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]]>Nació en Vilches, Jaén, España el 20 de octubre de 1914. Fue el decimotercero de quince hermanos. Cinco de ellos murieron a una edad prematura por causa de enfermedades infantiles que no siempre pudieron atajarse en esa época. La profesión de su padre, empleado en Obras Públicas, impregnó el devenir de todos en constante trasiego por las localidades en las que el trabajo lo reclamaba; los hijos procedían de diversos lugares. Puede que la serranía de Cazorla marcase al beato ya que, en una de sus localidades, Tíscar, donde vivió poco tiempo, se veneraba a la Virgen en el Santuario. Y la disponibilidad de la Madre del cielo, su fiat, serían lecciones que seguramente le acompañaron en su fugaz tránsito en la tierra y le alentarían en su martirio. Casi toda su infancia y juventud discurrió en Úbeda y Baeza, localidades prósperas por la cercanía del ferrocarril.
Asentados en Rus veían que los ingresos no les permitían costear las necesidades de tan larga prole, y comenzaron a regentar un establecimiento de comestibles en el que trabajó José María durante unos años. Los vecinos que iban a proveerse de lo preciso supieron pronto que era un muchacho muy especial. Aprendió en su hogar a compartir con los demás aquello que la vida otorga, como lo vienen haciendo los componentes de las familias numerosas. Y sensible a la penuria de las personas que malvivían, ni siquiera fiaba, sino que solía dar lo que precisaban aún sabiendo que no tendrían medios para pagarlo. Evidentemente, con ese espíritu el negocio no podía prosperar, sino que iba a llevar a los suyos a la ruina, y sus padres le enviaron a Úbeda para que se emplease en una fábrica de orujo.
Mientras esperaba incorporarse a este empleo, los olivares, santo y seña de esas tierras, le proporcionaron el pan a él y a una de sus hermanas. De sol a sol se afanaron en conseguir dignamente un modesto sueldo con el que iban a contribuir a la escueta economía familiar. Su hermana recolectaba la aceituna y él acarreaba las caballerías. Con el gozo de poder ayudar a sus seres queridos, las inclemencias meteorológicas y las penalidades del día a día quedaban suavizadas. En sus venas latía la fe y confianza en la divina Providencia que habían heredado de sus padres.
Finalizando 1935 los dos hermanos concluyeron esta labor y José María entró en la fábrica. Para facilitar sus desplazamientos, alquilaron un piso en Úbeda donde el joven comenzó a frecuentar la parroquia de san Nicolás de Bari. Allí se afilió a la Acción Católica que puso en marcha en Rus compartiendo su fe con niños y jóvenes. Sencillo y humilde proseguía un itinerario espiritual. Era componente de la Adoración Nocturna que se realizaba en la iglesia de Santa María de Úbeda. Este camino iba incrementándolo con las pautas de la oración, el rezo del rosario, la asistencia a misa y la frecuente recepción de la Eucaristía acompañado por su director espiritual. Efectuaba el apostolado con hijos de sus compañeros de trabajo, creando una especie de escuela para los que no podían ir a la pública.
Pero los enemigos de la Iglesia fueron creciendo y los creyentes estaban en peligro. La fe de José María era fácil de vislumbrar; nunca ocultó sus creencias y sus obras evidenciaban la fortaleza de una persona hondamente convencida de la verdad evangélica. Por medio de un religioso pudo obtener otro trabajo, pero no quiso aprovecharse de esta recomendación que podía dejar en la estacada a otras personas. Sus compañeros, imbuidos del ambiente anticlerical, comenzaban a darle la espalda. Relegaron al olvido el bien que hacía entre ellos y sus familias. Se mofaban de él, buscando herirle en lo que más le dolía: su amor a Cristo. Cobardemente agazapados, esperaban que pisara las cruces que habían puesto encima del orujo. El joven no claudicó: “prefiero la muerte a ver la Cruz por el suelo”.
