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]]>Esta ha sido la propuesta realizada hoy, 19 de diciembre de 2019, en la homilía de la Misa en la Casa Santa Marta, por el Santo Padre.
Francisco se inspiró por la liturgia del día, referida a dos mujeres estériles, Isabel, prima de María, y la madre de Sansón, y reflexionó sobre la cuestión de la gratuidad, indica Vatican News.
El Papa señaló que la historia de Isabel recuerda a la de Abraham y Sara. “La esterilidad es un desierto”, describe, pero ambas son “mujeres de fe” que se encomiendan al Señor.
La gratuidad, fundamento de nuestra fe
“Y el Señor hace florecer el desierto. Ambas mujeres conciben y dan a luz. ‘Padre, ¿es esto un milagro?’ No, es más que un milagro: es la base, es el fundamento mismo de nuestra fe. Ambas conciben porque Dios es capaz de cambiar todo, incluso las leyes de la naturaleza; es capaz de dar paso a su Palabra. Los dones de Dios son gratuidad. Y esta vida de ambas mujeres es la expresión de la gratuidad de Dios”, explicó el Pontífice.
De este modo, para el Obispo de Roma, tanto san Juan el Bautista como Sansón, constituyen parte de la “gratuidad de Dios”, el símbolo “de la gratuidad en nuestra salvación” porque “nadie puede salvarse a sí mismo”.
Abrir el corazón a la gratuidad
El único que es capaz de salvarnos de nuestras miserias y crueldades “es el Señor”, “si no te encomiendas a la gratuidad de la salvación del Señor no te salvarás”, indicó el Santo Padre. Y apuntó que es preciso tener fe, algo que también es un don de Dios.
Por otra parte, para recalcar el sentido de la gracia, Francisco remitió a san Agustín, pidiendo abrir el corazón a la gratuidad: “Ninguno de nosotros merece la salvación. ¡Ninguno! ‘Pero yo rezo, ayuno…’. Sí, esto te hará bien, pero si no está esta gratuidad al inicio de todo eso, no hay posibilidad. Somos estériles. Todos. Estériles para la vida de la gracia, estériles para ir al cielo, estériles para concebir la santidad. Solo la gratuidad”.
Y agregó que “es por eso que no podemos presumir de ser justos. ‘Padre, soy católico, voy a misa los domingos, pertenezco a esta asociación, a esta, esta, esta, esta…’. ‘Y dime, ¿estás comprando tu salvación así? ¿Crees que esto te salvará?’ Te ayudará a salvarte sólo si crees en la gratuidad del don de Dios. Todo es gracia”.
Por todo ello, continuó, estamos llamados a adorar al Señor y a agradecerle por “tanta gracia”.
Ejemplo de Sansón
Las dos mujeres que aparecen en las lecturas fueron madres de dos personas que fueron grandes en la historia. En concreto, aludiendo al caso de Sansón, el Papa Francisco remarcó que después de haber salvado a los filisteos “tal vez no se preocupó por la gratuidad del don recibido” y se equivocó al rendirse ante una mujer que lo vendió.
No obstante, después se repuso, de manera que el Pontífice considera que su ejemplo sirve para recordar que “todos somos pecadores y que el pecado es no custodiar la gratuidad” .
Alabar al Señor
Las personas “podemos resbalar y creernos redentores de nosotros mismos. El pecado es este. El pecado es el deseo de redimirnos a nosotros mismos”, puntualizó el Obispo de Roma.
“Y cuando voy a confesarme, ¿qué hago? ¿Digo los pecados como un loro o los digo porque siento que he arriesgado el don de la gratuidad para tener algo mío?”, planteó.
Así, por último, el Papa pidió, en estos días previos a la Navidad, alabar “al Señor por la gratuidad de la salvación, por la gratuidad de la vida, por todo lo que nos da gratis. Todo es gracia”, expone el citado medio vaticano.
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]]>Hoy, jueves 21 de noviembre de 2019, memoria litúrgica de la Presentación de la Santísima Virgen María, en torno a las 18:10, hora local (12:10 h. en Roma), el Papa Francisco ha presidido la Misa en el Estadio Nacional de Supachalasai, en Bangkok.
Mi madre y mis hermanos
Durante su homilía, Francisco recordó la respuesta de Jesús a la pregunta “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?»: “Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50)”.
