Querida familia de ZENIT:
Hay
dos días en el año que se lee completa la Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo. Y ambas fechas transcurren en la misma semana: un día es el
Domingo de Ramos y el otro el Viernes Santo.
Es
verdad que se trata de un pasaje muy largo del Evangelio que
sustancialmente cuenta las últimas horas de la vida de Jesús, antes de
su Resurrección, pero en ambos días podemos identificar un contraste
especial: mientras que el Domingo de Ramos las personas aclaman y
vitorean a Jesús que entra triunfante en Jerusalén, el Viernes Santo son
esas mismas voces las que gritan “¡crucifícalo!”. ¿Qué ha pasado?
Es
un hecho: somos volubles. Cambiamos con facilidad el ánimo. Y tantas
veces ese ánimo nuestro cambia también incluso con relación a Dios. Es
muy fácil ser su amigo, acompañarle o buscarle cuando las cosas van
bien. Es muy sencillo estar de su lado cuando es popular, querido,
apreciado por todos. Pero qué difícil es mantenernos con él cuando las
cosas no son como las queremos, como las esperamos o cuando el ambiente
es hostil a Jesucristo.
Recuerdo
que una vez llegó conmigo una persona que estaba enojada con Dios. Lo
estaba porque su hija había sufrido un accidente y se preguntaba por qué
Dios “le había hecho eso”. Le escuché con paciencia y esperé a que se
desahogara. Pero al final le hice una pregunta: “disculpe, ¿Jesús iba
manejando el coche?”. Esa persona se dio cuenta que había culpado a Dios
de algo que Él no había hecho. Dios había dado la libertad a todos y,
en el uso del don de la libertad, el chico la empleó mal y chocó
alcoholizado contra el auto de esa chica que, por su parte, con su
propia libertad había decidido no usar el cinturón de seguridad.
Es
significativo que al morir en la cruz el Señor no haya dicho que sólo
lo hacía por lo que no habían pedido la cruz para él. Dios es injusto:
sí, leyó bien. Dios es injusto y lo es porque nos da mucho más de lo que
merecemos. Si nos diese sólo lo que merecemos, estaríamos perdidos.
Pero nos da mucho más. Y al reconocer el corazón dadivoso del Señor nos
vemos obligados a mirar el nuestro tantas veces voluble, mezquino e
imperfecto.
Jesús
conoce nuestra fragilidad, pero no nos quiere dejar frágiles. Si alguna
vez le hemos dado la espalda a Jesús hoy es bueno que alguien nos diga y
recuerde que Él no hará lo mismo. Al iniciar esta Semana Santa
necesitamos pedirle el don de la fortaleza: ese don que nos facilita la
gratitud para con Dios en medio de las bendiciones y que también nos
aporta la certeza de saber que no estamos solos cuando llega la
adversidad. Incluso si en algún momento no hemos sido buenos hijos de
Dios, Él siempre será buen Padre de estos “malos hijos”. Y eso nos anima
a que cada día lo seamos menos.