ROMA, 25 mayo (ZENIT.org).- Educar, enseñar y evangelizar forman un todo: es la idea original y actualísima de san Juan Bautista La Salle. Se cumplen ahora 100 años de su canonización por Pío VII y 50 desde que Pío XII lo proclamara patrono de los educadores. Juan Pablo II, al dirigirse a sus hijos espirituales reunidos en Capítulo general en Roma, definió al gran pedagogo francés del siglo XVI como un «ilustre pionero de la educación popular de la infancia y de la juventud», en un momento en que no existían escuelas públicas y los pobres estaban destinados al analfabetismo.
Los hermanos de La Salle de las Escuelas Cristianas son hoy 6800, con más de mil institutos distribuidos en los cinco continentes, y desarrollan un apostolado de incalculable valor que reúne instrucción, crecimiento humano y catequesis cristiana. Su objetivo, según el espíritu del fundador, es estar presentes públicamente entre los jóvenes para testimoniar que la fe es una fuerza sobrenatural capaz de transformar y elevar a todo el ser humano, como revela a los micrófonos de «Radio Vaticano» el hermano canadiense Maurice Lapointe.
Afirma también que el papel de los hermanos de las Escuelas Cristianas de salir al encuentro de los jóvenes es aún más importante hoy, por el malestar que experimentan en una sociedad materialista y sin valores. «Los jóvenes ya no están en la Iglesia, pero muchos buscan la fe, buscan el sentido de su vida –añade Maurice Lapointe–. Se han creado centros de pastoral a los que los jóvenes acuden para vivir un tiempo intenso de cambio y se observa que este fenómeno se ha difundido: los jóvenes vienen y se encuentran muy bien. Creo que éste puede ser uno de los caminos del futuro. La mundialización ha provocado que los jóvenes, al final de sus estudios, no encuentren proyectos válidos ni trabajo, ¡y esto ha creado el temor al desempleo en la sociedad! Estamos aquí para afirmar lo contrario, junto a un nutrido grupo de jóvenes; para demostrarles que existe esperanza y que hay multitud de cosas que se pueden hacer. Es importante, en mi opinión, ofrecer oportunidades a aquellos jóvenes que están en búsqueda; oportunidades que luego se transforman en trampolín para la vida espiritual, para la vida con Jesucristo, para demostrarles que la fe es alimento de todo el ser humano. Creo que ésta es nuestra tarea, el deber de los hermanos de las Escuelas Cristianas: estar presentes públicamente para afirmar este concepto».