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24/09/2018-17:07

Redacción zenit

Letonia: Como María, estamos llamados a “tocar” el sufrimiento de los demás

(ZENIT – 24 sept. 2018).- “¡Muéstrate, Madre!” es el lema de esta visita, que el Papa Francisco ha usado para invitar a los fieles de Letonia en la Eucaristía celebrada en el Santuario Internacional de la Madre de Dios de Aglona, el mayor de Letonia.

El Pontífice ha llegado a las 16 horas (15 h. en Roma) al Santuario Internacional de la Madre De Dios de Aglona, donde ha sido recibido por el Obispo de Rēzekne-Aglona y Presidente de la Conferencia Episcopal de Letonia, Mons. Jānis Bulis, y de dos niños, vestidos con los atuendos tradicionales, que le han ofrecido un tributo floral.

Francisco ha saludado de manera cercana y cariñosa, como es propio de él, a muchos de los miles de peregrinos allí presentes, desde el papamóvil, antes de dirigirse al altar, donde ha presidido la celebración eucarística para María Madre de la Iglesia en latín y letón.

El Pontífice ha reflexionado en la homilía de la entrega total a los demás: «Uno puede estar al lado de muchísimas personas, puede incluso compartir la misma vivienda, o el barrio, o el trabajo; puede compartir la fe, contemplar y gozar de los mismos misterios, pero no acogerse, no hacer el ejercicio de una aceptación amorosa del otro».

«Que todos en Letonia, sepan que estamos dispuestos a privilegiar a los más pobres, levantar a los caídos y recibir a los demás así como vienen y se presentan ante nosotros», ha pedido el Papa al final de su intervención.

«Clavada» al pie de la cruz 

En la homilía, el Pontífice ha recordado que María está “firmemente de pie” junto a su Hijo. «No es un modo liviano de estar –ha dicho–, tampoco evasivo y menos aún pusilánime. Es con firmeza, “clavada” al pie de la cruz, expresando con la postura de su cuerpo que nada ni nadie podría moverla de ese lugar.

Así, la Virgen María –ha aclarado el Papa– se muestra en primer lugar así: al lado de los que sufren, de aquellos de los que todo el mundo huye, incluso de los que son enjuiciados, condenados por todos, deportados.

Todos los descartados de la sociedad pueden hacer experiencia de esta Madre delicadamente cercana, porque en el que sufre siguen abiertas las llagas de su Hijo Jesús. Ella lo aprendió al pie de la cruz. También nosotros estamos llamados a “tocar” el sufrimiento de los demás.

Antes de la consagración, han llevado las ofrendas al Santo Padre una familia de letones con niños, una pareja de jóvenes vestidos con los trajes típicos de Letonia, dos religiosas y un matrimonio de adultos mayores.

Al final de la Misa, después del saludo de Mons. Jānis Bulis, el Papa ha agradecido a todos los fieles y a los organizadores su visita al país. Luego, después del homenaje a la Virgen y la Bendición final, se trasladó en automóvil al helipuerto de Aglona para la ceremonia de despedida de Letonia.

Santuario de Aglona

La Basílica de Aglona es el mayor santuario católico de Letonia. Los peregrinos acuden al sitio el 15 de agosto de cada año para celebrar la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo. En 1980, la Iglesia celebró su 200 aniversario y el Papa Juan Pablo II le otorgó oficialmente el estatus de una basílica menor. En 1986, fue el sitio de la celebración del 800º aniversario del cristianismo en Letonia. En septiembre de 1993, el Papa Juan Pablo II visitó el Santuario, junto con una multitud de unos 300.000 peregrinos.

Publicamos a continuación la homilía y las palabras de agradecimiento del Santo Padre al término de la Santa Misa:

***

Homilía del Santo Padre

Bien podríamos decir que aquello que relata san Lucas en el comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles se repite hoy aquí: íntimamente unidos, dedicados a la oración, y en compañía de María, nuestra Madre (cf. 1,14). Hoy hacemos nuestro el lema de esta visita: “¡Muéstrate, Madre!”, haz evidente en qué lugar sigues cantando el Magníficat, en qué sitios está tu Hijo crucificado, para encontrar a sus pies tu firme presencia.

El evangelio de Juan relata solo dos momentos en que la vida de Jesús se entrecruza con la de su Madre: las bodas de Caná (cf. Jn 2,1-12) y el que acabamos de leer, María al pie de la cruz (cf. Jn 19,25-27). Pareciera que al evangelista le interesa mostrarnos a la Madre de Jesús en esas situaciones de vida aparentemente opuestas: el gozo de unas bodas y el dolor por la muerte de un hijo. Que, al adentrarnos en el misterio de la Palabra, ella nos muestre cuál es la Buena Noticia que el Señor hoy quiere compartirnos.

Lo primero que señala el evangelista es que María está “firmemente de pie” junto a su Hijo. No es un modo liviano de estar, tampoco evasivo y menos aún pusilánime. Es con firmeza, “clavada” al pie de la cruz, expresando con la postura de su cuerpo que nada ni nadie podría moverla de ese lugar. María se muestra en primer lugar así: al lado de los que sufren, de aquellos de los que todo el mundo huye, incluso de los que son enjuiciados, condenados por todos, deportados. No se trata solo de que sean oprimidos o explotados, sino de estar directamente “fuera del sistema”, al margen de la sociedad (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 53). Con ellos está también la Madre, clavada junto a esa cruz de la incomprensión y del sufrimiento.

También María nos muestra un modo de estar al lado de estas realidades; no es ir de paseo ni hacer una breve visita, ni tampoco es “turismo solidario”. Se trata de que quienes padecen una realidad de dolor nos sientan a su lado y de su lado, de modo firme, estable; todos los descartados de la sociedad pueden hacer experiencia de esta Madre delicadamente cercana, porque en el que sufre siguen abiertas las llagas de su Hijo Jesús. Ella lo aprendió al pie de la cruz. También nosotros estamos llamados a “tocar” el sufrimiento de los demás. Vayamos al encuentro de nuestro pueblo para consolarlo y acompañarlo; no tengamos miedo de experimentar la fuerza de la ternura y de implicarnos y complicarnos la vida por los otros (cf. ibíd., 270). Y, como María, permanezcamos firmes y de pie: con el corazón puesto en Dios y animados, levantando al que está caído, enalteciendo al humilde, ayudando a terminar con cualquier situación de opresión que los hace vivir como crucificados.

María es invitada por Jesús a recibir al discípulo amado como su hijo. El texto nos dice que estaban juntos, pero Jesús percibe que no lo suficiente, que no se han recibido mutuamente. Porque uno puede estar al lado de muchísimas personas, puede incluso compartir la misma vivienda, o el barrio, o el trabajo; puede compartir la fe, contemplar y gozar de los mismos misterios, pero no acogerse, no hacer el ejercicio de una aceptación amorosa del otro. Cuántos matrimonios podrían relatar sus historias de estar cerca pero no juntos; cuántos jóvenes sienten con dolor esta distancia con los adultos, cuántos ancianos se sienten fríamente atendidos, pero no amorosamente cuidados y recibidos.

Es cierto que, a veces, cuando nos hemos abierto a los demás nos ha hecho mucho daño. También es verdad que, en nuestras realidades políticas, la historia de desencuentro de los pueblos todavía está dolorosamente fresca. María se muestra como mujer abierta al perdón, a dejar de lado rencores y desconfianzas; renuncia a hacer reclamos por lo que “hubiera podido ser” si los amigos de su Hijo, si los sacerdotes de su pueblo o si los gobernantes se hubieran comportado de otra manera, no se deja ganar por la frustración o la impotencia. María le cree a Jesús y recibe al discípulo, porque las relaciones que nos sanan y liberan son las que nos abren al encuentro y a la fraternidad con los demás, porque descubren en el otro al mismo Dios (cf. ibíd., 92). Monseñor Sloskans, que descansa aquí, una vez apresado y enviado lejos, escribía a sus padres: «Os lo pido desde lo más hondo de mi corazón: no dejéis que la venganza o la exasperación se abran camino en vuestro corazón. Si lo permitiésemos no seríamos verdaderos cristianos, sino fanáticos». En tiempos donde pareciera que vuelve a haber modos de pensar que nos invitan a desconfiar de los otros, que con estadísticas nos quieren demostrar que estaríamos mejor, seríamos más prósperos, habría más seguridad si estuviéramos solos, María y los discípulos de estas tierras nos invitan a acoger, a volver a apostar por el hermano, por la fraternidad universal.

