“Estamos aislados del resto del país”, así el obispo auxiliar de Odessa-Simferopoli, monseñor Jacek Pyl, cuenta a Ayuda a la Iglesia Necesitada la actual situación de Crimea. “Nos comunicamos solamente por teléfono y correo electrónico –explica el prelado- incluso los paquetes de ayuda son bloqueados en la frontera”. A pesar de los poquísimos recursos a disposición, la Iglesia católica, que cuenta apenas con dos mil fieles, cuidan de muchas familias en dificultad. Después del referéndum que ratificó la anexión de Crimea a Rusia, los bancos ucranianos han cerrado para hacer hueco a los de la Federación, la moneda rusa acaba de comenzar a circular y durante la transición los habitantes no han podido recurrir a sus cuentas ni recibir sueldos o pensiones. “Intentamos responder a la emergencia donando víveres y medicinas, con atención particular a las familias numerosas. Ayudamos también a los fieles greco-católicos que participan en nuestras celebraciones litúrgicas porque todos sus sacerdotes han dejado Crimea”.
Los miembros del clero católico romano se han quedado en la península de contención, pero no está todavía claro como podrán quedarse. Parece que el gobierno de Moscú pedirá el visado a los ucranianos no originarios de Crimea y muchos de los religiosos que trabajan en la diócesis de Odessa-Simferopoli son de nacionalidad polaca con un permiso de larga permanencia dado por el gobierno ucraniano. La secesión ha además anulado años de negociaciones con Kiev para la restitución de las propiedades eclesiásticas confiscadas durante el periodo soviético. “La iglesia Sebastopoli, transformada en teatro bajo el comunismo, parecía próxima a volver a la Iglesia, pero los esfuerzos pasados no valen de nada”. También los permisos de construcción o restauración obtenidos son ahora inútiles, y aún así monseñor Pyl no se desanima: “Hemos comenzado de cero muchas veces y estamos preparados para hacerlo de nuevo. Lo importante es que nadie ponga obstáculos en nuestro camino”.
Hace algunas semanas, en una carta dirigida a la población, el prelado invitó a los habitantes de Crimea “a no permitir que se rompa la fraternidad entre las personas de la península”. Un llamamiento idéntico se presentó por el metropolita Lazzaro de Simferopoli y Crimea de la Iglesia ortodoxa rusa. “Los cristianos de cualquier denominación han rezado en unión espiritual para que no hubiera enfrentamientos fratricidas. El no derramamiento de sangre durante el paso de Crimea a Rusia es signo de la fuerza de nuestra oración”.
Muchos sacerdotes ortodoxos unidos al patriarcado de Kiev han dejado Crimea por miedo de que Moscú pretenda englobar su Iglesia o prohibirles la presencia en la península. Privados de parte del propio clero, los cristianos de la Iglesia ucraniana han preferido dirigirse a la Iglesia católica en vez de a la rusa. “Sus fieles han expresado el deseo de rezar junto a nosotros y yo lo acepté inmediatamente. Somos todos hijos de un único Dios”.
Estables por el momento las relaciones con la comunidad islámica, aunque los medios de comunicación informan de la llegada a Crimea de organizaciones militantes procedentes de Chechenia y de las repúblicas de la ex Yugoslavia. “La situación es todavía tranquila pero las noticias que recibimos de los medios son realmente alarmantes”.
Pensando en el futuro incierto de la región, monseñor Pyl señala la gran necesidad de oración y cuenta como en Crimea sobrevivirá solamente gracias a las virtudes cristianas: fe, esperanza y caridad. “La fe nos permite mirar a lo que ha sucedido a través del prisma de la providencia de Dios, con esperanza dirigimos nuestra mirada al futuro, porque sabemos que Dios nos está cerca en este momento difícil; y la caridad, hacia Dios y hacia nuestros hermanos, nos ayuda a no cultivar el odio en nuestros corazones”.