ROMA, domingo, 29 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- La elección del presidente Barack Obama en Estados Unidos fue precedida por un mordaz debate sobre si los católicos podían apoyar a quien algunos consideraban un candidato contrario a la vida, pero a quien otros defendían como esencialmente pro vida.
Dejando aparte las campañas políticas, las primeras semanas de la nueva administración han revelado una preocupante inclinación contraria a la vida. Poco después de acceder a su cargo, Obama abrogó una orden ejecutiva que negaba financiación del gobierno federal a las organizaciones que promueven el aborto en el extranjero, informaba el 24 de enero el New York Times.
La así llamada política de Ciudad de México entró en vigor en 1984 cuando el presidente Ronald Reagan impuso la prohibición. El presidente Bill Clinton la levantó un par de días después de llegar al cargo en 1993, y el presidente George W. Bush la volvió a restaurar tras su toma de posesión en el 2001.
Posteriormente, el nombramiento de la gobernadora Kathleen Sebelius para dirigir el Departamento de Sanidad levantó una fuerte controversia. El año pasado, el arzobispo de Kansas City, monseñor Joseph Naumann pidió a Sebelius, quien se profesa católica, que se abstuviera de presentarse a recibir la comunión por su apoyo al aborto, informa el 9 de mayo del año pasado la página web KansasCity.com.
En su columna del 6 para el semanario católico The Leaven, el arzobispo Naumann afirmaba que, aunque reconocía las aportaciones positivas de Sebelius, "ha sido una abierta defensora del aborto legalizado".
A esto siguió la decisión de permitir la financiación federal para investigar con células madre de embriones. El cardenal Justin Rigali, presidente del comité pro vida de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, calificó la orden ejecutiva de Obama sobre las células madre de embriones como "una triste victoria de la política sobre la ciencia y la ética", observaba un nota de prensa el 9 de marzo.
Luego, el 18 de marzo, el servicio de noticias LifeNews.com informaba de que la administración Obama tenía intención de enviar un cheque de 50 millones de dólares al Fondo de Población de las Naciones Unidas. Este organismo de la ONU ha sido acusado en el pasado de apoyar las medidas represivas de la política oficial de planificación familiar china.
Una religión pro vida
Con frecuencia se expresa perplejidad ante la supuesta terquedad de la Iglesia católica al tocar los temas relacionados con la vida. Los críticos, no obstante, no se sorprenderían si se molestaran en estudiar un poco de historia de la Iglesia.
Esto es lo que afirma Dennis Di Mauro en su último libro, "A Love for Life: Christianity's Consistent Protection of the Unborn" (Amor por la vida: La constante protección del no nacido por el cristianismo) (Wipf and Stock).
En la introducción al libro Di Mauro, secretario del Consejo Religioso Nacional Pro Vida y presidente de Luteranos por la Vida del Norte de Virginia, afirma que el cristianismo ha sido, es ahora, y será en el futuro, una religión pro vida.
Los primeros capítulos del libro examinan los pasajes bíblicos que revelan un mensaje pro vida. Di Mauro toca luego el testimonio de los primeros Padres de la Iglesia. Desde los mismos comienzos de la Iglesia, en escritos como en la Didache del siglo I, el aborto fue considerado inmoral.
Los apologistas, como Atenágoras del siglo II, o el autor de la Epístola a Diogneto de siglo II o III, consideraron claramente la vida en el vientre materno como humana, explica Di Mauro.
La Epístola establece: "Ellos (los cristianos) se casan como todos los demás; engendran hijo, pero no destruyen su descendencia".
A finales del siglo II, Tertuliano, defendiendo al cristianismo contra las acusaciones de sacrificar niños, replicaba afirmando que para los cristianos el homicidio está prohibido y no se permite destruir lo que ha sido concebido en el vientre materno. Di Mauro observa que Tertuliano también creía que un niño recibía el alma en el momento de la concepción.
En el siglo IV, explica el libro, los concilios de la Iglesia comenzaron a prescribir castigos para los que ayudaban a abortar. De hecho, los transgresores sólo eran readmitidos a la Iglesia en su lecho de muerte.