Como no secundaba posturas radicales dentro de la fábrica, incompatibles con la visión que le proporcionaba su fe, perdió su trabajo. Iba siendo consciente de que ese podría ser el primer paso que le conduciría a la muerte. Era valiente, pero no temerario: “Vendrán a buscarme, pero yo ciertamente no tengo intención de buscar la muerte, y me llevarán al lugar al que debo ir para testimoniar; allí, a pesar de lo que me pidan, no diré una palabra contra nadie ni contra nada; puedes estar tranquila. Después me atarán y me llevarán al lugar destinado”, confió a su hermana.
Lo fueron cercando como a una presa de caza. Iban tratando de asfixiarle haciendo guardia delante de su domicilio para terminar con su vida en cuanto pisara la calle. Pudo haber huido, pero no quiso hacerlo. Confiaba tanto en la divina Providencia que sabía que si se alejaba de allí para conservar su vida, podría estar dando la espalda a la voluntad de Dios. Hecho un mar de fe y esperanza aguardó sereno, plenamente consciente de lo que iba a recaer sobre él, como dijo a su preocupada hermana: “Desde luego que la vida así es triste, han matado a tantos que conocía y quería. Pero a mí cómo no me va a gustar vivir. Es lástima que me maten a los veintiún años […]. Por otro lado, ¡qué dicha perder la vida por salvar el alma! Todos hemos de morir, pero de esta forma es seguro que se salva el alma…”. Le guiaba esta esperanza cierta: “En el cielo me uniré a los que me esperan y, desde allí, pediremos y lograremos el triunfo de la fe en España”.
Lo detuvieron como hicieron con su padre y la mayoría de sus hermanos. Le arrancaron de su casa el 3 de octubre de 1936; él había vaticinado que se produciría su arresto exactamente en esa fecha y también dónde le conducirían: las tapias del cementerio. Así fue. Casi sin dilación, allí lo llevaron, poniéndole bajo los fusiles. De forma jubilosa recibió los primeros disparos que inicialmente no lo mataron, exclamando: “¡Viva Cristo Rey!”; así exhaló su último aliento este inocente mártir que el único “mal” que hizo fue derrochar el amor mismo que recibió de Cristo. Fue beatificado el 13 de octubre de 2013.
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]]>The post Acción Católica: Simposio Internacional “Pedagogía de la santidad” appeared first on ZENIT - Espanol.
]]>Todos estos interrogantes serán discutidos durante el Simposio Internacional “Pedagogía de la santidad. Un desafío universal para los fieles laicos”, que tendrá lugar del 5 al 9 de febrero en Roma en la Casa san Juan de Ávila. La iniciativa ha sido propuesta por la Fundación Acción Católica Escuela de Santidad “Pío XI” en colaboración con la Secretaría del Foro Internacional de Acción Católica.
13 países
En el ámbito del simposio, al que asistirán los responsables y asistentes nacionales de la Acción Católica de 13 países (Albania, Argentina, Burundi, Italia, Malta, Myanmar, Perú, Rumanía, Ruanda, Senegal, Eslovaquia, España y Ucrania) está previsto un momento público en la tarde del 6 de febrero en la Sala San Pio X.
A las 16:30 horas se abrirán los trabajos con la oración presidida por el cardenal Baltazar Enrique Porro Cardozo, arzobispo de Mérida, administrador apostólico de Caracas y presidente de la Fundación Acción Católica de la Escuela de Santidad.
La vicepresidenta de la Fundación, Silvia Correale, presentará las actividades de la organización nacida en 2007 para apoyar el trabajo de documentación y cuidar la difusión de figuras de testigos formados en la “escuela de santidad” de Acción Católica en colaboración con las iglesias locales.
Testimonios y exposiciones
Seguidamente tendrá lugar el discurso del secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin. Tras un breve intervalo, se presentarán testimonios sobre los temas: “Ciudadanos de la polis”, de Mariella Enoc, presidenta del Hospital Infantil Bambino Gesù de Roma; “Juventud y discernimiento”, de Francisco José Ramírez Mora, responsable Nacional de Juventud de la Acción Católica Española; “Artesanos de la justicia y la paz” del P. Salvator Niciteretse, director de FIAC África; y “Arraigados en la Palabra”, de la hermana Maria Ko Ha Fong, profesora de la Facultad Pontificia de Ciencias de la Educación Auxilium.
