Como cada domingo, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les dijo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma narra la resurrección de Lázaro.
Es la culminación de los «signos» prodigiosos cumplidos por Jesús. Es un gesto demasiado grande, claramente demasiado divino para ser tolerado por los sumos sacerdotes que, al conocer el hecho, tomaron la decisión de matar a Jesús. Lázaro llevaba muerto tres días cuando llegó Jesús. Y a sus hermanas, Marta y María, les dijo palabras que se han grabado para siempre en la memoria de la comunidad cristiana. Así dice Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida; Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; El que vive y cree en mí no morirá eternamente».
Considerando esta palabra del Señor, nosotros creemos que la vida de aquel que cree en Jesús y sigue sus mandamientos, después de la muerte se transformará en una vida nueva, plena e inmortal. Como Jesús ha resucitado con su propio cuerpo, pero no ha regresado a una vida terrenal, así nosotros resucitaremos con nuestros cuerpos que serán transfigurados en cuerpos gloriosos. Él nos espera junto al Padre. Y la fuerza del Espíritu Santo, que Le ha resucitado, resucitará también a quien está con Él.
Ante la tumba sellada del amigo Lázaro, Jesús clamó a gran voz: «¡Lázaro, sal fuera!». Y el muerto salió. Las manos y los pies atados con vendas y el rostro envuelto en un sudario. Este grito perentorio está dirigido a todos los hombres, porque todos estamos marcados por la muerte, todos nosotros; es la voz de aquel que es el dueño de la vida y quiere que todos la tengan en abundancia. Cristo no se resigna a los sepulcros que nos construimos con nuestras elecciones del mal y la muerte, con nuestras equivocaciones y con nuestros pecados. Él no se resigna a esto. Él nos invita, casi nos ordena, a salir de la tumba donde nuestros pecados nos han hundido. Nos llama insistentemente a salir de la oscuridad de la cárcel donde nos hemos encerrado, contentándonos con una vida falsa, egoísta, mediocre. «¡Sal!», nos dice. «¡Sal!». Es una hermosa invitación a la libertad verdadera, a dejarse atrapar por estas palabras de Jesús que hoy repite a cada uno de nosotros. Una invitación a dejarse liberar de las «vendas», de las «vendas» del orgullo, porque el orgullo nos convierte en esclavos, esclavos de nosotros mismos, esclavos de tantos ídolos, de tantas cosas… Nuestra resurrección empieza a partir de aquí: cuando decidimos obedecer a esta orden de Jesús saliendo a la luz, a la vida; cuando de nuestro rostro caen las máscaras, tantas veces nosotros estamos enmascarados por el pecado, ¡las máscaras deben caer!, y nosotros encontrar el coraje de nuestro rostro original, creado a imagen y semejanza de Dios.
El gesto de Jesús que resucita a Lázaro muestra hasta dónde puede llegar la fuerza de la Gracia de Dios, y por lo tanto, hasta donde puede llegar nuestra conversión, nuestro cambio. Pero escuchad bien: ¡no hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! ¡No hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! Acordaos bien de esta frase. Y podemos decirla todos juntos: ¡No hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! Digámosla juntos: ¡No hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos! El Señor está siempre listo para levantar la piedra tumbal de nuestros pecados, que nos separa de Él, que es luz de los vivientes.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus. Y al concluir la plegaria, el Papa insistió que no hay ningún límite a la misericordia divina ofrecida a todos y prosiguió:
Queridos hermanos y hermanas,
Mañana se llevará a cabo en Ruanda la conmemoración del vigésimo aniversario del inicio del genocidio perpetrado contra los tutsis en 1994. En esta circunstancia deseo expresar mi cercanía paternal al pueblo ruandés, animándole a continuar con determinación y esperanza, el proceso de reconciliación que ya ha manifestado sus frutos, y el empeño de reconstrucción humana y espiritual del país. A todos les digo: ¡No tengáis miedo! Sobre la roca del Evangelio construid vuestra sociedad, en el amor y en la concordia, porque sólo así se genera una paz duradera. Invoco sobre toda la querida nación ruandesa la protección maternal de Nuestra Señora de Kibeho. Recuerdo con afecto a los obispos ruandeses que han estado aquí, en el Vaticano, la semana pasada. Y a todos vosotros os invito, ahora, a rezar a la Virgen Nuestra Señora de Kibeho. Ave María… (Reza el Ave María).