Pero María se muestra también como la mujer que se deja recibir, que humildemente acepta pasar a ser parte de las cosas del discípulo. En aquella boda que se había quedado sin vino, con el peligro de terminar llena de ritos pero seca de amor y de alegría, fue ella la que les mandó que hicieran lo que él les dijera (cf. Jn 2,5). Ahora, como discípula obediente, se deja recibir, se traslada, se acomoda al ritmo del más joven. Siempre cuesta la armonía cuando somos distintos, cuando los años, las historias y las circunstancias nos ponen en modos de sentir, pensar y hacer que a simple vista parecen opuestos. Cuando con fe escuchamos el mandato de recibir y ser recibidos, es posible construir la unidad en la diversidad, porque no nos frenan ni dividen las diferencias, sino que somos capaces de mirar más allá, de ver a los otros en su dignidad más profunda, como hijos de un mismo Padre (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228).

En esta, como en cada eucaristía, hacemos memoria de aquel día. Al pie de la cruz, María nos recuerda el gozo de haber sido reconocidos como sus hijos, y su Hijo Jesús nos invita a traerla a casa, a ponerla en medio de nuestra vida. Ella nos quiere regalar su valentía, para estar firmemente de pie; su humildad, que la hace adaptarse a las coordenadas de cada momento de la historia; y clama para que en este, su santuario, todos nos comprometamos a acogernos sin discriminarnos.

Que todos en Letonia, sepan que estamos dispuestos a privilegiar a los más pobres, levantar a los caídos y recibir a los demás así como vienen y se presentan ante nosotros.

© Librería Editorial Vaticano

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24/09/2018-10:53

Rosa Die Alcolea

Oración ecuménica en Letonia: El Papa alerta del peligro de «sentirnos cristianos turistas»

(ZENIT – 24 sept. 2018).- El Papa Francisco ha advertido de un posible peligro a los cristianos de Letonia: «Podemos dejar de sentirnos cristianos residentes para volvernos turistas». Nuestra tradición cristiana puede quedar reducida a una pieza del pasado «que, encerrada en las paredes de nuestros templos, deja de entonar una melodía capaz de movilizar e inspirar la vida y el corazón de aquellos que la escuchan», ha indicado.

Esto lo ha comparado con el «peligro» común de «pasar de residentes a turistas»: «Hacer de aquello que nos identifica una pieza del pasado, una atracción turística y de museo (…) que ha dejado de movilizar el corazón de aquellos que lo escuchan», y ha alertado de que «con la fe nos puede pasar exactamente lo mismo. Podemos dejar de sentirnos cristianos residentes para volvernos turistas».

«Si la música del evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía –ha explicado el Pontífice– habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer, sea cual sea su proveniencia, encerrándonos en ‘lo mío’, olvidándonos de ‘lo nuestro’: la casa común que nos atañe a todos».

A las 10:40 hora local en Letonia (9:40 h. en Roma), el Papa Francisco ha llegado a la Catedral luterana de Santa María, conocida como Rigas Doms, «Casa catedral que por más de 800 años alberga la vida cristiana de esta ciudad» -ha dicho Francisco– para participar en el encuentro ecuménico con otras religiones de Letonia: principalmente la Iglesia luterana y la Ortodoxa.

El Arzobispo de Riga, Mons. Zbigņevs Stankevičs, ha acompañado al Santo Padre en todo momento durante esta mañana del lunes, 24 de septiembre de 2018, tercer día del Papa en los Países Bálticos.

Tumba de San Meinardo

A su llegada, el Papa fue recibido en la entrada principal por el arzobispo luterano de Riga, Jānis Vanags, y saludó a 10 líderes de las principales confesiones cristianas, entre ellos el Metropolitano Ortodoxo de Riga y de toda Letonia, Alexander Kudryashov, quien ha estado junto al Papa y al Arzobispo luterano durante la ceremonia.

Tras la procesión de entrada mientras se oían los cantos del coro, los tres líderes religiosos han orado en silencio ante la tumba de San Meinardo, primer evangelizador cristiano en tierras letonas, en el interior de la Rigas Doms, llena de fieles luteranos, católicos y ortodoxos, y el Arzobispo luterano ha dirigido unas palabras al Santo Padre Francisco.

A continuación, se han leído unos textos bíblicos, el Papa Francisco ha pronunciado un discurso y el Metropolitano Ortodoxo ha ofrecido una oración por la Paz, acompañada de la procesión de unos niños que han encendido unas velas, y se ha rezado el Padre Nuestro.

Después de esta celebración ecuménica, el Papa Francisco se ha trasladado a la Catedral de Santiago.

A continuación ofrecemos el discurso del Papa Francisco en este encuentro ecuménico:

***

Discurso del Papa Francisco

Me alegra poder encontrarme con vosotros, en esta tierra que se caracteriza por realizar un camino de reconocimiento, colaboración y amistad entre las diversas iglesias cristianas, que han logrado generar unidad manteniendo la riqueza y la singularidad que les es propia. Me animaría a decir que es “un ecumenismo vivo”, siendo una de las características particulares de Letonia. Sin ninguna duda, una razón para la esperanza y la acción de gracias. 

Gracias al señor arzobispo Jānis Vanags por abrirnos las puertas de esta casa para realizar este encuentro de oración. Casa catedral que por más de 800 años alberga la vida cristiana de esta ciudad; testimonio fiel de tantos hermanos nuestros que se han acercado para adorar, rezar, sostener la esperanza en tiempos de sufrimiento y tomar coraje para enfrentar tiempos de mucha injusticia y sufrimiento. Hoy nos hospeda para que el Espíritu Santo siga tejiendo artesanalmente lazos de comunión entre nosotros y, así, volvernos también nosotros artesanos de unidad en nuestros pueblos, haciendo que nuestras diferencias no se conviertan en división. Dejemos que el Espíritu Santo nos revista con las armas del diálogo, del entendimiento, de la búsqueda del reconocimiento mutuo y de la fraternidad (cf. Ef 6,13-18). 

En esta catedral se encuentra uno de los órganos más antiguos de Europa, y que fue el más grande del mundo en el tiempo de su inauguración. Podemos imaginar cómo acompañó la vida, la creatividad, la imaginación y la piedad de todos aquellos que se dejaban acariciar por su melodía. Ha sido instrumento de Dios y de los hombres para elevar la mirada y el corazón. Hoy es un emblema de esta ciudad y de esta catedral. Para el “residente” en este lugar significa más que un órgano monumental, es parte de su vida, de su tradición, de su identidad. En cambio, para un turista, es lógicamente una pieza más de arte a conocer y fotografiar. Y ese es uno de los peligros que siempre se corre: pasar de residentes a turistas. Hacer de aquello que nos identifica una pieza del pasado, una atracción turística y de museo que recuerda las gestas de antaño, de alto valor histórico, pero que ha dejado de movilizar el corazón de aquellos que lo escuchan. 

Con la fe nos puede pasar exactamente lo mismo. Podemos dejar de sentirnos cristianos residentes para volvernos turistas. Es más, podríamos afirmar que toda nuestra tradición cristiana puede correr la misma suerte: quedar reducida a una pieza del pasado que, encerrada en las paredes de nuestros templos, deja de entonar una melodía capaz de movilizar e inspirar la vida y el corazón de aquellos que la escuchan. Sin embargo, como afirma el evangelio que hemos escuchado, nuestra fe no es para ocultarla sino para darla a conocer y hacerla resonar en diferentes ámbitos de la sociedad, para que todos puedan contemplar su belleza y ser iluminados con su luz (cf. Lc 11,33). 

Si la música del evangelio deja de ejecutarse en nuestra vida y se convierte en una bella partitura del pasado, dejará de romper las monotonías asfixiantes que impiden movilizar la esperanza, volviendo así estériles todos nuestros esfuerzos. 

Si la música del evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados-enviados. 

Si la música del evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer, sea cual sea su proveniencia, encerrándonos en “lo mío”, olvidándonos de “lo nuestro”: la casa común que nos atañe a todos. 

Si la música del evangelio deja de sonar, habremos perdido los sonidos que conducirán nuestras vidas al cielo, encerrándonos en uno de los peores males de hoy en día: la soledad y el aislamiento. Esa enfermedad que nace en quien no tiene vínculos, y que puede verse en los ancianos abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro (cf. Discurso al Parlamento Europeo, 25 noviembre 2014). 

