Isabel Orellana Vilches, Author at ZENIT - Espanol https://es.zenit.org/author/isabelorellana-vilches/ El mundo visto desde Roma Mon, 28 Dec 2020 09:05:48 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.7.1 https://es.zenit.org/wp-content/uploads/sites/3/2020/07/723dbd59-cropped-f2e1e53e-favicon_1.png Isabel Orellana Vilches, Author at ZENIT - Espanol https://es.zenit.org/author/isabelorellana-vilches/ 32 32 Beata Eugenia Ravasco, 30 de diciembre https://es.zenit.org/2020/12/29/beata-eugenia-ravasco-29-diciembre-2020/ Tue, 29 Dec 2020 08:00:18 +0000 https://es.zenit.org/?p=215417 Devoción por la juventud

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Sin quedar irremediablemente atrapada por la dolorosa pérdida de sus padres y algunos hermanos, esta fundadora italiana fue desde el Corazón de Jesús y de María al de la juventud. La beata Eugenia Ravasco destinó su cuantiosa herencia a los necesitados

Aunque en sus entrañas latía el hondo anhelo de partir a misiones, sueño que no pudo cumplir, siendo jovencísima pasó a formar parte del gran elenco de fundadores y fundadoras, y dedicó su quehacer a sembrar de esperanza el acontecer de los jóvenes, con singular atención a los más desamparados.

Nació el 4 de enero de 1845 en Milán, Italia, siendo la tercera de los seis hijos que verían la luz en la familia formada por el honorable banquero Francisco Mateo y su esposa Carolina Mozzoni Frosconi.

No iba a tener otro afán en su vida que “vivir abandonada en Dios y en las manos de María Inmaculada” y “arder en el deseo del bien ajeno, especialmente de la juventud”, ideario de su fundación y objetivo de su día a día.

En esa situación familiar privilegiada, económica y social, fue educada en la fe, aunque perdió a su madre cuando era una niña. Dos hermanos pequeños murieron también, y su padre, de origen genovés, regresó a su tierra con dos de sus hijos, el mayor y la benjamina.

Mientras, la beata Eugenia Ravasco quedó bajo el amparo de una tía que la formó y cuidó como una madre hasta que en 1852, con hondo pesar por tener que separarse de ella, se fue a Génova junto a su padre y hermanos: Ambrosio y Elisa. Con ésta última, en particular, estuvo estrechamente unida.

En 1855 murió su progenitor, y otros tíos, Luís Ravasco, también banquero y comprometido con la fe, así como Elisa Parodi, madre de una numerosa prole de diez hijos, intentaron cubrir el doloroso vacío. Luís fue el tutor de sus sobrinos.

Buscó una institutriz para las niñas, y aunque aquélla actuó con mano firme y severa en exceso, Eugenia se amoldó sin dificultad. Tomó la primera comunión en 1855, y desde ese momento experimentó una singular devoción por la Eucaristía, que fue uno de los rasgos de su vida espiritual, compartido con su amor a los Sagrados Corazones de Jesús y de María Inmaculada.

Al fallecer su querido tío Luís, que tanto bien le reportó, una de sus tías fraguó para ella un ventajoso matrimonio con un marqués, pero no prosperó la idea porque la elección de su consagración al Sagrado Corazón de Jesús estaba grabada en lo más íntimo de su ser.

En mayo de 1863 penetró en el templo de Santa Sabina. Un misionero predicaba la palabra, y la beata Eugenia Ravasco halló la respuesta que estaba buscando para su vida: ensamblado su corazón al Corazón de Jesús, se consagraría a los demás.

Dócil a la voluntad divina, a través de su director espiritual comenzó a dar los pasos oportunos con firmeza. No tuvo en cuenta el juicio negativo de familiares y las críticas desdeñosas de personas de alto estatus social, como había sido el suyo, y dio muestras de su gran caridad y generosidad poniendo al servicio de los necesitados el copioso patrimonio que había heredado: “Este dinero no es mío, sino del Señor, yo soy solamente la depositaria”. Y así comenzó a prestar toda clase de ayuda a niñas, enfermos y pobres.

Siendo joven había tenido que afrontar las dificultades y dolorosos hechos que acaecieron en su familia, hacerse cargo de los bienes y luchar contra personas sin escrúpulos que intentaron esquilmarlos.

Además, vio con enorme sufrimiento cómo se perdía irremediablemente su hermano mayor, preso de los desmanes. Todo ello acrisoló su gran fortaleza y revistió su madurez humana y espiritual. Por eso se comprende que el 6 de diciembre de 1868, contando solo con 23 años, fundase la Congregación de las Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.

La beata Eugenia Ravasco nació con el objeto de inculcar a los jóvenes, especialmente a los desfavorecidos, los valores cristianos. A todos instó a seguir el camino de perfección. Atenta a los pobres, no descuidó tampoco a personas con recursos ganándoselas para Cristo, al tiempo que obtenía su ayuda económica para auxiliar a los que nada poseían.

La estrecha colaboración con las parroquias dio grandes frutos apostólicos. Con todos compartió su acendrado amor a la Eucaristía así como a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Rogaba insistentemente: “Corazón de Jesús, concededme poder hacer este bien y ninguno otro, en todas partes”.

Su sueño frustrado, porque así lo determinó la Providencia, fue ir a misiones. Pero estuvo al lado de los presos, los moribundos y los incrédulos. En 1878 creó la Escuela Normal femenina, criticada e incomprendida por sectores laicistas.

Nada hizo mella en su fe y vivió, como siempre había hecho, totalmente desprendida de sí. Las numerosas acciones que impulsó tuvieron el signo de la alegría y de la fe. Aconsejaba a las jóvenes: “Estad alegres, divertíos, pero santamente…”.

Y a sus hijas: “Vuestro gozo atraiga otros corazones para alabar a Dios”. Con este espíritu asumió, llena de paciencia y caridad, la incomprensión y soledad a la que fue sometida dentro de su comunidad. Muy enferma, la beata Eugenia Ravasco murió el 30 de diciembre de 1900. Fue beatificada por Juan Pablo II el 27 de abril de 2003.

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Santo Tomás Becket, 29 de diciembre https://es.zenit.org/2020/12/28/santo-tomas-becket-29-diciembre-2020/ Mon, 28 Dec 2020 08:56:48 +0000 https://es.zenit.org/?p=215412 Defensor del clero frente al poder

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“Santo Tomás Becket fue el defensor del clero frente a las injerencias del poder civil encarnado por el monarca inglés Enrique II, del que fue su canciller y amigo, este arzobispo fue decapitado en el interior de la catedral donde se hallaba orando”

Nació en Londres, Inglaterra, el 21 de diciembre de 1118. Era hijo de una familia de origen francés; su padre era comerciante. Cursó estudios con los canónigos regulares de Merton, en Surrey, y tras la pérdida de sus padres, entrando ya en la veintena, se ganó el sustento trabajando primeramente al servicio de un familiar y luego con un señor aficionado a la cinegética y a la cetrería, deporte que heredó y cultivó durante un tiempo.

Era inteligente y sagaz, exquisito en el trato. Había pasado por París y Bolonia donde había cursado teología, de modo que a los 24 años el arzobispo de Canterbury, Teobaldo, lo acogió entre los suyos y obtuvo para él muchas prebendas.

En 1154 después de recibir el diaconado, el arzobispo lo designó arcediano de Canterbury. Hasta la muerte de éste, acaecida en 1161, santo Tomás Becket mostró su pericia y delicadeza en asuntos diplomáticos de cierta envergadura que el prelado le encomendó dentro y fuera de las fronteras. Estas misiones le llevaron en distintas ocasiones a Roma.