El Papa resaltó cómo que el Evangelio está lleno de preguntas que pretenden invitar a los discípulos “a ponerse en camino, para que descubran esa verdad capaz de dar y generar vida; y que buscan “abrir el corazón y el horizonte al encuentro de una novedad mucho más hermosa de lo que pueden imaginar”.
Salir a buscar a todos
Así les ocurrió a los primeros misioneros que llegaron a Tailandia, que al escuchar estas preguntas del Señor, “impulsados por la fuerza del Espíritu, y cargados sus bolsos con la esperanza que nace de la buena noticia del Evangelio se pusieron en camino para encontrar a los miembros de esa familia suya que todavía no conocían”, indicó el Pontífice.
Sin ese encuentro de los misioneros con Jesús “al cristianismo le hubiese faltado vuestro rostro; le hubiesen faltado los cantos, los bailes, que configuran la sonrisa thai tan particular de estas tierras”, expresó. Y apuntó que “el discípulo misionero no es un mercenario de la fe ni un generador de prosélitos, sino un mendicante que reconoce que le faltan sus hermanos, hermanas y madres, con quienes celebrar y festejar el don irrevocable de la reconciliación que Jesús nos regala a todos”.
Asimismo, el Obispo de Roma remarcó que “el banquete está preparado, salgan a buscar a todos los que encuentren por el camino”, describiendo que este envío del Señor, “es fuente de alegría, gratitud y felicidad plena”, “el manantial de la acción evangelizadora”.
Discípulos misioneros
Después, el Santo Padre se refirió a la celebración de los 350 años de la creación del Vicariato Apostólico de Siam (1669-2019) en este país. Un aniversario “que nos ayuda a salir alegremente a compartir la vida nueva, que viene del Evangelio, con todos los miembros de nuestra familia que aún no conocemos”.
Dedicando un pensamiento a las personas expuestas a la trata y a la prostitución, a los jóvenes inmersos en las drogas, a los migrantes y a todos los olvidados, el Papa Francisco describió que “ellos son parte de nuestra familia, son nuestras madres y nuestros hermanos, no le privemos a nuestras comunidades de sus rostros, de sus llagas, de sus sonrisas y de sus vidas; y no le privemos a sus llagas y a sus heridas de la unción misericordiosa del amor de Dios”.
A continuación sigue la homilía completa del Papa Francisco
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Homilía del Santo Padre
«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» (Mt 12,48).
Con esta pregunta, Jesús desafió a toda aquella multitud que lo escuchaba a preguntarse por algo que puede parecer tan obvio como seguro: ¿quiénes son los miembros de nuestra familia, aquellos que nos pertenecen y a quienes pertenecemos? Dejando que la pregunta hiciera eco en ellos de forma clara y novedosa responde: «Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,50). De esta manera rompe no sólo los determinismos religiosos y legales de la época, sino también todas las pretensiones excesivas de quienes podrían creerse con derechos o preferencias sobre Él. El Evangelio es una invitación y un derecho gratuito para todos aquellos que quieran escuchar.
Es sorprendente notar cómo el Evangelio está tejido de preguntas que buscan inquietar, despertar e invitar a los discípulos a ponerse en camino, para que descubran esa verdad capaz de dar y generar vida; preguntas que buscan abrir el corazón y el horizonte al encuentro de una novedad mucho más hermosa de lo que pueden imaginar. Las preguntas del Maestro siempre quieren renovar nuestra vida y la de nuestra comunidad con una alegría sin igual (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11).
Así les pasó a los primeros misioneros que se pusieron en camino y llegaron a estas tierras; escuchando la palabra del Señor, buscando responder a sus preguntas, pudieron ver que pertenecían a una familia mucho más grande que aquella que se genera por los lazos de sangre, de cultura, de región o de pertenencia a un determinado grupo. Impulsados por la fuerza del Espíritu, y cargados sus bolsos con la esperanza que nace de la buena noticia del Evangelio, se pusieron en camino para encontrar a los miembros de esa familia suya que todavía no conocían. Salieron a buscar sus rostros. Era necesario abrir el corazón a una nueva medida, capaz de superar todos los adjetivos que siempre dividen, para descubrir a tantas madres y hermanos thai que faltaban en su mesa dominical. No sólo por todo lo que podían ofrecerles sino también por todo lo que necesitaban de ellos para crecer en la fe y en la comprensión de las Escrituras (cf. CONC. VAT. II, Const. dogm. Dei Verbum, 8).