A partir de las 15:30 horas se podrán visitar las exposiciones preparadas para la ocasión y dedicadas a figuras de testigos -laicos y sacerdotes- que han profundizado la vocación a la santidad en la Acción Católica: “El buen camino”.
Conclusiones
Las conclusiones han sido encomendadas a Matteo Truffelli, presidente nacional de la Acción Católica italiana y vicepresidente de la Fundación. El trabajo será coordinado por la periodista Chiara Santomiero, jefa de la oficina de prensa de la FIAC.
Los siguientes días del simposio, que finaliza el domingo 9 de febrero con la participación en la oración del Ángelus con el Papa Francisco en la plaza de San Pedro, se dedicarán a profundizar la historia de santidad florecida en la Acción Católica y a promover las actividades de la Fundación y la Acción Católica desde la perspectiva de la Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate.
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]]>En su palabras después del Ángelus, ayer, 26 de enero de 2020, el Santo Padre dirigió un saludo especial a los chicos y chicas de la Acción Católica, congregados para concluir la iniciativa de la “Caravana de la Paz”.
Con motivo de esta iniciativa, que se celebra al término del Mes de la Paz, Francisco estuvo acompañado por un niño y una niña como representantes de este movimiento, que desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano leyeron una carta de agradecimiento por su constante apoyo y acogida.
“Caravana por la paz”
Estos niños y niñas de la Acción Católica, pertenecientes a las parroquias y escuelas católicas de la Diócesis de Roma y acompañados por el obispo auxiliar Mons. Selvadagi, por sus padres y educadores y por los sacerdotes asistentes, estaban congregados en la plaza de San Pedro para concluir la iniciativa de la “Caravana de la Paz” rezando el Ángelus con el Santo Padre.
Desde hace 41 años y con el apoyo del Pontífice, la “Caravana de la Paz” recorre las calles de Roma llamando a la paz. El lema escogido este año, efectivamente, es “¡Roma clama paz!” y la jornada comenzó a las 8:30 horas con una Eucaristía en la iglesia de Santa María en Vallicella (Chiesa Nuova), presidida por el obispo Mons. Selvadagi.
La paz en el mundo entero
“Estamos aquí con usted”, leyó la niña situada a la izquierda del Papa, “para gritar la voluntad de paz a nuestra ciudad y al mundo entero”. “Estamos aprendiendo a comprender cómo, a través de nuestro compromiso y pequeños gestos cotidianos, podemos mejorar nuestra ciudad”, continuó.
“Se dice que Roma es una ciudad ruidosa y confusa. ¡Bien! También nosotros quisimos aportar algo de este ruido y confusión positiva para hacernos oír y poder lanzar nuestros mensajes de paz!”, explicó la chica.
Este año marcó el 150 aniversario de la Acción Católica Diocesana y el 50 aniversario de la Acción Católica para los Niños. Tras la lectura de la carta, se lanzaron al cielo unos globos multicolores, como símbolo de una oración que se eleva pidiendo por la paz.
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]]>El tradicional encuentro, al término del Mes de la Paz, se abrirá a las 8:30 horas con la liturgia eucarística en la iglesia de Santa María en Vallicella (Chiesa Nuova), presidida por el obispo Paolo Selvadagi.
Al final de la celebración, la procesión encabezada por la presidencia diocesana de Acción Católica, bajo el lema «Roma clama por la paz», llegará a la plaza de San Pedro. Allí, participarán en el rezo del Ángelus con el Santo Padre, que escuchará el mensaje que le han dirigido dos niños de movimiento en Roma.
Al final, los participantes se trasladarán en procesión a San Pedro, pasando por los jardines del Castillo de Sant’Angelo y la Via della Conciliazione. Al llegar a la zona reservada de la plaza de San Pedro, la presidenta diocesana Rosa Calabria y los responsables nacionales de la asociación saludarán a los presentes.
«¡Roma clama paz!»
El evento se realiza al final del Mes de la Paz, tradicionalmente dedicado por la Acción Católica a la reflexión sobre este tema. Niños y jóvenes de 4 a 14 años de ACR, junto a niños de todas las parroquias, asociaciones, grupos y escuelas no estatales, llevarán su testimonio de paz por las calles de la ciudad con el lema «¡Roma clama paz!».