Padre, «que todos sean uno, […] para que el mundo crea» (Jn 17,21). Estas palabras siguen resonando con fuerza en medio nuestro, gracias a Dios. Es Jesús que antes de su entrega reza al Padre. Es Jesucristo que, mirando de frente su cruz y la cruz de tantos hermanos nuestros, no deja de implorar al Padre. Es el susurro de esta oración la que nos marca el sendero y nos indica el camino a seguir. Sumergidos en su oración, como creyentes en él y en su Iglesia, deseando la comunión de gracia que el Padre tiene desde toda la eternidad (cf. Juan Pablo II, Enc. Ut unum sint, 9), encontramos el único camino posible para todo ecumenismo: en la cruz del sufrimiento de tantos jóvenes, ancianos y niños expuestos muchas veces a la explotación, al sin sentido, a la falta de oportunidades y a la soledad. Mirando Jesús a su Padre y a nosotros sus hermanos no deja de implorar: que todos sean uno. 

La misión hoy nos sigue pidiendo y reclamando la unidad, es la misión la que nos exige dejar de mirar las heridas del pasado o toda actitud autorreferencial para centrarnos en la oración del Maestro. Es la misión la que reclama que la música del evangelio no deje de sonar en nuestras plazas. 

Algunos pueden llegar a decir: son tiempos difíciles y complejos los que nos tocan vivir. Otros pueden llegar a pensar que, en nuestras sociedades, los cristianos tienen cada vez menos márgenes de acción o de influencia debido a un sinfín de componentes como puede ser el secularismo o las lógicas individualistas. Esto nos puede conducir a una actitud de encierro, de defensa, e incluso de resignación. No podemos dejar de reconocer que ciertamente no son tiempos fáciles, especialmente para muchos hermanos nuestros que hoy viven en su carne el destierro e inclusive el martirio a causa de la fe. Pero su testimonio nos lleva a descubrir que el Señor nos sigue llamando e invitando a vivir el evangelio con alegría, gratitud y radicalidad. Si Cristo nos consideró dignos de vivir en estos tiempos, en esta hora —la única que tenemos—, no podemos dejarnos vencer por el miedo ni dejarla pasar sin asumirla con la alegría de la fidelidad. El Señor nos dará la fuerza para hacer de cada tiempo, de cada momento, de cada situación una oportunidad de comunión y reconciliación con el Padre y con nuestros hermanos, especialmente con aquellos que hoy son considerados inferiores o material de descarte. Si Cristo nos consideró dignos de hacer sonar la melodía del evangelio, ¿dejaremos de hacerlo? 

La unidad a la que el Señor nos llama es una unidad siempre en clave misionera, que nos pide salir y llegar al corazón de nuestros pueblos y culturas, a la sociedad posmoderna en la que vivimos, «allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas [para] alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 74). Lograremos realizar esta misión ecuménica si nos dejamos empapar por el Espíritu de Jesucristo que es capaz de «romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende siempre con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del evangelio brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (ibíd., 11). 

Queridos hermanos: Que siga sonando entre nosotros la música del evangelio, que no deje de sonar lo que permite que nuestro corazón siga soñando y mirando la vida plena a la que el Señor nos llama a todos: a ser sus discípulos misioneros en medio del mundo que nos toca vivir. 

© Librería Editorial Vaticano

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24/09/2018-06:37

Rosa Die Alcolea

Países Bálticos: El Papa Francisco llega a Letonia

(ZENIT – 24 sept. 2018).- Comienza la tercera jornada del 25º viaje apostólico del Papa Francisco, a los Países Bálticos. El Santo Padre ha llegado al Aeropuerto Internacional de Riga, a las a las 8:20 hora local (7:20 h. en Roma) desde Vilna, capital de Lituania.

A su llegada, el Pontífice ha sido recibido por el Presidente de la República de Letonia, Raimonds Vējonis y por dos niños vestidos con los trajes típicos letones, que han regalado al Papa unas flores.

Niñas letonas tocan el 'Kokle' y cantan para el Papa. Captura Vatican MediaAsimismo, han dado la bienvenida a país la embajadora de Letonia en la Santa Sede, Veronika Erte; el Presidente de la Conferencia Episcopal y Obispo de Rēzekne-Aglona, Mons, Jānis Bulis; y el Arzobispo de Riga, Mons. Zbigņevs Stankevičs.

Luego, el Santo Padre y el Presidente han pasando frente al Piquete de Honor en el aeropuerto, mientras se realizan bailes tradicionales. Un grupo de niñas, guiadas por un chico han interpretado varias canciones tradicionales para el Papa, tocando el ‘kokle’, instrumento popular letón, y cantando en algunas estrofas.

Durante este momento, al Santo Padre lo acompañan una pareja de niña y niño letones, vestidos con coloridos trajes típicos, uno a cada lado del Papa.

413.000 católicos

El Presidente Raimonds Vējonis recibe al Papa en Letonia © Vatican MediaLetonia tiene una superficie de 64.600 kilómetros cuadrados, y unos 2 millones de habitantes (2018). La Iglesia letona cuenta con 8 obispos y 166 sacerdotes, entre los diocesanos y los religiosos, son los datos ofrecidos por la Santa Sede, del 31 de diciembre de 2016.

Se estima que en Letonia hay 413.000 católicos, y 263 parroquias. Letonia limita al norte con Estonia, al sur con Lituania, al este con Rusia y Bielorrusia, y al oeste con el mar Báltico. Es un país de llanuras bajas pobladas de extensos bosques.

Letonia volvió a ser independiente tras 1991, después de la disolución de la Unión Soviética. Desde ese año forma parte de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), desde 2004 de la Unión Europea (UE) y de la OTAN, y desde 2016 es miembro de la OCDE. Actualmente el país es una república democrática parlamentaria dividida en 120 municipios (90 municipios y 30 ciudades).

Un impulso espiritual 

El Arzobispo de Riga, Zbigņevs Stankevičs, quien ha dado la bienvenida al Papa Francisco en el aeropuerto, declaró a ZENIT en una entrevista, publicada el pasado 21 de septiembre, que la misión del Papa es “confirmar a los hermanos y hermanas en la fe y leer los signos de los tiempos, y esto nos ayudará a ver las prioridades hacia las que debemos dirigir nuestras fuerzas”.

«Esperamos del Papa Francisco no solo un impulso espiritual, sino incluso un impulso social, precisamente porque todavía necesitamos una purificación de la mentalidad post-soviética –comentó Mons. Stankevičs–. Se ha hecho mucho, pero queda todavía mucho más por hacer para combatir la corrupción, la pobreza y la cultura de los desechos, porque los descartados también están en Letonia».

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24/09/2018-19:10

Redacción zenit

Letonia: «Ni el régimen nazi, ni el soviético apagó la fe en vuestros corazones»

(ZENIT – 24 sept. 2018).- La Catedral de Santiago, de Riga, capital de Letonia, ha acogido la visita del Santo Padre Francisco, en su tercer día de viaje apostólico a los Países Bálticos, este martes, 24 de septiembre de 2018.

El encuentro ha estado dirigido especialmente a los ancianos de Letonia, a quienes el Papa les ha dicho: «Ni el régimen nazi, ni el soviético apagó la fe en vuestros corazones».

Francisco ha continuado: «Vosotros aquí presentes habéis sido sometidos a toda clase de pruebas: el horror de la guerra, y después la represión política, la persecución y el exilio, como bien ha descrito vuestro arzobispo. Y habéis sido constantes, habéis perseverado en la fe».

«El apóstol Santiago nos invita a ser constantes, a no bajar los brazos», ha exhortado el Papa a las personas mayores de Letonia. «No cedáis a la decepción, a la tristeza, no perdáis la dulzura y, menos aún, la esperanza».

A las 11:30 hora local (10:30 h. de Roma), el Santo Padre Francisco ha llegado al templo. A su llegada, el Pontífice ha sido recibido por el párroco, que llevaba el crucifijo y el agua bendita para la aspersión. Asimismo, una pareja de ancianos ha entregado al Papa algunas flores que colocó ante la imagen de la Virgen.

Introducido por el saludo del arzobispo de Riga, Mons. Zbigņevs Stankevičs, el Santo Padre dirigió sus saludos a los presentes. Después de rezar el Padre Nuestro y dar la bendición final, ha tenido lugar el intercambio de dones.

Posteriormente, el Papa se mudó a la Casa de la Sagrada Familia en Riga, donde almorzó con los obispos de la Conferencia Episcopal de Letonia.

Antes de partir, el Santo Padre ha ofrecido un regalo a la Casa diocesana y ha saludado a algunos benefactores y colaboradores.

