Vicente de Paúl: Un llamado a la santidad

La Iglesia celebra hoy a un apóstol de la caridad

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Por el padre José Antonio Ubillús Lamadrid, CM*

LIMA, jueves 27 septiembre 2012 (ZENIT.org).- Santidad es una palabra cargada de admiración y de estupor. El santo concita adhesiones e inquietudes. En él ha sintetizado la historia cristiana lo que más estima del hombre. Lo que sigue, sin pretensiones de agotar el tema, es un intento por hacer ver dónde radica la novedad, siempre actual e interpelante, de la santidad de Vicente de Paúl.

En la fuerza del Espíritu

La santidad consiste en aprender a amar y vivir el amor. La santidad, que continúa siendo esencialmente un don es también una tarea, una tarea que pone en movimiento el mecanismo parado o estropeado del amor. Por aquí ha de ir el camino de la santidad. Ama y haz lo que quieras, continúa siendo una verdad importante.

Amar, no obstante, es difícil. La permanente provocación que supone el amor pide a unos paciencia a prueba de olvidos, indiferencias, negativas y desprecios, a otros el valor que vence la timidez, el miedo, el permanente fracaso aparente, la desesperación y la violencia.

Amar es prácticamente imposible sin el Espíritu de Jesús. Por eso amar es cuestión de Espíritu; es fruto del Espíritu. Ser santo es amar como Jesús amó por la fuerza del mismo Espíritu. El cristiano tiene que tomar conciencia de que el Espíritu que derrama amor en el hombre es el Espíritu que preside la marcha de la historia. La presencia, pues, del cristiano en la historia, es la prueba de la presencia del Espíritu en el hombre; un Espíritu que le exige vincularse a una realidad exterior y a una solidaridad real y directa.

El camino cristiano es un camino hacia un Dios que llama al hombre y sale a su encuentro. A la ascensión corresponde el descenso. Y, aun cuando parezca que el hombre va en busca de un mundo que desconoce, pero por el que se siente atraído, pronto reconoce que esa atracción es causada en él por un Dios que le ha creado para comunicársele.

Este hecho cambia todo el sentido del esfuerzo, espiritual: no se trata ya de subir y tomar; en esta ascensión se trata de recibir. La aventura espiritual del hombre se convierte en una historia y un encuentro que incluye tres aspectos: la iniciativa de Dios, el encuentro de Dios en Jesucristo y la respuesta del hombre en la fe.

La santidad de Vicente de Paúl: camino y experiencia

Quien hace una «lectura contemplativa» de las cartas y conferencias de san Vicente, llega necesariamente a la conclusión de que la santidad del santo del gran siglo no se reduce a una serie de prácticas y compromisos bien intencionados, sino más bien a un camino o a un itinerario espiritual en el que se va gestando al mismo tiempo una experiencia espiritual, cuya característica más resaltante es una profunda pasión por Cristo y por los pobres, es decir, una contemplación de Dios Padre en Jesucristo y una acción misericordiosa y compasiva con los pobres, rostros vivos de Cristo.

La vida del hombre tiene una línea de continuidad y en este sentido solo impropiamente podemos hablar de «caminos», ya que la persona da unidad a todas las acciones y acontecimientos en que se desarrolla la vida personal. Pero es oportuno hablar de caminos en razón de las distintas posibilidades que se le ofrecen a la persona y en razón de las orientaciones diversas e incluso contrapuestas que sigue uno a lo largo de su vida. Ni Vicente de Paúl nació santo ni sus proyectos y ensayos de juventud coincidirían con su decisión y orientación definitiva, una vez que se decidió a aceptar en su vida el plan de Dios.

Vicente nace en un ambiente familiar campesino que le marcará hasta el final de su vida. Entra en el mundo social y eclesial con fuerza e ilusión, y recorre diversos caminos antes de encontrar el definitivo. Movido por la ambición, se lanza en busca de un beneficio y el ascenso en la carrera sacerdotal, pero de forma persistente tropieza en esta carrera con la pobreza y los pobres. Y cuando parece haber superado este obstáculo y ve con más seguridad lo que cree ser su futuro, entra en contacto con los grandes maestros espirituales de su época, Pedro de Berulle, Benito de Canfield y Francisco de Sales, y se le abre una nueva perspectiva.

Entre los años 1609 y 1621 vive san Vicente una experiencia decisiva que transforma toda su vida, liberándole de sí mismo, de su egoísmo y de sus proyectos, y unificando toda su vida en torno al amor de Dios y del pobre. Vicente pasa por un proceso espiritual profundo que compromete toda su persona, «conocimiento-afecto-acción», frente al misterio de Dios. Los acontecimientos de estos años le llevan a una progresiva purificación que terminará con el vaciarse de sí mismo para ponerse totalmente en las manos de Dios y al servicio de los pobres.

En cada uno de los acontecimientos se da un proceso global y profundo que implica toda la persona de Vicente, aunque cada momento tenga su acento particular. El continuo fracaso de sus proyectos que termina en la acusación de robo, lleva a Vicente a un desprendimiento de sus ilusiones para poner la confianza solo en Dios. Desde ahí, sobre todo a través de la tentación contra la fe, es su mirada la que va a quedar purificada para ver el sentido de su vida en la donación. En la experiencia pastoral de Folleville y Chatillon su acción se transforma y encuentra el camino de Dios.