Teobaldo veía en su estrecho colaborador un hombre valiente y fiel, que defendía la verdad; contó siempre con su aprobación y confianza. Estas y otras cualidades no pasaron desapercibidas para el rey Enrique II que hacia 1155 le había nombrado canciller suyo. Ambos mantuvieron una estrecha amistad. Fue una relación entrañable que sobrepasó el vínculo que les unía en las difíciles cuestiones de estado que compartían.

Santo Tomás Becket tenía una personalidad arrolladora y compleja. Fue templando su orgulloso temperamento, inclinado a la ira y a la violencia, a fuerza de oración y disciplina. Durante un tiempo fue excesivo en su prodigalidad, pero reconocido en su innegable generosidad a la hora de agasajar a todos, incluidos los ricos, y especialmente a los pobres.

Tocante a la defensa de su país, en el campo de batalla no tenía precio. Era un aguerrido y valiente general que se sentía cómodo luchando por los suyos, a la par que vestía el hábito clerical.

Al fallecer Teobaldo, Enrique II lo designó sucesor suyo para ocupar la sede arzobispal haciendo uso del privilegio que le había conferido el pontífice. Al saber que fraguaba este nombramiento, Tomás pareció adivinar lo que iba a suceder, y vaticinó: “Si Dios permite que yo ascienda a la dignidad de arzobispo de Canterbury, no pasará mucho tiempo sin que pierda los favores de Vuestra Majestad, y todo el afecto con que vos me honráis se transformará en odio.

Puesto que Vuestra Majestad proyectará hacer ciertas cosas que vayan en perjuicio de los derechos de la Iglesia, mucho me temo que Vuestra Majestad requiera de mí una ayuda o una aprobación que no podré darle. No faltarán personas envidiosas que aprovechen esas ocasiones para alentar una amarga e interminable desavenencia entre vos y yo”.

Así fue. El 3 de junio de 1162 Tomás recibió el sacramento del orden y a continuación fue consagrado arzobispo. Entregado en cuerpo y alma a su misión, se propuso guardar celosamente los derechos del pueblo y de la Iglesia.

De la noche a la mañana dio un cambio radical a su forma de vida, hecho que fue ostensible para quienes le conocían. Centrado en la oración, el ejercicio de la piedad y caridad con los desfavorecidos, templado y moderado al extremo en sus costumbres culinarias, que eran harto frugales, se esforzaba por todas las vías posibles en seguir el camino de la perfección.

Humildemente pidió que no le ocultaran las flaquezas que advirtieran en él: “Muchos ojos ven mejor que dos. Si ven en mi comportamiento algo que no está de acuerdo con mi dignidad de arzobispo, les agradeceré de todo corazón si me lo advierten”.

Las disensiones con el rey llegaron pronto. Santo Tomás Becket repudiaba cualquier prebenda del monarca sobre sus súbditos, como propugnaban las “constituciones” de 1164. Le había apoyado siempre incondicionalmente, pero no podía tolerar las presiones que ejercía sobre la Iglesia.

Su rechazo a las decisiones que tomaba Enrique II oprimiendo al pueblo y haciéndole objeto de distintos atropellos, supuso para él un destierro de seis años en territorio francés. Primeramente vivió con la comunidad cisterciense de Pontigny, pero la ira del rey que amenazaba la vida de todos si cobijaban a Tomás, hizo que en 1166 éste se trasladara a la abadía de San Columba Abbey, en Sens, donde se gozaba de la protección de Luís VII de Francia.

Hasta que el papa Alejandro III medió entre las partes y aunque Tomás le rogó que lo reemplazase en su misión por otra persona, no logró convencerle, por lo cual regresó a Canterbury. Su vuelta estuvo marcada por la convicción de que iba hacia su muerte. Ante la aclamación de sus seguidores manifestó: “Vuelvo a Inglaterra para morir”.

Impugnó las decisiones de obispos que acogieron las “constituciones” poniendo de manifiesto que nada había cambiado en él, y actuó como mediador de quienes veían pisoteados derechos elementales.

Harto y resentido, en un momento dado el rey farfulló ante un grupo de personas su deseo de liberarse de aquel “clérigo infernal que le hacía la vida imposible”. Cuatro componentes de su séquito, que le oyeron, tomaron literalmente sus palabras.

Buscaron a santo Tomás Becket, le acosaron en el interior de la catedral donde se hallaba, y sin inmutarse ante su valentía, mientras decía: “En nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia, estoy dispuesto a morir”, lo decapitaron brutalmente el 29 de diciembre de 1170. Alejandro III lo canonizó el 21 de febrero de 1173.

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Santa Catalina (Caterina) Volpicelli, 28 de diciembre https://es.zenit.org/2020/12/27/santa-catalina-caterina-volpicelli-28-diciembre-2020/ Sun, 27 Dec 2020 08:00:57 +0000 https://es.zenit.org/?p=215181 Amor a Jesús Sacramentado

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“Esta fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón tenía un amor inmenso a Jesús Sacramentado. Es el sello que ostentan sus numerosas obras. Santa Catalina (Caterina) Volpicelli fue impulsora del primer Congreso Eucarístico Nacional en Nápoles”

Hoy festividad de los Santos Inocentes, la Iglesia celebra también la vida de santa Catalina. “Ser de Cristo, para llevar a Cristo”, fueron las palabras pronunciadas por Benedicto XVI en el transcurso de la homilía el día que fue canonizada por él, sintetizando lo esencial de la vida de esta santa fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón.

Nació en Nápoles, Italia, el 21 de enero de 1839 en el seno de una familia aristocrática. Hasta su adolescencia nada hacía presagiar que su destino fuera ser fundadora y que alcanzaría la santidad. Había recibido una educación esmerada en consonancia con su posición social, y no ocultó su dilección por las fugaces seducciones de una vida acomodada que la envolvía en ciertos oropeles.

En el Colegio Real de San Marcelino había tenido el privilegio de ser formada por la que sería cofundadora de las Hermanas Franciscanas Elisabettiane Bigie, Margarita Salatino. Dominaba varios idiomas y se ejercitó en la música, completando el estudio de las letras.

Las vanidades y anhelos de poseer un brillo más fulgurante que el de su hermana desaparecieron súbitamente al recibir respuesta a su frecuente pregunta: “Señor, ¿qué quieres que haga?”, que formulaba ante el “Ecce Homo” instalado en su casa. La urgencia divina se manifestaba sobre ella protegiéndola y rescatándola de lo efímero, al tiempo que la predisponía a emprender un nuevo camino.

Tenía 15 años cuando santa Catalina (Caterina) Volpicelli conoció a san Ludovico de Casoria, y él le sugirió que acudiera a la Orden Franciscana Seglar, infundiéndole singular amor al Sagrado Corazón de Jesús, una devoción que mantuvo viva hasta que exhaló el último suspiro.

El beato le decía. “Caterina, el mundo te atrae, pero Dios vence […]. Llegará un día en el que cerrarás todos los libros y Jesús te abrirá su corazón donde la primera página, la segunda y las demás no dirán otra cosa que Amor… Amor… Amor”.

Estaba convencido de que la joven podía hacer inmenso bien. Además, su privilegiado estatus social le permitiría convertirse en “pescadora de almas”. Y no erró en su juicio. Oración, mortificación, lectura del evangelio y obras de místicos, fueron el alimento de la santa.

