Mario Moronta, Author at ZENIT - Espanol https://es.zenit.org/author/mariomoronta/ El mundo visto desde Roma Wed, 17 Apr 2013 00:00:00 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.6.2 https://es.zenit.org/wp-content/uploads/sites/3/2020/07/723dbd59-cropped-f2e1e53e-favicon_1.png Mario Moronta, Author at ZENIT - Espanol https://es.zenit.org/author/mariomoronta/ 32 32 Venezuela: ''Servidores en la caridad pastoral y ministros de la reconciliación'' https://es.zenit.org/2013/04/17/venezuela-servidores-en-la-caridad-pastoral-y-ministros-de-la-reconciliacion/ https://es.zenit.org/2013/04/17/venezuela-servidores-en-la-caridad-pastoral-y-ministros-de-la-reconciliacion/#respond Wed, 17 Apr 2013 00:00:00 +0000 https://es.zenit.org/venezuela-servidores-en-la-caridad-pastoral-y-ministros-de-la-reconciliacion/ Carta a los sacerdotes del obispo de San Cristóbal Mario Moronta

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Ofrecemos a los lectores, en este momento dificil por el que traviesa Venezuela, la carta que el obispo de San Cristóbal ha dirigido a los sacerdotes, en vistas a la próxima fiesta del Buen Pastor, el 21 de abril.

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A MIS HERMANOS SACERDOTES DEL PRESBITERIO DE SAN CRISTOBAL

¡La paz de Cristo Resucitado y Buen Pastor esté con todos Ustedes!

El próximo 21 de abril la Iglesia conmemora el Domingo del Buen Pastor. Además de que se nos invita a orar por las vocaciones, considero que es una hermosa oportunidad para recordar que hemos de ser imagen viva del Pastor Bueno por excelencia. Me dirijo a todos ustedes para reafirmar mi afecto y comunión en el ministerio eclesial que hemos recibido y así también pedir luces para todos nosotros a fin de que actuemos como pastores buenos de nuestra grey diocesana.

Francisco, el Papa de la Nueva Evangelización, en la Misa Crismal del pasado Jueves Santo, hizo referencia a nuestro trabajo como pastores, que requiere de una estrecha comunión con quienes deben recibir nuestro servicio pastoral. De hecho, empleó una hermosa imagen al invitarnos a “oler a ovejas”. Esto tiene que ver muy directamente con nuestra total dedicación al pueblo de Dios para poner en práctica lo que nos enseña el Evangelio: conocer a todas las ovejas y ser conocidos por ellas (Cf. Jn 10,15).

Desde esta perspectiva, quisiera hacerles llegar mi palabra en estos tiempos particularmente difíciles que estamos viviendo en Venezuela y, por tanto, también en nuestra región. Momentos que exigen, por otro lado, no sólo la conciencia de ser pastores de toda la grey, sino también servidores en la caridad pastoral y ministros de la reconciliación.

Se ha podido corroborar, por los resultados electorales más recientes, que se ha agudizado la polarización: el país se encuentra dividido en dos grandes grupos. Por las noticias que hemos podido recibir y ver, por las dificultades ya conocidas y ante la declaratoria de no aceptación de los resultados electorales por uno de los candidatos y la no aceptación del conteo post-electoral del otro, se ha agudizado la tensión existente y ha habido algunas consecuencias nada deseables. A esto se añade el verbo encendido y hasta incendiario de los líderes de las diversas opciones políticas, que no favorecen en nada.

Muchas personas se preguntan, y nosotros también ¿cuál es el papel de los pastores en esta situación? Sin dejar de tener, de acuerdo a la conciencia, nuestra propia opinión, como nos lo ha pedido muchísimas veces la Iglesia, nos toca ser prudentes y no identificarnos con ninguna línea político-partidista. No olvidemos que la inmensa mayoría de los que simpatizan con cada una de las opciones políticas enfrentadas en estos momentos son católicos y miembros de la Iglesia. Sin acepción de personas son fieles de nuestras comunidades. Somos pastores de todos y cada uno de ellos; no de un grupo con el que simpatizamos más. Y esto debe hacerse sentir ahora más que nunca. No resultará fácil, pues cada quien querrá llevarnos a su propio terreno. Pero el terreno en el que nos debemos mover es el de la caridad pastoral y promover entonces la reconciliación de todos. No resultará fácil y al hacerlo podremos recibir todo tipo de críticas, incomprensiones y acusaciones. Allí está nuestra tarea más importante: el ministerio de la reconciliación.

