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]]>Debido al tiempo otoñal de este mes de octubre, la audiencia general de este miércoles, 7 de octubre de 2020, tuvo lugar en el Aula Pablo VI del Vaticano, ante la presencia de numerosos fieles y peregrinos procedentes de diversos países.
“Hombre de fe cristalina”
La Escritura presenta a Elías “como un hombre de fe cristalina”: “recto, incapaz de acuerdos mezquinos”. Su símbolo es el fuego,” imagen del poder purificador de Dios” y permaneció fiel, a pesar de ser sometido a “una dura prueba”, describió Francisco.
La oración “es la savia que alimenta constantemente su existencia”, pero, él “también se ve obligado a lidiar con sus propias fragilidades”, tales como la derrota de los falsos profetas en el monte Carmelo (cfr. 1 Re 18, 20-40), o el desconcierto en el que se da cuenta que “no soy mejor que mis padres” (cfr. 1 Re 19, 4)., prosiguió.
Sentido de la propia debilidad
En este sentido, el Papa señaló que en el alma de quien reza, “el sentido de la propia debilidad es más valioso que los momentos de exaltación, cuando parece que la vida es una cabalgata de victorias y éxitos”.
La oración es, “dejarse llevar por Dios y dejarse también golpear por situaciones malas y tentaciones”, tal y como demuestran también san Pedro y san Pablo, que en su vida contaron con “momentos de júbilo y momentos de abatimiento, de sufrimiento”.
Vida contemplativa y vida activa
Elías, además, es el hombre de “vida contemplativa” y, al mismo tiempo, “de vida activa, preocupado por los acontecimientos de su época, capaz de arremeter contra el rey y la reina, después de que habían hecho asesinar a Nabot para apoderarse de su viña (cfr. 1 Re 21, 1-24)”.
De este modo, el Pontífice remarca la necesidad de creyentes, “de cristianos celantes, que actúen delante de personas que tienen responsabilidad de dirección con la valentía de Elías, para decir: ‘¡Esto no se hace! ¡Esto es un asesinato!’”.
Por ello, continuó, “necesitamos el espíritu de Elías”, que muestra que “la oración es un encuentro con Dios y un dejarse enviar para servir a los hermanos. La prueba de la oración es el amor concreto por el prójimo”.
Los creyentes “actúan en el mundo después de estar primero en silencio y haber rezado; de lo contrario su acción es impulsiva, carece de discernimiento, es una carrera frenética sin meta”, cometen muchas injusticias, “porque no han ido antes donde el Señor a rezar, a discernir qué deben hacer”.
Serenidad y paz en la oración
Las páginas de la Biblia “dejan suponer que también la fe de Elías ha conocido un progreso: también él ha crecido en la oración, la ha refinado poco a poco. El rostro de Dios se ha hecho para él más nítido durante el camino. Hasta alcanzar su culmen en esa experiencia extraordinaria, cuando Dios se manifiesta a Elías en el monte (cfr. 1 Re 19, 9-13)”.
Finalmente, el Obispo de Roma remarca que la historia de Elías “parece escrita para todos nosotros”: “Algunas noches podremos sentirnos inútiles y solos. Es entonces cuando la oración vendrá y llamará a la puerta de nuestro corazón (…).
E incluso “si nos hubiéramos equivocado en algo, o si nos sintiéramos amenazados o asustados, volviendo delante de Dios con la oración, volverán como por milagro también la serenidad y la paz. Esto es lo que nos enseña el ejemplo de Elías”, concluyó.
A continuación, sigue el texto íntegro de la catequesis del Papa Francisco.
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Catequesis – 9. La oración de Elías
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Retomamos hoy las catequesis sobre la oración, que interrumpimos para hacer las catequesis sobre el cuidado de la creación y ahora retomamos; y encontramos a uno de los personajes más interesantes de toda la Sagrada Escritura: el profeta Elías. Él va más allá de los confines de su época y podemos vislumbrar su presencia también en algunos episodios del Evangelio. Aparece junto a Jesús, junto a Moisés, en el momento de la Transfiguración (cfr. Mt 17, 3). Jesús mismo se refiere a su figura para acreditar el testimonio de Juan el Bautista (cfr. Mt 17, 10-13).
En la Biblia, Elías aparece de repente, de forma misteriosa, procedente de un pequeño pueblo completamente marginal (cfr. 1 Re 17, 1); y al final saldrá de escena, bajo los ojos del discípulo Eliseo, en un carro de fuego que lo sube al cielo (cfr. 2 Re 2, 11-12). Es por tanto un hombre sin un origen preciso, y sobre todo sin un final, secuestrado en el cielo: por esto su regreso era esperado antes del advenimiento del Mesías, como un precursor. Así se esperaba el regreso de Elías.