En 1859 por influjo de su confesor, padre Leonardo Matera, ingresó en las Adoradoras perpetuas de Jesús Sacramentado. Pero no era su destino permanecer junto a ellas. Graves problemas de salud se interpusieron en el camino, y tuvo que dejar esta vía.

El vaticinio del padre Ludovico que le había dicho: “El Corazón de Jesús, oh Catalina, ¡ésta es tu obra!”, se abría paso en su acontecer. Su confesor puso en sus manos la hoja “Le Messager du Coeur de Jesús” editada por el Apostolado de la Oración, y Catalina no se lo pensó dos veces.

Dirigió una carta al padre Enrique Ramière, máximo responsable de este movimiento en Francia, y éste le entregó el diploma de celadora al tiempo que le proporcionaba la información que solicitó.

La espiritualidad subyacente al apostolado fue el germen de la fundación que la santa impulsó en Nápoles. En el estío de 1867 el padre Ramière visitó la que sería sede de las actividades apostólicas, Largo Petrone en La Salud.

El objetivo de la obra que estaba a punto de fundar sería adorar a Cristo Sacramentado con el anhelo de transmitir la noticia de su inmenso amor a todos, con especial dilección por los que sufren.

El cardenal de Nápoles, siervo de Dios Sforza, que vio en el movimiento una novedad dentro de una época de intensa convulsión social, política y eclesial, aprobó el naciente Instituto de Esclavas del Sagrado Corazón que santa Catalina (Caterina) Volpicelli había puesto en marcha junto a doce mujeres en 1874.

Los primeros momentos fueron difíciles. Hubo incomprensiones por parte de miembros de la Iglesia, y la fundación fue vista con recelos por la masonería que pensaba que las religiosas atentaban contra sus intereses. Ignoraban que el único afán de Catalina y de sus hermanas era llevar el amor del Corazón de Cristo por doquier.

Incansable apóstol, rebosante de caridad hacia su prójimo, creó la Asociación de las Hijas de María, un asilo para huérfanas, y una biblioteca de carácter circulante, vehículo que facilitaría a cualquier interesado su acceso a la cultura.

En 1884 durante la epidemia de cólera se volcó en los damnificados. Ese año fue consagrado el santuario dedicado al Sagrado Corazón de Jesús mandado erigir por Catalina para la adoración reparadora solicitada por el Papa; un instrumento apostólico para difusión del evangelio y de ayuda a la Iglesia.

Catalina abrió nuevas casas, alentó y participó en el primer Congreso Eucarístico Nacional realizado en Nápoles en 1891, que culminó con la confesión y comunión de los participantes. Por influjo de esta santa se produjeron grandes conversiones.

Entre otras, la del beato Bartolomé Longo que había sido afín al espiritismo y a la superstición. Santa Catalina (Caterina) Volpicelli murió en Nápoles el 28 de diciembre de 1894, ofreciendo sus sufrimientos por la Iglesia y por el Papa. Juan Pablo II la beatificó el 29 de abril de 2001. Y Benedicto XVI la canonizó el 26 de abril de 2009.

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Beato Francisco Spoto, 27 de diciembre https://es.zenit.org/2020/12/26/beato-francisco-spoto-27-diciembre-2020/ Sat, 26 Dec 2020 08:00:01 +0000 https://es.zenit.org/?p=215171 Mártir en el Congo

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“El beato Francisco Spoto, digno discípulo del beato Cusmano, su fundador, todo en Spoto pone de manifiesto que su existencia fue una encendida llama de amor a Cristo hasta el martirio acaecido en el Congo”

En esta festividad de san Juan Evangelista, al examinar la vida de Spoto, que también celebra hoy la Iglesia, vuelve a detectarse que el equipaje de un apóstol no es otro que la cruz. De ella extrae la imponente fortaleza para emular a Cristo encarnando su misión con religiosa intrepidez, dispuesto siempre por amor a Él a derramar su sangre, si es preciso. En dificilísimas condiciones, peligrando su vida, Francisco quiso correr la misma suerte que sus hermanos en la fe.

Nació el 8 de julio de 1924 en la localidad italiana de Raffadali. Fue uno de los tres hijos de un honrado y creyente matrimonio que vivía de forma ejemplar. Dieron a sus vástagos lo mejor que poseían: la fe. La madre puso al pequeño bajo el amparo de san Francisco Javier y pasado el tiempo emularía a este gran misionero.

El cabeza de familia padecía una discapacidad que afectaba a su pierna izquierda, causada por una lesión contraída durante la guerra de 1915-1918. Con todas las dificultades afrontaba su día a día dando testimonio a sus hijos de fortaleza, esforzándose para proveer de lo necesario a su familia, acompañado de su fiel y abnegada esposa.

De esa época, el beato recordaría entrañables gestos de piedad aprendidos en el hogar que han sido patrimonio de otras muchas personas, como, por ejemplo, besar el trozo de pan que se ha caído en el suelo por haber apreciado en él el símbolo del Cuerpo de Cristo.

Seguro que le llenaría de orgullo y le edificaría la generosidad y ternura de esos padres que lo educaron y acompañaron espiritualmente en esos primeros años de su vida. Y, de hecho, tanto calaron en su espíritu las enseñanzas que le dieron, que en 1936 ingresó en el seminario de la Congregación de los Misioneros Siervos de los Pobres.

Profesó en 1940. En 1951 fue ordenado sacerdote, y en 1959 fue designado superior general. Por encima de su juventud, 35 años, que requirieron dispensa de la Santa Sede para poder asumir este alto oficio, se tuvieron en cuenta sus muchas virtudes y cualidades.

El beato Francisco Spoto era un asceta, un hombre de auténtica oración. En ella se fraguaron su caridad, humildad y obediencia manifestadas en todo momento fuesen cuales fuesen las circunstancias de su acontecer.

Se caracterizó por su alto sentido de la responsabilidad, tenacidad y el ardor apostólico que latía en su alma misionera. Al recibir el sacramento del orden había tomado nota del pasaje evangélico “Id y predicad…” que sintetizaba sus anhelos.

Pasó por el orfanato de la Congregación de Vía Pindemonte en Palermo, enseñó francés y ejerció una intensa misión pastoral junto a las Siervas de los Pobres. En cualquier acción que desempeñaba, su eficacia al servicio del evangelio era más que patente.

Con una gran formación intelectual, que puso a merced de la evangelización, ejerció una encomiable labor periodística y literaria, sin atisbos de vanidad ni de orgullo, lejos de la fama y oropeles. Dejó numerosos escritos.

El beato Francisco Spoto fue un gran predicador y comunicador; un orador excelente que con su vida de entrega supo transmitir la fuerza de la Palabra de Dios a través de homilías cuidadosamente preparadas en la oración. Era honesto y justo; estaba siempre disponible para todos.

Admirado, respetado y querido tanto por miembros de la Iglesia como por sus hermanos, de los que se ocupaba con gran delicadeza, fue fiel transmisor del carisma de su fundador, el padre Cusmano. Una de sus grandes debilidades fueron los pobres.

Con penetrante visión impulsó la Orden, promovió vocaciones y abrió casas en distintos lugares. Su antecesor fundó la misión en el Congo, y él continuó alimentándola. Precisamente en esta República Democrática africana pasó la última etapa de su vida. Llegó a Biringi en agosto de 1964.

La situación altamente difícil y comprometida de sus hermanos, debido a cuestiones de índole política, hizo que acudiera a confortarlos personalmente. Entonces muchos religiosos y religiosas derramaban su sangre por Cristo en medio de la persecución a la que eran sometidos. El beato no ignoró que él mismo podía sumarse a este insigne grupo de apóstoles, perdiendo su vida.