¿Cómo hacerlo? Ciertamente que con la ayuda y la luz del Espíritu Santo. Así podremos ejercer nuestro ministerio. Es necesario alimentarnos con la oración, la Palabra y la Eucaristía y ante posturas de creciente confrontación socio-política por parte son católicos, los principios y valores de la Doctrina Social de la Iglesia han de ser un medio que nos ayuden a iluminar a todos en sus luchas sociopolíticas. También allí encontraremos las luces necesarias y la fortaleza para salir al encuentro de nuestros hermanos. Precisamente, si en algún momento es urgente ir al encuentro de las ovejas es ahora, para resguardarlas en el redil. Sin distingos, sin discriminaciones, a fin de hacerles entender que todos somos hermanos aún con las diferencias de pensamiento. Es necesario que todos sean capaces de escucharse sin temores los unos a los otros. Este es un paso importante para la reconciliación.

El Proyecto Diocesano PARROQUIA PARTICIPATIVA, COMUNIDAD DE COMUNIDADES, es un gran instrumento para ello. Hoy es necesario convocar a todos al encuentro fraterno para allí buscar las soluciones a los graves problemas que estamos y deberemos enfrentar en el futuro cercano. Por eso, nuestras comunidades parroquiales, nuestras comunidades eclesiales de base, nuestras instancias eclesiales han de ser lugar de encuentro y de acogida para todos. El Papa Francisco nos dice al respecto: «En este momento necesitamos apostar por la cultura del encuentro, una cultura que supone que el otro tiene mucho para darme. Toda persona puede aportarnos algo, y toda persona puede recibir algo de nosotros».

Nos tocará reanimar, reforzar y reafirmar nuestra vocación de hermanos, por el hecho de ser hijos de Dios. Durante todos estos días, como ha sido siempre, hemos de ir a “sanar corazones afligidos”, proteger la grey de quienes quieran dividirla o desviarla por senderos de violencia e invitarles a que sean capaces de demostrar que son discípulos de Jesús en la práctica del amor fraterno. Por eso, que nuestras homilías, catequesis, liturgias, encuentros comunitarios no sean causa de disgusto y división sino impulso motivador al crecimiento como personas y el compromiso con la construcción de una sociedad más fraterna y llena de los valores del Evangelio. En esta misma línea es urgente promover espacios para un diálogo que no busca apabullar al que no piensa igual, sino escuchar y aprender de lo que tiene para aportar.

A los dirigentes políticos debemos pedirles que diriman todos los asuntos, siempre en sintonía con sus simpatizantes pero siguiendo lo que indica el ordenamiento jurídico. Los dirigentes políticos, en todas sus actuaciones tienen el deber de educar “políticamente” a toda la ciudadanía.  Pedirles de corazón que no inviten a la violencia con su verbo incendiario o con comportamientos y actitudes sectarias. Los dirigentes del Gobierno deben realizar en estos tiempos su voluntad de diálogo. Los poderes públicos deben abrir las posibilidades de todos los ciudadanos para ser escuchados y atendidos en sus reclamaciones y saber que la protesta, cívica y ciudadana, es una voz que deben escuchar, ya que son servidores de la ciudadanía en general.. Y todos los dirigentes, los de la oposición y los del Gobierno deben buscar también encontrarse teniendo como horizonte el que son servidores del mismo pueblo.

Como pastores de nuestra Iglesia, nos corresponde la tarea, pues, de invitar a la paz, al encuentro y a la superación de las dificultades mostrándonos hermanos. Para ello, debemos valernos de todos los medios: las predicaciones, las apariciones en la radio y la TV, las redes sociales… A través de estos medios, así como de los encuentros que hemos de propiciar debe manifestarse nuestra voluntad de ser auténticos pastores, a imagen de Cristo el Señor. Demostremos que nuestro único interés es el Evangelio, por el cual hemos sido consagrados al servicio de todos, sin acepción de personas. Tengamos también muy presente que la Doctrina Social de la Iglesia es un instrumento muy privilegiado para la formación ciudadana de nuestra gente.

Al saludarles fraternamente, les invito para que nuevamente reafirmemos nuestra vocación de pastores buenos, para lo cual hemos sido configurados a Cristo Sacerdote. Es lo que necesita hoy nuestra gente y es lo que nos pide Dios y la Iglesia.

Con mi afectuosa bendición y la reiteración de mi aprecio fraterno.