Publicamos el saludo del Papa Francisco de a los fieles presentes en la Catedral de Santiago:

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Discurso del Papa Francisco

Queridos hermanas y hermanos: 

Agradezco las palabras del arzobispo y su preciso análisis de la realidad. Vuestra presencia, hermanos más mayores, me hace recordar dos expresiones de la carta del apóstol Santiago, a quien está dedicada esta catedral. Al comienzo y al final de la carta nos invita a la constancia, pero usando dos términos diversos. Estoy seguro de que podemos sentir la voz del hermano del Señor que hoy quiere dirigirse a nosotros. 

Vosotros aquí presentes habéis sido sometidos a toda clase de pruebas: el horror de la guerra, y después la represión política, la persecución y el exilio, como bien ha descrito vuestro arzobispo. Y habéis sido constantes, habéis perseverado en la fe. Ni el régimen nazi, ni el soviético apagó la fe en vuestros corazones y, en algunos de vosotros, incluso, no os hizo desistir de entregaros a la vida sacerdotal o religiosa, a ser catequistas, y a múltiples servicios eclesiales que ponían en riesgo la vida; habéis combatido el buen combate, estáis por concluir la carrera, y habéis conservado la fe (cf. 2 Tm 4,7). 

Pero el apóstol Santiago insiste en que esta paciencia supera la prueba de la fe haciendo emerger obras perfectas (cf. 1,2-4). Vuestro obrar habrá sido perfecto en aquel entonces y deberá tender, en las nuevas circunstancias, también a la perfección. Vosotros, que habéis ofrecido cuerpo y alma, que habéis dado la vida en pos de la libertad de vuestra patria, muchas veces os veis relegados. Aunque suene paradójico, hoy, en nombre de la libertad, los hombres libres someten a los ancianos a la soledad, al ostracismo, a la falta de recursos, a la exclusión, y hasta a la miseria. Si es así, el supuesto tren de la libertad y el progreso acaba teniendo, en quienes lucharon por conquistar derechos, su furgón de cola, los espectadores de una fiesta que es de otros, los honrados en homenajes, pero olvidados en la vida cotidiana (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 234). 

El apóstol Santiago nos invita a ser constantes, a no bajar los brazos. «En este camino, el desarrollo de lo bueno, la maduración espiritual y el crecimiento del amor son el mejor contrapeso ante el mal» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 163). No cedáis a la decepción, a la tristeza, no perdáis la dulzura y, menos aún, la esperanza. 

Terminando su epístola, Santiago vuelve a invitar a la paciencia (5,7), pero utiliza una palabra que reúne dos significados: soportar pacientemente y esperar pacientemente. Os animo a que seáis también vosotros, en medio de vuestras familias y de vuestra patria, ejemplo de estas actitudes: soportar y esperar, las dos llenas de paciencia. Así continuaréis a construir vuestro pueblo. Vosotros, que habéis transitado muchos tiempos, sed testimonio vivo de tesón en la adversidad, pero también del don de profecía, que recuerda a las jóvenes generaciones que el cuidado y protección de los que nos antecedieron es querido y valorado por Dios, y que clama a Dios cuando es desoído. Vosotros, que habéis transitado muchas épocas, no os olvidéis de que sois raíces de un pueblo, raíces de retoños jóvenes que deben florecer y dar frutos; defended esas raíces, mantenedlas vivas para que los niños y jóvenes se injerten allí, que ellos entiendan que «lo que el árbol tiene de florido/ vive de lo que tiene sepultado» (F. L. Bernárdez, soneto Si para recobrar lo recobrado). 

Como dice la frase inscrita en el púlpito de este templo: «Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis el corazón» (Sal 95,7-8). El corazón duro y esclerotizado es aquel que pierde la alegría de la novedad de Dios, el que renuncia a la juventud de ánimo, a gustar y ver qué bueno es siempre, en todo tiempo y hasta el final, el Señor (cf. Sal 34,9). 

© Librería Editorial Vaticano

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24/09/2018-07:51

Rosa Die Alcolea

Letonia: Una nación que ha sabido «cambiar su luto y dolor» en canto y danza

(ZENIT – 24 sept. 2018).- La “maternidad” de Letonia se manifiesta también en la «capacidad de generar fuentes de trabajo» para que nadie necesite desarraigarse por construir su futuro. El índice de desarrollo humano también se mide por la «capacidad de crecer y multiplicarse», ha indicado el Pontífice.

El Pontífice ha llegado a Letonia esta mañana, lunes, 24 de septiembre de 2018, a las 8:20 hora local, al aeropuerto internacional de Riga, donde ha sido recibido por el presidente Raimonds Vējonis, la embajadora de Letonia en la Santa Sede, Veronika Erte; el Presidente de la Conferencia Episcopal y Obispo de Rēzekne-Aglona, Mons, Jānis Bulis; y el Arzobispo de Riga, Mons. Zbigņevs Stankevičs.

«Mis raíces están en el cielo»

«Mis raíces están en el cielo»: El Papa Francisco ha usado esta famosa frase de la escritora letona Zenta Maurina para hablar al presidente y a las autoridades civiles, políticas y diplomáticas de Letonia, primer acto público del Santo Padre en el país, en su tercer día de viaje.

«Sin esa capacidad de mirar hacia arriba –ha señalado– de apelar a horizontes más altos que nos recuerden esa «dignidad trascendente» de la que todos los seres humanos estamos formados la reconstrucción de vuestra nación no hubiera sido posible».

Letonia, tierra de las “dainas” (poesías cortas tradicionales), ha sabido «cambiar su luto y dolor» en canto y danza y se ha esforzado en transformarse en lugar de diálogo y de encuentro, de convivencia pacífica que busca mirar hacia adelante, ha recordado el Papa.

Capacidad de entrega

Me alegra saber que en el corazón de las raíces –ha reconocido Francisco– que constituyen esta tierra se encuentra la Iglesia Católica, en un trabajo de plena colaboración con las otras Iglesias cristianas, lo cual es signo de cómo es posible desarrollar una comunión en las diferencias.

El Papa ha explicado que «el desarrollo de las comunidades no se produce únicamente, y menos se mide, por la capacidad de bienes o recursos que se posean, sino por las ganas que se tenga de engendrar vida y crear futuro».

Esto solo es posible en la medida que haya arraigo en el pasado, creatividad en el presente y confianza y esperanza en el mañana, ha observado el Santo Padre. Y «se mide en la capacidad de entrega» y de apuesta tal como las generaciones pasadas nos supieron testimoniar.

Sigue el discurso del Papa Francisco al Presidente de Letonia, y a las autoridades civiles, políticas y diplomáticas:

***

Discurso del Papa Francisco

Señor Presidente, 

Miembros del Gobierno y autoridades, 

Miembros del Cuerpo Diplomático y de la sociedad civil, 

queridos amigos todos: 

Agradezco, señor Presidente, sus amables palabras de bienvenida así como la invitación que me hizo para visitarlos durante el encuentro que mantuvimos en el Vaticano. Es motivo de alegría poder estar por primera vez en Letonia y en esta ciudad que, como todo vuestro país, ha estado marcada por duras pruebas sociales, políticas, económicas y también espirituales —fruto de las divisiones y conflictos del pasado—, pero que hoy se ha convertido en uno de los principales centros culturales, políticos y portuarios de la región. Vuestros representantes del ámbito de la cultura y del arte y, en particular, del mundo musical son bien conocidos fuera de vuestras fronteras. También lo he podido apreciar a mi llegada en el aeropuerto. De ahí creo que pueden aplicarse bien las palabras del salmista: «Cambiaste mi luto en danza» (Sal 30,12). Letonia, tierra de las “dainas”, ha sabido cambiar su luto y dolor en canto y danza y se ha esforzado en transformarse en lugar de diálogo y de encuentro, de convivencia pacífica que busca mirar hacia adelante. 

Celebráis los 100 años de vuestra independencia, momento significativo para la vida de toda la sociedad. Vosotros conocéis muy bien el precio de esta libertad que habéis tenido que conquistar y reconquistar. Una libertad hecha posible gracias a las raíces que os constituyen, como le gustaba recordar a Zenta Maurina que ha inspirado a tantos de vosotros: «Mis raíces están en el cielo». Sin esa capacidad de mirar hacia arriba, de apelar a horizontes más altos que nos recuerden esa «dignidad trascendente» de la que todos los seres humanos estamos formados (cf. Discurso al Parlamento Europeo, 25 noviembre 2014), la reconstrucción de vuestra nación no hubiera sido posible. Esa capacidad espiritual de mirar más allá, y que se hace concreta en pequeños y cotidianos gestos de solidaridad, compasión y auxilio mutuo, los ha sostenido y, a su vez, les ha dado la creatividad necesaria para generar nuevas dinámicas sociales frente a todos los intentos reduccionistas y de exclusión que siempre amenazan el tejido social. 

