«Depongo por ciencia directa y por tanto referiré cuál ha sido mi experiencia personal del siervo de Dios Juan Pablo II». Con estas palabras comienza la declaración del años 2005 que el papa Francisco, entonces arzobispo de Buenos Aires, dio para el proceso romano de beatificación y canonización de Juan Pablo II y que publica hoy el diario Avvenire.
La investigación diocesana que comenzó en el 2005, a pocos meses de la muerte del papa polaco, se cerró dos años más tarde, el 2 de abril de 2007. Y en el proceso, el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio fue llamado a testificar al tribunal de la diócesis de Roma al inicio del proceso, en otoño de 2005. De hecho, resulta el segundo de los testimonios en la lista de los textos interrogados. El interrogatorio sigue la praxis de un formulario establecido que prevé preguntas sobre el conocimiento personal del Siervo de Dios, sobre su vida, el ejercicio de las virtudes teologales y cardenales, sobre la piedad y su fama de santidad en vida, en muerte y post morten.
Bergoglio narra como conoció al papa Wojtyla: «Conocí personalmente a Juan Pablo II en diciembre del año en el que el cardenal Martini fue nombrado arzobispo de Milán. Tengo esta referencia porque no recuerdo exactamente el año. En esa circunstancia recité el Rosario guiado por el Siervo de Dios y tuve la clara impresión que él ‘rezaba en serio'». Narra también un segundo encuentro con el Papa en 1986-87, «en ocasión del segundo viaje que él hizo en Argentina y el nuncio quiso que encontrara el Siervo de Dios en la nunciatura con un grupo de cristianos de varias confesiones. Tuve un breve coloquio con el Santo Padre y me tocó particularmente esta vez su mirada, que era la de un hombre bueno».
El tercer encuentro llegó en 1994, «cuando era obispo auxiliar de Buenos Aires y fui elegido por la Conferencia episcopal argentina para participar en el sínodo de los obispos sobre la vida consagrada, que tuvo lugar aquí en Roma. Tuve la alegría de comer con él junto a un grupo de prelados. Me gustó mucho su afabilidad, cordialidad y capacidad de escuchar a cada comensal».
Y así va narrando otros encuentros, donde «tuve modo de apreciar más aún su gran capacidad de escucha en lo relacionado con lo otros». Y añade que «en los coloquios personales que he tenido a lo largo del tiempo con el Siervo de Dios, he tenido confirmación de su deseo de escuchar al interlocutor sin hacer preguntas, si no alguna vez al final, y sobre todo demostraba claramente no tener ningún prejuicio».
El entonces cardenal de Buenos Aires, continúa explicando que otro aspecto que siempre le ha conmovido del Santo Padre «era su memoria diría casi sin límites, porque recordaba lugares, personas, situaciones de las que había tomado conocimiento también durante sus viajes, signo de que prestaba la máxima atención en cada circunstancia y en particular en las situaciones de las personas que encontraba». Bergoglio cuenta un episodio concreto en el que experimentó esto: «él no perdía tiempo habitualmente, pero lo dedicaba abundantemente cuando por ejemplo recibía a los obispos. Puedo decir esto porque como arzobispo de Buenos Aires tuve encuentros personales privados con el Siervo de Dios, y yo, siendo un poco tímido y reservado, al menos en una ocasión, después de haber hablado de las cosas que eran objeto de esa audiencia, hice el gesto de alzarme para no hacerle perder tiempo, según mi idea, pero él me tomó por un brazo, me invitó a sentarme nuevamente y me dijo: ‘¡no, no, no! Quédese’, para continuar a hablar».
Del mismo modo recuerda su forma particular de prepararse a la celebración eucarística. «El estaba arrodillado en su capilla privada en actitud de oración y vi que de vez en cuando leí algo en un folio que tenía delante y apoyaba la frente en las manos y estaba claro que rezaba con mucha intensidad por eso que creo era un intención que él había escrito en ese folio, después releía alguna otra cosa en el mismo folio y retomaba la actitud de oración y así sucesivamente hasta que no había terminado, entonces se alzaba para ponerse los paramentos», explica Bergoglio.
Respecto a la vida del Siervo de Dios, el cardenal de Buenos Aires añade que «en lo que se refiera al último periodo de su vida es sabido por todos, también porque no se han puesto límites a los medios de comunicación social y de información, como él supo aceptar las propias enfermedades y sublimarlas poniéndolas en su plan de realizar la voluntad de Dios». Asimismo subraya que «Juan Pablo II nos ha enseñado, no escondiendo nada a los otros, a sufrir y a morir, y esto, en mi opinión, es heroico».
A continuación, el ahora papa Francisco expresa su parecer sobre las virtudes y la piedad del papa polaco. «En los breves recuerdos de los que he hablado anteriormente sobre mi conocimiento del Siervo e Dios, he referido instintivamente mis impresiones sobre varias circunstancias, subrayando sustancialmente el ejercicio de las virtudes humanas y cristinas por su parte. No se olvida su particular devoción a la Virgen, que debo decir ha influenciado también mi piedad».
Para concluir, el cardenal Bergoglio se refiere a su fama de santidad, donde afirma que «no estoy al corriente de dones particulares, dones carismáticos, de hechos sobrenaturales o fenómenos extraordinarios del Siervo de Dios en vida. Mientras vivía Juan Pablo II yo siempre lo he considerado un hombre de Dios y así la mayor parte de las personas que de alguna manera estaban en contacto con él». Y finalizada el purpurado de Buenos Aires: «su muerte, como ya he dicho, ha sido heroica y esta percepción creo se pueda decir universal, basta pensar en las manifestaciones de afecto y de veneración de los fieles» y recuerda que «después de su muerte la fama de santidad se ha confirmado por la decisión del Santo Padre Benedicto XVI de eliminar la espera de cinco años prescrita por las normas canónicas, permitiendo el inicio inmediato de su causa de canonización. Otro signo es el continuo peregrinaje a la tumba de gente de todas clases sociales y de todas las religiones».