Audiencia General Archives - ZENIT - Espanol https://es.zenit.org/category/pope-francis/general-audience/ El mundo visto desde Roma Thu, 28 Nov 2024 23:45:44 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.7.1 https://es.zenit.org/wp-content/uploads/sites/3/2020/07/723dbd59-cropped-f2e1e53e-favicon_1.png Audiencia General Archives - ZENIT - Espanol https://es.zenit.org/category/pope-francis/general-audience/ 32 32 Papa anuncia que se incluirá el chino en las audiencias generales https://es.zenit.org/2024/11/28/papa-anuncia-que-se-incluira-el-chino-en-las-audiencias-generales/ Wed, 27 Nov 2024 23:39:16 +0000 https://es.zenit.org/?p=241886 El 27 de noviembre, al hablar ante los peregrinos en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco compartió: “Con el inicio del Adviento la próxima semana, el resumen de la catequesis durante la Audiencia General también se traducirá al chino”.

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(ZENIT Noticias / Roma, 28.11.2024).- En un gesto que simboliza una creciente conexión entre el Vaticano y el mundo de habla china, el Papa Francisco anunció que a partir del 4 de diciembre, sus Audiencias Generales semanales contarán con un saludo y un resumen de la catequesis en mandarín. Esta incorporación subraya el compromiso permanente del Papa de fomentar la inclusión y el acercamiento a los católicos chinos y a la comunidad china en general.

El 27 de noviembre, al hablar ante los peregrinos en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco compartió: “Con el inicio del Adviento la próxima semana, el resumen de la catequesis durante la Audiencia General también se traducirá al chino”. El mandarín se suma a una lista de idiomas que incluye francés, inglés, alemán, español, portugués, árabe y polaco.

Un gesto de inclusión

Esta iniciativa refleja la constante atención del Papa a China y su gente. Ha descrito a China como una “tierra de grandes oportunidades” y a su gente como “arquitectos y custodios de un patrimonio cultural invaluable”. Estos sentimientos fueron parte de su mensaje de 2018 que acompañó un acuerdo provisional entre la Santa Sede y China sobre el nombramiento de obispos.

Francisco también se ha dirigido directamente a los católicos chinos. Durante una misa en Mongolia en septiembre de 2023, los instó a «ser buenos cristianos y buenos ciudadanos». En múltiples ocasiones, ha expresado su esperanza de una futura visita a China, refiriéndose a la nación como una «promesa y esperanza para la Iglesia».

Un legado de alcance

El Vaticano ha ampliado constantemente su oferta en idioma chino a lo largo de los años. El sitio web Vatican News proporciona actualizaciones tanto en chino simplificado como en chino tradicional, mientras que su programa de radio en idioma chino ha estado al aire desde 1950. En 1981, el Papa San Juan Pablo II incluyó caracteres chinos en un discurso en el Memorial de la Paz de Hiroshima, una novedad para un discurso papal.

En 2009, el sitio web oficial del Vaticano agregó el chino a sus opciones de idioma, y ​​desde 1998, la agencia de noticias Fides del Vaticano publica en chino simplificado.

Construyendo puentes

La inclusión del mandarín en las audiencias generales es más que un añadido lingüístico: es un gesto de buena voluntad hacia una población en la que el catolicismo ha existido durante mucho tiempo bajo desafíos únicos. Al extender este reconocimiento a las audiencias de habla china, el Papa Francisco reafirma su visión de una Iglesia que trasciende fronteras y se comunica con todos.

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La alegría explicada por el Papa como fruto del Espíritu Santo https://es.zenit.org/2024/11/27/la-alegria-explicada-por-el-papa-como-fruto-del-espiritu-santo/ Wed, 27 Nov 2024 19:52:45 +0000 https://es.zenit.org/?p=241837 Audiencia general del Papa, 27 de noviembre de 2024 sobre la alegría como fruto del Espíritu Santo

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 27.11.2024).- Por la mañana del miércoles 27 de noviembre el Papa Francisco tuvo la audiencia general en la Plaza de San Pedro. Durante la audiencia desarrolló la décimo quinta meditación sobre la alegría como fruto del Espíritu Santo. Esta nueva catequesis es parte del ciclo de catequesis dedicada al binomio Iglesia y Espíritu Santo iniciado el 29 de mayo de 2024. A continuación la traducción al castellano de la catequesis del Papa:

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de haber hablado de la gracia santificante y de los carismas, quisiera detenerme hoy en una tercera realidad vinculada a la acción del Espíritu Santo: los «frutos del Espíritu». ¿Qué cosa es el fruto del Espíritu? San Pablo ofrece una lista de éstos en su Carta a los Gálatas. Escribe: «el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia» (5,22). Nueve frutos del Espíritu. ¿Pero qué cosa es este “fruto del Espíritu”?

A diferencia de los carismas, que el Espíritu concede a quien quiere y cuando quiere para el bien de la Iglesia, los frutos del Espíritu – repito: amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad, dominio propio – son el resultado de una colaboración entre la gracia y la nuestra libertad.

Estos frutos expresan siempre la creatividad de la persona, en la que «la fe obra por medio de la caridad» (Gal 5,6), a veces de forma sorprendente y llena de alegría.

No todos en la Iglesia pueden ser apóstoles, profetas, evangelistas; pero todos indistintamente pueden y deben ser caritativos, pacientes, humildes, constructores de paz, y etcétera. Todos nosotros, si, debemos ser caritativos, debemos ser pacientes, debemos ser humildes, artífices de paz y no de guerra.

Entre los frutos del Espíritu indicados por el Apóstol, me gustaría destacar uno de ellos, recordando las palabras iniciales de la exhortación apostólica Evangelii gaudium: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.» (n. 1). A veces habrá momentos tristes, pero siempre existirá la paz. Con Jesús existe la alegría y la paz.

La alegría, fruto del Espíritu, tiene en común con cualquier otra alegría humana un cierto sentimiento de plenitud y satisfacción, que hace desear que dure para siempre. Sin embargo, sabemos por experiencia que eso no ocurre, porque todo aquí abajo pasa rápidamente: Todo pasa rápidamente. Pensemos juntos: la juventud, pasa rápidamente, ¿la salud, las fuerzas, el bienestar, las amistades, el amor… duran cien años? Pero después no más.

Por otra parte, aunque estas cosas no pasaran rápidamente, después de un tiempo ya no son suficientes, o incluso se vuelven aburridas, porque, como dijo San Agustín a Dios: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» [1]. Existe la inquietud del corazón por buscar la belleza, la paz, el amor, la alegría.

La alegría del Evangelio, la alegría evangélica, a diferencia de cualquier otra alegría, puede renovarse cada día y volverse contagiosa. «Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la auto referencialidad. […] Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?» (Evangelii gaudium, 8). Esta es la doble característica de la alegría que es fruto del Espíritu: no sólo no está sujeta al inevitable desgaste del tiempo, ¡sino que se multiplica al compartirla con los demás! Los demás. Una verdadera alegría se comparte con los demás, y se “contagia”.