Sin ese encuentro, al cristianismo le hubiese faltado vuestro rostro; le hubiesen faltado los cantos, los bailes, que configuran la sonrisa thai tan particular de estas tierras. Así vislumbraron mejor el designio amoroso del Padre, que es mucho más grande que todos nuestros cálculos y previsiones, y que no puede reducirse a un puñado de personas o a un determinado contexto cultural. El discípulo misionero no es un mercenario de la fe ni un generador de prosélitos, sino un mendicante que reconoce que le faltan sus hermanos, hermanas y madres, con quienes celebrar y festejar el don irrevocable de la reconciliación que Jesús nos regala a todos: el banquete está preparado, salgan a buscar a todos los que encuentren por el camino (cf. Mt 22,4.9). Este envío es fuente de alegría, gratitud y felicidad plena, porque «le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 8).
Han pasado 350 años de la creación del Vicariato Apostólico de Siam (1669-2019), signo del abrazo familiar producido en estas tierras. Tan sólo dos misioneros fueron capaces de animarse a sembrar las semillas que, desde hace tanto tiempo, vienen creciendo y floreciendo en una variedad de iniciativas apostólicas, que han contribuido a la vida de la nación. Este aniversario no significa nostalgia del pasado sino fuego esperanzador para que, en el presente, también nosotros podamos responder con la misma determinación, fortaleza y confianza. Es memoria festiva y agradecida que nos ayuda a salir alegremente a compartir la vida nueva, que viene del Evangelio, con todos los miembros de nuestra familia que aún no conocemos.
Todos somos discípulos misioneros cuando nos animamos a ser parte viva de la familia del Señor y lo hacemos compartiendo como Él lo hizo: no tuvo miedo de sentarse a la mesa con los pecadores, para asegurarles que en la mesa del Padre y de la creación había también un lugar reservado para ellos; tocó a los que se consideraban impuros y, dejándose tocar por ellos, les ayudó a comprender la cercanía de Dios, es más, a comprender que ellos eran los bienaventurados (cf. S. JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsin. Ecclesia in Asia, 11).
Pienso especialmente en esos niños, niñas y mujeres, expuestos a la prostitución y a la trata, desfigurados en su dignidad más auténtica; pienso en esos jóvenes esclavos de la droga y el sin sentido que termina por nublar su mirada y cauterizar sus sueños; pienso en los migrantes despojados de su hogar y familias, así como tantos otros que, como ellos, pueden sentirse olvidados, huérfanos, abandonados, «sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49). Pienso en pescadores explotados, en mendigos ignorados.
Ellos son parte de nuestra familia, son nuestras madres y nuestros hermanos, no le privemos a nuestras comunidades de sus rostros, de sus llagas, de sus sonrisas y de sus vidas; y no le privemos a sus llagas y a sus heridas de la unción misericordiosa del amor de Dios. El discípulo misionero sabe que la evangelización no es sumar membresías ni aparecer poderosos, sino abrir puertas para vivir y compartir el abrazo misericordioso y sanador de Dios Padre que nos hace familia.
Querida comunidad tailandesa: Sigamos en camino, tras las huellas de los primeros misioneros, para encontrar, descubrir y reconocer alegremente todos esos rostros de madres, padres y hermanos, que el Señor nos quiere regalar y le faltan a nuestro banquete dominical.
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]]>Hoy, 30 de octubre de 2019, durante la audiencia general celebrada en la plaza de San Pedro, el Papa Francisco ha saludado a los peregrinos de lengua árabe, en especial al grupo de la escuela de las Hermanas de Nazaret de Haifa en Tierra Santa, y a todos los de Oriente Medio.
Así, el Santo Padre insistió en la idea de que “es el Espíritu Santo quien anima a la Iglesia y la guía en su misión” y recordó que “nosotros también hemos recibido este Espíritu en el Bautismo y la Confirmación”.
En la catequesis de este miércoles, Francisco continuó con el ciclo dedicado al Libro de los Hechos de los Apóstoles. En ella ha remitido a tres hechos importantes en el viaje de Pablo a Filipos: el Bautismo de Lidia y su familia; su arresto junto con Silas, después de haber exorcizado a una esclava explotada por sus amos y la conversión y el Bautismo de su carcelero y de su familia.