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Jueves Santo, hacemos memoria del sacramento de la fe y del amor https://es.zenit.org/2013/03/28/jueves-santo-hacemos-memoria-del-sacramento-de-la-fe-y-del-amor/ https://es.zenit.org/2013/03/28/jueves-santo-hacemos-memoria-del-sacramento-de-la-fe-y-del-amor/#respond Thu, 28 Mar 2013 00:00:00 +0000 https://es.zenit.org/jueves-santo-hacemos-memoria-del-sacramento-de-la-fe-y-del-amor/ Reflexión de monseñor Mario Moronta, obispo de San Cristóbal, Venezuela

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Durante la Última Cena, Jesús instituye la Eucaristía y junto con ella el sacerdocio cristiano. Así, entonces, como nos enseña la Sagrada Escritura, celebramos el memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús. De allí que cada vez que celebramos la eucaristía hacemos presente de manera sacramental a Jesús, con su cuerpo y su sangre, con su presencia real y sacramental, con su sacrificio redentor y con su pascua liberadora. Hoy la Iglesia, en todo el mundo, conmemora ese evento tan importante y tan central para la vida de los creyentes.

Se trata del “sacramento de nuestra fe”, como lo decimos en cada celebración. Esta expresión encierra una enorme riqueza que, ojalá, pudiéramos siempre tener en cuenta. Es sacramento porque es una expresión clara de Dios que salva y que quiere darnos su gracia para que podaos seguir las sendas hacia la plenitud del encuentro con Él en la eternidad. Es un sacramento y misterio, ya que a medida que lo conocemos y celebramos se va descubriendo la fuerza transformadora que hay en él. Esa fuerza es la del mismo Señor con su muerte y su resurrección.

Como sacramento, mediante los ritos que se van realizando en la celebración, va produciendo en cada uno de los creyentes un efecto bien concreto: la comunión. Muchas veces hablamos de la comunión sólo porque comemos el pan eucarístico. Ciertamente que es un momento culminante. Pero no podemos reducir a esto la comunión. Al referirnos a la celebración, sencillamente toda ella apunta a la comunión con Dios: el encuentro con los hermanos, la Palabra, la plegaria eucarística, la comunión con el cuerpo de Jesús, el dar gracias por la presencia amorosa de Dios… Es sacramento de comunión porque en él no sólo se favorece, sino que se da el encuentro vivo con Jesús. Ese encuentro que hemos de tener permanentemente con Él, se hace realidad de manera sacramental en la eucaristía.

Por eso, hablamos de sacramento de nuestra fe. Por la fe, todos los creyentes en Cristo alcanzamos la real posibilidad de un encuentro vivo con Él. Es un objetivo claro de nuestro acto de creer, que, a la vez, nos va preparando para lo que sucederá luego de la muerte: el encuentro definitivo con Dios. Y si esto lo hemos de vivir en nuestra cotidianidad, entonces en la eucaristía se alcanza de una manera muy intensa y sacramental: por su presencia con la Palabra y con la Eucaristía, el Señor sale a nuestro encuentro y nosotros vamos hacia Él. Además, todos los ritos van apuntando hacia una expresión bien intensa de ese encuentro, cuando oímos su Palabra y, sobre todo, cuando comemos el alimento eucarístico.

Se trata de un sacramento de fe, ante el cual profesamos que creemos en el que anunciamos la muerte del Señor, su resurrección, su redención y su pascua, cada vez que comemos de su pan y bebemos de su sangre, hasta que Él vuelva. Así, además celebramos de manera anticipada el banquete del Reino de Dios. Se trata, pues, de un sacramento que involucra la fe en todos los sentidos.

Podemos considerar ahora dos elementos de esa fe que profesa y vive el misterio eucarístico. En primer lugar es sacramento que nos permite creer. Mejor dicho, requiere la fe para poder aceptarlo. Esa fue la experiencia de los dos discípulos de Emaús: reconocieron al Señor en la fracción del Pan. Lo habían sentido cercano, les había encendido el corazón y los ojos de la fe lo reconocieron en el partir el pan. Para poder proclamar que anunciamos su Pascua, los creyentes tenemos que profesar la fe en la presencia real de Jesucristo y asumir que por la Eucaristía estamos inmersos en la nueva y eterna alianza. Esa que fue sellada con la sangre de Cristo y de la cual podemos participar en cada celebración.

La eucaristía nos permite, entonces, hacer un ejercicio de lo que debe ser nuestra vida de cristianos: hacer que la fe reconozca la presencia de Dios y así fortalezca nuestra existencia cristiana. Entonces, será posible el encuentro vivo con Jesús. Una de las consecuencias de nuestra fe es, precisamente, ese encuentro con Jesús. Esto se debe dar en la vida de todos los días; en la eucaristía se da de manera sacramental e intensa. Nuestra fe no se queda sólo en decir que creemos sino que da un paso más allá: esto es en abrir nuestro corazón para que la Palabra y la misma Eucaristía se hagan sentir en él. Así, el encuentro con Cristo nos introduce en Él y Él se sigue haciendo uno de nosotros en cada uno de nosotros mismos. Es el significado del término comunión.