La Escritura nos presenta a Elías como un hombre de fe cristalina: en su mismo nombre, que podría significar “Yahveh es Dios”, está encerrado el secreto de su misión. Será así durante toda la vida: hombre recto, incapaz de acuerdos mezquinos. Su símbolo es el fuego, imagen del poder purificador de Dios. Él primero será sometido a dura prueba, y permanecerá fiel. Es el ejemplo de todas las personas de fe que conocen tentaciones y sufrimientos, pero no fallan al ideal por el que nacieron.
La oración es la savia que alimenta constantemente su existencia. Por esto es uno de los personajes más queridos por la tradición monástica, tanto que algunos lo han elegido como padre espiritual de la vida consagrada a Dios. Elías es el hombre de Dios, que se erige como defensor del primado del Altísimo. Sin embargo, él también se ve obligado a lidiar con sus propias fragilidades. Es difícil decir qué experiencias fueron más útiles: si la derrota de los falsos profetas en el monte Carmelo (cfr. 1 Re 18, 20-40), o el desconcierto en el que se da cuenta que “no soy mejor que mis padres” (cfr. 1 Re 19, 4). En el alma de quien reza, el sentido de la propia debilidad es más valioso que los momentos de exaltación, cuando parece que la vida es una cabalgata de victorias y éxitos. En la oración sucede siempre esto: momentos de oración que nosotros sentimos que nos levantan, también de entusiasmo, y momentos de oración de dolor, de aridez, de pruebas. La oración es así: dejarse llevar por Dios y dejarse también golpear por situaciones malas y tentaciones. Esta es una realidad que se encuentra en muchas otras vocaciones bíblicas, también en el Nuevo Testamento, pensemos por ejemplo en San Pedro y San Pablo. También su vida era así: momentos de júbilo y momentos de abatimiento, de sufrimiento.
Elías es el hombre de vida contemplativa y, al mismo tiempo, de vida activa, preocupado por los acontecimientos de su época, capaz de arremeter contra el rey y la reina, después de que habían hecho asesinar a Nabot para apoderarse de su viña (cfr. 1 Re 21, 1-24). Cuánta necesidad tenemos de creyentes, de cristianos celantes, que actúen delante de personas que tienen responsabilidad de dirección con la valentía de Elías, para decir: “¡Esto no se hace! ¡Esto es un asesinato!” Necesitamos el espíritu de Elías. Él nos muestra que no debe existir dicotomía en la vida de quien reza: se está delante del Señor y se va al encuentro de los hermanos a los que Él envía. La oración no es un encerrarse con el Señor para maquillarse el alma: no, esto no es oración, esto es oración fingida. La oración es un encuentro con Dios y un dejarse enviar para servir a los hermanos. La prueba de la oración es el amor concreto por el prójimo. Y viceversa: los creyentes actúan en el mundo después de estar primero en silencio y haber rezado; de lo contrario su acción es impulsiva, carece de discernimiento, es una carrera frenética sin meta. Los creyentes se comportan así, hacen muchas injusticias, porque no han ido antes donde el Señor a rezar, a discernir qué deben hacer.
Las páginas de la Biblia dejan suponer que también la fe de Elías ha conocido un progreso: también él ha crecido en la oración, la ha refinado poco a poco. El rostro de Dios se ha hecho para él más nítido durante el camino. Hasta alcanzar su culmen en esa experiencia extraordinaria, cuando Dios se manifiesta a Elías en el monte (cfr. 1 Re 19, 9-13). Se manifiesta no en la tormenta impetuosa, no en el terremoto o en el fuego devorador, sino en el “susurro de una brisa suave” (v. 12). O mejor, una traducción que refleja bien esa experiencia: en un hilo de silencio sonoro. Así se manifiesta Dios a Elías. Es con este signo humilde que Dios se comunica con Elías, que en ese momento es un profeta fugitivo que ha perdido la paz. Dios viene al encuentro de un hombre cansado, un hombre que pensaba haber fracasado en todos los frentes, y con esa brisa suave, con ese hilo de silencio sonoro hace volver a su corazón la calma y la paz.
Esta es la historia de Elías, pero parece escrita para todos nosotros. Algunas noches podremos sentirnos inútiles y solos. Es entonces cuando la oración vendrá y llamará a la puerta de nuestro corazón. Un borde de la capa de Elías podemos recogerlo todos nosotros, como ha recogido la mitad del manto su discípulo Eliseo. E incluso si nos hubiéramos equivocado en algo, o si nos sintiéramos amenazados o asustados, volviendo delante de Dios con la oración, volverán como por milagro también la serenidad y la paz. Esto es lo que nos enseña el ejemplo de Elías.
