Vidas en el Limbo: Los embriones humanos «abandonados»

Incluso los teólogos difieren en qué hacer con ellos

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LONDRES, 15 diciembre 2001 (ZENIT.org).- La fertilización artificial y el aumento de experimentos con células embrionales han dado creado todo un campo minado para la ética.

Examinemos algunos ejemplos. En Gran Bretaña, una familia está esperando un bebé “diseñado”, cuya médula ósea podría usarse en beneficio de su hermano. Susana y David Peters fueron a Estados Unidos para poder tener un bebé cuyo sistema inmunológico pudiera ser de ayuda para su otro hijos, que se está recuperando de leucemia, informaba el Guardian de 15 de octubre.

Hay un 25% de posibilidades de que el hijo de los Peters, Marcus, de 4 años de edad, sufra un recaída en los próximos años. Por eso, quieren estar seguros de que el donante compatible de médula ósea será capaz de salvar su vida.

La tecnología actual permite a una madre recibir un tratamiento de fertilización in vitro y proteger los embriones, antes de su implantación en el seno materno, para seleccionar un bebé que proporcionará el tejido perfecto adecuado para la donación. Las leyes británicas prohíben esto, por lo que la familia viajó a Estados Unidos.

Se seleccionaron 11 embriones; solamente uno resultó saludable y compatible, y fue implantado. Pero al volver al Reino Unido, el embarazo se malogró finalmente. Susanna tuvo que volver a Chicago. De los otros 11 embriones, cinco eran compatibles, pero solamente tres se desarrollaron hasta el punto en que podían ser implantados, y de uno, los Peters quedaron embarazados.

Podemos tomar también el caso de Gaye Woolford, un enfermo de Huntington. Su problema cerebral ha sido tratado por medio de inyecciones de células cerebrales procedentes de un feto abortado. El Guardian del 11 de septiembre informaba que Woolford, cuyo tratamiento comenzó el año pasado, es uno de los cuatro enfermos de Huntington británicos en recibir este tratamiento en el hospital Addenbrooke’s de Cambridge.

Los médicos esperan que las células transplantadas, que no llevan el gen mutante que causa la enfermedad y que se encuentran en un estado de desarrollo lo bastante temprano como para ser flexibles, se acoplarán ellas mismas en el cerebro huésped y prosperarán en él, reemplazando el tejido dañado.

La selección de los embriones producidos por fertilización in vitro, que tiene como resultado que a los indeseados se les deje morir, recibe el nombre de diagnosis genética de pre-implantación (en inglés PGD). La PGD fue recientemente defendida por Robert J. Boyle, un experto en genética, y Julian Savulescu, profesor de ética médica, en un artículo aparecido el 24 de noviembre en el British Medical Journal.

Hacían notar cómo a finales de 1999, una pareja en Estados Unidos se sometió a la fertilización in vitro y, por primera vez, se usó el PGD para seleccionar sus embriones entre aquellos cuyo tipo de tejido fuera compatible con el de su hija, que sufría anemia de Fanconi. Con más de cuatro ciclos de tratamiento, se implantaron cinco embriones idóneos; uno de ellos sobrevivió y, al nacer, se recogió la sangre del cordón umbilical. Esta sangre fue usada para la hija en un transplante con éxito de células estaminales.

De paso, el artículo observaba, que no existen unas directrices profesionales específicas para el uso del PGD en beneficio de una persona viva.

Los autores mantienen que “con tal que los padres quieran a su niño, poco problema habrá en que ese niño beneficie a otros”. Razonaban que, de esta manera, un niño concebido para una donación de células estaminales es probable que sea valorado como una persona.

A la objeción de que el PGD tiene como resultado la destrucción innecesaria de embriones que son donantes de tejidos incompatibles pero con probabilidad de estar sanos, el artículo indica que la legislación británica permite que los embriones sean destruidos antes de los 14 días de edad.

