Querida familia ZENIT:
Este
primer domingo de Cuaresma todos los católicos volvemos a escuchar a un
Dios que se comunica con nosotros y que lo hace a través de su Palabra.
En miles de iglesias en todo el mundo se proclama el Evangelio que la
Iglesia nos propone a todos para este día (Mc 1, 12-15):
En
aquel tiempo, el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto,
donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivió allí
entre animales salvajes, y los ángeles le servían. Después de que
arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el
Evangelio de Dios y decía: "Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios
ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio". |
Con
el deseo de seguir acompañando su Cuaresma, en ZENIT queremos
detenernos a profundizar una parte de estos versículos. La narración se
mueve en tres momentos: 1) el impulso a Jesús para retirarse, 2) la
estancia de Jesús en el desierto donde es tentado y 3) lo que sucede
después del desierto.
Es
interesante notar que el traslado de Jesús al desierto no nace de una
iniciativa personal sino de un impulso del Espíritu que Él acoge y hace
suyo. Es la experiencia que muchos de nosotros hemos acogido o rechazado
a lo largo de nuestra vida: descubrimos una moción interior que nos
empuja a lo bueno, no siempre con toda la claridad acerca de qué se
trata y muchas veces exigiendo también esfuerzo de nuestra parte. El
desierto en la Sagrada Escritura no es ante todo un lugar de soledad,
sino sobre todo de encuentro: sí con Dios, pero también con nosotros
mismos. No podemos encontrarnos con nadie más si primero no nos hemos
encontrado a nosotros mismos. Y eso supone no sólo saber quiénes somos
sino también dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos. No podemos ir al
lugar que Dios nos quiere llevar si no sabemos dónde nos encontramos,
cómo nos encontramos y qué necesitamos para continuar el camino.
Esta
necesidad de interioridad es una moción bastante generalizada pero
también muy dejada para después, para cuando tengamos tiempo. Hace 4
años nos encontrábamos en una situación muy diferente. El ritmo de la
vida se había detenido por razón de la pandemia y por esa razón nos
vimos obligados a desacelerar el ajetreo del diario vivir. El choque fue
tan fuerte que nos vimos orillados a encontrarnos con nosotros mismos,
reconocernos desprovistos de tantos recursos interiores y a alzar la
mirada a Dios que era el único que los podía colmar y consolar. Hemos
conocido el desierto y no hace mucho tiempo de eso. En ese desierto
fuimos tentados, con tentaciones que oscilaron entre muchos vicios que
tenían en común la desesperanza y el miedo. La gracia de Dios nos
sostuvo y hoy estamos fuera de ese desierto al que se enfrentó toda la
humanidad. Pero, ¿salimos a compartir lo que el Señor hizo en nuestras
vidas? ¿No será que para este momento ya hemos olvidado lo fecundo que
fue nuestro propio desierto? ¿Necesitamos otros para volver de nuevo a
centrar nuestra existencia? ¿Qué aprendimos que hace mucho no agradezco?
Este
Evangelio nos plantea tareas que van de la docilidad a las mociones del
Espíritu Santo, pasando por la lucha contra las tentaciones, pero sobre
todo a lo que hacemos con el fruto de ambas. Son tareas comunes que
cada uno está invitado a vivir de forma más personal en las
circunstancias cotidianas de su propia vida.
Concluimos esta reflexión evangélica invitándoles a que, si les resulta posible, puedan apoyar a ZENIT en su sostenimiento.
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