En el 305, el Sínodo de Elvira, en España, condenó el aborto y prescribió la excomunión para quienes ayudaran a abortar.
Cultura de la Vida
Un libro publicado recientemente por William Brennan, profesor en la Escuela de Ciencias Sociales de la Universidad de St. Louis, explica muy bien al mundo contemporáneo la importancia de este tema para la Iglesia.
En "John Paul II: Confronting the Language Empowering the Culture of Death" (Juan Pablo II: enfrentarse al lenguaje que potencia la cultura de la muerte) (Sapientia Press), ha resumido la respuesta del pontífice al enfrentarse a los frecuentes ataques a la vida humana.
El Papa Karol Wojtyla, observaba Brennan, daba mucha importancia a la cultura, como opuesta a la política o a la economía, como fuerza impulsora de la historia. También rechazaba la idea del relativismo cultura y, en su lugar, anclaba la cultura en la naturaleza humana.
Brennan observaba que la cultura de la muerte es la antítesis de lo que Juan Pablo II consideraba como ingrediente central de la cultura, esto es, el florecimiento de la vida de las personas.
"Según el modo de pensar intrínseco a la cultura de la muerte, la muerte misma se convierte en una forma de vida impuesta ante un número en aumento de individuos y de grupos considerados en expansión", añadía Brennan.
La Iglesia católica considera los actos contra la vida de forma tan rigurosa porque los considera intrínsecamente malos, explicaba Brennan, citando la encíclica del anterior pontífice, el Evangelio de la Vida.
Otro problema señalado por Juan Pablo II al analizar los peligros de la cultura de la muerte es el daño consiguiente para la formación de nuestra conciencia. A través del uso de eufemismos y la ofuscación de la realidad moral de los actos cometidos, nuestras sensibilidades morales se entorpecen y la conciencia se vuelve ciega o indiferente al mal realizado.
Esta observación lleva a Brennan a comentar la importancia que Juan Pablo II daba al lenguaje en una cultura. El éxito de la cultura de la muerte depende en no pequeña parte a la corrupción del lenguaje que deshumaniza a las víctimas.
Eufemismos
Brennan citaba a Juan Pablo II quien, en la encíclica el Evangelio de la Vida, afirmaba que necesitamos llamar a las cosas por sus verdaderos nombres y tener el valor de mirar a la verdad a los ojos, no rindiéndonos a la tentación del auto engaño.
Por esto insistía Juan Pablo II en que necesitamos conocer la verdad sobre la persona humana y proclamar la verdad sin descanso.
Una gran parte del libro de Brennan está dedicada a describir la manipulación del lenguaje por parte de la cultura de la muerte, y cómo Juan Pablo II presentó, en sus escritos y discursos, una visión alternativa, basada en la verdadera visión de la persona humana.
Quienes defienden el aborto suelen emplear términos como "eliminación de tejido o de masas celulares". O frases como "reducción embrionaria".
Los abortistas, afirmaba Brennan citando diversos documentos, llegan tan lejos que presentan el embarazo como una enfermedad o defienden el aborto como la eliminación de una suerte de parásito.
Brennan observaba que la manipulación del lenguaje es especialmente frecuente en el debate sobre las células madre de embriones. Se lleva a cabo una deshumanización de las vidas humanas, además de una retórica sobre unas esperanzas ilimitadas para justificar la destrucción de embriones humanos.
Otra táctica de la cultura de la muerte es ocultar el apelo a la comp asión, o a la necesidad de respetar la conciencia de la persona implicada. Esto requiere, observaba Brennan, apartar la conciencia de Dios y de la moralidad objetiva.
"Ninguna solución médica puede ser verdaderamente compasiva si viola la ley natural y se opone a la verdad revelada de la palabra de Dios", afirmaba Juan Pablo II en un discurso a anestesiólogos el 8 de septiembre de 1988, en un pasaje citado por Brennan.
En un clima nihilista que impone valores relativos sobre la vida humana, Juan Pablo II respondía con un mensaje que insistía en el valor de cada ser humano, concluía Brennan. Este desafío de proclamar la verdad sobre la persona humana sigue siendo una tarea acuciante frente a las presiones actuales por deshumanizar las vidas inocentes.
Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado