Vida y milagro de fray Olallo, primer beatificado en Cuba

Será elevado a los altares el 29 de noviembre

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LA HABANA, miércoles, 12 noviembre 2008 (ZENIT.org).- Curiosamente la vida y el milagro oficialmente reconocido a fray José Olallo Valdés, religioso de la Orden de los Hermanos de San Juan de Dios, quien se convertirá el 29 de noviembre en el primer beatificado en Cuba, sigue siendo desconocida en buena parte de ambientes de la Iglesia.

En la segunda parte de esta entrevista, el padre Félix Lizaso OH (Cf. Zenit, 11 de noviembre de 2008), postulador de su causa de beatificación, revela los motivos por los que la Iglesia le presenta como modelo para los cristianos, en particular, para sus compatriotas.

–¿Cuál es el «secreto» del nuevo beato?

–Padre Lizaso: No tiene ningún «secreto» en sí mismo, el que un siervo de Dios sea proclamado beato o santo. Pero si deseamos atribuirle uno, no es otro que el de su santidad reconocida; o sea, que la Iglesia haya aprobado su vida santa con el milagro. En nuestro caso del nuevo beato Olallo Valdés, la Iglesia lo ha hecho ya reconociendo su espíritu de vida íntegra y ejemplar, y su plena y total entrega en la acogida y asistencia, de por vida, a los más pobres, enfermos, abandonados.

El beato Olallo fue tan perfecto imitador de san Juan de Dios, su fundador que, como él, también Olallo fue calificado con los títulos de «héroe de la caridad», «apóstol de la caridad», «padre de los pobres», entre otros.

–Para una beatificación se necesita un milagro. ¿En qué consistió en este caso?

–Padre Lizaso: Por lo mismo que a la muerte del padre Olallo, el pueblo entero se echó a la calle y empezó a manifestar su veneración con extraordinarias manifestaciones de pena, de oración y participando a sus funerales y entierro, también después continuaron visitando su tumba; del recuerdo y de la admiración agradecida, sus devotos pasaron a una conmovida veneración: le visitaban, le rezaban, le llevaban flores, le pedían su ayuda e intercesión y ellos sentían su amparo, su patrocinio y expresaban

las gracias y favores recibidos.

El recuerdo y admiración se convirtieron en veneración e intercesión, signo de su fama de santidad, mantenidas por espacio de cien años, y después afirmadas y declaradas por no pocos de los testigos al Tribunal del Proceso sobre su santidad.

Con el inicio del Proceso y estudio de su santidad, se acentuó todavía más la veneración; era muy frecuente recibir en la Postulación cartas comunicando nuevas gracias y favores recibidos por intercesión del Padre Olallo. De los diversos casos comunicados, se escogió uno por su peculiaridad: fue el de la curación de una niña de 3 años, llamada Danielita Cabrera Ramos, de la misma ciudad de Camagüey. La enfermedad que afectaba a la niña fue catalogada y diagnosticada como un «linfoma non Hodgkin probable Burkitt, en el 3-4 estadio, con vasta difusión abdominal, complicado con una insuficiencia renal aguda y precoz recaída».

Su curación inmediata y perfecta ocurrió la tarde del 18 de septiembre de 1999, sábado. Se puede sostener que fue fruto de una continua oración comunitaria de toda la parroquia, además de otros grupos y vecinos de la familia, los cuales unidos y estimulados por el ejemplo de fe y confianza en el Siervo de Dios Olallo de los padres de Danielita. Todos reconocieron que cuanto más se manifestaba la gravedad, más redoblaban la oración.

–Los tiempos vividos por el futuro beato no eran nada fáciles para los religiosos, ¿puede describirnos un poco los desafíos de aquel entonces y cómo fray José y su Orden reaccionaron?

–Padre Lizaso: Sí, realmente, no eran tiempos fáciles, los años propios del siglo XIX, en que le tocó vivir al beato Olallo. En la Isla de Cuba, como en la mayoría de los países de América Latina, eran pueblos que se estaban constituyendo en su identidad con el deseo de su emancipación y en plena evolución en su desarrollo social y político; al mismo tiempo reinaba mucha pobreza, falta de higiene, apareciendo graves epidemias, existiendo todavía la esclavitud, con dominio del que más podía, etc., etc.

El padre Olallo se desenvolvió durante 54 años en un hospital para pobres y ancianos, en medio de la falta de medios, hambre, guerra, epidemias, esclavitud, rivalidades políticas y sociales, etc., y siempre y continuamente estuvo comprometido en esos ambientes y sus necesidades.

Un autor escribe: «En el período terrible y borrascoso en que luchaban desencadenadas las pasiones de los hombres, ajeno a la contienda, él era el único tal vez, que no guardaba rencor, y al verse solo no sintió vértigos, ni vacilaciones en su obra, y supo rechazar la honra, aunque merecida, y perdonar la injuria, siempre injusta».

En medio de tan desastrosa situación social, también le tocó sobrellevar el momento difícil que vivía la Iglesia y los religiosos, con la desamortización y la exclaustración con todas sus consecuencias, más bien desastrosas, para los sacerdotes, los conventos y las personas consagradas.