Una experiencia espiritual

La incorporación a Cristo iniciada por Vicente de Paúl en el bautismo, se hará experiencia viva y profundamente personal en el momento crucial de su vida. A Cristo es a quien descubre en el momento agudo de su purificación, en los acontecimientos de su historia personal, en las experiencias pastorales de Folleville, Chatillon y Montmirail. Entonces reconocerá con extraordinaria claridad el rostro auténtico de Cristo que le descubre a su vez, al mismo tiempo, a Dios y a los pobres. A partir de ese momento, la vida de Vicente de Paúl es un continuo esfuerzo por asimilarse a Cristo (Cfr. SVP X, 218).

Es precisamente esa conformación a Cristo que le llevará a unirse a Dios y ponerse al servicio de los pobres. Consciente de que la conformación a Cristo supone llegar a la demostración máxima del amor, que es entregar la vida por el que se ama (Cfr. Jn 15, 13), gastará toda su vida y energía al servicio de Cristo. Logra así la máxima unión con Dios y alcanza la mayor entrega al servicio de los pobres.

Unido a Cristo y revestido de su espíritu (Cfr. SVP XII, 112-113), san Vicente busca participar y prolongar el amor de Dios en Cristo, que se presenta como evangelizador de los pobres (Cfr. Lc 4, 18; Is 61, 1-2), y manifiesta así la gran misericordia de Dios. Penetrado de los sentimientos de Cristo y en comunión con Dios, trata Vicente de responder al amor de Dios precisamente en el servicio al prójimo, al pobre.

Con la mirada llena de fe, con la mirada de Dios, reconoce en el pobre un hermano de Cristo, un miembro de Cristo, a Cristo mismo. Efectivamente Cristo asumió la naturaleza humana y así se ha solidarizado con todo hombre, en concreto con el pobre. San Vicente empeña en consecuencia su vida en servir a Cristo en la persona de los pobres.

Pasión por Cristo y por los pobres

Toda la vida de Vicente de Paúl se ilumina y se mueve desde Cristo, y solo puede entenderse en una perspectiva, la perspectiva de Jesucristo. A la luz de Jesucristo Salvador se acerca a Dios y a los hombres. En efecto, se había grabado tan profunda y plenamente la imagen de Jesucristo en su vida, que nada de lo que podía pensar, hablar u obrar tenía otro sentido que la imitación y conducta de Jesucristo.

El Cristo con quien Vicente se siente identificado no es un ser lejano, sino un Cristo cercano a los hombres que les ha mostrado su amor a lo largo de su vida terrena hasta dar la suprema prueba. El compenetrarse de los sentimientos y afectos de Jesucristo, supone a
nte todo emprender el propio camino del «que vino para servir y quiso tomar la forma de siervo» (SVP VII, 144). Es decir, dar un giro completo en la propia vida, abandonando las máximas a las que de ordinario se encuentran inclinados los hombres (Cfr. SVP XII, 323), y tomando partido decidido por Jesucristo (Cfr. SVP X, 137), aferrándose absolutamente a su palabra, poniéndose confiada y amorosamente en sus manos.

Jesucristo se le presenta a san Vicente viniendo a este mundo para colmar toda la esperanza mesiánica. Es necesario entrar en los mismos sentimientos de Jesucristo, que lleno de misericordia y amor hacia los hombres, dejó «el trono de su padre» y quiso participar en todas las miserias del hombre (SVP XII, 265). Es el espíritu de compasión el que hizo venir a Jesucristo del cielo a la tierra. «Veía a los hombres privados de su gloria y se sintió afectado por su desgracia», explica san Vicente (SVP XII, 271).

La unión con Dios en Jesucristo pasa por la compasión, la participación en la situación de los pobres. «Cuando vayamos a ver a los pobres -insiste san Vicente-, hemos de entrar en sus sentimientos para sufrir con ellos y ponernos en las disposiciones de aquel gran apóstol que decía: «Omnibus omnia facta sum, me he hecho todo a todos» (SVP XI, 340-341; Cfr. 1 Cor 9, 22).

Servir a Jesucristo en los pobres no es para Vicente de Paúl solo una visión de fe, una convicción, es una vivencia profunda que le lleva a considerar a los pobres sus amos y señores (Cfr SVP XI, 393), y ver en el servicio a ellos el grado más alto de amor y unión a Jesucristo (Cfr SVP IV, 370). En efecto, el servicio a los pobres es un martirio de amor, es el camino de santidad más eminente porque como dice un santo Padre: «Todo el que se entrega a Dios para servir al prójimo, y sufre de buena gana todas las dificultades que allí encuentre, es mártir» (SVP IX, 270).

Este es, a mi modo de ver, el camino de santidad que nos propone Vicente de Paúl, novedoso, actual y exigente como el evangelio de Jesús. Camino que debemos asumir con un gran sentido hermenéutico, ubicándonos y ubicándolo en el contexto histórico actual, convirtiéndolo en la meta de nuestra vida, de nuestra vocación, de nuestra acción misionera y del servicio a los pobres y marginados.

*Congregación de la Misión – Vicentinos

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ZENIT Staff

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