Me alegra saber que en el corazón de las raíces que constituyen esta tierra se encuentra la Iglesia Católica, en un trabajo de plena colaboración con las otras Iglesias cristianas, lo cual es signo de cómo es posible desarrollar una comunión en las diferencias. Realidad que ocurre cuando las personas se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y se miran en su dignidad más profunda. Así, podemos afirmar que cada vez que las personas y las comunidades aprendemos a apuntar más alto de nosotros mismos y de nuestros intereses particulares, la comprensión y el compromiso mutuo se transforman en solidaridad; la cual, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte en un modo de hacer la historia, en un ámbito donde los conflictos, las tensiones e incluso los que se podrían haber considerados opuestos en el pasado, pueden alcanzar una unidad multiforme que engendra nueva vida (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228). Así como nutrió la vida de vuestro pueblo, hoy el Evangelio puede seguir abriendo caminos para afrontar los desafíos actuales, valorando las diferencias y especialmente fomentando la común-unión entre todos.

La celebración del centenario recuerda la importancia de seguir apostando por la libertad y la independencia de Letonia, que ciertamente son un don, pero también una tarea que implica a todos. Trabajar por la libertad es comprometerse por un desarrollo integral e integrador de las personas y de la comunidad. Si hoy se puede hacer fiesta es gracias a tantos que han abierto caminos, puertas, futuro, y les han dejado en herencia la misma responsabilidad: abrir futuro poniendo la mirada en que todo esté al servicio de la vida, generando vida. Y en este sentido, al finalizar este encuentro, iremos hacia el Monumento de la Libertad donde estarán presentes niños, jóvenes y familias. Ellos nos recuerdan que «la maternidad» de Letonia —analogía sugerida por el lema de este viaje— encuentra eco en la capacidad de promover estrategias que sean realmente eficaces y estén más centradas en los rostros concretos de estas familias, ancianos, niños y jóvenes, que en el primado de la economía sobre la vida. La “maternidad” de Letonia se manifiesta también en la capacidad de generar fuentes de trabajo para que nadie necesite desarraigarse por construir su futuro. El índice de desarrollo humano también se mide por la capacidad de crecer y multiplicarse. El desarrollo de las comunidades no se produce únicamente, y menos se mide, por la capacidad de bienes o recursos que se posean, sino por las ganas que se tenga de engendrar vida y crear futuro. Esto solo es posible en la medida que haya arraigo en el pasado, creatividad en el presente y confianza y esperanza en el mañana. Y se mide en la capacidad de entrega y de apuesta tal como las generaciones pasadas nos supieron testimoniar. 

Señor Presidente, amigos todos: Comienzo aquí mi peregrinación por esta tierra, pidiéndole a Dios que siga acompañando, bendiciendo y haciendo próspera la labor de vuestras manos para esta nación. 

© Librería Editorial Vaticano

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24/09/2018-18:48

Virginia Forrester

El Papa en Lituania: “Ustedes son hijos de mártires, esta es vuestra fuerza”

(ZENIT – 24 sept. 2018).- Al salir del edificio de la Curia, después de haber saludado a 20 personas entre benefactores y colaboradores, el Santo Padre se trasladó a la Catedral de Kaunas donde a las 14:40 horas (13:40 hora de Roma) tuvo lugar el encuentro con los sacerdotes, religiosos, consagrados y seminaristas.

Al llegar en el papamóvil, el Papa fue recibido en la entrada principal de la Catedral por el párroco, por una religiosa, por un religioso y por un seminarista.

Entonces el Santo Padre fue de la nave central hasta el ábside, donde un religioso y una religiosa le regalaron unas flores, que depositó en la Capilla del Santísimo Sacramento, donde permaneció en oración silenciosa por algunos minutos. Antes de dejar la Capilla, el Papa Francisco saludó a un grupo de religiosas presentes, diciéndoles algunas palabras de forma improvisada.

Después del canto de ingreso, Mons. Linas Vodopjanovas, O.F.M., Obispo de Panevezys y encargado de la vida consagrada, dirigió al Papa su saludo y, después de una oración y una lectura bíblica, el Santo Padre pronunció su discurso. Al término de la reunion, el Papa impartió la Bendición. Entonces se trasladó en auto al Museo de las Ocupaciones y Lucha por la Libertad.

Abajo, sigue la traducción del discurso que el Santo Padre dirigió a los presentes en el encuentro de manera improvisada.

* * *

Discurso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!

Ante todo, quiero expresar un sentimiento que tengo. Mirándoos a vosotros, veo detrás de vosotros tantos mártires. Mártires anónimos, en el sentido de que ni siquiera sabemos donde han sido sepultados. También uno de vosotros: he saludado a uno que conoció lo que era la prisión. Me viene a la mente una palabra para empezar: no se olviden, tienen memoria. Ustedes son hijos de mártires, esta es vuestra fuerza. Y que el espiritu del mundo no venga a decirles otra cosa diversa de la que han vivido vuestros antepasados. Recuerden sus martires y tomen su ejemplo: no tenian miedo. Hablando con los Obispos, vuestros Obispos hoy, preguntaron: “¿Como se puede hacer para introducir la causa de beatificación para tantos de los cuales no tenemos documentos, pero sabemos que son mártires?” Es una consolación, es hermoso oír esto: la preocupación por aquellos que nos han dado su testimonio. Son santos.

El Obispo –Mons. Linas Vodopjanovas, O.F.M.–, encargado de la vida consagrada, ha hablado sin matices –los franciscanos hablan así– “A menudo hoy, nuestra fe es probada en varias maneras,” dijo. Él no pensaba en las persecuciones de dictadores, no. “Después de haber respondido a la llamada de la vocación a menudo no sentimos más gozo ni en la oración ni en la vida comunitaria”.

El espíritu de secularización, del aburrimiento por todo aquello que toca la comunidad es la tentación de la segunda generación. Nuestros padres han luchado, han sufrido, han estado encarcelados y tal vez nosotros no tenemos la fuerza para ir adelante. ¡Tened esto en cuenta! La Carta a los Hebreos hace una exhortación: “No olvidéis los primeros días. No olvidéis a vuestros antepasados” (Cfr 10, 32-39). Esta es la exhortación que os hago al inicio.

Toda la visita a vuestro país ha estado estructurada en esta expresión: “Cristo Jesús, nuestra esperanza”. Ahora, casi al final de este dia, encontramos un texto del apóstol Pablo que nos invita a esperar con constancia. Y hace esta invitación después de habernos anunciado el sueño de Dios para todo ser humano, es más, para toda la Creación, y es que “todo contribuye al bien de aquellos que aman a Dios” (Rm 8, 28); “rectifica” todas las cosas, sería la traducción literal.

Hoy quisiera compartir con vosotros algunos rasgos característicos de esta esperanza; rasgos que nosotros –sacerdotes, seminaristas, consagrados y consagradas– estamos llamados a vivir. Ante todo, antes de invitarnos a la esperanza, Pablo ha repetido la palabra “gemir” tres veces: la Creación gime, los hombres gimen, el Espíritu gime en nosotros (cfr Rm 8, 22-23.26). Se gime por la esclavitud de la corrupción, por el anhelo a la plenitud. Y hoy nos hará bien preguntarnos si ese gemido esta presente en nosotros, o si en vez nada gima más en nuestra carne, nada anhela al Dios viviente. Como decía vuestro Obispo: “No sentimos más el gozo en la oración, en la vida comunitaria. El bramido del ciervo sediento ante la carencia de agua debe ser nuestro en la búsqueda de la profundidad, de la verdad, de la belleza de Dios. Queridos, nosotros no somos “funcionarios de Dios”! A lo mejor la sociedad de bienestar nos ha saciado demasiado, plenos de servicios y de bienes, y nos encontramos agobiados por todo y llenos de nada; tal vez nos ha hecho sordos o disipados, pero no llenos. Peor todavía: a veces no sentimos más el hambre. Somos nosotros, los hombres y mujeres de especial consagración, los que no podemos permitirnos más perder aquel gemido, aquella inquietud del corazón que solo encuentra reposo en el Señor (cfr S. Agustín, Confesiones, I, 1, 1).

La inquietud del corazón. Ninguna información inmediata, ninguna comunicación virtual instántanea puede privarnos de tiempos concretos, prolongados, para conquistarse trata de esto, de un esfuerzo constant– para tener un diálogo cotidiano con el Señor a través de la oración y la adoración. Se trata de cultivar nuestro deseo de Dios, como escribía San Juan de la Cruz. Decía así: “Sed asiduos en la oración sin descuidarla ni siquiera en medio de ocupaciones exteriores. Si comes o bebes, si hablas o tratas con seglares o haces otra cosa cualquiera, desea siempre a Dios teniendo en Él el afecto del corazón” (Consejos para llegar a la perfección, 9).