Como Juan Pablo II estableció en su encíclica “El Evangelio de la Vida”, las técnicas de reproducción artificial, aunque puedan usarse con la intención de salvar la vida, actualmente “abre la puerta a nuevas amenazas contra la vida” (No. 14). Criticaba en la encíclica la destrucción de embriones y avisaba contra la reducción de la vida humana al nivel de mero material biológico del que se puede disponer.

El destino de los congelados
Otro problema ético es qué hacer con el gran número de embriones congelados que quedan tras los tratamiento de fecundación in vitro (IVF).

En España, el gobierno planea corregir las leyes que regulan la IVF para permitir la investigación con un plus añadido de embriones, informaba el diario madrileño ABC el 3 de diciembre. El uso de los embriones requerirá el permiso de los padres.

La Comisión Nacional para la Reproducción Artificial expresó una opinión diferente. Este organismo recomendó que los embriones “sobrantes” se destruyeran.

Las clínicas españolas se estima que tienen actualmente de treinta a cuarenta mil embriones congelados. La mayoría de estos han sido conservados por más tiempo que el establecido por una ley de 1988.

El periódico español El País también informaba el 3 de diciembre de un sondeo de opinión organizado por una de estas clínicas, y llevado a cabo entre 260 parejas, que mostraba que el 61% estaba a favor o de destruir los embriones o de usarlos para experimentación.

La cuestión de qué hacer con los embriones congelados que se guardan en las clínicas de IVF es un tema espinoso. Los eruditos católicos están divididos en el tema, y la Iglesia no ha hecho ninguna declaración oficial sobre el asunto.

Los moralistas católicos coinciden en que la vida comienza en la fecundación y debe ser protegida hasta su muerte natural. Además, los embriones congelados tienen identidad, dignidad y un derecho inherente a la vida.

Sin embargo, el teólogo y moralista, Monseñor William B. Smith, y la filósofa Mary Geach, creen que no es moralmente lícito intentar rescatar estos embriones. Monseñor Smith cita, en defensa de su postura, la oposición del texto “Donum Vitae” a la maternidad sustitutiva.

Otros, entre quienes se encuentran Germain Grisez y William E. May, defienden que puede ser moralmente lícito para una pareja el ofrecerse voluntaria para adoptar un embrión congelado para que sea implantado en el vientre de otra mujer.

El debate en curso se examinaba en la entrega veraniega de la Human Life Review, en un artículo de Brian Caulfield.

El artículo observaba que el Hermano Franciscano Daniel Sulmasy, un médico que encabeza el departamento de ética médica en el St. Vincent’s Medical Center de Nueva York, estaba de parte de Mons. Smith. El Dr. Sulmasy cita las dificultades morales que surgen del hecho de que una mujer se queda embarazada fuera de las relaciones maritales que produjeron el embrión.

Pero Robert George, un experto en la doctrina de la ley natural en la Universidad de Princeton, coincidía con May que la elección de una mujer de adoptar un embrión congelado es en algunos casos digna de alabanza. Concedía que esta suerte de adopción puede implicar un uso del cuerpo como un instrumento, y actuar así puede reducir el valor del cuerpo y del embarazo como bienes en sí mismos. Pero concluía que se da “un caso de fuerza mayor para la permisividad”.

El obispo Elio Sgreccia, de la Pontificia Academia para la vida, decía la pasada primavera que la adopción de embriones tiene “un fin que es bueno” y no puede ser rechazada como ilícita.

Pero dado el alto grado de fracasos en la implantación y el hecho de que el proceso de congelación y descongelación podría causar que muchos embriones sufrieran daños genéticos, Mons. Sgreccia concluía: “¿Se puede aconsejar realmente a una mujer que lo haga? Sería como aconsejar el heroísmo… El tema se presenta como un gran signo d
e interrogación. Para comenzar, nunca deberíamos haber tomado este camino”.

Si los países deciden dar una vuelta en el camino, esto determinará el destino de incontables minúsculas vidas.

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ZENIT Staff

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