En un momento dado, previendo que no regresaría puso su oficio apostólico a merced de la Orden, ya que no estaba dispuesto a dejar a sus hermanos. En noviembre de ese año se inició una durísima persecución contra ellos, que se vieron obligados a huir sin rumbo fijo acosados por los Simba que perseguían su muerte.

En medio de esa tragedia el padre Spoto escribió un diario en el que narraba de forma pormenorizada lo que aconteció. El 3 de diciembre de ese año 1964 sus hermanos fueron apresados. En una noche espantosa, lleno de heridas, descalzo, sediento y hambriento siguió corriendo.

Al día siguiente vio con gozo que sus hermanos habían sido liberados. Pero el 11 de diciembre fue atacado con tamaña furia que quedó paralítico. Y en esas condiciones le portaban por la selva en una improvisada y rústica camilla huyendo de los captores.

El beato Francisco Spoto sobrevivió hasta el 27 de diciembre, día en que murió en la humilde cabaña en la que se cobijaron. Sus hermanos, que pudieron regresar a Italia más tarde, depositaron sus restos en un lugar cercano. Fue beatificado por Benedicto XVI el 21 de abril de 2007.

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Santa Vicenta María López y Vicuña, 26 de diciembre https://es.zenit.org/2020/12/25/santa-vicenta-maria-lopez-y-vicuna-26-diciembre-2020/ Fri, 25 Dec 2020 08:00:50 +0000 https://es.zenit.org/?p=215104 Entregó su vida a Cristo

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“Esta fundadora de las religiosas de María Inmaculada tenía a sus pies cuanto podía desear dada la alta posición social a la que pertenecía. Santa Vicenta María López y Vicuña se entregó a Cristo y fue un ángel protector para las empleadas del servicio doméstico”

Un santo contempla lo que le rodea imbuido por el amor a Dios y el anhelo de dar a los demás lo mejor de sí. Atento a cualquier atisbo en el que perciba la vía a seguir para encauzar el bien, como hizo Vicenta María, se pone en marcha sin dilación y la gracia de Cristo se derrama a raudales.

Nació en Cascante, Navarra, España, el 22 de marzo de 1847. Era hija de un prestigioso jurista que se ocupó personalmente de su educación al constatar las cualidades que poseía. Creció en una familia cristiana y comprometida, en la que cotidianamente florecía la caridad, ya que sus componentes dedicaban gran parte de su tiempo ayudando a los desfavorecidos.

En ese clima discurrió su infancia, arropada por sus padres y otros familiares, apreciando en ellos rasgos de piedad y compartiendo la espiritualidad que emanaba de su entorno como algo natural. Visitaba al Santísimo, acudía a misa y se fijaba en las imágenes del templo, en particular la de Cristo atado a la columna; ésta suscitó en ella una gran devoción que mantuvo hasta el fin de su vida.

Una tía materna pertenecía a la aristocracia madrileña y dispensaba toda clase de atenciones a los necesitados. Sus rasgos de generosidad, junto a su privilegiada situación social, fueron tenidos en cuenta por los padres y los tíos de santa Vicenta María López y Vicuña cuando decidieron que prosiguiese la formación en Madrid.

Bajo la custodia de este familiar, aprendió idiomas y piano, estudios que completó más tarde en el prestigioso colegio San Luís de los Franceses. Era una muchacha normal, con cierta coquetería –usual a esa edad–, inteligente, creativa, con muchos intereses culturales y muy comunicativa.

Los primeros años de su juventud transcurrieron en un estado de búsqueda. Su tía estaba estrechamente vinculada a la Congregación de la Doctrina Cristiana, y ella solía acompañarla en algunas acciones que realizaba con jóvenes empleadas del servicio doméstico, lo cual le ayudó a discernir el camino a seguir.

La previsión de sus padres fue desposarla con alguien de su condición social, y había expectativas para que así sucediese. Pero tal futuro no entraba en los planes de la joven, y cuando su tía la tanteó haciendo de mediadora entre ella y sus progenitores, Vicenta María respondió: “tía, ni con un Rey ni con un santo”; es decir, que ya había elegido en su corazón.

Olvidada de sí y centrada en las necesidades de estas jóvenes, comenzó a plantearse seriamente cómo podría ayudarlas mejor. La clave la recibió en 1853 al leer el anuncio de un piso en alquiler. En esa simple observación entrevió el signo que Dios le ponía para iniciar su obra. Y se hizo con la vivienda.

Acogió en ella a tres muchachas convalecientes del hospital junto a una persona de mayor edad, seleccionada para asistirlas, y denominó “La Casita” a tan recoleto espacio en el que dio a las jóvenes un trato evangélico. Se ocupó de su formación y también de su trabajo eligiendo selectos domicilios para que pudieran servir en ellos.

Tras la realización de los ejercicios espirituales efectuados en el monasterio de la Visitación en 1868, las líneas que debía seguir se hicieron más nítidas. El siguiente gran paso fue comunicar a su padre por carta su negativa al matrimonio.

Le informó de su vocación y proyecto de fundar un Instituto aprovechando la experiencia que había adquirido conviviendo con las jóvenes. No estaba vinculada con votos, pero se propuso cumplir lo que entendía como voluntad divina. El 11 de junio de 1876 puso en marcha el Instituto; con ella se comprometían en esta labor dos jóvenes.

Las vocaciones aumentaron y la fundación iba creciendo exponencialmente. Hacía a todas la siguiente advertencia: “A este fin consideren que han venido al Instituto a morar unánimes y conformes y a no tener sino un corazón y un alma en Dios”.

Puso la Congregación del Servicio Doméstico (actuales Religiosas de María Inmaculada) bajo el amparo de la Virgen María. Suplicaba de manera insistente: “Enséñame a obedecer, Dios mío”. La caridad era el único horizonte para las componentes de la fundación: “Nada me agrada tanto como poder contemplaros abrasadas en el fuego de la caridad”. En poco tiempo cinco nuevas casas dieron cuenta de la fecundidad apostólica.

En julio de 1890 santa Vicenta María López y Vicuña hizo sus votos perpetuos. Poco después enfermó gravemente de tuberculosis. Viendo que iba a morir, y pensando en las jóvenes, manifestó: “Quiero recomendarles que por mi muerte no se suprima ninguna fiestecilla de las chicas, y esto aunque estuviera de cuerpo presente”.

Su tránsito se produjo el 26 de diciembre de 1890. “Si vivimos bien, la muerte será el principio de la vida”, había dicho. Santa Vicenta María López y Vicuña fue beatificada por Pío XII el 19 de febrero de 1950, y canonizada por Pablo VI el 25 de mayo de 1975.

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San Alberto (Adán) Chmielowski, 25 de diciembre https://es.zenit.org/2020/12/24/san-alberto-adan-chmielowski-25-diciembre-2020/ Thu, 24 Dec 2020 09:00:23 +0000 https://es.zenit.org/?p=215098 Dedicado a los pobres y enfermos

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“San Alberto (Adán) Chmielowski fue un consumado pintor, hizo del arte un instrumento evangelizador hasta que eligió convivir con los pobres y los enfermos renunciando a un brillante futuro. Juan Pablo II lo consideró el san Francisco polaco del siglo XX”

Hoy festividad de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia celebra también la vida de Alberto, considerado por Juan Pablo II “el san Francisco polaco del siglo XX”. Halló en él un motor para su vocación al observar que encarnaba admirablemente el ideal de pobreza franciscano, espíritu que caracterizó su austera vida; y eso que san Alberto (Adán) Chmielowski era de noble cuna.