«Además de hacernos testigos contra toda violencia y opresión –explica el responsable diocesano ACR Chiara Di Ianni–, en la ‘Caravana de la Paz’ de este año estamos llamados a prestar especial atención y cuidado a quienes están cerca de nosotros, en nuestras casas, en nuestras parroquias, en nuestras ciudades».
Iniciativa solidaria
«Descubramos junto con nuestros hijos que podemos ser testigos del mensaje de Jesús en todos los ambientes, desde la escuela hasta las pistas de deporte, y que nunca somos demasiado jóvenes para comprometernos con el bien común». De hecho, se apoyará una iniciativa de solidaridad con el evocador eslogan «Plaza de la Paz», con el que se promoverán dos proyectos: uno en apoyo de la comunidad de la aldea de Khushpur en Pakistán y el otro en apoyo de los niños y las familias del distrito de Roysambu en Kenia.
«La Acción Católica que siempre ha estado al servicio de la Iglesia, que siempre ha alineado su camino formativo con las líneas pastorales, este año se ha encontrado en plena sintonía con el camino pastoral diocesano que pide a la diócesis de Roma «Vivir la ciudad con el corazón», añade Rosa Calabria, presidenta del movimiento en Roma.
De hecho, el escenario de este año para la Acción Católica en su conjunto es «Abitare» (vivir), declinado para ACR en el escenario de la «Ciudad».
Este año, también, con ocasión del 50 aniversario de ACR, los chicos son llamados a expresar sus deseos para el futuro de la asociación. «Sus sueños y compromisos se convertirán en la base de un documento programático que se incluirá en el apéndice del Documento de la Asamblea de la Acción Católica de Roma que se votará en febrero próximo y que proporcionará las directrices de nuestra asociación para los próximos tres años», concluye Ivan Mariani, vice-responsable diocesano de ACR.
Medidas ecológicas
Finalmente, siguiendo las indicaciones del Papa en su mensaje para la III Jornada Mundial de la Paz, en el que exhorta a una conversión ecológica y reafirma la necesidad de «un cambio de nuestras convicciones y de nuestra mirada, que nos abra más al encuentro con el otro y a la acogida del don de la creación», Acción Católica, este año se propone reducir aún más el impacto ambiental de la «Caravana de la Paz», proponiendo algunas pequeñas medidas: minimice las impresiones en papel, no utilice botellas de plástico, vaya a la Caravana en transporte público y haga pancartas y letreros con materiales reciclados.
Además, como desde hace algunos años, los globos que se lanzarán desde el estudio del Santo Padre serán de material de origen natural, «para que nuestro gesto simbólico de Paz –subraya la asociación– sea tal no sólo hacia los hombres sino también hacia la creación».
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]]>Nació en Vilches, Jaén, España el 20 de octubre de 1914. Fue el decimotercero de quince hermanos. Cinco de ellos murieron a una edad prematura por causa de enfermedades infantiles que no siempre pudieron atajarse en esa época. La profesión de su padre, empleado en Obras Públicas, impregnó el devenir de todos en constante trasiego por las localidades en las que el trabajo lo reclamaba; los hijos procedían de diversos lugares. Puede que la serranía de Cazorla marcase al beato ya que en una de sus localidades, Tíscar, donde vivió poco tiempo, se veneraba a la Virgen en el Santuario. Y la disponibilidad de la Madre del cielo, su fiat, serían lecciones que seguramente le acompañaron en su fugaz tránsito en la tierra y le alentarían en su martirio. Casi toda su infancia y juventud discurrió en Úbeda y Baeza, localidades prósperas por la cercanía del ferrocarril.
Asentados en Rus veían que los ingresos no les permitían costear las necesidades de tan larga prole, y comenzaron a regentar un establecimiento de comestibles en el que trabajó José María durante unos años. Los vecinos que iban a proveerse de lo preciso supieron pronto que era un muchacho muy especial. Aprendió en su hogar a compartir con los demás aquello que la vida otorga, como lo vienen haciendo los componentes de las familias numerosas. Y sensible a la penuria de las personas que malvivían, ni siquiera fiaba, sino que solía dar lo que precisaban aún sabiendo que no tendrían medios para pagarlo. Evidentemente, con ese espíritu el negocio no podía prosperar, sino que iba a llevar a los suyos a la ruina, y sus padres le enviaron a Úbeda para que se emplease en una fábrica de orujo.