Hace cinco siglos, vivía en Roma un santo llamado Felipe Neri. Él pasó a la historia como el santo de la alegría. A los niños pobres y abandonados de su Oratorio les decía: “Hijos, estén alegres; no quiero escrúpulos ni melancolía; me basta con que no pequen”. Y todavía: “¡Sean buenos, si pueden!”. Menos conocida es, sin embargo, la fuente de la que procedía su alegría. San Felipe Neri sentía un amor tal por Dios que a veces parecía que el corazón le iba a estallar en el pecho. Su alegría era, en el sentido más pleno, un fruto del Espíritu. El santo participó en el Jubileo de 1575, que enriqueció con la práctica, mantenida posteriormente, de visitar las Siete Iglesias. Fue, en su época, un verdadero evangelizador a través de la alegría. Y tenía esta característica de Jesús: perdonaba siempre, perdonaba todo. Quizás alguno de nosotros puede pensar: “pero he cometido este pecado, y esto no tendrá perdón…”. Escuchen bien: Dios perdona todo, Dios perdona siempre. Y esta es la alegría: ser perdonados por Dios. A los sacerdotes y a los confesores siempre digo: perdonen todo, no preguntar mucho, pero perdonar todo, todo y siempre.

La palabra «evangelio» significa buena nueva. Por tanto, no se puede comunicar con caras largas y rostro sombrío, sino con la alegría de quien encontró el tesoro escondido y la perla preciosa. Recordemos la exhortación que San Pablo dirigió a los creyentes de la Iglesia de Filipos, y que ahora nos dirige a todos nosotros: «Estén siempre alegres en el Señor, les repito estén alegres, y den a todos muestras de un espíritu muy abierto. El Señor está cerca» (Fil 4,4-5).

Queridos hermanos y hermanas, alégrense con la alegría de Jesús en el corazón. Gracias.

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¿Qué son los carismas del Espíritu Santo? Así responde el Papa https://es.zenit.org/2024/11/20/que-son-los-carismas-del-espiritu-santo-asi-responde-el-papa/ Wed, 20 Nov 2024 22:32:32 +0000 https://es.zenit.org/?p=241644 Audiencia general del Papa, 20 de noviembre de 2024 sobre los dones personas que el Espíritu Santo da a cada persona

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 20.11.2024).- La mañana del miércoles 20 de noviembre el Papa presidió la tradicional audiencia general en la Plaza de San Pedro. La catequesis asociada a esta audiencia particular giró en torno a los dones del Espíritu Santo para el bien común. Se trata de la catequesis número 14 de la serie dedicada al Espíritu Santo y la Iglesia. A continuación la traducción al castellano de la catequesis:

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las últimas tres catequesis hemos hablado de la obra santificadora del Espíritu Santo, que se realiza en los sacramentos, en la oración y siguiendo el ejemplo de la Madre de Dios. Pero escuchemos lo que dice un famoso texto del Vaticano II: «Además, el Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones» (Lumen gentium, 12). También nosotros tenemos dones personales que el Espíritu nos da a cada uno.

Ha llegado, entonces, el momento de hablar también de este segundo modo en que el Espíritu Santo obra, que es la acción carismática. Una palabra algo difícil, la voy a explicar. Dos elementos ayudan a definir lo que es el carisma. En primer lugar, el carisma es el don concedido «para el bien común» (1 Co 12:7), para que sea útil a todos. En otras palabras, no está destinado principal y ordinariamente a la santificación de la persona, sino al servicio de la comunidad (cfr.1 Pe 4:10). Este es el primer aspecto. En segundo lugar, el carisma es el don concedido «a uno», o «a algunos» en particular, no a todos del mismo modo, y esto es lo que lo distingue de la gracia santificante, de las virtudes teologales y de los sacramentos, que, en cambio, son iguales y comunes para todos. El carisma se concede a una persona o a una comunidad específica. Es un don que Dios te da.

El Concilio también nos explica esto. El Espíritu Santo -dice- «también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: «A cada uno… se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1 Co 12,7).

Los carismas son las «joyas», u ornamentos, que el Espíritu Santo distribuye para embellecer a la Esposa de Cristo. Se comprende así por qué el texto conciliar termina con la siguiente exhortación: «Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia.» (Lumen gentium, 12).

Benedicto XVI afirmó: «Mirando la historia de la época post-conciliar, se puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que frecuentemente ha adquirido formas inesperadas en movimientos llenos de vida y que hace casi tangible la inagotable vivacidad de la Iglesia». Y este es el carisma dado a un grupo, a través de una persona.

Debemos redescubrir los carismas, porque esto hace que la promoción del laicado y, especialmente, de las mujeres, se entienda no sólo como un hecho institucional y sociológico, sino en su dimensión bíblica y espiritual. Los laicos no son los últimos, no, los laicos no son una especie de colaboradores externos o “tropas auxiliares” del clero, ¡no! Tienen sus propios carismas y dones con los que contribuir a la misión de la Iglesia.

Añadamos una cosa más: al hablar de carismas, hay que disipar de inmediato un malentendido: el de identificarlos con dones y capacidades espectaculares y extraordinarios; se trata, en cambio, de dones ordinarios – cada uno de nosotros tiene su propio carisma – que adquieren un valor extraordinario cuando son inspirados por el Espíritu Santo y encarnados en las situaciones de la vida con amorEsta interpretación del carisma es importante, porque muchos cristianos, al oír hablar de carismas, experimentan tristeza o desilusión, ya que están convencidos de no poseer ninguno y se sienten excluidos o cristianos de segunda clase. No, no hay cristianos de “segunda clase”, no, cada uno tiene su carisma personal y también comunitario. A ellos ya les respondió San Agustín en su época con una comparación muy elocuente: «Si amas aquello que posees, no es poco – decía a su pueblo–. Si amas la unidad, todo lo que en ella es poseído por alguien, ¡lo posees tú también!… En el cuerpo ve el ojo solo; pero ¿acaso el ojo ve solamente para sí mismo? No, ve también para la mano, para el pie y para los demás miembros» [cfr. S. Agustín, Tratados sobre el evangelio de San Juan, 32,8].

Aquí se desvela el secreto por el que la caridad es definida por el Apóstol como «el camino más excelente» (1 Cor 12, 31): ella me hace amar la Iglesia, o la comunidad en la que vivo y, en la unidad, todos los carismas, no sólo algunos, son «míos» al igual que «mis» carismas, aunque parezcan poca cosa, son de todos y para el bien de todos. La caridad multiplica los carismas: hace que el carisma de uno, de una sola persona, sea el carisma de todos. ¡Gracias!

