«Volver a vivir» después de la droga

Por monseñor Cristián Contreras Villarroel, secretario general de la Conferencia Episcopal de Chile

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SANTIAGO, sábado, 8 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de monseñor Cristián Contreras Villarroel, obispo auxiliar de Santiago y secretario general de la Conferencia Episcopal de Chile, en el primer encuentro del Consejo Nacional de Chile para el Control de Estupefacientes (CONACE) con el mundo cristiano (5 de diciembre de 2007).

* * *

El Señor ha querido convocarnos a este encuentro de diversas instituciones unidas por la intención común de ayudar a enfrentar como sociedad el problema de las adicciones. Nos parece providencial que este encuentro ocurra justo en un momento en el que los más importantes referentes políticos del país han alcanzado principios de acuerdos para el tema de la seguridad ciudadana, acuerdos que realzan la importancia de la prevención. Nos llena de esperanza que la preocupación se traslade sustantivamente hacia los grandes procesos de educación y de trabajo comunitario, más que a la construcción de cárceles o a prácticas represivas.

Cuánto deseamos que este consenso, nuevo fruto del diálogo que la Iglesia siempre estimula, se pueda concretar en soluciones reales para los hermanos que sufren, de un modo especial los más jóvenes y los más pobres.

En el Chile de hoy, el problema de las drogas afecta a muchísimas personas, familias y barrios. Hace un año el Presidente de la Conferencia Episcopal, por mandato del Comité Permanente, decía que esta situación «se nos ha instalado casi sin darnos cuenta» y «nos desafía a buscar respuestas más efectivas, teniendo siempre como norte y fin último a la persona»(1). Para la Iglesia, el sufrimiento producido por el consumo de drogas, más que un problema individual, es un fenómeno social que se expresa en personas concretas, y que corresponde a manifestaciones de las «nuevas pobrezas» de las que el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nos invita a hacernos cargo(2).

El Documento Conclusivo de Aparecida afirma que el problema de la droga es «como una mancha de aceite que invade todo. No reconoce fronteras, ni geográficas ni humanas. Ataca por igual a países ricos y pobres, a niños, jóvenes, adultos y ancianos, a hombres y mujeres»(3). Los obispos también han dejado en claro que «la Iglesia no puede permanecer indiferente ante este flagelo que está destruyendo a la humanidad, especialmente a las nuevas generaciones»(4).

Por eso no es casualidad que en Chile, con importantes éxitos y también con algunos fracasos, la Iglesia Católica haya asumido desde hace décadas como una de sus tareas propias el acompañamiento a personas, familias y comunidades afectadas por este flagelo. El celo apostólico, la dedicación y el sacrificio del padre Sergio Naser y de sus principales colaboradores durante todos estos años, son un capital que honra a nuestra pastoral. Y nos honra fundamentalmente porque toda la iniciativa que la Pastoral de Alcoholismo y Drogadicción ha aportado hacia la sociedad, brota del corazón mismo del Evangelio. Es por amor a Jesucristo y por nuestra adhesión a su mensaje que estamos llamados a realizar esta misión.

La labor de la Iglesia en este campo se dirige especialmente en tres direcciones: prevención, acompañamiento y apoyo de las políticas gubernamentales para enfrentar esta pandemia. En el campo de la prevención, insistimos en la educación en valores para las nuevas generaciones, especialmente el valor de la vida y del amor, la propia responsabilidad y la dignidad humana de los hijos de Dios. En el acompañamiento, la Iglesia está al lado del drogadicto y su entorno para ayudarle a recuperar su dignidad y vencer esta enfermedad. En el apoyo a la erradicación de la droga, la Iglesia no deja de denunciar la criminalidad sin nombre de los narcotraficantes que comercian con tantas vidas humanas, teniendo como meta el lucro y la violencia en sus más bajas expresiones.

Permítanme evocar, en esta oportunidad, uno de los momentos más hermosos de los que hemos sido testigos en este año que termina. En mayo, el Santo Padre Benedicto XVI visitó la Hacienda de la Esperanza, en la localidad brasileña de Guaratinguetá, una granja comunitaria creada en 1979 por un sacerdote alemán para la recuperación de jóvenes toxicómanos y alcohólicos, y para la acogida de madres solteras, de familias necesitadas, de personas sin techo y de enfermos de SIDA en fase terminal. En ese lugar, en íntima unión con Jesucristo a través de la oración y la meditación bíblica, en la convivencia fraterna del duro trabajo cotidiano que les permite ganarse el sustento, los jóvenes realizan su camino para abandonar la droga y volver a insertarse en su familia y en la sociedad.

El mismo Papa primero y semanas después los obispos conocieron en boca de los propios recuperados, la maravilla de su conversión y del proceso de sanación que los libera del flagelo de la droga, que les devuelve su dignidad y que los reencuentra con Cristo, con la Iglesia, con su familia y con la sociedad. El Papa, visiblemente conmovido, levantó la voz entonces para dirigirse a los narcotraficantes: «Dios les pedirá cuentas de lo que han hecho»(5).

Junto a Benedicto XVI, reafirmamos hoy esta convicción: «la dignidad humana no puede ser pisoteada de este modo»(6). El mal provocado recibe la misma reprobación que Jesús expresó a quienes escandalizaban a los «más pequeños», los preferidos de Dios».

Hoy se habla mucho de prevenir. Como señaló Mons. Goic: «prevenir’ sugiere la capacidad de anticiparse, identificando causas reales y atendiendo antes que la situación se produzca»(7). Y eso mismo, en nuestra sociedad, significa atender a todas las personas en sus derechos y necesidades básicas desde su concepción en el vientre materno hasta su muerte natural. Por eso entregamos nuestro apoyo a aquellas iniciativas que, en este sentido, se realizan desde el Estado, la sociedad civil y las iglesias cristianas por acompañar a las personas que sufren la droga. Quiera el Señor que todos estos esfuerzos se vean coronados en testimonios tan significativos como los que el Papa Benedicto XVI conoció en la Hacienda Esperanza: testimonios de jóvenes agradecidos que sentían que habían vuelto a la vida. Es el testimonio que ustedes compartirán durante esta jornada inédita. Dios bendiga estos trabajos.

Muchas gracias.

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(1) Mons. Alejandro Goic, Presidente de la CECh, Hacia un Bicentenario libre del flagelo de la droga, 25 de septiembre de 2006.
(2) Cfr. Compendio Doctrina Social de la Iglesia nº 5
(3) Documento de Aparecida nº 422. Agradezco de modo especial el testimonio del periodista, profesor Jaime Coiro, presente en la Asamblea de Aparecida.
(4) Íbid.
(5) S.S. Benedicto XVI, Discurso en la Hacienda de la Esperanza, 12 de mayo de 2006.
(6) Íbid
(7) Presidente de la CECh, op cit nº 7.

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ZENIT Staff

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