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]]>Hoy, 7 de agosto de 2019, durante la audiencia general celebrada en el Aula Pablo VI, el Santo Padre se ha dirigido con estas palabras a los peregrinos de lengua árabe, saludándolos a todos y, en particular, a los procedentes de Emiratos Árabes, Irak, Egipto y Oriente Medio.
Después, el Obispo de Roma ha proseguido indicando que Dios, al enseñarnos a pedir en primer lugar Su Reino, nos “abre el corazón a la verdadera riqueza y nos sana de nuestras enfermedades materiales y espirituales”.
En la catequesis de hoy, Francisco ha retomado el ciclo sobre el libro de los Hechos de los Apóstoles, remitiendo al pasaje en el que Pedro y Juan, al ofrecer al paralítico la salvación de Cristo en lugar de dinero, “nos enseñan a no poner la confianza en los medios, que siempre van a ser útiles, sino en la verdadera riqueza que es la relación con Cristo resucitado”.
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]]>En la mañana de hoy, 11 de junio, el Papa Francisco ha celebrado la habitual eucaristía en la capilla de la Casa de Santa Marta. Durante la homilía, según Vatican News, el Obispo de Roma se ha referido, entre otras, a la cuestión de la gratuidad en la relación con Dios y de cómo debemos cultivarla para poder extenderla a nuestras relaciones con el prójimo.
Misión de servicio
A través del Evangelio del día (Mt 10, 7-13), sobre la misión de los apóstoles, el Papa ha hablado acerca de la misión de los cristianos. Para él, el cristiano “no puede quedarse quieto”, la vida es “hacer camino, siempre” y su misión es “de servicio”.
En torno a ello, el Pontífice ha recalcado que “la vida cristiana es para servir” y que resulta muy triste la actitud de aquellos que, aunque al principio se muestran abiertos a dicha misión de servicio, acaban “sirviéndose del pueblo de Dios”. “Esto hace mucho mal, tanto mal al pueblo de Dios. La vocación es para ‘servir’, y no para ‘servirse de’”, añadió.
Vida de gratuidad
Igualmente, el Santo Padre ha resaltado que la existencia cristiana es “una vida de gratuidad” y, remitiendo al pasaje del evangelio de hoy, ha hecho alusión a la descripción del Señor en torno al núcleo de la salvación: dar gratuitamente lo que gratuitamente se ha recibido.
Francisco ha continuado explicando que “la salvación no se compra”, también es gratuita porque Dios “nos nos hace pagar”, “nos salva gratis”.
Asimismo, definió esta gratuidad de Dios como “una de las cosas más bellas» e instó a que debemos hacer con los demás lo mismo que el Señor hace con nosotros, darnos gratuitamente.
Abrir el corazón
Francisco manifestó que el Señor está “lleno de dones para darnos” y que solo pide una cosa, “que nuestro corazón se abra”: “Cuando decimos ‘Padre nuestro’ y rezamos, abrimos el corazón para que esta gratuidad venga. No hay relación con Dios fuera de la gratuidad».
Asimismo, en este sentido, describió que, a veces, si necesitamos algo, ayunamos, hacemos penitencia o rezamos. Y esto “está bien, pero estén atentos: esto no es para ‘pagar por la gracia’, para ‘comprar’ la gracia. Esto es para ensanchar tu corazón para que la gracia venga. La gracia es gratuita”.
Con Dios «no se trata”
El Obispo de Roma reiteró que todos los bienes de Dios son gratuitos y que el problema es la cerrazón de los corazones de las personas, que no somos capaces de recibir “tanto amor gratuito” y que no se debe regatear con Dios, pues con el Señor “no se trata”.
El Pontífice subrayó el mal que provoca el caso de aquellos pastores de la Iglesia que “hacen negocios con la gracia de Dios” y no la dan gratuitamente.
“En nuestra vida espiritual siempre tenemos el peligro de resbalar sobre el pago, siempre, incluso hablando con el Señor, como si quisiéramos dar un soborno al Señor. ¡No! ¡La cosa no va por allí! No va por ese camino. ‘Señor, si tú me haces esto, te daré esto’. No. Yo hago esta promesa, pero esto me ensancha el corazón para recibir lo que está allí, gratis para nosotros”, recalcó.
Y es esta relación de gratuidad con Dios la que nos llevará a tenerla con los demás.
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