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La piedad mariana explicada de modo breve, sencilla y bonita por el Papa https://es.zenit.org/2024/11/13/la-piedad-mariana-explicada-de-modo-breve-sencilla-y-bonita-por-el-papa/ Wed, 13 Nov 2024 22:10:45 +0000 https://es.zenit.org/?p=241491 Audiencia general del Papa, 13 de noviembre de 2024 sobre la piedad mariana como uno de los medios con los que el Espíritu Santo lleva a cabo su obra de santificación

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 13.11.2024).- La audiencia general del miércoles 13 de noviembre se ha celebrado en la Plaza de San Pedro. El Papa apareció con un abrigo blanco lo cual refleja el cambio del estado del tiempo en Roma. Siguiendo con su serie de catequesis sobre el Espíritu Santo y la iglesia, el Papa Francisco dedicó la catequesis de este miércoles al tema de la piedad mariana como uno de los medios con los que el Espíritu Santo lleva a cabo su obra de santificación. Ofrecemos a continuación la traducción al castellano de las palabras del Papa:

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Entre los diversos medios con los que el Espíritu Santo lleva a cabo su obra de santificación en la Iglesia – Palabra de Dios, Sacramentos, oración – hay uno especial, y es la piedad marianaEn la tradición católica existe este lema, este dicho: «Ad Iesum per Mariam», es decir, «a Jesús por María». La Virgen nos muestra a Jesús. Ella nos abre las puertas, ¡siempre! La Virgen es la madre que nos lleva de la mano a Jesús. La Virgen nunca se señala a sí misma, la Virgen señala a Jesús. Y esto es la piedad mariana: a Jesús a través de las manos de la Virgen.

San Pablo define la comunidad cristiana como una «carta de Cristo redactada por nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones de carne» (2 Cor 3,3). María, como primera discípula y figura de la Iglesia, es igualmente una carta escrita con el Espíritu del Dios vivo. Precisamente por eso, ella puede ser «conocida y leída por todos los seres humanos» (2Cor 3,2), incluso por aquellos que no saben leer libros de teología, por esos «pequeños» a los que Jesús dice que se les revelan los misterios del Reino, ocultos a los sabios (cf. Mt 11,25).

Al decir su «» – cuando María acepta y dice al ángel: «sí, hágase la voluntad del Señor» y acepta ser la madre de Jesús – es como si María dijera a Dios: «Aquí estoy, soy una tablilla para escribir: que el Escritor escriba lo que quiera, que haga lo que quiera conmigo el Señor de todas las cosas» [Comentario al Evangelio de Lucas, fragm. 18 (GCS 49, p. 227)]. En aquella época, la gente solía escribir en tablillas enceradas; hoy diríamos que María se ofrece como una página en blanco en la que el Señor puede escribir lo que quiera. El «sí» de María al ángel -como escribió un conocido exégeta- representa «el ápice de todo comportamiento religioso ante Dios, ya que ella expresa, de la manera más elevada, la disponibilidad pasiva combinada con la disponibilidad activa, el vacío más profundo que acompaña a la mayor plenitud» [H. Schürmann, Das Lukasevangelium, Friburgo en Br. 1968: trad. ital. Brescia 1983, 154].

He aquí, pues, cómo la Madre de Dios es un instrumento del Espíritu Santo en su obra de santificaciónEn medio de la interminable profusión de palabras dichas y escritas sobre Dios, la Iglesia y la santidad (que muy pocos o nadie son capaces de leer y comprender en su totalidad), ella sugiere sólo dos palabras que todos, incluso los más sencillos, pueden pronunciar en cualquier ocasión: «Aquí estoy» y «fiat». María es la que dijo «sí» al Señor, y con su ejemplo y su intercesión nos anima a decirle también nuestro «sí» cada vez que nos encontremos ante una obediencia que actuar o una prueba que superar.

En todas las épocas de su historia, pero especialmente en este momento, la Iglesia se encuentra en la misma situación en la que estaba la comunidad cristiana tras la Ascensión de Jesús a los cielos. Tiene que predicar el Evangelio a todas las naciones, pero está esperando la «potencia de lo alto» para poder hacerlo. Y no olvidemos que, en aquel momento, como leemos en los Hechos de los Apóstoles, los discípulos estaban reunidos en torno a «María, la madre de Jesús» (Hechos 1,14).

Es cierto que también había otras mujeres con ella en el cenáculo, pero su presencia es diferente y única entre todas. Entre ella y el Espíritu Santo existe un vínculo único y eternamente indestructible, que es la persona misma de Cristo, «concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen», como recitamos en el Credo. El evangelista Lucas subraya intencionadamente la correspondencia entre la venida del Espíritu Santo sobre María en la Anunciación y su venida sobre los discípulos en Pentecostés, utilizando algunas expresiones idénticas en ambos casos.

San Francisco de Asís, en una de sus oraciones, saluda a la Virgen como «hija y sierva del altísimo Rey y Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo» [Fonti Francescane, Asís 1986, n. 281.]. ¡Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo! No se podía ilustrar con palabras más sencillas la relación única de María con la Trinidad.

Como todas las imágenes, también ésta de “esposa del Espíritu Santo” no debe absolutizarse, sino tomarse por la parte de verdad que contiene, y es una verdad muy hermosa. Ella es la esposa, pero es, antes que eso, la discípula del Espíritu Santo. Esposa y discípula. Aprendamos de ella a ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu, sobre todo cuando nos sugiere que «nos levantemos con prontitud» y vayamos a ayudar a alguien que nos necesita, como hizo ella inmediatamente después de que el ángel la dejara (cf. Lc 1,39). ¡Gracias!

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¿Qué significa rezar como hijos de Dios y para qué hacerlo? Papa Francisco responde https://es.zenit.org/2024/11/06/que-significa-rezar-como-hijos-de-dios-y-para-que-hacerlo-papa-francisco-responde/ Wed, 06 Nov 2024 22:12:41 +0000 https://es.zenit.org/?p=241307 Audiencia general del Papa, 6 de noviembre de 2024 sobre el Espíritu Santo y la oración

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 06.11.2024).- La duodécima catequesis del Papa Francisco sobre la serie dedicada al tema “el Espíritu Santo y la Iglesia” giró en torno al Espíritu Santo y la oración. Fue la mañana del miércoles 6 de noviembre, durante la audiencia general en la Plaza de San Pedro, que el Pontífice abordó esta temática específica. Antes de iniciar la catequesis, tras el recorrido en el papamóvil por la Plaza, el Papa evidenció que junto al estrado se encontraba una imagen de la Virgen de los desamparados, patrona de Valencia, y pidió rezar por las afectados de las inundaciones en España.

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La acción santificadora del Espíritu Santo, además de en la Palabra de Dios y en los Sacramentos, se expresa en la oración, y es a ella a la que queremos dedicar la reflexión de hoy: la oración. El Espíritu Santo es, al mismo tiempo, sujeto y objeto de la oración cristiana. Es decir, Él es el que dona la oración y Él es el que se nos dona mediante la oración. Nosotros oramos para recibir al Espíritu Santo, y recibimos al Espíritu Santo para poder orar verdaderamente, es decir, como hijos de Dios, no como esclavos.

Pensemos un poco en esto: rezar como hijos de Dios, no como esclavos. Hay que rezar siempre con libertad. «Hoy debo rezar esto, esto, esto, porque he prometido esto, esto, esto… ¡De lo contrario iré al infierno!». No, esto no es rezar. La oración es libre. Se reza cuando el Espíritu ayuda a rezar. Se ora cuando se siente en el corazón la necesidad de orar; y cuando no se siente nada, hay que detenerse y preguntarse: ¿por qué no siento el deseo de orar? ¿Qué está pasando en mi vida? La espontaneidad en la oración es siempre lo que más nos ayuda. Esto es lo que significa rezar como hijos, no como esclavos.