Nació el 20 de agosto de 1845 en Igolomia, ciudad cercana a Cracovia, Polonia. Al morir sus padres, unos familiares lo acogieron a él y a sus hermanos. Ingresó en el Instituto Politécnico de Pulawy cuando tenía 18 años. Ese año participó en la insurrección de Polonia y fue hecho prisionero.

Tenía una herida en la pierna que se agravó, y sufrió su amputación. Pero esta traumática operación en la que probó su valentía –fue intervenido sin anestesia–, le libró de un más que seguro fusilamiento.

Al malograrse la sedición, escapó del castigo que podía aplicarle el bando zarista huyendo a París casi en condiciones rocambolescas, ya que lo hizo ocultado en un féretro. Regresó a Varsovia en 1865, y dos años más tarde volvió a la capital del Sena.

Comenzó la carrera de ingeniería en la ciudad belga de Gante, pero sus cualidades artísticas le indujeron a estudiar pintura en la Academia de Bellas Artes de Munich, gracias a la generosidad de la señora Siemienska, en cuyo hogar fue acogido amistosamente.

Después completó esta formación en París. En este periodo existencial, marcado por el sufrimiento físico y psíquico ocasionado por su prótesis de palo, siempre mantuvo vivo en su espíritu el precioso legado de la fe que había recibido.

Siendo ya un consumado artista, regresó a Polonia en 1874 con una idea clara: tomar la vía del arte como instrumento apostólico, poniendo su talento al servicio de Dios. Una de sus obras representativas es el “Ecce Homo” en el que supo plasmar la profunda experiencia espiritual que le había marcado.

San Alberto (Adán) Chmielowski era un hombre de gran sensibilidad. Por eso, al meditar sobre la Pasión de Cristo, conmovido por ella hasta el tuétano, dio un rumbo definitivo a su vida. Primeramente, en 1880 ingresó como hermano lego en el convento de Stara-Wies, regido por los jesuitas, pero a causa de sus problemas de salud únicamente convivió con ellos seis meses.

Su profundo desasosiego cesó bajo los cuidados de un hermano, y al año siguiente teniendo noticia de la existencia de la Tercera Orden de San Francisco, se vinculó a ella. Eso le permitió constatar de primera mano la realidad en la que malviven los “sin techo”, aquejados de gravísimas enfermedades, y aquellos cuya miseria material y moral es tal que nadie les prodiga ni una sola palabra de consuelo.

En esa cohorte de mendigos y vagabundos, así como de los que sucumbían presos de enfermedades repulsivas en Cracovia, veía el rostro de Cristo. Teniendo clara su vocación, se adentró en ese mundo de miseria. No quería ser menos que ellos.

De modo que renunció a su brillante y prometedor futuro, y pidió limosna para asistirlos. Sabía que compartiendo con los indigentes su trágico presente llegaría al fondo de sus corazones.

Tomó el hábito franciscano con el nombre de Alberto y emitió la profesión ante el cardenal Dujanewski. Después, puso en marcha dos congregaciones religiosas, masculina y femenina, para el servicio de los pobres, inspiradas en la espiritualidad franciscana.

Son conocidos como Siervos de los Pobres o Albertinos. Antes había dejado abierto en Cracovia un local en el que a los pobres y a los enfermos se les dispensaba completa asistencia. Esa acción caracterizó su vida.

Dio prueba de su misericordia con las obras que impulsó en distintos lugares de Polonia: asilos para ancianos, casas para inválidos y enfermos incurables, comedores para los mendigos, orfanatos para los abandonados, todo confiando siempre en la Providencia, movido por su amor a Dios.

Y poco a poco devolvía a los desfavorecidos la dignidad que una sociedad insensible a sus necesidades les había hurtado.

¡Cuántas acciones de caridad y solidaridad son puestas en marcha dentro de la Iglesia continuamente llevando el calor y la ternura, solucionando en gran medida carencias que los gobiernos de distinto signo no ofrecen! Son innumerables.

No es casualidad que al frente de ellas muchas veces se encuentren religiosos consagrados. San Alberto (Adán) Chmielowski echaba mano de su potente creatividad, además de su arrojo en defensa de cualquier desfavorecido, porque amaba a Dios con todo su ser.

Ejercía gozosamente su heroica caridad con el prójimo con el rostro sereno y la alegría evangélica dibujada en él. Compartió con los indigentes la comida y los recodos en los que se guarecían. No había acepción de personas ni razones que le llevaran a asistir a unos en detrimento de otros.

A todos proporcionó una asistencia material y espiritual impagable, inducido por la fortaleza que le infundía la Eucaristía y su apasionado abrazo a la cruz. “No basta que amemos a Dios, sino que hay que conseguir además que, en contacto con nosotros, otros corazones se inflamen. Eso es lo que cuenta. Nadie sube al cielo solo”, decía.

Afectado por un grave tumor en el estómago durante diez años, afrontó el final de sus días con virtuoso temple. Teniendo a su lado a la Virgen de Czestochowa, antes de exhalar su último aliento advirtió a la comunidad: “Esta Virgen es vuestra fundadora, recordadlo”, añadiendo esta recomendación: “Ante todo, observad la pobreza”.

San Alberto (Adán) Chmielowski murió en el asilo fundado por él en Cracovia el día de Navidad de 1916. Su funeral fue prácticamente encabezado por los pobres de la ciudad. Juan Pablo II lo beatificó en Cracovia el 22 de junio de 1983. Y él mismo lo canonizó en Roma el 12 de noviembre de 1989.

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Santa Paola Elisabetta Cerioli, 24 de diciembre https://es.zenit.org/2020/12/23/santa-paola-elisabetta-cerioli-24-diciembre-2020/ Wed, 23 Dec 2020 08:07:43 +0000 https://es.zenit.org/?p=215069 Fuente de gracia y virtud

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“La vida de santa Paola Elisabetta Cerioli pone de manifiesto la supremacía del amor, fuente de gracia y de virtud que se nutrió en la adversidad. Desposada con un hombre mayor, lo perdió a él y a sus hijos. Fue una madre para los huérfanos que acogió en su palacio”

La fortaleza de un ser humano se mide especialmente en el infortunio. Constanza Cerioli lo demostró con creces. Su particular tragedia, neutralizada por su incondicional entrega a Dios, se trocó en bálsamo para los desfavorecidos. Fue conducida a la vida religiosa tras dramáticas experiencias personales de sufrimiento, si bien el dolor fue para ella árbol fecundo.

Santa Paola Elisabetta Cerioli nació el 28 de enero de 1816, en Soncino, Cremona, Italia, con una constitución tan débil que sus padres, los nobles y acaudalados Francesco Cerioli y Francesca Corniani, que ya tenían una numerosa prole, rogaron que se le administrara el bautismo inmediatamente, temiendo que pudiera morir.

Pero Constanza sobrevivió, aunque su salud sería frágil el resto de su vida. Se formó junto a las Hermanas de la Visitación en Alzano Maggiore, Bergamo, hasta los 16 años. A los 19, una edad en la que tantas jóvenes sueñan con un futuro feliz, tuvo que desposarse por acuerdo de sus padres, que así lo habían apalabrado, con Gaetano Busecchi, que rozaba los 60 –casi un anciano para la época– y era el rico heredero de los condes Tassis de Comonte de Sériate, Bergamo.

No es difícil imaginar el escenario en el que se desenvolvieron casi veinte años de su vida con un matrimonio contraído sin amor y con ese desfase abrumador de edad y experiencia entre su esposo y ella.

