¿Ya no hay certezas?

Ofrecemos la colaboración habitual en el espacio Foro del obispo de San Cristóbal de las Casas, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel en que analiza la actitud ante la verdad del cristiano, lejos del relativismo imperante.

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SITUACIONES

En un viaje reciente por avión, en una de las revistas que nos ponen, leí este comentario sobre un artista que no conozco: “En él, nunca hay referentes fijos y quizá por eso es uno de los mejores símbolos de la actualidad de este momento histórico, en que la única certeza es que no hay certezas”. ¿Esto es así? ¿No hay certezas? Si así fuera, estaríamos en una oscuridad que nos llevaría al desastre.

Yo tengo certezas muy firmes, que me dan la fe en Dios y la experiencia de vida, pero otros no, y parecen preferir no tenerlas. Es la llamada dictadura del relativismo, donde cada quien crea su verdad, sin referencia a la historia, a sus padres, a la religión y a los demás. Si otro piensa distinto, me da lo mismo y nada me importa: que cada quien haga y piense lo que quiera, y así vivimos en paz. En estos casos, no cabe el diálogo, la confrontación, la búsqueda común de la verdad, sino que cada quien se queda con la suya, que de ordinario configura a su medida, conforme a sus gustos y preferencias, para no dejar que lo que le queda de conciencia, le inquiete. Es la actitud de Pilato: ¿Qué es la verdad? La tenía frente a sí, pero no había apertura en su corazón para aceptarla.

ILUMINACION

Dios es, según nuestra fe, fuente de toda verdad y de todo bien. El es la verdad total, absoluta, eterna, inconmovible, que no depende de los vaivenes de los tiempos, de las modas y de las opiniones mayoritarias, de que nos guste o no. El es Dios y no un objeto maleable a nuestro antojo. Sin embargo, no podemos imponer a los demás esa verdad que a nosotros nos llena tanto, nos orienta, nos abre perspectivas infinitas, nos corrige, nos consuela, nos levanta, nos da vida, y vida eterna.

Por otra parte, Dios se manifestó y se sigue manifestando de muchas maneras, en la Iglesia y fuera de sus estructuras. El Reino de Dios está presente y actúa no sólo en la Iglesia, sino en toda persona y acontecimiento que genera vida, paz, amor, justicia, verdad, solidaridad y servicio comunitario. Y no podemos cerrarnos al diálogo con no creyentes, con seguidores de otras religiones y con quienes nos rechazan, sino que debemos escucharnos con humildad, para enriquecernos mutuamente y juntos ir vislumbrando la Verdad.

La Palabra de Dios nos da una certeza total, absoluta; pero no podemos condenar a otros como incrédulos y faltos de verdad, pues en ellos podemos descubrir destellos de la Verdad. Por ello, en el II Encuentro-Diálogo Fe y Cultura sobre Laicidad y Trascendencia, que organizó nuestra Dimensión de Pastoral de la Cultura, en el museo Sumaya, junto con el Consejo Pontificio de la Cultura, afirmé lo siguiente:

Dialogar, con respeto y apertura de mente y de corazón, es un camino para crecer, como personas y como sociedad; es un proceso para construir, en forma conjunta y fraterna, la patria justa y solidaria que queremos; es ser y considerar a los otros como factores importantes en la vida, en la familia y en la comunidad.

No sabe dialogar quien se considera dueño absoluto de la verdad, que es sólo su verdad. Quien no escucha a los otros, se endiosa y, por ello, se hace una persona odiosa. No hay seres más repelentes que los engreídos en su postura, incapaces de aprender de la sabiduría y la experiencia de los otros. Todos podemos aprender de los demás, también de los pequeños, de los iletrados, de los campesinos e indígenas, pues, según nuestra fe cristiana, todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios; por tanto, inteligentes y dignos de respeto.

COMPROMISOS

En la familia, hay que transmitir a los niños la Verdad de Dios, que es Amor. No infundirles miedo hacia Dios, sino confianza y seguridad. Dios es la Verdad que nos da certeza de lo que somos, hacemos, pensamos y queremos. Cuando los niños crezcan y en la escuela o en otros medios escuchen otras verdades, hay que dialogar con ellos, para ofrecerles lo que dice Dios, sin imponérselos a la fuerza. Ayudarles con cariño y paciencia a distinguir unas verdades relativas, y la Verdad de Dios.

Seamos humildes para aprender de los demás, pues todos somos imágenes de Dios y El de alguna manera se manifiesta también en los otros, aunque no sean creyentes.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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