En primer lugar, debemos rezar para recibir el Espíritu Santo. A este respecto, hay unas palabras muy precisas de Jesús en el Evangelio: «Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» (Lc 11,13). Todos nosotros sabemos darles cosas buenas a los pequeños, ya sean hijos, nietos, sobrinos o amigos. Los pequeños siempre reciben cosas buenas de nosotros. ¿Y cómo no nos va a dar el Padre el Espíritu? Esto nos anima y podemos seguir adelante.

En el Nuevo Testamento, vemos que el Espíritu Santo desciende siempre durante la oración. Desciende sobre Jesús tras el bautismo en el Jordán, mientras «estaba en oración» (Lc 3,21); y desciende sobre los discípulos en Pentecostés, mientras «todos ellos perseveraban juntos en la oración» (Hechos 1,14).

Es el único «poder» que tenemos sobre el Espíritu de Dios. El «poder» de la oración: Él no resiste a la oración. Rezamos y llega. En el monte Carmelo, los falsos profetas de Baal – recuerden ese paso de la Biblia – se agitaban para invocar fuego del cielo sobre su sacrificio, pero no ocurrió nada, porque eran idólatras, adoraban a un dios que no existe; Elías se puso a orar y el fuego descendió y consumió el holocausto (cfr. 1 Re 18,20-38). La Iglesia sigue fielmente este ejemplo: siempre tiene en los labios la invocación «¡Ven! ¡Ven!» cuando se dirige al Espíritu Santo. Y lo hace sobre todo en la Misa, para que descienda como rocío y santifique el pan y el vino para el sacrificio eucarístico.

Pero también existe el otro aspecto, que es el más importante y alentador para nosotros: el Espíritu Santo es el que nos dona la verdadera oración. San Pablo dice: «El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables; y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios.» (Rm 8,26-27).

Es cierto, no sabemos rezar, no sabemos. Tenemos que aprender cada día. La razón de esta debilidad en nuestra oración se expresaba en el pasado en una sola palabra, utilizada de tres formas distintas: como adjetivo, como sustantivo y como adverbio. Es fácil de recordar, incluso para los que no saben latín, y merece la pena tenerla presente, porque ella sola encierra todo un tratado. Nosotros, los seres humanos, decía aquel dicho, “mali, mala, male petimus”, que significa: siendo malos (mali), pedimos cosas equivocadas (mala) y de la manera equivocada (male). Jesús dice: «Busquen primero el Reino y la Justicia de Dios, y se les darán también todas esas cosas por añadidura» (Mt 6,33); en cambio, nosotros buscamos en primer lugar “las añadiduras”, es decir, nuestros intereses – ¡muchas veces! –  y nos olvidamos totalmente de pedir el Reino de Dios. Pidamos al Señor el Reino, y todo vendrá con él.

El Espíritu Santo viene, sí, en auxilio de nuestra debilidad, pero hace algo aún más importante: nos confirma que somos hijos de Dios y pone en nuestros labios el grito: «¡Padre!» (Rm 8,15; Gal 4,6). Nosotros no podemos decir “Padre, Abba” sin la fuerza del Espíritu Santo. La oración cristiana no es el ser humano que, a un lado del teléfono, habla con Dios que está al otro lado, no, ¡es Dios que reza en nosotros! Rezamos a Dios a través de Dios. Rezar es ponernos dentro de Dios y que Dios entre en nosotros.

Es precisamente en la oración cuando el Espíritu Santo se revela como «Paráclito», es decir, abogado y defensor. No nos acusa ante el Padre, sino que nos defiende. Sí, nos defiende, nos convence del hecho de que somos pecadores (cfr. Jn 16,8), pero lo hace para hacernos experimentar la alegría de la misericordia del Padre, no para destruirnos con estériles sentimientos de culpa. Incluso cuando nuestro corazón nos reprocha algo, Él nos recuerda que «Dios es mayor que nuestro corazón» (1 Jn 3,20).

Dios es más grande que nuestro pecado. Todos somos pecadores… Pensemos: quizá algunos de ustedes -no lo sé- tienen mucho miedo por las cosas que han hecho, tienen miedo de ser reprendidos por Dios, tienen miedo de muchas cosas y no encuentran la paz. Pónganse en oración, invoquen al Espíritu Santo y Él les enseñará a pedir perdón. ¿Y saben qué? Dios no sabe mucha gramática y cuando pedimos perdón, ¡no nos deja terminar! «Perd…» y ahí, Él no nos deja terminar la palabra perdón. Él nos perdona primero, siempre está ahí para perdonarnos, antes de que terminemos la palabra perdón. Decimos «Perd…» y el Padre siempre nos perdona.

El Espíritu Santo intercede por nosotros, y también nos enseña a interceder, a nuestra vez, por nuestros hermanos y hermanas; nos enseña la oración de intercesión: rezar por esta persona, rezar por aquel enfermo, por el que está en la cárcel, rezar…; rezar también por la suegra, y rezar siempre, siempre. Esta oración es especialmente agradable a Dios, porque es la más gratuita y desinteresada. Cuando cada uno reza por todos los demás, sucede – lo decía san Ambrosio – que todos los demás rezan por cada uno y la oración se multiplica [De Cain et Abel, I, 39]. La oración es así. He aquí una tarea muy valiosa y necesaria en la Iglesia, especialmente en este tiempo de preparación al Jubileo: unirnos al Paráclito, cuya “intercesión a favor de todos nosotros es según Dios”.

Pero no recen como los loros, ¡por favor! No digan: «bla, bla, bla…». No. Digan «Señor», pero díganlo de corazón. «Ayúdame, Señor», «Te quiero, Señor». Y cuando recen el Padre Nuestro, recen «Padre, Tú eres mi Padre». Recen con el corazón y no con los labios, no sean como los loros.

Que el Espíritu nos ayude en la oración, ¡porque la necesitamos tanto! Gracias.

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Una breve catequesis sobre el sacramento de la confirmación por el Papa Francisco https://es.zenit.org/2024/10/30/una-breve-catequesis-sobre-el-sacramento-de-la-confirmacion-por-el-papa-francisco/ Wed, 30 Oct 2024 22:38:48 +0000 https://es.zenit.org/?p=241162 Audiencia general del Papa, 30 de octubre de 2024 sobre la Confirmación

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 30.10.2024).- La mañana del miércoles 30 de octubre el Papa Francisco celebró la última audiencia del antepenúltimo mes del año en la Plaza de San Pedro. Prosiguiendo con la serie de catequesis sobre “El Espíritu Santo y la Esposa”, el Papa dedicó esta décima catequesis al tema del sacramento de la Confirmación, Sacramento del Espíritu Santo.

Ofrecemos a continuación el texto traducido al castellano:

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy proseguimos nuestra reflexión sobre la presencia y la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia mediante los Sacramentos.

La acción santificadora del Espíritu Santo nos llega ante todo a través de dos canales: la Palabra de Dios y los Sacramentos. Y entre todos los Sacramentos, hay uno que es, por antonomasia, el Sacramento del Espíritu Santo, y es en el que quisiera detenerme hoy. Se trata de la Crismación o de la Confirmación.