Este gemido deriva también de la contemplación del mundo de los hombres; es un llamado a la plenitud ante las necesidades insatisfechas de nuestros hermanos más pobres, ante la falta del sentido de la vida de los más jóvenes, la soledad de los ancianos, los abusos contra el medioambiente. Es un gemido que busca organizarse para incidir en los eventos de una nación, de una ciudad, no como presión o ejercicio de poder, pero como servicio. El grito de nuestra gente debe afectarnos, como Moisés, al cual Dios reveló el sufrimiento de su pueblo en el encuentro en la “zarza ardiente” (cfr Ex 3,9). Escuchar la voz de Dios en la oración nos hace ver, nos hace oír, conocer el dolor de otros para poder liberarlos. Pero mientras tanto debemos ser afectados cuando nuestro pueblo ha dejado de gemir, ha dejado de buscar el agua que apaga la sed. Es un momento también para discernir que cosa está anestesiando la voz de nuestra gente.

El grito que nos hace buscar a Dios en la oración y en la adoración es el mismo que nos hace oír el lamento de nuestros hermanos. Ellos “esperan” en nosotros  y tenemos necesidad, a partir de un atento discernimiento, de organizarnos, programar y ser audaces y creativos en nuestro apostolado. Que nuestra presencia no sea dejada a la improvisación, pero que responda a las necesidades del pueblo de Dios y sea así fermento en la masa (cfr Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 33).  Pero el Apóstol habla también de constancia, constancia en el sufrimiento, constancia en perseverar en el bien. Esto significa estar centrados en Dios, permanecer firmemente radicados en Él, ser fieles a su amor.

Vosotros, los más ancianos de edad –¿cómo no mencionar Monseñor Sigitas Tamkevicius?–, sabréis testimoniar esta constancia en el sufrimiento, este “esperar contra toda esperanza” (cfr Rm 4, 18). La violencia ejercida sobre vosotros por haber defendido la libertad civil y religiosa, la violencia de la difamación, la cárcel y la deportación no pudieron vencer vuestra fe en Jesucristo, Señor de la historia. Por esto, tenéis mucho que decirnos y enseñarnos, y también mucho que proponer, sin tener que juzgar la aparente debilidad de los más jóvenes. Y vosotros, los más jóvenes, cuando frente a pequeñas frustraciones que os desaniman tendiendo a cerraros en sí mismos, a recurrir a comportamientos y evasiones que no son coherentes con vuestra consagración, busquen vuestras raíces y miren el camino recorrido por los ancianos. Veo que hay jóvenes aquí. Repito, porque hay jóvenes. Y vosotros, los más jóvenes, cuando frente a las pequeñas frustraciones que os desaniman, tendiendo a encerraros en vosotros mismos, a recurrir a comportamientos y evasiones que no son coherentes con vuestra consagración, busquen vuestras raíces y miren al camino recorrido por los ancianos. Es mejor que tomen otro camino que vivir en la mediocridad. Esto para los jóvenes. Todavía tienen tiempo, y la puerta está abierta. Son propriamente las tribulaciones que delinean los rasgos distintivos de la esperanza cristiana, porque cuando es solo una esperanza humana podemos frustrarnos y aplastarnos en el fracaso; pero lo mismo no pasa con la esperanza cristiana: esa sale más límpida, más probada por el crisol de las tribulaciones.

Es verdad que estos son otros tiempos y vivimos en otras estructuras, pero también es verdad que estos consejos son asimilados mejor cuando aquellos que han vivido esas duras experiencias no se cierran, pero las comparten  aprovechando de momentos comunes. Sus historias no están plenas de nostalgias de tiempos pasados presentados como mejores, ni de acusaciones disimuladas a los que tienen estructuras afectivas más fragiles. La reserva de constancia de una comunidad de discípulos es eficaz cuando sabe integrar  –como aquel escriba del Evangelio– lo nuevo y lo viejo (cfr Mt 13,52), cuando es consciente que la historia vivida es raíz para que el árbol pueda florecer.

En fin, mirar a Cristo Jesús como nuestra esperanza significa identificarse con Él, para participar comunitariamente en su destino. Para el apóstol Pablo, la salvación esperada no se limita a un aspecto negativo –liberación de una tribulación interna o externa, temporal o escatológica — pero el acento es puesto sobre algo altamente positivo: participación en la vida gloriosa de Cristo (cfr 1 Ts 5,9-10), participación en su Reino glorioso (cfr 2 Tm 4,18), la redención del cuerpo (cfr Rm8,23-24). Entonces, se trata de vislumbrar el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno, para cada uno de nosotros.  Porque no hay nadie que nos conozca y que nos haya conocido tan profundamente como Dios, por eso Él nos ha destinado a algo que parece imposible: apuesta sin posibilidad de error que nosotros reproduciremos la imagen de su Hijo. Y ha puesto sus expectativas en nosotros, y nosotros esperamos en Él.

Nosotros: un “nosotros” que integra, pero que supera y excede el “yo”; el Señor nos llama, nos justifica y nos glorifica juntos, tan juntos como incluir toda la creación. Muchas veces hemos puesto tanto el acento sobre responsabilidad personal que la dimensión comunitaria se ha transformado en fondo, solo un ornamento. Pero el Espíritu Santo nos reúne, reconcilia nuestras diferencias y genera nuevos dinamismos para dar impulso a la misión de la Iglesia (cfr Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 131; 235).

Este tiempo en que estamos reunidos es encomendado a los Santos Pedro y Pablo. Ambos eran conscientes del tesoro que les fue dado a los dos en momentos y modos diversos, fueron invitados a “ir a lo profundo” (cfr Lc 5,4). Estamos todos en la barca de la Iglesia, buscando siempre “gritara Dios, de ser constantes en medio de las tribulaciones y de tener a Cristo Jesús como objeto de nuestra esperanza. Y esta barca, reconoce al centro de su misión el anuncio de aquella gloria esperada, que es la presencia de Dios en medio de su pueblo, en Cristo Resuscitado, y que un día, esperado con ansia por toda la Creación, se manifestará en los hijos de Dios.  Este es el desafío que nos empuja: el mandato de evangelizar. Es la razón de nuestra esperanza y de nuestra alegría.

Cuantas veces encontramos sacerdotes, consagrados y consagradas, tristes, La tristeza espiritual es una enfermedad. Tristes porque no saben… Tristes porque no encuentran el amor, porque no están enamorados, enamorados del Señor. Han dejado a un lado la vida matrimonial, de familia, y han querido seguir al Señor. Pero ahora parece que se han cansado… Y cae en la tristeza. Por favor, cuando vosotros os encontréis tristes, parad. Y busquen un sacerdote sabio, una hermana sabia. No sabios porque se han graduado de la universidad, no, no por eso. Sabio o sabia porque ha sido capaces de andar hacia adelante en el amor.  Vayan a pedir consejos. Cuando esa tristeza empieza, podemos profetizar que si no se cura a tiempo, hará de vosotros “solterones” y “solteronas”, hombres y mujeres que no son fecundos. ¡Y tened miedo de esta tristeza! La siembra el diablo. Y hoy aquel mar en el cual “entrar en lo profundo” serán los escenarios y los desafíos siempre nuevos de esta Iglesia que va hacia afuera. Tenemos que preguntarnos nuevamente: ¿qué nos pide el Señor? Cuales son las periferias que tienen más necesidad de nuestra presencia para llevarles la luz del Evangelio?  (cfr Exhortación ApostólicaEvangelii Gaudium, 20).

Si no, si vosotros no tenéis el gozo de la vocación, ¿quién podrá creer que Jesucristo es nuestra esperanza? Solo nuestro ejemplo de vida dará razón de nuestra esperanza en Él.

