Vietnam: Ser obispo no es un honor, es una misión

Entrevista a monseñor Hoang, obispo en Vietnam

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ROMA, domingo 8 enero 2011 (ZENIT.org).- Vietnam es un país que tiene un único partido político, el comunista. Cada religión es tratada como una fuerza social, que debe contribuir al progreso del país bajo la dirección del Partido Comunista. Marie-Pauline Meyer de Where God Weeps, en colaboración con Ayuda a la Iglesia Necesitada, entrevista a monseñor Cosme Hoang Van Dat SJ, obispo de Bac Ninh, al norte de Vietnam.

¿Es difícil ser obispo católico en un estado comunista?

–Monseñor Hoang Van Dat: No es difícil porque creo que ser obispo es ser sucesor de los apóstoles que Cristo envió a todas las partes del mundo; los países comunistas forman parte del mundo y es necesario que lleguen a ellos también. Vietnam es un país comunista y es difícil a veces. Pero es necesario que haya un obispo presente.

¿Siente que el gobierno le vigila siempre?

–Monseñor Hoang Van Dat: Estoy convencido de que el gobierno vigila todo lo que hago.

¿Diría que la Iglesia Católica en Vietnam es una iglesia perseguida?

–Monseñor Hoang Van Dat: Hace muchos años sí, pero no ahora. Hace años, la Iglesia se enfrentaba a tiempos difíciles. Casi todos los sacerdotes y seminaristas estaban en prisión; mi vicario general pasó nueve años en prisión cuando era seminarista. Ahora somos más libres.

Usted es jesuita ¿Qué le atrajo a los jesuitas?

–Monseñor Hoang Van Dat: Me uní a los jesuitas en 1967, cuando tenía 19 años. Fue durante la guerra de Vietnam. Creía que en ese momento la guerra y las armas no eran un buena solución para el país. Dos figuras prevalecieron en mi decisión de unirme a los jesuitas: san Francisco Javier y Alejandro de Rhodas, uno de los primeros misioneros en Vietnam, ambos jesuitas. Así que me convertí en jesuita para convertirme en misionero, aunque en esa época me imaginé mi vida como misionero en África, pero todavía no he ido.

¿Qué le dijeron sus padres cuando les contó que quería ser sacerdote?

–Monseñor Hoang Van Dat: Mi padre murió cuando tenía seis años y viví con mi madre que es muy religiosa. Ella siempre pensó que yo era un joven cuya única preocupación era divertirse. Cuando decidí unirme a los jesuitas, me dijo que no podía negarle nada a Dios pero que nunca pensó que sería sacerdote.

Vietnam tiene un rápido crecimiento económico. ¿Piensa que este progreso material afectará a la juventud y a su fe católica, o a las demás religiones?

–Monseñor Hoang Van Dat: Se han realizado progresos en la situación económica del país y esto ha tenido consecuencias en la gente, incluyendo a los católicos. Yo, por ejemplo, estaba satisfecho con una vida sencilla, era feliz plantando flores. No necesitaba cosas modernas que me hicieran la vida más cómoda. No sé en otras zonas, pero en mi diócesis existen muchas tradiciones buenas y a los vietnamitas les gusta mantenerlas. Si los padres y los abuelos son practicantes, no hay peligro de que los nietos se vuelvan ateos. Por ejemplo, el domingo de Ramos invité a los jóvenes a la casa del obispo. Esperaba a unos doscientos y aparecieron unos cinco mil. ¡Increíble!

¿Cómo cabían en su casa?

–Monseñor Hoang Van Dat: Lo hicieron y les dimos pan y un poco de leche, que aceptaron con alegría, eso fue todo. Somos pobres y lo aceptamos todo.

Pero como obispo ¿tiene que tener cosas materiales?

–Monseñor Hoang Van Dat: Como obispo, tengo que tener ordenador, coche… pero cuando era sacerdote me movía con una bici. Más aún, antes de mi nombramiento como obispo, en Hanoi fui a celebrar la santa misa haciendo quince kilómetros en bicicleta. Me sentía feliz de hacer así las cosas. Ahora no soy capaz de hacerlo.

Su diócesis es la de Bac Ninh al norte de Vietnam ¿Nos puede hablar de ella?

–Monseñor Hoang Van Dat: Tenemos más de ocho millones de habitantes y 125.000 católicos. Muchos de ellos, granjeros. Somos pobres, más pobres que en Hanoi. No se puede comparar con Europa. Tenemos más dificultades. Hemos perdido la mayoría de nuestras propiedades y el 50% de nuestras iglesias fueron destruidas durante la guerra.

¿Cómo nos describiría la fe, a pesar de tener tan pocos católicos en su zona?

–Monseñor Hoang Van Dat: Los católicos de mi diócesis tienen una fe muy fuerte pero no tienen una formación espiritual e intelectual. Es muy difícil, pero creo que su fe es buena. Van a la iglesia todos los días, algunas veces dos o tres veces a la semana en muchos pueblos, y creo que su fe tiene futuro.

Usted ha trabajado con leprosos durante mucho tiempo. ¿Cuál fue su reacción inicial?

–Monseñor Hoang Van Dat: Al principio les tenía miedo pero, conociéndolos mejor, mi corazón superó mi miedo y aprendí a cuidarlos y a quererlos. Al principio me costaba comer con ellos pero, después de algún tiempo, fui capaz de comer con ellos sin problemas.

¿Viven fuera de la ciudad?

–Monseñor Hoang Van Dat: Son libres y se les permite vivir donde quieran, pero han decidido vivir juntos para darse más apoyo. A menudo no reciben visitas cuando viven con sus familias o no se les acoge cuando quieren visitar a sus familias. Yo tengo muchos amigos leprosos.

¿Qué podemos hacer por la Iglesia Católica en Vietnam?

–Monseñor Hoang Van Dat: En primer lugar necesitamos sus oraciones y ayuda material. Necesitamos dinero para la formación de sacerdotes, religiosas y catequistas laicos. Necesitamos también iglesias para los granjeros católicos, porque una iglesia es muy importante para esta gente. Es un signo de su fe y es muy necesario para la consolidación de la misma y para la educación de sus hijos.

Para saber más: www.WhereGodWeeps.org.

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ZENIT Staff

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