Pero asumió su destino con la dignidad propia de su noble condición, creyendo que en la voluntad paterna estaba contenida la divina, amparada en los hondos principios de fe y virtud que le habían inculcado.

De esta unión nacieron cuatro vástagos. Los tres primeros hijos murieron nada más nacer. Y si dolorosas fueron estas sucesivas pérdidas más lo fue la del cuarto hijo, Carlos, que sobrevivió hasta los 16 años.

Unos meses más tarde falleció su esposo, y Constanza se sumió en el más profundo dolor. Tenía 38 años y era heredera de una gran fortuna, pero su corazón latía afligido por tal cúmulo de desgracias. Su sostén fueron los prelados de Bergamo que le ayudaron a aferrarse a la fe. “No sé –reconocería más tarde– cómo he podido sobrevivir, frágil y probada como estaba”.

Santa Paola Elisabetta Cerioli había madurado a golpes de intenso sufrimiento y volvió los ojos a la Virgen Madre de los Dolores. Conmovida al meditar en ellos, en una ocasión la angustia sufrida fue de tal grado que estuvo a punto de caer desmayada.

Convirtió su palacio en un refugio para los necesitados, desamparados y huérfanos a los que socorrió ejerciendo con ellos un apostolado cuajado de esas ternuras que la vida le había impedido dispensar a los de su propia sangre.

Primero comenzó con dos huérfanas, pero enseguida fue incrementándose el número de los acogidos. Se lo había vaticinado su hijo Carlos cuando a punto de morir le dijo: “No llores por mi próxima muerte, mamá, porque Dios te dará otros muchos hijos”.

Ese hogar fue otra Casita de Nazaret donde pudo dar a tan maltrechos corazones el cobijo que nunca tuvieron, y socorrerlos en sus múltiples carencias.

Tomó como modelo a la Sagrada Familia. Ella, junto a su amor a la Santísima Trinidad y a la Virgen de los Dolores, sustentó sus quehaceres marcados por la caridad, confianza en Dios, piedad, humildad y obediencia, virtudes plasmadas en el ejercicio concreto de su espiritual maternidad con los desfavorecidos.

La semilla germinó en su palacio a través de los niños que acogió, y fue origen de la fundación de las Hermanas de la Sagrada Familia que impulsó con la aquiescencia de otras seis mujeres que se unieron a ella en 1857. Quiso que todos vivieran la experiencia de la conciencia filial.

Como religiosa tomó el nombre de Paola Elisabetta. Fue fundadora, asimismo, de los Hermanos de la Sagrada Familia, dirigida a la asistencia de los pobres campesinos. En 1863, superando numerosos contratiempos, abrió la primera casa destinada a los hijos de éstos en una de las posesiones que tenía en Villacampagna (Cremona).

A ella le sucedieron la creación de escuelas y colegios en los que se proporcionaba a los pequeños una formación humana y espiritual. La santa siempre tuvo en cuenta el valor de la familia para el progreso de la sociedad.

En sus escritos espirituales se refleja su anhelo de conquistar la santidad, la conciencia de su pequeñez… Así en mayo de 1864 anotaba: “Sí, Dios mío, seré humilde de corazón; lo sé, porque Tú me iluminas, que no tengo la virtud ni el talento, ni méritos; pero la humildad llenará ese vacío ante Ti de méritos, talento y virtud; compensará mis carencias. Seré humilde, y humilde en todo; en mis palabras, no hablando nunca de mí sino con gran circunspección; humilde en mis sentimientos, humilde en mis acciones, humilde en mi conducta, pero sobre todo humilde para imitar Tu ejemplo, para merecer Tu gracia, para entrar en Tu corazón, encontrar un lugar en él que sea para siempre mi estancia”.

En agosto de 1865, cuando le faltaban unos meses para su deceso, se percibe que seguía manteniendo vivos estos sentimientos que plasmaba por escrito: “Evitar las palabras innecesarias, no desperdiciar el tiempo, no buscar mi propia comodidad”.

Pero Dios juzgó que ya había cumplido su misión y esta mujer que había sufrido tanto humanamente, le entregaba su alma en Comonte, a los 49 años, el 24 de diciembre de 1865. Pío XII la beatificó el 19 de marzo de 1950. Y Juan Pablo II canonizó a santa Paola Elisabetta Cerioli el 16 de mayo de 2004.

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San Juan Cancio de Kety, 23 de diciembre https://es.zenit.org/2020/12/22/san-juan-cancio-de-kety-23-diciembre-2020/ Tue, 22 Dec 2020 08:00:19 +0000 https://es.zenit.org/?p=214820 Ardiente defensor de la fe

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Nació en 1397 en la ciudad polaca de Kety (Kanty) –de ahí su nombre de Cancio–, una localidad perteneciente a la diócesis de Cracovia. Era hijo de campesinos acomodados, y lo enviaron a estudiar a la universidad hoy conocida como Jagelloniana.

No perdió el tiempo. Su gran talento unido a su amor al estudio hizo que a sus 27 años se convirtiera en un exitoso profesor de Filosofía. Entretanto, cursó Teología y siete años más tarde fue ordenado sacerdote. Doctorado en ambas disciplinas emprendió una etapa de su vida como profesor universitario.

Amaba la docencia y poseía cualidades pedagógicas excepcionales que hicieron de él un gran maestro. Además, le precedía la fama como buen predicador. Tan alta reputación fue cruz para su acontecer.

Pronto surgieron en la palestra ambiciones y rivalidades de compañeros suyos, que debían haber aceptado el prestigio que la magnífica labor de san Juan Cancio de Kety deparaba a la universidad. Sin embargo, acogieron el éxito, que el santo no perseguía, como ofensivo.

Su presencia no era de su agrado y de forma insidiosa perseveraron en sus críticas hasta que lograron que fuese trasladado a Olkusz. San Juan Cancio de Kety fue designado párroco de la localidad y se dispuso a asumir su misión confiándose a la divina Providencia.

Allí se entregó dando lo mejor de sí. No obstante, le parecía que su ilusión y esfuerzos chocaban contra la fría barrera de los fieles que no demostraban su afecto.

Quizá añoró el calor de las aulas, y parece que experimentó el peso de su responsabilidad en la parroquia, pero cuando partió de allí, los feligreses mostraron cuánto sentían separarse de él acompañándole durante un trecho del recorrido.

San Juan Cancio de Kety tenía un gran sentido del humor que en él era mística alegría, y les dijo: “La tristeza no agrada a Dios. Si algún bien os he hecho en estos años, cantad un himno de alegría”.

La austeridad fue una de las características de su vida. Y cuando alguna vez le reprocharon sus “excesos”, realizados por amor a Cristo, recordaba que mayores fueron las penitencias de los eremitas en el desierto y, sin embargo, llegaron a ser excepcionalmente longevos.

Los signos de caridad con los pobres de este gran asceta eran proverbiales. Les visitaba y donaba todo –incluido su sueldo; mantenía solamente lo justo para su sustento–, e incluso, una vez dio toda la comida que estaba a punto de ingerir a un pobre que pasó delante de su casa. En esa ocasión, al regresar milagrosamente su plato volvió a llenarse.

En memoria de este hecho, la universidad tomó el hábito de invitar a un pobre diariamente. Una de las autoridades académicas avisaba de su llegada, diciendo: “Un pobre va a entrar”. Y otro de los responsables respondía en latín: “Va a entrar Jesucristo”.

