ROMA, viernes 6 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- El Papa afirmó que las prácticas de devoción cristiana «de siempre» no han sido abolidas por el Concilio Vaticano II, sino que siguen «siendo válidas», durante el encuentro mantenido con los párrocos de la diócesis de Roma, con quienes mantuvo un intercambio de impresiones, el pasado jueves 26 de febrero.
Ante la pregunta del sacerdote Pietro Riggi, del Barrio de los Muchachos Don Bosco, sobre la vigencia o no de prácticas devocionales cristianas como los sufragios por los difuntos o los viernes dedicados al Sagrado Corazón, el Papa explicó que «son realidades de las que el Concilio no ha hablado, pero que supone como realidad en la Iglesia».
Estas prácticas «no son cosas necesarias, sino surgidas en la riqueza de la meditación del misterio» de la redención de Cristo, y advirtió que aunque «cada uno puede entender más o menos qué es más importante y qué no lo es», con todo «nadie debería despreciar esta riqueza, crecida durante los siglos como ofrenda y como multiplicación de las luces en la Iglesia».
Sobre la cuestión de las indulgencias, el Papa explicó que «se trata sencillamente de un intercambio de dones, es decir, cuanto en la Iglesia existe de bien, existe para todos. Con esta clave de la indulgencia podemos entrar en esta comunión de los bienes de la Iglesia».
«Los protestantes se oponen afirmando que el único tesoro es Cristo», añadió, y sin embargo explicó que para los católicos «lo maravilloso es que Cristo -el cual es realmente más que suficiente en su amor infinito, en su divinidad y humanidad- quería añadir a cuanto ha hecho él, también nuestra pobreza».
«No nos considera sólo como objetos de su misericordia, sino que nos hace sujetos de su misericordia y del amor junto con Él, de modo que -aunque no cuantitativamente, al menos en sentido mistérico- nos quisiera añadir al gran tesoro del cuerpo de Cristo».
Quería ser la Cabeza con su cuerpo, en el que se realiza toda la riqueza de lo que ha hecho. De este misterio resulta precisamente que existe un tesaurus ecclesiae, que el cuerpo, como la cabeza, entrega tanto y que nosotros podemos tener uno del otro y entregar uno al otro.
«La única luz es la de Cristo. Aparece en todos sus colores y ofrece el conocimiento de la riqueza de su don, la interacción entre cabeza y cuerpo, la interacción entre los miembros, de manera que podemos ser verdaderamente juntos un organismo vivo», aclaró.
María de la escucha
A la pregunta del sacerdote Guillermo M. Cassone, vicario parroquial de San Francesco e Santa Caterina, en el Trastevere, sobre la necesidad de conjugar la piedad mariana con la Palabra de Dios, el Papa destacó que María «es la mujer de la escucha».
María «es el símbolo de la apertura, de la Iglesia que espera la venida del Espíritu Santo», de «una escucha verdadera, una escucha que interiorizar, que no dice simplemente sí, sino que asimila la Palabra».
Por ejemplo, el canto mariano por excelencia, el «Magníficat», «es un tejido hecho de palabras del Antiguo Testamento», explicó el Papa. «María conocía en su corazón la Escritura. No conocía solo algunos textos, sino que estaba tan identificada con la Palabra que las palabras del Antiguo Testamento se convierten, sintetizadas, en un canto en su corazón y en sus labios».
Recordando que María era la que «conservó la Palabra en el corazón», Benedicto XVI explica que ella es, para la Iglesia, modelo de interpretación de la Escritura.
María, subrayó, es «modelo del creyente que conserva la Palabra, lleva en sí la Palabra; no sólo la lee, o la interpreta con la inteligencia para saber qué sucedió en aquel tiempo, cuáles son los problemas filológicos. Todo esto es interesante, importante, pero es más importante escuchar la Palabra que se conserva y que se convierte en Palabra en mí, vida en mí y presencia del Señor».
Por Inma Álvarez