CIUDAD DEL VATICANO, 21 mayo (ZENIT.org).- La canonización de los mártires mexicanos, que proclamó hoy Juan Pablo II, constituye la punta del iceberg de uno de los fenómenos más característicos (y difíciles de entender desde fuera) de la historia de México en este siglo: la fe en el segundo país católico del mundo (numéricamente hablando) hasta hace muy poco tiempo era reprimida de la vida pública. Durante prácticamente un siglo el derecho a la libertad religiosa y de culto sancionado por la Carta de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas ha vivido en estado de libertad condicionada. Para comprender mejor este fenómeno, «Zenit» ha entrevistado a uno de los teólogos latinoamericanos de mayor prestigio en estos momentos, Javier García, catedrático del Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum», quien ofreció una contribución decisiva como perito y después como cronista del primer Sínodo de obispos de América de la historia (noviembre-diciembre de 1997).
–¿Cómo se explica esta situación en el país de las apariciones de la Virgen de Guadalupe?
–La persecución religiosa que tuvo lugar en México de 1926 a 1929 refleja de manera paradójica la historia del país. A pesar de ser una nación profundamente católica, México ha sido gobernado por una élite cuya filosofía tenía un fondo laicista, positivista, materialista y fundamentalmente hostil a la Iglesia católica.
–Quizá, el exponente más claro de estas corrientes culturales es Plutarco Elías Calles, quien desencadenó la represión en la que murieron muchos de los mártires que ahora han sido proclamados santos por Juan Pablo II…
–En 1926, cuando el general Plutarco Elías Calles hizo la reforma del Código penal con el objetivo de marginar a la Iglesia católica, el 99 por ciento de la población se declaraba católica. Se trataba de una acción dirigida por un grupo absolutamente minoritario que había tomado el control del gobierno y que era radicalmente anticlerical. Una minoría radical e intolerante que consideraba la Iglesia como el enemigo que había que combatir y que veía al Papado como una institución hostil. Calles desencadenó una oleada de violencia para desarraigar no sólo las instituciones eclesiásticas, sino sobre todo la cultura católica. Fue una auténtica oleada de ateísmo contra la Iglesia.
–Esa corriente cultural, atacaba a la Iglesia pues la veía como «un poder» heredero de la conquista española…
–Quizá querían desarraigarla por este motivo. Pero no tuvieron en cuenta al pueblo, en el que la cultura católica estaba profundamente arraigada. La fe católica ha sobrevivido, la gente se ha sentido más unida aún en torno a sus sacerdotes. Cuando era niño, mis abuelos y familiares me contaban las historias de la persecución y de la resistencia pacífica del clero y de los afiliados a la Acción Católica. No hay ciudadano mexicano que no haya escuchado de niño estas narraciones. De este modo, como decía Tertuliano en el segundo y tercer siglo, «la sangre de los mártires se ha convertido en la semilla de nuevos cristianos». La persecución cimentó la fe católica. No es casualidad que, tras aquella persecución, hayan surgido muchos carismas que han dado vida a nuevas congregaciones y familias religiosas. La devoción por Cristo Rey y por la Virgen de Guadalupe está cada vez más extendida, al igual que el amor por la Eucaristía y por el Papa.
–¿Cómo es la situación en estos momentos?
–Por desgracia, la actitud cultural laicista todavía está presente en México. La élite del país, la clase gobernante y las principales universidades estatales tienen todavía un planteamiento de carácter materialista, positivista, hostil y desconfiado con respecto a la Iglesia católica. Aunque hay católicos en el gobierno, no manifiestan públicamente su identidad. En México se cuentan muchos chistes, como el de quien dice: «Yo soy ateo por la gracia de Dios»; o el más típico todavía de quien confiesa: «Yo soy ateo, pero que nadie se meta con la Virgen de Guadalupe».
–¿Qué impacto tendrá la canonización de estos mártires en México?
–La proclamación de la santidad de estos nuevos santos ha estado precedida por una gran expectación en México. A pesar de que la mayoría de los gobernantes tienen una actitud laicista y parecen mostrarse desconfiados ante la religión, se está evaluando la posibilidad de dedicar no sólo iglesias, sino también calles y plazas a la memoria de estos mártires. Es algo que hasta hace poco tiempo era totalmente impensable. Este cambio queda demostrado también por la atención con la que el partido en el gobierno sigue ahora a la Iglesia católica, una actitud que puede depender de la presencia de muchos candidatos católicos en los partidos de oposición.