En el Nuevo Testamento, además del bautismo con agua, se menciona otro rito, el de la imposición de manos, que tiene como objetivo comunicar visiblemente y de manera carismática el Espíritu Santo, con efectos similares a los producidos en los Apóstoles en Pentecostés. Los Hechos de los Apóstoles relatan un episodio significativo a este respecto. Tras saber que algunos en Samaria habían acogido la palabra de Dios, desde Jerusalén enviaron a Pedro y Juan. «Estos bajaron – dice el texto – y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo» (8:14-17).

A esto se añade lo que escribe San Pablo en la Segunda Carta a los Corintios: «Es Dios mismo quien nos conforta juntamente con ustedes en Cristo y el, y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones» (1.21-22). Las «arras» del Espíritu. El tema del Espíritu Santo como «sello real» con el que Cristo marca a sus ovejas es la base de la doctrina del «carácter indeleble» que confiere este rito.

Con el pasar del tiempo, el rito de la unción tomó forma como un sacramento por derecho propio, asumiendo diferentes formas y contenidos en las diversas épocas y ritos de la Iglesia. No es éste el lugar para desandar esta historia tan compleja. Lo que el sacramento de la Confirmación es en la comprensión de la Iglesia, me parece, está descrito, simple y claramente, por el Catecismo para los Adultos de la Conferencia Episcopal Italiana. Dice así: «La Confirmación es para cada fiel lo que Pentecostés fue para toda la Iglesia. […] Refuerza la incorporación bautismal a Cristo y a la Iglesia y, la consagración a la misión profética, real y sacerdotal. Comunica la abundancia de los dones del Espíritu […]. Si, por tanto, el bautismo es el sacramento del nacimiento, la confirmación es el sacramento del crecimiento. Por eso es también el sacramento del testimonio, porque éste está estrechamente ligado a la madurez de la existencia cristiana» [cfr. La verdad los hará libres. Catecismo de los adultos. Libreria Editrice Vaticana 1995, p. 324].

El problema es cómo conseguir que el sacramento de la confirmación no se reduzca, en la práctica, a una «extremaunción», es decir, al sacramento de la «salida» de la Iglesia. Se dice que es el “sacramento del adiós”, porque una vez que los jóvenes lo realizan se van, y luego volverán para casarse. Eso dice la gente. Pero debemos hacer que se convierta en el sacramento del inicio de una participación activa en la vida de la Iglesia. Es un objetivo que puede parecernos imposible, dada la situación actual en casi en toda la Iglesia, pero eso no significa que debamos dejar de perseguirlo. No será así para todos los confirmandos, sean niños o adultos, pero es importante que lo sea al menos para algunos que luego serán los animadores de la comunidad.

Puede ser útil, con este fin, dejarse ayudar, en la preparación al Sacramento, por fieles laicos que hayan tenido un encuentro personal con Cristo y hayan tenido una verdadera experiencia del Espíritu. Algunas personas dicen haberlo experimentado como un florecimiento en ellos del Sacramento de la Confirmación recibido desde chicos.

Pero esto no sólo afecta a los futuros confirmandos; nos afecta a todos y en todo momento. Junto con la confirmación y la unción, hemos recibido también, nos asegura el Apóstol, la «prenda del Espíritu», que en otro lugar llama «las primicias del Espíritu» (Rom 8,23). Debemos «gastar» esta garantía, disfrutar de estas primicias, no enterrar bajo tierra los carismas y talentos recibidos.

San Pablo exhortó a su discípulo Timoteo a «reavivar el don de Dios, recibido por la imposición de manos» (2 Tm 1,6), y el verbo utilizado sugiere la imagen de quien sopla sobre el fuego para reavivar su llama. ¡He aquí un hermoso objetivo para el año jubilar! Quitarnos las cenizas de la costumbre y del desenganche, para convertirnos, como los portadores de la antorcha en las Olimpiadas, en portadores de la llama del Espíritu. ¡Que el Espíritu nos ayude a dar algunos pasos en esta dirección!

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El matrimonio explicado con el Espíritu Santo por el Papa Francisco https://es.zenit.org/2024/10/23/el-matrimonio-explicado-con-el-espiritu-santo-por-el-papa-francisco/ Wed, 23 Oct 2024 15:25:23 +0000 https://es.zenit.org/?p=241034 Audiencia general del Papa, 23 de octubre de 2024 sobre el Espíritu Santo y el sacramento del matrimonio

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 23.10.2024).- La mañana del miércoles 23 de septiembre el Papa Francisco dedicó el tema de la catequesis, en el contexto de la audiencia general, al tema “«El Espíritu don de Dios» El Espíritu Santo y el sacramento del matrimonio”. Se trata de la catequesis número 10 dedicada al ciclo de catequesis sobre el tema más general de “El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza”. A continuación el texto de la catequesis en lengua española:

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La vez pasada, explicamos lo que proclamamos sobre el Espíritu Santo en el credo. Sin embargo, la reflexión de la Iglesia no se ha detenido en esa breve profesión de fe. Ha continuado, tanto en Oriente como en Occidente, a través de la obra de grandes Padres y Doctores. Hoy, queremos recoger algunas “migajas” de la doctrina del Espíritu Santo desarrollada en la tradición latina, para ver cómo ilumina toda la vida cristiana y, especialmente, el sacramento del matrimonio.

El principal artífice de esta doctrina es San Agustín, que desarrolló la doctrina sobre el Espíritu Santo. Él parte de la revelación de que «Dios es amor» ( 1 Jn 4,8). Ahora bien, el amor presupone alguien que ama, alguien que es amado y el amor mismo que los une. El Padre es, en la Trinidad, el que ama, la fuente y el principio de todo; el Hijo es el que es amado, y el Espíritu Santo es el amor que los une [Cfr. S. Agustín, De Trinitate, VIII,10,14]. El Dios de los cristianos es, por tanto, un Dios «único», pero no solitario; la suya es una unidad de comunión, de amor. En esta línea, algunos han propuesto llamar al Espíritu Santo no la «tercera persona» singular de la Trinidad, sino más bien «la primera persona plural». Él es, en otras palabras, el Nosotros, el Nosotros divino del Padre y del Hijo, el vínculo de unidad entre diferentes personas [Cfr. H. Mühlen, Una mystica persona.  La Iglesia como el misterio del Espíritu Santo, Città Nuova, 1968], el principio mismo de la unidad de la Iglesia, que es exactamente un «solo cuerpo» resultante de una multitud de personas.

Como les decía, hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre lo que el Espíritu Santo tiene que decir a la familia. ¿Qué tiene que ver el Espíritu Santo con el matrimonio, por ejemplo? Mucho, quizá lo esencial; intento explicar por qué. El matrimonio cristiano es el sacramento del hacerse don, el uno para la otra, del hombre y la mujer. Así lo pensó el Creador cuando «creó al ser humano a su imagen y semejanza […]:  hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). La pareja humana es, por tanto, la primera y más básica realización de la comunión de amor que es la Trinidad.

Los cónyuges también deben formar una primera persona del plural, un «nosotros». Estar el uno ante el otro como un «yo» y un «tú», y estar ante el resto del mundo, incluidos los hijos, como un «nosotros». Qué hermoso es oír a una madre decir a sus hijos: «Tu padre y yo…», como dijo María a Jesús, que tenía entonces doce años, cuando lo encontraron enseñando a los Doctores en el templo (cf. Lc 2,48); y oír a un padre decir: «Tu madre y yo», casi como si fueran una única persona. ¡Cuánto necesitan los hijos esta unidad – “papá y mamá juntos” -, la unidad de los padres, y cuánto sufren cuando falta! ¡Cuánto sufren los hijos de padres que se separan, cuánto sufren!

Para responder a esta vocación, el matrimonio necesita el apoyo de Aquel que es el Don, o, mejor dicho, el que se dona por excelencia. Allí donde entra el Espíritu Santo, renace la capacidad de entregarse. Algunos Padres de la Iglesia latina afirmaron que, siendo don recíproco del Padre y del Hijo en la Trinidad, el Espíritu Santo es también la razón de la alegría que reina entre ellos; y no temieron utilizar, al hablar de esto, la imagen de gestos propios de la vida conyugal, como el beso y el abrazo [Cfr. S. Hilario de Poitiers, De Trinitate, II,1; S. Agustín, De Trinitate, VI, 10,11].

Nadie dice que esa unidad sea un objetivo fácil, y menos en el mundo actual; pero ésta es la verdad de las cosas tal y como el Creador las concibió y, por tanto, está en su naturaleza. Por supuesto, puede parecer más fácil y más rápido construir sobre arena que sobre roca; pero Jesús nos dice cuál es el resultado (cfr. Mt 7:24-27). En este caso, ni siquiera necesitamos la parábola, porque las consecuencias de los matrimonios construidos sobre arena están, lamentablemente, a la vista de todos, y son sobre todo los hijos quienes pagan el precio. ¡Los hijos sufren la separación o la falta de amor de sus padres! De muchos cónyuges, hay que repetir lo que María le dijo a Jesús en Caná de Galilea: «No tienen vino» (Jn 2,3). El Espíritu Santo es quien sigue realizando, en el plano espiritual, el milagro que Jesús realizó en aquella ocasión, a saber, cambiar el agua de la costumbre en una nueva alegría de estar juntos. No es una ilusión piadosa: es lo que el Espíritu Santo ha hecho en tantos matrimonios, cuando los esposos se decidieron a invocarlo.

No estaría mal, por tanto, si, junto a la información de orden jurídico, psicológico y moral que se da en la preparación de los novios al matrimonio, se profundizara en esta preparación “espiritual”, el Espíritu Santo que hace la unidad. Dice un proverbio italiano: “Entre mujer y marido no pongas el dedo”. En cambio, hay un “dedo” que se debe poner entre marido y mujer, y es precisamente el “dedo de Dios”: ¡es decir, el Espíritu Santo!

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¿Cómo el Espíritu Santo actúa en la Iglesia y en la vida cristiana? Papa Francisco responde https://es.zenit.org/2024/10/16/como-el-espiritu-santo-actua-en-la-iglesia-y-en-la-vida-cristiana-papa-francisco-responde/ Tue, 15 Oct 2024 22:21:42 +0000 https://es.zenit.org/?p=240819 Audiencia general del Papa, 16 de octubre de 2024 sobre cómo el Espíritu Santo está presente, actúa en la vida de la Iglesia y en nuestra vida cristiana

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 16.10.2024).- Por la mañana del miércoles 16 de octubre, el Papa Francisco presidió la audiencia general en la Plaza de San Pedro, durante la cual desarrolló la novena catequesis del ciclo de catequesis que lleva por título “El Espíritu Santo que guía la Iglesia”. A continuación el texto de la catequesis en lengua española.

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Con la catequesis de hoy pasamos de lo que se nos ha revelado sobre el Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras a cómo está presente y actúa en la vida de la Iglesia, en nuestra vida cristiana.

En los tres primeros siglos, la Iglesia no sintió la necesidad de dar una formulación explícita de su fe en el Espíritu Santo. Por ejemplo, en el Credo más antiguo de la Iglesia, el llamado Credo de los Apóstoles, tras proclamar: «Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra, y en Jesucristo, que nació, murió, descendió a los infiernos, resucitó y subió a los cielos», se añade: «[Creo] en el Espíritu Santo» y nada más, sin ninguna especificación.

Pero fue la herejía la que impulsó a la Iglesia a especificar esta fe. Cuando comenzó este proceso -con San Atanasio, en el siglo IV- fue la experiencia vivida por la Iglesia de la acción santificadora y divinizadora del Espíritu Santo la que la condujo a la certeza de su plena divinidad. Esto ocurrió en el Concilio Ecuménico de Constantinopla del año 381, que definió la divinidad del Espíritu Santo con estas conocidas palabras que aún hoy repetimos en el Credo: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre [y del Hijo], que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas».

Decir que el Espíritu Santo es “Señor” era como decir que comparte el «señorío» de Dios, que pertenece al mundo del Creador, no al de las criaturas. La afirmación más fuerte es que se le debe la misma gloria y adoración que al Padre y al Hijo. Es el argumento de la igualdad en el honor, muy querido por San Basilio el Grande, que fue el principal artífice de esa fórmula: el Espíritu Santo es Señor, es Dios.

La definición conciliar no fue un punto de llegada, sino de partida. Y, de hecho, una vez superadas las razones históricas que habían impedido una afirmación más explícita de la divinidad del Espíritu Santo, ésta se proclamaría tranquilamente en el culto de la Iglesia y en su teología. Ya San Gregorio Nacianceno, tras ese Concilio, afirmará sin más reparos: «¿Es entonces Dios el Espíritu Santo? Ciertamente. ¿Es Él consustancial? Sí, si es Dios verdadero» (Oratio 31, 5.10).

¿Qué nos dice a nosotros, los creyentes de hoy, el artículo de fe que proclamamos cada domingo en la Misa? “¿Creo en el Espíritu Santo?” En el pasado, nos ocupaba principalmente la afirmación de que el Espíritu Santo «procede del Padre». La Iglesia latina pronto completó esta afirmación añadiendo, en el Credo de la Misa, que el Espíritu Santo procede «también del Hijo». Dado que en latín la expresión «y del Hijo» se dice «Filioque», esto dio lugar a la disputa conocida con este nombre, que fue el motivo (o el pretexto) de muchas disputas y divisiones entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente. Ciertamente, no es el caso de tratar aquí esta cuestión, que, por otra parte, en el clima de diálogo establecido entre las dos Iglesias, ha perdido la dureza del pasado y permite hoy esperar una plena aceptación mutua, como una de las principales «diferencias reconciliadas». Me gusta decir esto: «diferencias reconciliadas». Entre los cristianos hay muchas diferencias: este es de esta escuela, este es de aquella otra; este es protestante, este otro…Lo importante es que estas diferencias sean reconciliadas, en el amor de caminar juntos.