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice:
Saludo a todos los peregrinos presentes, de manera particular a los participantes en el ‘Congreso del Movimiento de Compromiso Educativo de la Acción Católica Italiana’. ¡Invertir en educación significa invertir en esperanza!
Saludo a los fieles de Madrid y de Menorca; a aquellos de la diócesis de Concordia-Pordenone; el grupo brasileño «Fraternidad y Tráfico Humano»; a los estudiantes de Canadá, de Australia, de Bélgica y a los de Cartagena-Murcia; a los alpinos de Como y de Roma.
Saludo a los grupos de chicos que han recibido o se preparan para la Confirmación, los jóvenes de diferentes parroquias y los numerosos estudiantes.
Francisco también quiso dedicar unas palabras a las víctimas del terremoto de L’Aquila y a la epidemida de Ébola en Guinea y otros países vecinos:
Han pasado exactamente cinco años del terremoto que ha golpeado a L’Aquila y su territorio. En este momento queremos unirnos con aquella comunidad que ha sufrido tanto, que todavía sufre, lucha y espera, con tanta confianza en Dios y en la Virgen. Oremos por todas las víctimas: que vivan para siempre en la paz del Señor. Y recemos por el camino de resurrección del pueblo de L’Aquila: la solidaridad y el renacimiento espiritual, sean la fuerza de la reconstrucción material.
Recemos por las víctimas del virus del Ébola que se ha desarrollado en Guinea y países vecinos. Que el Señor sostenga los esfuerzos para combatir el inicio de esta epidemia y para asegurar cuidado y asistencia a todos los necesitados.
Al termino del ángelus y por expreso deseo del Papa se distribuyeron gratuitamente, como regalo del Pontífice a los fieles presentes en la plaza de San Pedro, varios miles de evangelios en edición de bolsillo. El Santo Padre explicó el gesto de esta manera:
Y ahora me gustaría tener un gesto sencillo con vosotros. En los pasados domingos he sugerido a todos vosotros que consiguierais un pequeño Evangelio, para llevar uno mismo durante el día para poder leerlo a menudo. Entonces me ha acordado de la antigua tradición de la Iglesia, durante la Cuaresma, de entregar el Evangelio a los catecúmenos, a los que se preparan para el bautismo. Entonces hoy quiero ofreceros a vosotros que estáis en la plaza, pero como un signo para todos, un Evangelio de bolsillo. Os será distribuido gratuitamente. Hay lugares en la plaza para esta distribución. Yo los veo allí, allí, allí, allí, allí…. Acercaros a los lugares y tomad el Evangelio. ¡Tomadlo, tomadlo con vosotros, y leedlo cada día! ¡Es el mismo Jesús el que os habla allí! ¡Es la palabra de Jesús! ¡Esta es la Palabra de Jesús!
Y como Él, os digo: ¡gratuitamente habéis recibido, gratuitamente dad! ¡Dad el mensaje del Evangelio! Pero a lo mejor alguno de vosotros no cree que esto sea gratuito. “¿Pero cuanto cuesta? ¿Cuánto debo pagar, padre? Pero hagamos una cosa, a cambio de este regalo, haced un acto de caridad, un gesto de amor gratuito: una oración por los enemigos, una rec
onciliación, alguna cosa…
Hoy se puede leer el Evangelio también con muchos instrumentos tecnológicos. Se puede llevar encima la Biblia entera en un teléfono móvil, en un Tablet. Lo importante es leer la Palabra de Dios, con todos los medios, pero leer la Palabra de Dios, ¡Es Jesús que nos habla allí!, y acogerla con el corazón abierto: ¡entonces la buena semilla da fruto!
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:
«Vi auguro buona domenica e buon pranzo. Arrivederci!» (Os deseo buen domingo y una buena comida. ¡Hasta pronto!)
(RED/IV)