Venezuela: ''Esta esperanza no es quimera''

Un análisis del exrector de la Universidad Católica Andrés Bello

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Ofrecemos a los lectores por su interés un artículo de Luis Ugalde, ex-rector de la Universidad Católica Andres Bello de Venezuela, y exprovincial jesuita en el país caribeño, publicado hoy en el diario El Nacional, sobre el resultado de las recientes elecciones en Venezuela.

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Quedó en evidencia que bastante más de la mitad de los venezolanos no está de acuerdo con la propuesta gubernamental estatista-partidista. En unas elecciones sin coacción, ni miedo ni uso abusivo del poder del Estado, y con un árbitro medianamente neutral, la ventaja de la opción democrático-plural sería de varios millones de votos. Esa es la realidad que el Gobierno y todos tenemos que reconocer y desde ahí poner los remedios indispensables para sanar al país enfermo. 

Algunos puntos decisivos: 

1-Pobreza y economía. El país está atrapado por los alarmantes niveles de déficit fiscal, endeudamiento, inflación, importaciones desbocadas y exportaciones no petroleras raquíticas; escasez de productos básicos, fuga de capitales y de talentos. Estatizaciones improductivas y en quiebra y la empresa privada acosada y sentenciada a muerte por el socialismo del siglo XXI. Ello hace imposible superar la pobreza, pues sin fuerte dinámica empresarial y cuantiosas inversiones no crecerá el empleo productivo de creciente calidad. El régimen ha llevado a la economía a una ecuación económica insoluble. Lo acertado para el gobierno y el país sería la vía del Brasil, que en lo económico significa abrir las puertas con garantías jurídicas a la inversión privada productiva (no a capitales meramente especulativos), estimularla y exigirla. Pero no lo aceptarán, pues para la ideología de este gobierno, la empresa privada es el demonio y la propiedad de los medios productivos el origen y causa de todo mal. 

2-Sinceración, transparencia y eficiencia de los programas sociales. La ineficiencia gubernamental, la corrupción y el sectarismo partidista, castraron las iniciales buenas intenciones de los programas sociales y de las misiones. Hay que sincerar lo que el sectarismo partidista, la propaganda y la ideología, malamente, ha tratado de disfrazar. 

En los programas más necesarios y significativos, de educación, salud, seguridad social, no es difícil aumentar su eficiencia, transparencia y universalismo (no partidismo) hacia el logro de derechos consagrados en la Constitución. 

3-Democratización política. El país requiere señales democráticas claras e inmediatas: la liberación de exiliados y presos políticos; el abuso del Ejecutivo central tiene que atacarse de inmediato con la independencia y contrapeso de los otros poderes públicos, con una sociedad civil activada y con la autonomía de los poderes regionales y locales y la colaboración eficaz del poder central. 

También la Fuerza Armada tiene que volver desde dentro de sí misma ­con apoyo de la sociedad y del Gobierno­ a su perdido lugar, importantísimo, que le reconoce la Constitución y reclama la sociedad. 

4-Reconciliación nacional con acuerdos serios y sostenidos en temas básicos, que sólo con grandes consensos y colaboración tendrán éxito. No es posible seguir seis años más así, ni podemos resignarnos ni desear el fracaso (casi inevitable) del gobierno que nace. Se requiere un gran aliento espiritual de renovación, de reconciliación y de esfuerzo esperanzado, con hechos y políticas concretas. La violencia es una terrible enfermedad que como el cáncer va invadiendo todo. Se ha sembrado odio, descalificación y agresividad en los corazones. Son múltiples las políticas necesarias de educación, de trabajo juvenil y de disuasión de la violencia, pero ninguna como el reconocimiento de corazón de nuestra condición de hermanos que hace sagrada la vida de tu posible asesinado. 

Reconocimiento no sólo para no matarnos, sino para ser capaces juntos de poner vida donde hay muerte y miseria. 

5- Presidente educador 

El nuevo Presidente por encima de todo debiera ser educador, reeducador político a tiempo completo, con la dignidad de los más pobres por delante y la Constitución en la mano. 

Esta esperanza no es un delito ni una quimera, es una realidad de vida o muerte para el gobierno que empieza hoy. 

Es obvio que él y su ala estalinista están obcecados ideológicamente y consideran todo esto como una rendición ante el enemigo antirrevolucionario y la «derecha imperialista». Pero no hacerlo lo llevará a un suicidio político más pronto que tarde. Por eso, todos los demócratas, con Capriles y la mayoría esperanzada deben seguir unidos y activados por la vida del país. 

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ZENIT Staff

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