Otro de los signos de la humildad de san Juan Cancio de Kety se produjo al ser invitado a comer en la casa de un noble. Al ver sus vestidos raídos, los sirvientes le cerraron la puerta, y volvió a cambiarse su hábito.

Durante la comida, un criado tuvo la mala fortuna de escanciar una copa sobre él, y el santo respondió: “No importa: mis vestidos merecían ya un poco de comida, puesto que a ellos debo el placer de estar aquí”. Se ignora si esta túnica fue la que luego se utilizó durante tantos años para el acto de investidura de los nuevos doctores.

San Juan Cancio de Kety impartió Sagradas Escrituras en la universidad de Cracovia desde 1440 a 1473. Pero también contribuyó con su saber en el campo de la ciencia. Así, intervino ayudando al físico Jean Burilan en su teoría del “ímpetus”.

Como peregrino, fue a pie a Tierra Santa y a Jerusalén; mantuvo vivo su anhelo de morir mártir, pero no fue la voluntad de Dios que eso se produjera ni antes ni en ese momento, y regresó sin contratiempos.

Fue un ardiente defensor de la fe, y argumentó de forma inspirada contra los herejes. Aconsejaba a sus alumnos: “Combatid el error; pero emplead como armas la paciencia, la bondad y el amor. La violencia os haría mal y dañaría la mejor de las causas”. “Cuídense de ofender, que después es difícil hacer olvidar la ofensa. Eviten murmurar, porque después resulta muy difícil devolver la fama que se ha quitado”.

Tuvo el don de milagros. Murió con fama de santidad en Cracovia el 24 de diciembre de 1473, diciendo a sus acompañantes: “No os preocupéis por la prisión que se derrumba; pensad en el alma que va a salir de ella dentro de unos momentos”. San Juan Cancio de Kety fue canonizado por Clemente XIII el 16 de julio de 1767.

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Santa Francisca Javier Cabrini, 22 de diciembre https://es.zenit.org/2020/12/21/santa-francisca-javier-cabrini-22-diciembre-diciembre/ Mon, 21 Dec 2020 08:00:53 +0000 https://es.zenit.org/?p=214817 Fundadora de las Misioneras del Sagrado Corazón

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“Santa Francisca Javier Cabrini fue la insigne fundadora de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús. Artífice de grandes obras educativas y sanitarias, a pesar de su frágil salud, extendió su labor en toda América y parte de Europa. Es patrona de los inmigrantes”

Mujer de gran coraje, María Francisca se sobrepuso con creces a la frágil salud con la que nació prematuramente el 15 de julio de 1850 en Sant’Angelo Logidiano, lombardía italiana. Fue la décima de once hermanos, pero únicamente sobrevivieron cuatro.

Su padre solía leerle las gestas de los grandes misioneros, de entre los cuales le impresionó la de san Francisco Javier que no vio cumplido su sueño de fundar en China, afán al que ella se unió. No pudo gozar demasiado tiempo de la presencia de sus padres, aunque el poso del amor a Dios que habían sembrado en su corazón perduraría siempre; fue acicate para su consagración.

Era la vía natural para una persona que en su infancia había dado sobradas muestras de piedad, que aspiraba a irse a las misiones, y que siendo jovencita ya cultivaba el espíritu franciscano.

Estudió en Arluno donde obtuvo el título de maestra en el centro regido por las Hijas del Sagrado Corazón, y durante esos años de cercana convivencia con la comunidad religiosa pensó que allí estaba su camino.

Sin embargo, como a todos, la Providencia guiaba sus pasos, y en el cumplimiento de la voluntad divina tropezó con primeros escollos: le negaron el ingreso en esa Orden y fracasó en su intento de convertirse en canossiana; su petición fue doblemente desestimada por su debilidad física.

Seguramente si hubieran sabido que tenía una “mala salud de hierro” le habrían tendido los brazos sin pensarlo. Pero indudablemente la mano del cielo se alzó poderosa permitiendo ese contratiempo para que pudiera llevar a cabo la misión que le competía según los designios del Altísimo.

Y algo de ello entrevió la madre Grassi, religiosa del Sagrado Corazón quien le había dicho: “Usted está llamada a establecer otro instituto que traerá nueva gloria al Corazón de Jesús”.

Regresó a su hogar y allí ejerció como maestra, labor que prosiguió en Vidardo y en Codogno donde el bondadoso párroco, padre Serrati, con su ojo avizor descubrió las cualidades de santa Francisca Javier Cabrini. Al ser designado preboste de la colegiata de esa ciudad, como era un gran apóstol, rescató de entre las cenizas el orfanato Casa de la Providencia, y al ver la pésima gestión de las personas que lo tenían bajo su cargo, solicitó ayuda a la santa.

Y no solo eso, sino que de acuerdo con el prelado de Lodi, le sugirió que fundase una Congregación Religiosa. Las antiguas gestoras no ocultaron su decepción y se pusieron en contra de Francisca, pero en 1877 acompañada de otras mujeres que se sumaron a este proyecto profesó y fue designada superiora de esa comunidad, lo cual acrecentó las insidias de las que nunca llegaron a acogerla.

En medio de graves dificultades sostuvo el centro durante tres años hasta que el obispo, viendo que no fructificaba, lo clausuró. Después, se dirigió a santa Francisca Javier Cabrini, diciéndole: “Vos deseáis ser misionera. Pues bien, ha llegado el momento de que lo seáis. Yo no conozco ningún instituto misional femenino. Fundadlo vos misma”. Y ella obedeció.

Quizá llegaba el momento de cumplir su sueño, el mismo de San Francisco Javier, cuyo nombre había unido al suyo: clavar en China la cruz de Cristo. Ya había fundado las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón, abierto las primeras casas, no sin contratiempos, y redactado sus reglas cuando en 1887 se trasladó a Roma buscando la aprobación de la Orden.

Superó nuevos obstáculos, siguió estableciendo casas, creó una escuela y un orfanato en Roma. Entonces le llegó la petición del obispo de Piacenza, Scalabrini, para ir a Estados Unidos haciéndole saber de los miles de emigrantes italianos que se hallaban allí viviendo el drama que acarrea hallarse en suelo extraño, de las carencias de toda índole que sufrían, viéndose desprovistos del consuelo espiritual.

Pero China seguía siendo un objetivo fuertemente anclado en su corazón. Sin embargo, la súplica personal del arzobispo de Nueva York, le llevó a consultar al pontífice. León XIII entendió que América era su misión, diciéndole: “No al oriente sino al occidente”.

Y pasando por alto su temor al agua por una experiencia infantil que la había marcado, santa Francisca Javier Cabrini se embarcó hacia el nuevo continente en 1889. Fue la primera travesía de 24 viajes apostólicos que realizó cruzando el Atlántico.

También a ella y a sus religiosas le salieron al encuentro hostilidades y dificultades diversas, incluso monseñor Corrigan, arzobispo de New York, que les dio carta blanca para fundar un orfantato, no vio las cosas claras y las recibió juzgando que habían llegado antes de lo esperado, sugiriéndoles que regresaran a Italia.

“No, monseñor. El Papa me envió aquí, y aquí me voy a quedar”, respondió rotunda. Esa fe incontestable atrajo numerosas bendiciones del cielo. El arzobispo la apoyó, y logró abrir 66 centros más por diversos lugares de Estados Unidos y también en Sudamérica además de las fundaciones que llevó a cabo en Europa.

