El Santo Padre ha llegado esta mañana a las 9.30 a la Basílica de San Pedro para presidir la Misa Crismal que ha sido concelebrada por cardenales, obispos y presbíteros -diocesanos y religiosos- presentes en Roma. Por eso, el color blanco del alba de los sacerdotes resplandecía en las primeras filas de la Basílica.
Durante la celebración, los sacerdotes han renovado las promesas hechas en el momento de la sagrada ordenación y se han bendecido el óleo de los enfermos, el óleo de los catecúmenos y el Crisma, contenidos en tres ánforas de plata.
La Misa crismal que el Santo Padre ha celebrado en latín es una liturgia que se celebra en este día en todas las iglesias catedrales del mundo, y esta ha sido la segunda que Francisco ha celebrado en la Basílica Vaticana desde que fue elegido sucesor de Pedro.
En la homilía, Francisco ha insistido en la alegría del ser sacerdote. Y ha explicado que «la alegría del sacerdote es un bien precioso no sólo para él sino también para todo el pueblo fiel de Dios: ese pueblo fiel del cual es llamado el sacerdote para ser ungido y al que es enviado para ungir». Asimismo, Francisco ha recordado que «el sacerdote es el más pobre de los hombres si Jesús no lo enriquece con su pobreza, el más inútil siervo si Jesús no lo llama amigo, el más necio de los hombres si Jesús no lo instruye pacientemente como a Pedro, el más indefenso de los cristianos si el Buen Pastor no lo fortalece en medio del rebaño».
El Santo Padre ha indicado tres rasgos significativos de la alegría sacerdotal. La alegría que unge: «penetró en lo íntimo de nuestro corazón, lo configuró y lo fortaleció sacramentalmente». Además es una alegría incorruptible: «la integridad del Don, a la que nadie puede quitar ni agregar nada, es fuente incesante de alegría». Y finalmente una alegría misionera: «la unción es para ungir al santo pueblo fiel de Dios: para bautizar y confirmar, para curar y consagrar, para bendecir, para consolar y evangelizar».
Además, el Papa ha indicado que incluso en los momentos de tristeza, «en los que todo parece ensombrecerse y el vértigo del aislamiento nos seduce, esos momentos apáticos y aburridos que a veces nos sobrevienen en la vida sacerdotal», y por los que también yo he pasado -ha afirmado Francisco, aun en esos momentos, ha proseguido «el pueblo de Dios es capaz de custodiar la alegría, es capaz de protegerte, de abrazarte, de ayudarte a abrir el corazón y reencontrar una renovada alegría».
Por otro lado, el pontífice argentino ha recordado que la alegría es custodiada por el rebaño y también por tres hermanas que la rodean, la cuidan, la defienden: la hermana pobreza, la hermana fidelidad y la hermana obediencia.
El sacerdote es pobre en alegría meramente humana ¡ha renunciado a tanto!, ha observado el Santo Padre. Y ha advertido que «muchos, al hablar de crisis de identidad sacerdotal, no caen en la cuenta de que la identidad supone pertenencia. No hay identidad –y por tanto alegría de ser– sin pertenencia activa y comprometida al pueblo fiel de Dios «. Del mismo modo ha subrayado que «si no sales de ti mismo el óleo se vuelve rancio y la unción no puede ser fecunda. Salir de sí mismo supone despojo de sí, entraña pobreza».
A continuación ha hablado de la hermana fidelidad, indicando que «los hijos espirituales que el Señor le da a cada sacerdote», son esa “Esposa” a la que le alegra tratar como predilecta y única amada y serle renovadamente fiel.
Francisco además ha hablado de obediencia a Dios y a la Iglesia y ha matizado que «la disponibilidad del sacerdote hace de la Iglesia casa de puertas abiertas, refugio de pecadores, hogar para los que viven en la calle, casa de bondad para los enfermos, campamento para los jóvenes, aula para la catequesis de los pequeños de primera comunión…»
Al concluir la homilía, más larga de lo habitual en él, ha pedido para que el Señor Jesús «haga descubrir a muchos jóvenes ese ardor del corazón que enciende la alegría», «que cuide el brillo alegre en los ojos de los recién ordenados, que salen a comerse el mundo», «que confirme la alegría sacerdotal de los que ya tienen varios años de ministerio» y «que resplandezca la alegría de los sacerdotes ancianos, sanos o enfermos».
Al concluir la eucaristía, al iniciar del canto mariano el Santo Padre se ha dirigido unos instantes a rezar frente a la escultura de la Virgen.
Con esta solemne eucaristía en la Basílica de San Pedro, acompañada por las voces del coro de la Capilla Sixtina y con multitud de fieles que han estado presentes; ha dado comienzo el Triduo Pascual en las celebraciones vaticanas.