Mientras esperaba incorporarse a este empleo, los olivares, santo y seña de esas tierras, le proporcionaron el pan a él y a una de sus hermanas. De sol a sol se afanaron en conseguir dignamente un modesto sueldo con el que iban a contribuir a la escueta economía familiar. Su hermana recolectaba la aceituna y él acarreaba las caballerías. Con el gozo de poder ayudar a sus seres queridos, las inclemencias meteorológicas y las penalidades del día a día quedaban suavizadas. En sus venas latía la fe y confianza en la divina Providencia que habían heredado de sus padres.
Finalizando 1935 los dos hermanos concluyeron esta labor y José María entró en la fábrica. Para facilitar sus desplazamientos, alquilaron un piso en Úbeda donde el joven comenzó a frecuentar la parroquia de san Nicolás de Bari. Allí se afilió a la Acción Católica que puso en marcha en Rus compartiendo su fe con niños y jóvenes. Sencillo y humilde proseguía un itinerario espiritual. Era componente de la Adoración Nocturna que se realizaba en la iglesia de Santa María de Úbeda. Este camino iba incrementándolo con las pautas de la oración, el rezo del rosario, la asistencia a misa y la frecuente recepción de la Eucaristía acompañado por su director espiritual. Efectuaba el apostolado con hijos de sus compañeros de trabajo, creando una especie de escuela para los que no podían ir a la pública.
Pero los enemigos de la Iglesia fueron creciendo y los creyentes estaban en peligro. La fe de José María era fácil de vislumbrar; nunca ocultó sus creencias y sus obras evidenciaban la fortaleza de una persona hondamente convencida de la verdad evangélica. Por medio de un religioso pudo obtener otro trabajo, pero no quiso aprovecharse de esta recomendación que podía dejar en la estacada a otras personas. Sus compañeros, imbuidos del ambiente anticlerical, comenzaban a darle la espalda. Relegaron al olvido el bien que hacía entre ellos y sus familias. Se mofaban de él, buscando herirle en lo que más le dolía: su amor a Cristo. Cobardemente agazapados, esperaban que pisara las cruces que habían puesto encima del orujo. El joven no claudicó: «prefiero la muerte a ver la Cruz por el suelo».
Como no secundaba posturas radicales dentro de la fábrica, incompatibles con la visión que le proporcionaba su fe, perdió su trabajo. Iba siendo consciente de que ese podría ser el primer paso que le conduciría a la muerte. Era valiente, pero no temerario: «Vendrán a buscarme, pero yo ciertamente no tengo intención de buscar la muerte, y me llevarán al lugar al que debo ir para testimoniar; allí, a pesar de lo que me pidan, no diré una palabra contra nadie ni contra nada; puedes estar tranquila. Después me atarán y me llevarán al lugar destinado», confió a su hermana.
Lo fueron cercando como a una presa de caza. Iban tratando de asfixiarle haciendo guardia delante de su domicilio para terminar con su vida en cuanto pisara la calle. Pudo haber huido, pero no quiso hacerlo. Confiaba tanto en la divina Providencia que sabía que si se alejaba de allí para conservar su vida, podría estar dando la espalda a la voluntad de Dios. Hecho un mar de fe y esperanza aguardó sereno, plenamente consciente de lo que iba a recaer sobre él, como dijo a su preocupada hermana: «Desde luego que la vida así es triste, han matado a tantos que conocía y quería. Pero a mí cómo no me va a gustar vivir. Es lástima que me maten a los veintiún años […]. Por otro lado, ¡qué dicha perder la vida por salvar el alma! Todos hemos de morir, pero de esta forma es seguro que se salva el alma…». Le guiaba esta esperanza cierta: «En el cielo me uniré a los que me esperan y, desde allí, pediremos y lograremos el triunfo de la fe en España».