Hay otra cosa que se conecta con la tristeza: confundir la vocación con una empresa, con una compañía de trabajo. “Yo me empleo en esto, trabajo en esto, me entusiasmo con esto, y soy feliz porque tengo esto”. Pero mañana viene un obispo, otro o el mismo, o viene otro superior, superiora y te dice: “No, corta esto y anda a otra parte. Es el momento de la derrota. ¿Por qué? Porque en ese momento te darás cuenta de haber ido por un camino equivocado. Te darás cuenta que el Señor, que te ha llamado para amar, ha sido decepcionado por ti, porque tú has preferido ser empresario

Al inicio os he dicho que la vida de quien sigue a Jesús no es la vida de un funcionario o funcionaria: es la vida del amor del Señor y del celo apostólico por la gente. Haré una caricatura: ¿qué hace un sacerdote funcionario? Tiene su horario, su oficina, abre la oficina a esta hora, hace su trabajo, cierra la oficina… Y la gente está afuera. Él no se acerca a la gente. Queridos hermanos y hermanas, si no queréis ser funcionarios, os diré una palabra: ¡Acercamiento! Acercamiento, proximidad. Acercamiento al Tabernáculo, tete-a –tete (cabeza a cabeza, mano a mano) con el Señor. Y acercamiento a la gente. “Pero, Padre, la gente no viene…” ¡Anda a encontrarla! “Pero, hoy los chicos no vienen…”. Inventa algo: el oratorio, para seguirlos, para ayudarlos. Acercamiento con la gente. Y acercamiento con el Señor en el Tabernáculo. ¡El Señor os quiere pastores del pueblo, y no clérigos del Estado! Después diré algo a la hermanas, pero después…

Acercamiento quiere decir misericordia. En esta tierra donde Jesús se ha revelado como Jesús misericordioso, un sacerdote no puede no ser misericordioso, sobretodo en el confesionario. Piensen como Jesús recibiría a esta persona (que viene a confesarse).  ¡Ya la vida le ha pegado bastante a ese pobre hombre! Hazle sentir el abrazo del Padre que perdona. Si no puedes darle la absolución, por ejemplo, dale la consolación de un hermano, de un padre. Anímalo a ir adelante. Convéncelo de que Dios perdona todo, pero esto con el calor de padre. ¡Nunca echar a alguien del confesionario!  Nunca echarlo. “Mira, tú no puedes… Ahora no puedo, pero Dios te ama, tú reza, vuelve y hablaremos…” Así. Acercamiento. Esto es ser padre. A ti no te importa echar al pecador así? No estoy hablando de vosotros, porque no os conozco. Hablo de otras realidades. Y misercordia. El confesionario no es el estudio de un psiquiatra. El confesionario no es para escavar el corazón de la gente.

Y por esto, queridos sacerdotes, acercamiento significa para vosotros tener también entrañas de misericordia. ¿Y sabéis vosotros de donde se sacan las entrañas de misericordia? Ahí, del Tabernáculo. Y vosotras, queridas hermanas… Tantas veces se ven hermanas que son buenas –todas las hermanas son buenas–, pero chismorrean, chismorrean, chismorrean… Pregunten a aquella que está en el primer lugar en el otro lado –la penúltima– si en la cárcel tenía tiempo para chismorrear, mientras que cosía guantes. Pregúntenle. ¡Por favor, sean madres! Sean madres, porque vosotras sois iconos de la Iglesia y de Nuestra Señora. Y que cada persona que os vea pueda ver la Madre Iglesia y la Madre María. No olviden esto. Y la Madre Iglesia no es “solterona”. La Madre Iglesia no chismorrea: ama, sirve, hace crecer. Vuestro acercamiento es ser madre: icono de la Iglesia e icono de Nuestra Señora.

Traducción de Virginia Forrester 

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24/09/2018-15:13

Anita Bourdin

Encuentro de los jesuitas de Lituania, Letonia y Estonia en la nunciatura de Vilna

(ZENIT – 24 sept. 2018).- Los jesuitas de Lituania se reunieron alrededor del Papa Francisco en la Nunciatura de Vilna, en la tarde del domingo 23 de septiembre de 2018, el segundo día del viaje del Papa a Lituania: este lunes en Riga (Letonia) y el martes en Tallin (Estonia).

El padre Antonio Spadaro SJ, director de la «Civiltà Cattolica», que acompaña al Papa Francisco en sus viajes publicó dos fotos del encuentro en su cuenta de Twitter.

Él agrega este comentario: «El Papa Francisco con los jesuitas de Lituania, Letonia y Estonia, incluidos tres obispos jesuitas. Maravilloso encuentro. Gozoso al principio pero también muy profundo y lleno de sabiduría».

 Entre los jesuitas presentes, tres obispos de los cuales: el Arzobispo Emérito de  Telšiai  (2002-2017), Mons. Jonas  Boruta, 73, el nuevo arzobispo de Kaunas, Mons. Liongina Virbalas, 57,  y el ex arzobispo (1996-2015), Mons. Sigitas Tamkevicius, de 79 años, que el Papa citó durante el encuentro con el clero y los consagrados en Kaunas, y que le estuvo acompañando en su visita al Museo de Ocupaciones de Vilna en los lugares en donde logró no traicionar, a pesar del abuso de la KGB. Y fue sentenciado a 10 años de deportación al gulag de Siberia y de trabajos forzados.

Es redactor de la «Crónica de la Iglesia Católica en Lituania»,  escribe clandestinamente en 1972, cuando era vicario de Simnas (Sudoeste). También fundó, con otros sacerdotes, el Comité Católico para la Defensa de los Derechos de los creyentes en 1978. Pero terminó siendo detenido, al igual que otros colaboradores de la  Crónica en 1983 tras la muerte de Leonidas Brezhnev (1982). Él será liberado después de los campos de trabajo forzado, por la Perestroika, en 1988.

Él confió a Zenit hace unos años que el gulag era el período «más hermoso» de su vida, debido a la presencia de Cristo que le sostenía. Celebraba clandestinamente la Misa con migas de pan y el jugo de las pasas que lograron pasarle.

© Traducción ZENIT, Raquel Anillo

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24/09/2018-07:02

Deborah Castellano Lubov

Colina de las Cruces: Lugar santo, símbolo de la lucha para mantener viva la fe

Para ser llamado una «colina» en Lituania, un montículo necesita tener solo unos pocos pies de alto, ya que el paisaje, los bosques, y los prados son planos hasta donde alcanza la vista. La ubicación de la Colina de las Cruces no está lejos de la norteña ciudad de Siauliai. Un viajero que visita Lituania que quiera entender el país, no puede ignorar a la Colina de las Cruces.

Y de hecho «muchas personas, muchos peregrinos, vienen de todo el mundo, incluso de Polonia, España, Italia e incluso de Asia. Vienen aquí para sentir la santidad del lugar», dice el Padre Andrius Dobrovolska, un sacerdote involucrado en su historia desde la visita del Papa San Juan Pablo II.

Hoy, las cruces acumuladas en esta pequeña colina son aproximadamente 100.000, aunque no se pueden contar las que fueron removidas muchas veces durante el comunismo y luego reemplazadas, poco a poco, una y otra vez.

Dejando a un lado los números, es la historia lo que cuenta, especialmente porque los comienzos del lugar son bastante inciertos. Tal vez una ofrenda votiva por una recuperación milagrosa fue la primera ‘cruz’ plantada aquí. Pronto las cruces se convirtieron en decenas, cientos. Se continuaron acumulando hasta después del final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Lituania cayó bajo el control comunista soviético y ateo.

Símbolo de la lucha por la independencia 

«La Colina de las Cruces es, desde un punto de vista, un lugar sagrado y, por otro, un lugar simbólico, que representa la lucha de los lituanos durante el período comunista, para mantener viva su fe. Se convirtió en una especie de campo de batalla porque los comunistas intentaban destruirlo constantemente, derribar las cruces, pero la gente las devolvía en la noche. Es por eso que es un símbolo de la lucha por la independencia».

Por lo menos cuatro veces, cuando estaban bajo el régimen comunista, los comunistas eliminaron todas las cruces. Pero cada vez que sucedía había un nuevo florecimiento de cruces. El pueblo no fue desalentado. Cuando la tan esperada independencia trajo consigo la libertad religiosa, el Papa polaco Juan Pablo II decidió que una fe tan tenaz merecía el homenaje del Papa, con una visita histórica en septiembre de 1993; y las fotos del Papa polaco caminando entre esas miles de cruces han hecho que la historia de esa visita sea extraordinaria.

«Juan Pablo II vino aquí, celebró misa, era otoño como ahora, pero hacía mucho frío, por lo que pensó que sería bueno tener un lugar para los peregrinos, para que tuvieran un poco de refugio, incluso en el caso de frío y lluvia…», recordó el Padre Andrius.

De ahí la petición a los Franciscanos de construir el convento que ahora se encuentra junto a la Colina, donde el Padre Andrius vive junto con otros dos Franciscanos, que están ocupados recibiendo a cientos de visitantes cada día. La historia cuenta que la idea del convento le llegó al «Papa viajero» una semana después, visitando el Santuario de La Verna, en Italia.

