Querida familia ZENIT:
Para el domingo de la cuarta semana de Cuaresma el Evangelio nos propone una parte de la respuesta de Jesús a Nicodemo.
Nicodemo
era un miembro del sanedrín (una asamblea de sabios rabinos que
cumplían funciones de jueces y maestros) y también era fariseo (un grupo
religioso, político y social que llegó a constituir las bases del
ritual judío). Nicodemo había ido a encontrar a Jesús y a hacerle
algunas preguntas. Cuando Jesús le dice que debe renacer de lo alto,
Nicodemo no comprende y lo admite. Jesús le pone en evidencia: es
maestro en Israel y no sabe esto.
Pero
Nicodemo, en lugar de ofenderse, calla y con su silencio humilde no
sólo admite, sino que también manifiesta su deseo de comprender mejor.
Detrás de esta actitud vemos docilidad y apertura. Es así que Jesús le
hace un anuncio: el anuncio de su crucifixión y de lo que de ella se
deriva. Se trata de algo que Nicodemo ni siquiera imagina y por eso le
refiere un ejemplo que Nicodemo sí conoce: “Así como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del
hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.
Ayuda
recordar a qué serpiente se refiere Jesús. Durante el periodo de éxodo
del pueblo de Israel por el desierto (Núm 21, 4-9), los hebreos
experimentan nostalgia de Egipto y hablan contra Dios. Como respuesta,
Dios permite que serpientes venenosas les muerdan. A petición del
pueblo, Moisés intercede por ellos y en respuesta a su intercesión Dios
le pide hacer una serpiente de bronce: el que la vea quedará sanado de
las mordeduras y, más aún, del efecto del veneno que es la muerte.
Volviendo
a la narración del Evangelio, Jesús le habla a Nicodemo de la vida
eterna que tendrá quien crea en Él. Más aún, Jesús le habla claramente
de lo contrario, de la causa de muerte o condenación: “habiendo venido
la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque
sus obras eran malas”.
En
otras palabras, el Señor no sólo le anticipó la crucifixión sino
también lo que la crucifixión significa: salvación. Si mirar la
serpiente de Moisés fue “salvación” para ese momento, ahora mirar a
Jesucristo en la cruz es salvación eterna. Porque el que mira a Jesús no
mira a un Dios muerto sino al amor de un Dios capaz de entregarse a sí
mismo hasta la muerte.
Ciertamente
hoy podemos comprender mejor lo que también Nicodemo comprendió y creyó
cuando Jesús resucitó: el crucifijo es salvador porque nos recuerda lo
que Dios hizo y también lo que estamos llamados a corresponder nosotros.
Y lo que Dios obró no terminó en Viernes Santo, sino que en realidad
comenzó el Domingo de Resurrección. Jesús venció y venciendo nos ha dado
salvación. En la cruz está sintetizada la Pascua, que incluye el
Calvario, pero que apunta a un Dios vivo que nos ha dado vida terrena y
nos quiere dar también vida eterna.
¿Y
qué tiene que ver todo esto con nosotros? Es bastante probable que, en
alguna parte de nuestras casas, incluso en nuestros pechos, haya un
crucifijo. Tal vez nos hemos familiarizado con ellos y por eso mismo
ahora nos interpelen muy poco. Tal vez es momento de volver a
contemplarlos, perder un poco de tiempo para ganar eternidad. Cada
crucifijo es en realidad una carta de amor, que es otro de modo de
llamar a la salvación.
Hace
unos meses una persona muy querida me compartió una canción que no
conocía y que ahora incluso tengo memorizada la letra. Se llama “carta
de amor” y se refiere precisamente al crucifijo. En una parte de la
letra dice:
Oh Jesús
¿Cómo pudo ser
Que viendo mi corazón
Me amaste tal como soy?
Esa cruz
Tu carta de amor
Para este pecador
Eres tan bueno, Dios
Sí,
Dios es bueno. Pero la bondad no es algo que simplemente se recibe y
admira. Es algo que también se corresponde. Y aquí está la tarea de este
evangelio: mirar el crucifijo y dejarnos mover a lo que Dios nos
inspira como fruto de esa contemplación.