© Librería Editorial Vaticana
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]]>Que el Señor “haga que, en medio de este tiempo de pandemia, nuestra vida sea un servicio amoroso a todos nuestros hermanos y hermanas, en especial a quienes se sienten abandonados y desprotegidos”, añadió.
Estas peticiones de Francisco han sido realizadas, por intercesión de Nuestra Señora del Rosario, cuya advocación se celebra en este día, durante el habitual saludo del Papa a los hispanohablantes en la audiencia general de los miércoles.
En la mañana de este 7 de octubre de 2020, el Santo Padre se ha reunido con los fieles en Aula Pablo VI, y ha retomado la serie de catequesis sobre la oración, bajo el título “La oración de Elías”.
En ella ha reflexionado sobre la figura de este profeta y ha subrayado que la oración y la caridad hacia el prójimo “van de la mano”.
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]]>Hoy, 7 de octubre de 2020, el Santo Padre se ha reunido con los fieles en Aula Pablo VI, y ha retomado la serie de catequesis sobre la oración, bajo el título “La oración de Elías”. En ella ha reflexionado sobre la figura de este profeta.
Francisco recordó que el Antiguo Testamento presenta a Elías como alguien sin un origen preciso y sin un final, “pues su historia se cierra cuando es arrebatado, en un carro de fuego, al cielo”. Y también aparece en el Evangelio, en el momento de la Transfiguración, “hablando con Jesús, junto a Moisés”, e incluso el propio Mesías se refiere a él “para confirmar la misión y el testimonio de Juan el Bautista”.
Oración, fuerza vital
La Sagrada Escritura describe a Elías como “un hombre íntegro, de fe cristalina, incapaz de compromisos mezquinos” que, ante las pruebas difíciles que tuvo que afrontar, “permaneció siempre fiel a Dios”, explicó el Papa.
“La oración era su fuerza vital: ésta le permitió defender el primado de Dios ante los falsos profetas de Baal, en el Monte Carmelo; y lo hizo también consciente de sus propias fragilidades. Elías era un contemplativo, pero sin desentenderse de las situaciones concretas de su tiempo”, subrayó.
Encuentro personal con Dios
Según el Pontífice, Elías enseña que “el fruto de la intimidad con el Señor en la oración, no puede ser otro que el amor concreto a los hermanos y hermanas, a los que Jesús nos envía”.
Además, la experiencia de este profeta revela que la oración “pasa por un camino de crecimiento, que a él lo condujo a la experiencia de un encuentro personal con Dios, que se le manifestó en el signo humilde del ‘murmullo de una brisa suave’, y le devolvió “la calma y la paz a su corazón cansado”.
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]]>El 6 de agosto la Iglesia celebra la festividad de la Transfiguración del Señor, que rememora el momento en el que Jesús mostró su gloria a tres de sus apóstoles en el monte Tabor.
El relato del Evangelio
Efectivamente, según narra el Evangelio (Lc. 9, Mc. 6, Mt. 10), unas semanas antes de su pasión y muerte, Jesús subió a un monte a orar, llevando consigo a sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan.
Mientras rezaba, su cuerpo se transfiguró: Sus vestidos se volvieron más blancos que la nieve,y su rostro más resplandeciente que el sol. Asimismo, se aparecieron Moisés y Elías y hablaron con Él acerca de lo que le iba a suceder próximamente en Jerusalén.
Entonces, Pedro exclamó: «Señor, si te parece, hacemos aquí tres campamentos, uno para Ti, otro para Moisés y otro para Elías».
Pero enseguida les envolvió una nube y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo».
En esta fiesta se conmemora, por tanto, un pasaje muy especial de la vida de Jesús en el que nos dejó un ejemplo sensible de la gloria que nos espera en el cielo.
La Transfiguración, mensaje de esperanza
Sobre este acontecimiento de la Transfiguración del Señor, Francisco resaltó en el Ángelus del 6 de agosto de 2017 que Dios «nos ofrece un mensaje de esperanza: estaremos también con él. Él nos invita a encontrar a Jesús, para estar al servicio de nuestros hermanos”.
Y añadió que “al término de la experiencia admirable de la Transfiguración, los discípulos descendieron de la montaña con los ojos y el corazón transfigurado por el encuentro con el Señor. Es el recorrido que podemos hacer nosotros también». El descubrimiento de Jesús no es un fin en sí mismo, sino que induce a “descender de la montaña” con un vigor nuevo generado por la fuerza del Espíritu Santo, para decidir avanzar en la conversión personal auténtica y para dar testimonio constante de la caridad.
Con el fin de lograr esto último, el Santo Padre indicó el camino del desapego de las cosas del mundo y la oración: “Se trata de disponernos a la escucha atenta y orante de Cristo, Hijo bien amado del Padre, buscando los momentos íntimos de oración que permiten la acogida dócil y gozosa de la Palabra de Dios”.
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