En segundo lugar, la Eucaristía alimente nuestra fe. Profesar nuestra fe en la Eucaristía tiene como resultado, el ser enriquecida con el alimento de la salvación. Por eso también es sacramento de nuestra fe. Cada creyente es alimentado y sostenido por la fuerza de la Eucaristía y como nos dice el mismo Señor puede ya tener un anticipo del encuentro definitivo con Dios, ya que es el Pan de la Vida eterna… y junto con él, tenemos la Palabra de vida eterna. Por eso, quien cree tiene la vida eterna.

Esta segunda dinámica de la fe nos permite seguir entendiendo que nos conduce al encuentro vivo con Jesús. Este no es un eufemismo o una manera de decir algo bonito. Es la realidad que marca nuestra existencia, para la cual fuimos bautizados. Con el bautismo recibimos la fe y también la vocación a vivir en la familia de los hijos de Dios.

Ahora bien, lo que conmemoramos hoy Jueves Santo, es la institución de este sacramento de nuestra fe. Esta ceremonia, con toda su intensidad y belleza, nos impulsa a centrar nuestra mirada en el misterio eucarístico. Como bien lo ha subrayado el Beato Juan ¨Pablo II, hemos de hacerlo con “asombro”. El asombro no es una especie de admiración o una manifestación de desconcierto. El asombro eucarístico es la actitud de reconocimiento del milagro que allí se da: el memorial de la nueva alianza, de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, en el cual podemos participar como discípulos de Jesús. Este asombro nos lleva a proclamar, con palabras y cánticos, pero ante todo con nuestra vida, que Cristo está allí presente y lo proclamamos por siempre.

Para que se dé el asombro eucarístico de nuestra fe, tenemos que sentir la fuerza del amor. También en la Última Cena se instituyó el mandamiento del amor. La fe va acompañada del amor. Pero lo interesante es la novedosa e inédita manera que lo plantea el Maestro: para reconocer a Dios presente, para amar de verdad a Dios, hay que amar a los hermanos. En este seremos reconocidos por los demás como discípulos de Jesús. Y no hay excusa, porque el mismo Jesús nos lo dice: “Ámense… como Yo los he amado”. La mejor manera de reconocer que Dios nos ama, es amándonos los unos a los otros, con todo lo que ello requiere y exige en cada uno de nosotros.

Esta realidad del amor fraterno constituye un nuevo rostro de ese misterio de la fe. El encuentro vivo con Jesús que se hace intenso y sacramental en la eucaristía requiere que nos encontremos con los demás como hermanos. Si no podemos cojear en la práctica del amor… y el encuentro con el Señor será incompleto. En la eucaristía sucede igual. No podremos decir que celebramos la eucaristía de manera completa si existe entre nosotros divisiones, discriminaciones, separaciones, odios, envidias… El encuentro vivo con Jesús es también encuentro vivo con los hermanos. La celebración de la eucaristía es también, entonces, sacramento del amor.

Sacramento del amor de un Dios que se entrega por nuestra salvación; y de un amor de hermanos que comparten la pascua de Jesús que nos libera de todo pecado y sus consecuencias. Así el encuentro con los hermanos, no sólo en la celebración litúrgica sino en todo momento, debe ser un encuentro de amor eucarístico. Al serlo, imitaremos al mismo Señor que se rebajó de su condición para convertirse y mostrarse en un siervo de los suyos: por eso les lavó los pies a sus discípulos. Y nos pidió que hiciéramos lo mismo con nuestros hermanos.

Al ha
cer realidad esto, cada uno de nosotros debe estar dispuesto a lavar los pies de los otros y a dejarse lavar los suyos propios. Es la expresión del amor más fraterno que debe existir y que ha de distinguir a todo aquel que profese su fe en el Señor. Es así como el encuentro vivo con el Señor adquirirá su justa y total dimensión.

Es esto lo que hoy conmemoramos en esta hermosa tarde. Hacemos memoria del sacramento de la fe y del amor. Nos invitamos mutuamente a lavarnos los pies, es decir a servirnos los unos a los otros con total y decisivo amor. Así podremos encontrarnos con el Maestro que supo dar su vida por nosotros y establecer la nueva alianza que cada día rememoramos en toda eucaristía. Dejemos que el Espíritu del Señor nos conduzca y abramos nuestra mente y nuestro corazón para dejémonos llenar de la fuerza del amor de Cristo a quien reconocemos presente en el sacramento de nuestra fe. Amén

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