Aprecio por la libertad religiosa

«Los estigmas son el símbolo de la cruz –explica el Padre Andrius– así que San Juan Pablo II pensó que había una relación entre estos dos lugares, porque esta es la colina de las cruces, y el Santuario de la Verna el lugar donde San Francisco recibió los estigmas».

Con el paso de los años, este sitio sagrado fue mejorado. Se agregaron estacionamientos, baños, tiendas de objectos religiosos; ahora, todas las guías turísticas recomiendan una visita aquí. Entre otras cosas, con muchas de las cruces que son artísticamente de valor, la colina es también un sitio del patrimonio mundial de la UNESCO. Sin embargo, su verdadero valor siempre estará en lo que significa para la fe y el aprecio por la libertad religiosa en Lituania.

Traducción de Richard Maher

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24/09/2018-19:17

Redacción zenit

Estonia: Programa del martes, 25 de septiembre de 2018

(ZENIT – 25 sept. 2018).- Programa (hora local de Estonia, UTC+2) del itinerario del Papa Francisco en su Estonia, en su cuarto día en los Países Bálticos, su 25º viaje apostólico internacional.

Martes 25 septiembre 2018VILNIUS-TALLIN-ROMA
08:15 CEREMONIA DE DESPEDIDA en el aeropuerto  internacional de Vilnius
08:30 Salida en avión del aeropuerto  internacional de Vilnius hacia Tallin  
09:50 Llegada al aeropuerto internacional de Tallin  
RECIBIMIENTO OFICIAL
10:15 CEREMONIA DE BIENVENIDA  en la explanada del Palacio Presidencial
10:30 VISITA DE CORTESÍA AL PRESIDENTE en el Palacio Presidencial
11:00 ENCUENTRO con las AUTORIDADES, con la SOCIEDAD CIVIL y con el CUERPO DIPLOMÁTICO en el Jardín de las Rosas del Palacio Presidencial Discurso del Santo Padre
11:50 ENCUENTRO ECUMENICO con los JÓVENES en la iglesia luterana de San Carlos  Discurso del Santo Padre
13:00 Almuerzo con el séquito papal en el Convento de las Hermanas Brigidinas  de  Pirita  
15:15 ENCUENTRO con los ASISTIDOS por LAS OBRAS DE CARIDAD DE LA IGLESIA  en la catedral de los Santos Pedro y Pablo Saludo del Santo Padre
16:30 SANTA MISA en la Plaza de la Libertad Homilía del Santo Padre
18:30 CEREMONIA DE DESPEDIDA en el aeropuerto  internacional de Tallin
18:45 Salida en avión del aeropuerto internacional de Tallin hacia Roma  
21:20 Llegada al aeropuerto internacional de Roma/Ciampino
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24/09/2018-09:44

Isabel Orellana Vilches

San Sergio de Rádonezh, 25 de septiembre

«Monje, fundador, patrón de Rusia, gran propagador del culto a la Santísima Trinidad. El famoso icono de Andrej Rubljow es heredero de sus enseñanzas»

Fue canonizado por el papa Nicolás V en 1449, quien al proclamar sus virtudes se hizo eco de la veneración que ya recibía y continúa dispensándole Rusia, su país originario y del que es su patrón. Nació en Rostov al inicio del siglo XIV en año impreciso; el arco fijado por diversas fuentes que incluyen fechas distintas se halla entre 1312 y 1322. Fue bautizado con el nombre de Bartolomé. Consciente de su dificultad para el aprendizaje oraba a Dios para que abriese su mente. En medio de un hecho prodigioso que le aconteció, a través de un monje recibió la gracia solicitada. Su temprana vocación a la vida monástica no obtuvo la aprobación de sus padres que se mantuvieron firmes en su disconformidad hasta poco antes de morir, cuando él había entrado en la veintena. Entonces, junto a Esteban, su hermano mayor que compartía el mismo ideal, dejó la casa paterna y herencia en manos del benjamín y se dispuso a cumplir su sueño. Ambos eligieron como morada un lugar recóndito del bosque cercano al río Conchúry. Allí pusieron el signo monástico erigiendo una Iglesia y una humilde celda que dedicaron a la Santísima Trinidad; fue bendecida por el sacerdote Feognósto.

Esteban partió a Moscú para hacerse cargo de otro monasterio, y Sergio prosiguió empapándose de la soledad monástica, entregado a una intensa oración y ayuno siguiendo la estela de los antiguos monjes del yermo. Habiendo tomado el hábito que le entregó Mitrofan, abad de un monasterio, se esforzaba por seguir los pasos de los grandes eremitas del desierto, como san Antonio o san Juan Clímaco, entre otros. La gracia de Dios y el ejemplo de lucha contra toda clase de tentaciones que le dieron los venerables cenobitas le ayudaron a superar las suyas; afrontó múltiples dificultades y sorteó también muchos peligros. Los animales salvajes –hacia los que tuvo un don especial– le respetaban.

Los frutos de su penitencia y humildad se manifestaron de un modo inesperado para él. Aunque detestaba la notoriedad y quería mantener a resguardo su austera vida, no pudo evitar que muchos llegasen hasta allí queriendo emularle y seguir a Cristo bajo su amparo. Y es que la Providencia esparcía las semillas del amor que había germinado en su corazón con el brillo inmarcesible de la humildad y el desasimiento de todo lo que impide correr en pos de la unión con la Santísima Trinidad. Rechazó la misión de abad hasta que en 1354 una voz interior le persuadió de que debía acoger sin reservas la voluntad de Dios. Instado por Él, dio respuesta a las peticiones de sus seguidores, convirtiéndose en fundador y abad del monasterio de la Santísima Trinidad.

Predicaba con su virtuosa vida, además de hacerlo con su palabra, movido por gran celo apostólico y caridad. Oraba con tanta fe que siempre llovían del cielo las bendiciones paliando las necesidades de la austera comunidad. Hasta él llegaban personas confundidas que esperaban ver en él signos externos de opulencia. Y se encontraban con un hombre santo, humildemente cubierto por un más que remendado sayal, desempeñando modestas tareas. Al recibirles y hablarles se obraban milagros que suscitaban un inmediato arrepentimiento y la conversión de sus corazones.

Sergio había sido agraciado con el don de las apariciones. En una de ellas la Virgen María le aseguró que los protegería a todos. También se le vaticinó que el monasterio sería favorecido con numerosas vocaciones. Muchos pedían su bendición y consejo. Entre ellos, el príncipe moscovita Dmitry Ivanovich, al que en 1380 ayudó en la famosa batalla de Kulikov contra los tártaros. Quiso que le acompañaran dos de sus monjes, que perecieron en la contienda. No había sido una decisión precipitada; sabía bien el riesgo que corrían. De hecho, cuando expuso su parecer al príncipe con valor y firmeza, consciente de que un discípulo de Cristo vive al límite en su ofrenda confiado en la gracia de Dios, le había dicho: «Si los enemigos quieren de nosotros el honor y la gloria se los daremos, si quieren plata y oro, se los daremos también; pero si por el nombre de Cristo, por la fe ortodoxa es necesario entregar el alma propia, entonces que la sangre corra».

En el entorno del convento fueron floreciendo nuevos moradores, y los monjes comenzaron a recibir limosnas y a extender su labor acogiendo a enfermos y peregrinos. Sergio tuvo que afrontar momentos internos de gran dificultad. No le agradaba el gobierno que había acogido por obediencia, hasta que la sublevación de algunos discípulos le instó a dejarlos, y se estableció nuevamente en el bosque, en soledad, a la vera del río Kirzhach. Allí vivió pocos años porque el metropolitano Alexis de Moscú, que le tenía en alta estima y le encomendó misiones diplomáticas para reconciliar a algunos príncipes, le rogó que volviera al convento. Cuando Alexis, deseoso de que el santo fundador le sucediese, quiso condecorarle con la cruz de oro, símbolo de tan alta misión, Sergio la rechazó, diciendo: «Desde la infancia no usé oro, a la vejez con más razón quiero mantenerme en la humildad».

Su convento de la Santísima Trinidad fue bendecido por el patriarca Filofey quien aprobó también sus reglas. Antes de morir rogó a sus hermanos que las cumplieran escrupulosamente. Fue el insigne propagador del culto a la Santísima Trinidad. El conocido icono del monje Andrej Rubljow sobre este misterio –que pintó bajo el patriarcado de Nikon, sucesor de Sergio–, es heredero de sus enseñanzas. Este gran patrón de Rusia murió en Moscú el 25 de septiembre de 1392.

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