Se jugó la vida hallándose a veces entre malhechores, pero nada la detuvo. Aprendió la lengua inglesa y obtuvo la nacionalidad norteamericana. Rigurosa, y a la par justa, acometió obras de gran calado como el “Columbus Hospital”, para cuya gestión tuvo que sortear numerosas dificultades, envidias y resentimientos. Si alguna religiosa veía compleja la misión, decía: «¿Quién la va a llevar a cabo: nosotras, o Dios?”.

Santa Francisca Javier Cabrini murió sola aquejada de malaria en el convento de Chicago el 22 de diciembre de 1917. Había encomendado a sus hijas: “Amaos unas a otras. Sacrificaos constantemente y de buen grado por vuestras hermanas. Sed bondadosas; no seáis duras ni bruscas, no abriguéis resentimientos; sed mansas y pacíficas”. Fue canonizada el 7 de julio de 1946 por Pío XII.

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San Pedro Canisio, 21 de diciembre https://es.zenit.org/2020/12/20/san-pedro-canisio-21-diciembre-2020/ Sun, 20 Dec 2020 08:00:06 +0000 https://es.zenit.org/?p=214721 Doctor de la Iglesia

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“San Pedro Canisio es un Doctor de la Iglesia; el más importante e intrépido defensor de la religión. Llevó el carisma jesuita por gran parte de Europa. De forma particular evangelizó Alemania. Fue un brillante teólogo y autor de importantes obras”

Este insigne apóstol de Alemania, incansable apologeta que siguió los pasos de san Bonifacio en la evangelización germana jesuita, no se concedió ni un instante para sí, haciendo de su vida un permanente acto de ofrenda a Cristo.

Nació el 8 de mayo de 1521 en la localidad holandesa de Nimega. Su influyente familia pertenecía a la nobleza; su padre era el alcalde de su ciudad natal. Fue el primogénito de dos hermanos, y de ocho vástagos más que nacieron del segundo matrimonio de su progenitor, quien contrajo nuevas nupcias al enviudar.

Todos los hijos fueron educados en la fe tanto por él como por sus dos esposas. En 1536, san Pedro Canisio inició sus estudios en la universidad de Colonia. Y fue allí donde la eficaz labor apostólica de dos sacerdotes le fueron conduciendo hacia una vida espiritual intensa.

El segundo, Nicolás van Esche, que fue su confesor, le sugirió leer el evangelio todos los días y le proporcionó las pautas elementales de la oración. Solía frecuentar el monasterio cartujo de santa Bárbara.

Fue un alumno excepcional. En 1540 obtuvo el Magister en Teología. Entonces vivía en un estado de búsqueda, y se hallaba a la espera de que Dios le mostrara el camino a seguir, mientras barajaba la opción sacerdotal.

Todo se concretó al conocer al jesuita Pedro Fabro en 1543; le había puesto en contacto con él otro jesuita compañero de estudios. Se trasladó a Maguncia expresamente para hablar con el beato, y quedó bajo su amparo.

Después hizo los ejercicios espirituales, y en mayo de ese año ingresó en la Compañía de Jesús. El noviciado coincidió con la muerte de su padre y decidió distribuir los cuantiosos bienes que le legaron entre los pobres, estudiantes sin recursos y también entre los jesuitas.

Le encomendaron la delicada misión de dirigir como vicesuperior a la reducida comunidad que quedó en Colonia tratando de esquivar el decreto de expulsión que pendía sobre los conventos. Y en 1544 comenzó a dedicarse a la predicación, acción apostólica que le distinguiría y en la que obtuvo grandes conversiones.

Profesó en mayo de 1545. Le avalaba su prestigio en la universidad cuando le designaron para participar en la Dieta de Worms donde se dirimían los conflictos entre protestantes y católicos. Otra de sus actuaciones se produjo en el ámbito de la diplomacia.

Trabajaba arduamente, consciente de que no tenía ni un instante para sí, como expresaba al padre Fabro en sus cartas. Fue ordenado en junio de 1546 y en agosto de este año moría el beato, noticia que san Pedro Canisio acogió con incontenible emoción ya que se había formado bajo su tutela.

La situación eclesial era gravísima porque el arzobispo Max Hermann von Wied se había involucrado en la herejía y le habían excomulgado. Las misiones diplomáticas que Canisio llevó a cabo fueron esenciales para el mantenimiento de la fe en Colonia; por ellas se le califica como “el más importante e intrépido defensor de la religión”.

Se distinguió por su celo apostólico, la oración, la meditación y la caridad que mostraba hacia todos. Fue un apologeta de la fe, cuya defensa efectuó con rigor y respeto, imbatible en su manera de refutar los errores.

En 1547 participó en el Concilio de Trento, trabajando con Diego Laínez y Alfonso Salmerón. En calidad de teólogo había acompañado al prelado de Austria. Después se trasladó a Roma por indicación de san Ignacio de Loyola, que se ocupó personalmente de completar su formación.

Se doctoró en 1549. Humilde, obediente y dispuesto a todo por Cristo, partió a Messina para trabajar en un colegio infantil. Reconoció: “Me apego a la obediencia, con el corazón. Obligo al espíritu a no inclinarse”.

Cuando se entrevistó con el papa Pablo III, sabiendo que iba a partir a Alemania, se postró de hinojos en la basílica de san Pedro Canisio rogando fervientemente la bendición de los apóstoles Pedro y Pablo. Salió confortado: “Allí he sentido que un gran consuelo y la presencia de la gracia me eran concedidas por medio de estos intercesores (Pedro y Pablo).

Ellos confirmaban mi misión en Alemania y parecían transmitirme, como apóstol de Alemania, el apoyo de su benevolencia. Tú conoces Señor, de que manera y cuantas veces en ese mismo día me has confiado Alemania, a la que luego cuidaré y por la cual deseo vivir y morir”.

Con la magnánima resolución de no defraudar a Cristo y a sus superiores transcurrió el resto de su vida entre Alemania, Austria y Holanda, siendo incansable apóstol, insigne profesor, ardiente predicador y reconciliador que supo tocar la fibra íntima de los apartados de la fe.

Pacificador y mediador en graves conflictos, hombre de gran visión y sabio gobierno, por donde pasaba surgían vocaciones y, con ellas, el incremento de sacerdotes. Fue fundador de colegios, vice gran canciller y rector universitario, administrador de la diócesis de Viena, a su pesar, por expresa indicación del papa Julio III, y reputado autor.

Retazos de sus experiencias místicas ponen de relieve su pasión por Cristo: “Tú, al final, como si me pudieses abrir el corazón del Santísimo Cuerpo, que me parecía ver delante de mí, me has mandado beber en esa fuente, invitándome por decir así a sacar las aguas de mi salvación de tus fuentes, oh mi Salvador”.

Entre sus obras se halla la famosa Summa de la doctrina cristiana, luego convertida en catecismo, que sería objeto de numerosas traducciones y reediciones. En 1556 Ignacio lo designó provincial de Alemania hallándose bajo su jurisdicción: Austria, Bohemia, Baviera y el Tirol.

En tres décadas, san Pedro Canisio recorrió miles de kilómetros evangelizando a las gentes. “Descansaremos en el cielo”, decía. Todos, fueran o no creyentes, le estimaban. Fue designado nuncio por Pío IV, y Pío V le encomendó asistir a la Dieta de Augsburgo.

Los últimos diecisiete años de su vida los pasó en Friburgo, animando, consolando, estudiando, escribiendo e impulsando las fundaciones. Murió el 21 de diciembre de 1597 contemplando a María. Pío IX lo beatificó el 20 de noviembre de 1864. Pío XI lo canonizó y declaró doctor de la Iglesia el 21 de mayo de 1925.

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