Lo detuvieron como hicieron con su padre y la mayoría de sus hermanos. Le arrancaron de su casa el 3 de octubre de 1936; él había vaticinado que se produciría su arresto exactamente en esa fecha y también dónde le conducirían: las tapias del cementerio. Así fue. Casi sin dilación, allí lo llevaron, poniéndole bajo los fusiles. De forma jubilosa recibió los primeros disparos que inicialmente no lo mataron, exclamando: «¡Viva Cristo Rey!»; así exhaló su último aliento este inocente mártir que el único «mal» que hizo fue derrochar el amor mismo que recibió de Cristo. Fue beatificado el 13 de octubre de 2013.
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]]>The post Venezuela: El Papa anima a los jóvenes a transmitir «la esperanza del Evangelio» appeared first on ZENIT - Espanol.
]]>A continuación, ofrecemos el mensaje completo, difundido por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
***
Mensaje del Papa Francisco
A Su Excelencia Mons. José Luis Azuaje Ayala
Arzobispo de Maracaibo
Presidente de la Conferencia Episcopal de Venezuela
Vaticano, 11 de septiembre de 2019
Querido hermano:
Con motivo del XI Encuentro Nacional de Jóvenes de Acción Católica, que se realiza en la ciudad de Maracaibo, te pido que hagas llegar mi saludo a todos los participantes, convocados bajo el lema: «Misión con todos y para todos».
La misión evangelizadora brota de la adhesión al regalo de la fe en Jesucristo, que recibimos por medio del Bautismo. Este don nos ha sido dado gratuitamente, se vive en el seno de la comunidad eclesial y gratuitamente lo anunciamos y compartimos con los demás. Es decir que lo vivimos en comunión “con todos” y somos enviados “para que llegue a todos”, sin excluir a nadie.
Los animo a vivir estos días como una ocasión propicia para compartir y renovar juntos la fe y el compromiso apostólico, desde la dinámica de una Iglesia en salida, y que así puedan transmitir con valentía la esperanza y la alegría del Evangelio en cada uno de sus ambientes, teniendo en cuenta especialmente a los más necesitados y descartados de la sociedad.
Que Jesús los bendiga, bendiga a sus familias y demás miembros de la Acción Católica de Venezuela, y la Virgen Santa los cuide. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.
Fraternalmente,
FRANCISCO
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]]>The post Beato Pier Giorgio Frassati, 4 de julio appeared first on ZENIT - Espanol.
]]>Pier Giorgio dio al mundo, y en particular a los jóvenes, una magistral lección que nunca se debería olvidar: «Vivir sin fe, sin un patrimonio que defender, sin mantener una lucha por la Verdad no es vivir, sino ir tirando… Incluso a través de cada desilusión tenemos que recordar que somos los únicos que poseemos la verdad». Previamente reconoció la gracia que había recibido al ser católico. Fue su mayor heredad, y no se la legó su acaudalada familia de Turín.
Nació el 6 de abril de 1901. Su madre Adelaide Ametis era pintora, y su padre, Alfredo Frassati, agnóstico declarado, fue senador y embajador en Alemania, además de fundador del prestigioso periódico La Stampa, cuya tendencia no era precisamente afín a la Iglesia. Y aunque su entorno no proporcionó al beato una formación en la fe anclada en la vivencia, siguió los dictados de su corazón. No miró para otro lado, ni alojó en cómodo vacío la íntima persuasión que le instaba a buscar lo máximo, sino que se dispuso a vivir el evangelio con todas sus consecuencias. Su hermana y él se formaron en un centro estatal y en el colegio de los jesuitas. En éste último Pier Giorgio se vinculó a la Congregación Mariana y al Apostolado de la Oración. A los 17 años se integró en la Sociedad de San Vicente de Paúl, y a los 19 se comprometió con la Federación de Estudiantes Católicos y con la Acción Católica.
Se matriculó en la Politécnica de Turín en la carrera de ingeniería de minas. Se había convertido en un joven de finas facciones, con innegable atractivo, un consumado montañero que hacía gala de su gran sentido del humor, apasionado e idealista, inclinado a defender siempre a los débiles; ni siquiera sus estudios pusieron coto a las misericordiosas acciones que venía realizando anteriormente. La universidad era entonces caldo de cultivo para tendencias dispares; un entramado complejo en el que fácilmente germinaban conflictos ideológicos y políticos, dejando a la religión fuera de concurso.
