayo de 2006. La conferencia fue organizada conjuntamente por el Pontificio Consejo para la Cultura y el Departamento de Relaciones exteriores del Patriarcado de Moscú.

Los cincuenta representantes de la Iglesia Católica y de las Iglesias Ortodoxas Rusas se reunieron para ponderar los desafíos que afronta el cristianismo en Europa y desarrollar modos de colaboración para afrontarlos.

Son precisamente el materialismo, el consumismo, el agnosticismo, el secularismo y el relativismo, todos basados en la ideología humanista liberal, los que constituyen un desafío real para el cristianismo. Y es la ideología humanista liberal la que debemos neutralizar si deseamos preservar los valores tradicionales para nosotros y para las futuras generaciones.

Hoy la ideología humanista liberal, permaneciendo en su propia plataforma de universalidad auto-fabricada, se impone a la gente que ha crecido en otras tradicionales morales y espirituales y tiene diferentes sistemas de valores. Esta gente ve en el dictado total de la ideología occidental una amenaza a su identidad.

El evidente carácter antirreligioso del humanismo liberal moderno suscita no aceptación y rechaz
o de aquellos cuya conducta esta motivada religiosamente y cuya vida espiritual está fundada en la experiencia religiosa.

Existen diversas variaciones de la respuesta religiosa a los desafíos del liberalismo totalitario y el secularismo militante. La respuesta más radical ha sido dada por los extremistas islámicos, que han declarado la «yihad» contra la civilización occidental post-cristiana con todos sus llamados valores humanos comunes.

El fenómeno del terrorismo islámico no se puede comprender sin la completa apreciación de la reacción que ha surgido en el mundo islámico contemporáneo como resultado de los intentos de Occidente de imponer su visión del mundo y sus estándares de conducta en él.

En la medida en que el Occidente secularizado persista en reclamar un monopolio global de la visión del mundo, propagando sus estándares como sin alternativa y obligatorios para todos los países, la espada de Damocles del terrorismo seguirá pendiendo sobre toda la civilización occidental.

Otra variación de la respuesta religiosa al desafío del secularismo es el intento que se está haciendo de adaptar la misma religión, incluyendo sus doctrinas y moral a los estándares liberales modernos.

Algunas comunidades protestantes han descendido ya por este sendero infiltrando los estándares liberales en su doctrina y práctica eclesial desde hace varias décadas. El resultado de este proceso ha sido una erosión de los fundamentos dogmáticos y morales del cristianismo, con sacerdotes a los que se les permite justificar o realizar «matrimonios del mismo sexo», miembros del clero que mantienen tales relaciones ellos mismos, y teólogos que reescriben la Biblia creando incontables versiones de cristianismo políticamente correcto, orientado a los valores liberales.

Finalmente, la tercera variación en la respuesta religiosa al secularismo es el intento de entrar en un diálogo pacífico, no agresivo con él, con el objetivo de obtener un equilibrio entre el modelo liberal-democrático de la estructura social occidental y el modo religioso de vida. Tal sendero ha sido elegido por las Iglesias cristianas que han permanecido fieles a la tradición, como las Iglesias Católica y Ortodoxa.

Hoy, las Iglesias Católica y Ortodoxa tienen la capacidad de llevar a cabo un diálogo con la sociedad secularizada en un alto nivel intelectual. En las doctrinas sociales de ambas Iglesias, los problemas relativos al diálogo con el humanismo secularizado en materia de valores han sido profundamente examinados desde todos los ángulos.

La Iglesia Católica ha tratado estas cuestiones en muchos documentos del Magisterio; el más reciente de ellos ha sido el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, llevado a cabo por la Comisión Pontificia Justicia y Paz y publicado en 2004.

En la tradición ortodoxa, el documento más significativo de este tipo es «Bases del Concepto Social de la Iglesia Ortodoxa Rusa», publicado en 2000.

Ambos documentos promueven la prioridad de los valores religiosos sobre los intereses de la vida secular. Oponiéndose al humanismo ateo, fomentan en cambio un humanismo guiado por los valores espirituales.

Esto significa un humanismo «que transcurre por los estándares del plan de amor de Dios en la historia», un «humanismo integral capaz de crear un nuevo orden social, económico y político, fundado en la dignidad y libertad de cada persona humana, fundado en la paz, la justicia y la solidaridad».

La comparación entre los dos documentos revela sorprendentes similitudes en las doctrinas sociales de las Iglesias Católica y Ortodoxa. Si nuestra comprensión de los asuntos sociales es tan similar, ¿por qué no podemos unir fuerzas para defenderlos?

Creo que ha llegado el momento para todos los cristianos de escoger seguir la línea tradicional, especialmente católicos y ortodoxos, para formar un frente común en orden a combatir el secularismo y el relativismo, para llevar a cabo un diálogo responsable con el Islam y las otras religiones mayores del mundo, y defender los valores cristianos contra todos los desafíos de la modernidad. Dentro de 20, 30 ó 40 años puede ser demasiado tarde.

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ZENIT Staff

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