En condición de exclaustrado continuó el Padre Olallo en el hospital, como un enfermero civil, pero muy admirado y reconocido por el pueblo por su calidad de vida. De los 25 últimos años de su vida, los primeros diez tuvo que atender de una grave enfermedad a su entonces único compañero religioso, fray Juan Manuel Torres, y después que él murió, los 13 últimos de su vida, se quedó totalmente solo en el hospital, como único superviviente hospitalario. Únicamente Dios y unos pocos bienhechores estaban cerca de él.

–El carisma de la Orden Hospitalaria es la hospitalidad. ¿En qué consistió en tiempos de fray José Olallo Valdés, en que consiste hoy? ¿Qué quiere decir «hospitalidad»?

–Padre Lizaso: Mientras comúnmente la hospitalidad se orientaba a la acogida de peregrinos en sentido de albergues, en cuanto acepción común del término «hospitalidad», el mismo término con San Juan de Dios adquiere una significación particular, más directa y profunda, de carisma de acogida y asistencia con actitud cristiana y evangélica hacia los enfermos y preocupación de ayuda al pobre y necesitado en general.

Concretando en Olallo Valdés, el carisma hospitalario se manifestó mediante su cercanía, acogida, asistencia y curación por y con amor a toda persona enferma y necesitada. Olallo desde el primer momento (se incorporó a Camagüey a los 15 años) se entregó con plena dedicación a los enfermos, sobresaliendo pronto asistiendo a los afectados del cólera morbo; se multiplicó en todas las circunstancias, se puede decir fáciles y difíciles, siempre y continuamente.

En las circunstancias normales no fue menos su preocupación y dedicación a los ancianos, muchas veces abandonados, a enfermos pobres, lo mismo que acogiendo a niños de la calle, e incluso sin escuela, y siempre sin acepción de personas. Todo enfermo es un necesitado. Además de enfermero, en virtud del carisma de la hospitalidad aprendió y practicó de cirujano, de médico, de farmacéutico, e incluso de maestro y educador, no suplantando a ningún profesional, sino ayudando a quien no lo tenía o estaba impedido de tenerlo.

Hoy la hospitalidad en la Orden de San Juan de Dios, sin perder de vista toda asistencia a enfermos y necesitados, tanto en sentido sanitario como social, va más dirigida a realizar, suplir y complementar necesidades sociales y asistenciales no cubiertas suficientemente, teniendo en cuenta siempre lugares y circunstancias, sin olvidar las misiones y países del tercer mundo.

–¿Qué es lo que usted estima más en el nuevo beato? ¿Hay algo que aprendió de él? ¿Qué era verdaderamente impresionante para usted?

–Padre Lizaso: Al conocerle, mi reacción primera fue de admiración y pena. Admiración ante una figura tan singular, tan íntegra, tan fenomenal e íntegro como persona, como hospitalar
io y como santo, y pena por haber pasado tantos años sin haber sido conocido y reconocido.

Además del modo extraordinario de comportamiento que Olallo mostraba, lo que más me llamó la atención fue desde el primer momento su grandeza de espíritu y su constancia. Me admiró especialmente su reacción positiva desde el primer momento ante la acogida un tanto despectiva del primer superior en Camagüey que, considerándole un jovenzuelo inmaduro, en pocos meses cambió su prevención en «afecto y confianza», reconociendo que Olallo había llegado a ser como «sus pies y sus manos».

Al ir conociendo los testimonios sobre Olallo comprendí los designios de Dios en él: se cumplía el criterio evangélico de que el humilde es ensalzado, pues había permanecido en la penumbra histórica, oculto en el corazón del pueblo camagüeyano y en el momento preciso surgía su testimonio tan fuerte, que apareció su figura como una nueva estrella en el firmamento, la perla preciosa del evangelio, que aparecía para enriquecer e iluminar a Camagüey, a todo Cuba, a la Orden de San Juan de Dios, en definitiva a la Iglesia, cual modelo evangélico del Jesús compasivo y misericordioso y buen samaritano.

Y más en particular personalmente, Olallo se me fue haciendo un Hermano especial, de desconocido a inmediato y compañero, que me ha estimulado e incluso denunciado; también se me presentó necesitado, no por él ni para él, sino un Hermano nuevo que el Señor nos lo regalaba para nosotros, para que su testimonio nos iluminara a todos. Él con la Orden, la Iglesia y Dios pedía mi aportación como Hermano de San Juan de Dios-Postulador, para que su extraordinario testimonio carismático de hospitalidad heroica fuera conocido, reconocido, y desde la Iglesia iluminara el camino de Cuba y de

la Orden en lo que es la esencia del evangelio, el amor, hecho servicio en favor de los que sufren a nuestro alrededor.

Considero que la beatificación del hermano Olallo Valdés es el momento en que la perla preciosa es presentada, descubierta, a todos por la Iglesia.

Por Dominik Hartig

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ZENIT Staff

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