En este ambiente, gravemente enrarecido y hostil a la fe, organizó acciones para despertar la dormida conciencia espiritual de sus compañeros. Y se le ocurrió invitarlos a una adoración nocturna. Los extremistas de fanáticos modales arrancaron los carteles en su presencia. La impresión ante ese signo de intolerancia le acompañaría hasta el fin. No se desanimó. No podía hacerlo porque se había abrazado a Cristo encarnando con su vida el evangelio. Estaba entregado a la causa de auxiliar a los enfermos, atender a los huérfanos y a los que regresaban malheridos en el cuerpo y en el alma de la sangrienta guerra mundial. Era catequista en un barrio marginal en el que, además de formar a los niños, defendía al religioso dominico que estaba al frente del centro donde se reunían de las notorias agresiones verbales y físicas que le infligían ciertos comunistas. Era frecuente verle por las calles acarreando los humildes enseres de los pobres que no tenían donde ir, costeando el transporte público a quien lo precisara, dando limosnas, etc. Lo que fuera preciso, siempre con el objeto de socorrer a quienes lo necesitaban, a costa de quedarse sin dinero en su bolsillo. Su pudiente familia no lo comprendía. Sus padres nunca supieron que pensando en ellos renunció a un amor secreto.
En 1921 organizó el primer congreso de Pax Romana en Rávena con la idea de involucrar a todos los universitarios del mundo en defensa de la paz. Cualquier situación la aprovechaba para hacer apostolado: la montaña, el teatro, la ópera, los museos. Había recibido una educación exquisita. Le agradaba el arte, la música, le apasionaba Dante, y tenía predilección por los escritos de Catalina de Siena que le indujeron a convertirse en terciario dominico en 1922. No estaba dispuesto a contemporizar con ningún «ismo». Y como observó que el totalitarismo del signo que fuera no contemplaba entre sus principios la defensa de la persona, ni el respeto a la fe católica, se enfrentó abiertamente a él.
Primeramente, plantó cara al comunismo y luego al fascismo, sin comprender cómo personas conocidas, que se declaraban católicas, podían simpatizar con estas ideologías. Era un joven coherente, auténticamente comprometido con su ideal, y este sentimiento mal entendido por los exaltados, se tornó en un peligroso azote para su vida. No querían permitir que se saliera con la suya y agredieron bárbaramente su domicilio mientras almorzaba junto a su madre. Entonces el beato dio pruebas de su hombría, y valerosamente les arrebató el bastón, «arma» de los violentos, arremetiendo contra el grupo que escapó a toda prisa.
Para ejercitar su caridad se adentraba en barrios y viviendas faltas de higiene, corriendo un alto riesgo de contagio de muchas enfermedades; ese peligro era moneda de cambio habitual. Sus amigos, a quienes invitaba a seguirle, estaban amedrentados, pero él les recordaba que en esas personas se hallaba el rostro de Cristo. A finales de 1925 en una de estas acciones a domicilio, contrajo una poliomielitis. Tenía 24 años, ¿quién podía pensar en una muerte inminente? Su entorno siguió con su rutina habitual, sin prestarle atención. La abuela se hallaba en trance de muerte, y todas las inquietudes se polarizaron en ella. Cuando la familia se percató de su gravedad, ésta era irreversible. Ni siquiera el suero obtenido del instituto Pasteur de París sirvió para remediar lo inevitable.
A punto de morir, pensando en aquellos por los que dio su vida, encomendó a su hermana que llevase una caja de sus inyecciones a otra persona que las precisaba anotando su dirección en ella y se ocupó de costear un seguro médico. Murió en Turín el 4 de julio de 1925. Unos días antes había escrito: «En este mundo que se ha alejado de Dios falta la paz, pero falta también la caridad, o sea el amor verdadero y perfecto. Quizá si San Pablo fuese escuchado por todos nosotros, las miserias humanas serían un poco disminuidas». Juan Pablo II lo beatificó el 20 de mayo de 1990. Lo denominó «el hombre de las ocho bienaventuranzas».
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]]>The post Acción Católica Chicos de Italia: "Sed amigos y testigos de Jesús" appeared first on ZENIT - Espanol.
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