Superado este escollo, hoy podemos valorar la prerrogativa más importante para nosotros que se proclama en el artículo del Credo, es decir, que el Espíritu Santo es ‘vivificador’, es decir, da la vida. Nos preguntamos: ¿qué vida da el Espíritu Santo? Al principio, en la creación, el soplo de Dios da a Adán la vida natural; de una estatua de barro, lo convierte en «un ser viviente» (cf. Gn 2,7). Ahora, en la nueva creación, el Espíritu Santo es quien da a los creyentes la vida nueva, la vida de Cristo, vida sobrenatural, de hijos de Dios. Pablo puede exclamar: «La ley del Espíritu, que da vida en Cristo Jesús, te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte» (Rom 8,2).

¿Dónde está, en todo esto, la noticia grande y consoladora para nosotros? En que la vida que nos da el Espíritu Santo es la vida eterna. La fe nos libera del horror de tener que admitir que todo termina aquí, que no hay redención para el sufrimiento y la injusticia que reinan soberanas en la tierra. Nos lo asegura otra palabra del Apóstol: «Si el Espíritu de Dios, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que habita en ustedes» (Rom 8,11). El Espíritu habita en nosotros, está dentro de nosotros.

Cultivemos esta fe también por aquellos que, a menudo sin culpa propia, se ven privados de ella y no pueden dar sentido a la vida. ¡Y no nos olvidemos de dar gracias a Aquel que, con su muerte, nos obtuvo este don inestimable!

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2 maneras como el Espíritu Santo trabaja por la unidad de la Iglesia, según el Papa https://es.zenit.org/2024/10/09/2-maneras-como-el-espiritu-santo-trabaja-por-la-unidad-de-la-iglesia-segun-el-papa/ Wed, 09 Oct 2024 12:01:19 +0000 https://es.zenit.org/?p=240740 Audiencia general del Papa, 9 de octubre de 2024 sobre el Espíritu Santo quien asegura la universalidad y la unidad de la Iglesia

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 09.10.2024).- La mañana del miércoles 9 de octubre el Papa Francisco ofreció su octava catequesis dentro del ciclo de catequesis “El Espíritu Santo que guía a la Iglesia”. La catequesis, como de costumbre, tuvo lugar dentro de la audiencia general que en esta ocasión tuvo lugar en la Plaza de San Pedro. Ofrecemos a continuación el texto de la catequesis traducido al castellano.

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro itinerario de catequesis sobre el Espíritu Santo y la Iglesia, hoy nos referimos al libro de los Hechos de los Apóstoles.

El relato del descenso del Espíritu Santo en Pentecostés empieza con la descripción de algunos signos preparatorios – el viento impetuoso y las lenguas de fuego –, y encuentra su conclusión en la afirmación: «Y todos quedaron llenos de Espíritu Santo» (Hch 2,4). San Lucas – que escribió los Hechos de los Apóstoles – subraya que el Espíritu Santo es quien asegura la universalidad y la unidad de la Iglesia. El efecto inmediato del estar “llenos de Espíritu Santo” fue que los Apóstoles «empezaron a hablar en otras lenguas» y salieron del Cenáculo para anunciar a Jesucristo a la multitud (cf. Hch 2,4ss).

De este modo, Lucas quiso destacar la misión universal de la Iglesia como signo de una nueva unidad entre todos los pueblos.

De dos maneras vemos que el Espíritu trabaja por la unidad: por un lado, empuja la Iglesia hacia el exterior, para que pueda acoger a cada vez más personas y pueblos; por otro, la reúne en su interior para consolidar la unidad alcanzada. Le enseña a extenderse en la universalidad y a recogerse en la unidad. Universal y una: este es el misterio de la Iglesia.

El primero de los dos movimientos -la universalidad- lo vemos en acto en el capítulo 10 de los Hechos de los Apóstoles, en el episodio de la conversión de Cornelio. El día de Pentecostés, los Apóstoles habían anunciado a Cristo a todos los judíos y a los observantes de la ley mosaica, cualquiera que fuera el pueblo al que pertenecieran. Fue necesario otro «Pentecostés», muy similar al primero, el de la casa del centurión Cornelio, para inducir a los Apóstoles a ampliar el horizonte y derribar la última barrera, la que separaba a judíos y paganos (cfr. Hch 10-11).

A esta expansión étnica se añade la geográfica. Pablo -leemos de nuevo en los Hechos de los Apóstoles (cfr. 16,6-10)- quiso proclamar el Evangelio en una nueva región de Asia Menor; pero, está escrito, «el Espíritu Santo se lo impidió»; quiso pasar a Bitinia «pero el Espíritu Santo no se lo permitió». Se descubre a continuación la razón de estas sorprendentes prohibiciones del Espíritu: la noche siguiente, el Apóstol recibe en sueños la orden de ir a Macedonia. El Evangelio salía así de su región natal, Asia, y entraba en Europa.

El segundo movimiento del Espíritu Santo -el que crea la unidad- lo vemos en acto en el capítulo 15 de los Hechos, en el desarrollo del llamado Concilio de Jerusalén. El problema planteado es cómo conseguir que la universalidad alcanzada no comprometa la unidad de la Iglesia. El Espíritu Santo no siempre obra la unidad de repente, con intervenciones milagrosas y decisivas, como en Pentecostés. También lo hace -en la mayoría de los casos- con un trabajo discreto, que respeta los tiempos y las diferencias humanas, pasando a través de las personas y las instituciones, la oración y la confrontación. De una forma, diríamos hoy, sinodal. Esto es lo que ocurrió, de hecho, en el Concilio de Jerusalén, para la cuestión de las obligaciones de la ley mosaica que debían imponerse a los conversos del paganismo. Su solución fue anunciada a toda la Iglesia con las palabras que conocen bien: «Fue el parecer del Espíritu Santo y el nuestro…» (Hch 15,28).

San Agustín explica la unidad realizada por el Espíritu Santo con una imagen que se ha convertido en clásica: «Lo que es el alma respecto al cuerpo del hombre, eso mismo es el Espíritu Santo respecto al cuerpo de Cristo que es la Iglesia» [ Discursos, 267, 4.].

Esta imagen nos ayuda a comprender una cosa importante. El Espíritu Santo no obra la unidad de la Iglesia desde el exterior, no se limita a ordenarnos que estemos unidos. Él mismo es el «vínculo de la unidad». Él es quien realiza la unidad en la Iglesia.

Como siempre, concluimos con una idea que nos ayuda a pasar de la Iglesia en su conjunto a cada uno de nosotros. La unidad de la Iglesia es la unidad entre las personas, y no se consigue estableciendo un plan, sino en la vida. Se realiza en la vida. Todos queremos la unidad, todos la deseamos desde lo más profundo de nuestro corazón; sin embargo, es tan difícil de conseguir que, incluso dentro del matrimonio y de la familia, la unidad y la concordia son de las cosas más difíciles de alcanzar y aún más de mantener.

La razón es que cada uno quiere, sí, que se realice la unidad, pero en torno a su propio punto de vista, sin pensar que la otra persona que tiene enfrente piensa exactamente lo mismo sobre «su» punto de vista. Por este camino, la unidad no hace más que alejarse. La unidad de Pentecostés, según el Espíritu, se consigue nos esforzamos por poner a Dios, y no a nosotros mismos, en el centro. La unidad de los cristianos también se construye así: no esperando que los demás se unan a nosotros allí donde estamos, sino avanzando juntos hacia Cristo.

Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a ser instrumentos de unidad y de paz.

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Papa Francisco explica al Diablo y prueba su existencia… ¡con los santos! https://es.zenit.org/2024/09/25/papa-francisco-explica-al-diablo-y-prueba-su-existencia-con-los-santos/ Wed, 25 Sep 2024 00:17:57 +0000 https://es.zenit.org/?p=240563 Audiencia general del Papa, 25 de septiembre de 2024 sobre “El Espíritu Santo nuestro aliado en la lucha contra el espíritu del mal”

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 25.09.2024).- Por la mañana del miércoles 25 de septiembre, el Papa Francisco presidió en la Plaza de San Pedro la audiencia general de los miércoles. Como parte del ciclo semanal de catequesis que desde hace algunas semanas giran en torno al tema general “El Espíritu Santo que guía a la Iglesia”, el Papa dedicó la de ese miércoles al tema «Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto. El Espíritu Santo nuestro aliado en la lucha contra el espíritu del mal». Se trata de la catequesis número 7 de este ciclo. Ofrecemos a continuación la traducción al español de la catequesis del Papa.

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Inmediatamente después de su bautismo en el Jordán, Jesús, «fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1) – así dice el Evangelio de Mateo. La iniciativa no es de Satanás, sino de Dios. Al ir al desierto, Jesús obedece a una inspiración del Espíritu Santo, no cae en una trampa del enemigo, ¡no! Una vez superada la prueba, Él – está escrito – regresó a Galilea «lleno del poder del Espíritu Santo» (Lc 4,14).

Jesús, en el desierto, se libró de Satanás, y ahora puede liberar de Satanás. Esto es lo que destacan los evangelistas con los numerosos relatos de liberación de endemoniados. Dice Jesús a sus oponentes: «Si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios, entonces el reino de Dios ha llegado a ustedes» (Mt 12,27).

Hoy asistimos a un extraño fenómeno relacionado con el diablo. En un cierto nivel cultural, se cree que sencillamente no existe. Sería un símbolo del inconsciente colectivo, o de la alienación; en definitiva, una metáfora. Pero «el mayor ardid del diablo es hacer creer que no existe», como escribió alguien (Charles Baudelaire). Es astuto: nos hace creer que no existe y así lo domina todo. Es astuto. Sin embargo, nuestro mundo tecnológico y secularizado está repleto de magos, ocultismo, espiritismo, astrólogos, vendedores de amuletos y hechizos y, por desgracia, de verdaderas sectas satánicas. Expulsado por la puerta, el diablo ha vuelto a entrar, podría decirse, por la ventana. Expulsado con la fe, vuelve a entrar con la superstición. Y si eres supersticioso, inconscientemente estás dialogando con el diablo. Con el diablo no se dialoga.

La prueba más fuerte de la existencia de Satanás no se encuentra en los pecadores ni en los posesos, sino en los santos. «¿Y cómo es esto, Padre?» Sí, es cierto que el diablo está presente y activo en ciertas formas extremas e «inhumanas» de mal y de maldad que vemos a nuestro alrededor. Sin embargo, por esta vía es prácticamente imposible llegar, en cada caso particular, a la certeza de que se trata efectivamente de él, ya que no podemos saber con precisión dónde termina su acción y dónde comienza nuestra propia maldad. Por eso, la Iglesia es muy prudente y rigurosa en el ejercicio del exorcismo, ¡a diferencia de lo que ocurre, lamentablemente, en ciertas películas!

Es en la vida de los santos, precisamente ahí, donde el demonio se ve obligado a salir al descubierto, a ponerse «a contraluz». Unos más, otros menos, todos los santos y todos los grandes creyentes dan testimonio de su lucha contra esta oscura realidad, y no se puede suponer honestamente que todos ellos fueran unos ilusos o meras víctimas de los prejuicios de su época.

La batalla contra el espíritu del mal se gana como la ganó Jesús en el desierto: a golpes de la palabra de Dios: Ya ven que Jesús no dialoga con el diablo, nunca lo hizo. Lo expulsa o lo condena, pero nunca dialoga. Y en el desierto no responde con sus palabras, sino con la Palabra de Dios. Hermanos, hermanas, ¡nunca dialoguen con el diablo! Cuando venga con tentaciones: “pero estaría bien esto, estaría bien lo otro…”, ¡detente!  Eleva tu corazón al Señor, reza a la Virgen y expúlsalo como Jesús nos enseñó a expulsarlo. San Pedro sugiere también otro medio, que Jesús no necesitaba, pero nosotros sí, la vigilancia: «Sean sobrios, vigilen. Su enemigo, el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1 Pe 5,8). Y San Pablo nos dice: «No den ocasión al diablo» (Ef 4,27).

Después de que Cristo, en la cruz, derrotara para siempre el poder del «príncipe de este mundo» (Jn 12,31), el diablo -decía un Padre de la Iglesia- «está atado, como un perro a una cadena; no puede morder a nadie, salvo a los que, desafiando el peligro, se acercan a él… Puede ladrar, puede apremiar, pero no puede morder, salvo quien lo desee» [San César de Arlés, Discursos 121, 6: CC 103, p. 507]. Si eres tonto y vas donde el diablo y le dices: «¿Qué tal?», él te arruinará. ¿El diablo? ¡A distancia! Con el diablo no se dialoga. Se le expulsa. A distancia. Y nosotros, todos nosotros, tenemos experiencia de cómo el diablo se acerca con alguna tentación, sobre los Diez Mandamientos. Cuando oigamos esto, ¡alto, distancia! No se acerquen al perro encadenado.

La tecnología moderna, por ejemplo, además de muchos recursos positivos que hay que apreciar, también ofrece innumerables medios para «dar oportunidades al diablo», y muchos caen en su trampa. Pensemos en la pornografía en Internet, detrás de la cual hay un mercado muy floreciente, todos lo sabemos. Ahí trabaja el diablo. Se trata de un fenómeno fuertemente extendido del que los cristianos deben precaverse y que deben rechazar enérgicamente. Porque cualquier teléfono móvil tiene acceso a esta brutalidad, a este lenguaje del diablo: la pornografía en línea.

El ser conscientes de la acción del diablo en la historia no debe desanimarnos. El pensamiento final debe ser, también aquí, de confianza y seguridad: “Estoy con el Señor, vete”. Cristo ha vencido al diablo y nos ha dado el Espíritu Santo para hacer nuestra su victoria. La misma acción del enemigo puede volverse a nuestro favor si, con la ayuda de Dios, la ponemos al servicio de nuestra purificación. Pidamos, pues, al Espíritu Santo, con las palabras del himno Veni Creator:

«Aleja de nosotros al enemigo

danos pronto la paz.

Se nuestro guía

para que evitemos todo mal».

Tengan cuidado, porque el diablo es astuto. Pero nosotros los cristianos, con la gracia de Dios, somos más astutos que él. Gracias.

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