El fotógrafo Arturo Mari tuvo el honor de seguir durante 27 años a Juan Pablo II e inmortalizar a través de la cámara su pontificado. Mari afirma que el papa polaco fue «un santo en vida por todo lo que he podido ver, escuchar». Lo ha hecho durante un briefing con periodistas en la Universidad de la Santa Cruz, como motivo de la próxima canonización de Wojtyla, que tendrá lugar este domingo, 27 de abril.
Asimismo, recuerda que junto a él recorrió el mundo, «hemos tocado todas las peores situaciones» y ha mencionado algunos encuentros que recuerda de forma especial, señalando que fue una vida muy intensa. De este modo, en su opinión, el viaje más bonito fue el de Tierra Santa, que tuvo lugar en marzo del año 2000.
De este viaje en concreto, destaca que «era necesario ver la atmósfera con los ojos». Él recuerda de una forma especial la mirada y los ojos del Santo Padre en esa peregrinación, que Mari podía observar con facilidad al situarse muy cerca de él y afirma que «no era el Papa, no era Juan Pablo II», sino más bien «era Dios quien hizo ese recorrido delante de nuestros ojos». Y de un modo concreto, ha querido destacar la subida al Calvario, que físicamente suponía un esfuerzo para él, y allí Juan Pablo II lloró. «Son momentos que no se pueden olvidar, son momentos que te tocan el corazón, que te hacen crecer la fe, la adhesión a la Iglesia», indica emocionado el fotógrafo.
Respondiendo a la pregunta de una periodista sobre cómo hacía el Papa los viajes en avión, el fotógrafo ha contado que Juan Pablo II no dormía durante el vuelo. «Él controlaba todos los discursos, del primero al último, retocando, detallando, porque era muy temeroso con las traducciones, él deseaba controlar si se había entendido bien su pensamiento de un discurso», recuerda Arturo Mari. Y a propósito añade que también preparaba otros discursos en los vuelos. Menciona por ejemplo volviendo de Angola, tras media hora de vuelo tomó unos folios y una hora más tarde, el Santo Padre llamó a un monseñor de Secretaría de Estado para avisarle que había preparado su trabajo para la audiencia general del miércoles. Estos momentos en el avión, también los dedicaba a la lectura de libros, explica el fotógrafo.
De las 6 millones de fotografías que se calcula que Arturo Mari hizo durante el pontificado del papa Juan Pablo II, él reconoce que «no tengo una fotografía más bonita, para mí son todas buenas y bonitas porque siempre he querido dar y comunicar los momentos más interesantes del Papa y creo que lo he conseguido». Aun así, se detiene a hablar especialmente de esa famosa imagen del Santo Padre besando la cruz en su último Viernes Santo. El pontífice polaco en aquella ocasión no pudo acudir al Coliseo para el tradicional Vía Crucis. Mari afirma que «en esa fotografía se puede resumir, en mi opinión, 27 años de un pontificado». Desde la capilla en la que Juan Pablo II seguía la retransmisión del Vía Crucis, tomó la cruz, se la apoyó en la frente, besó el Cristo y la apoyó en su corazón. «Para mí, estando cerca he podido asistir a los momentos más interesantes, más duros, más fuertes, él ha hecho siempre mención al misterio de la Cruz, esa Cruz en la que siempre se ha apoyado en el trabajo pastoral, con esa Cruz ha ido en medio de millones de personas» explica el fotógrafo. Volviendo a esa fotografía del Viernes Santo, Mari explica que en las manos del papa polaco se pueden ver las uñas rojas de la sangre por la fuerza con la que tomaba la cruz.
Por otro lado, el fotógrafo del Juan Pablo II, señala que para él Wojtyla no escribió 14 encíclicas sino 15. La número 15, afirma, no la ha escrito sino que la ha pasado con su vida, «ha sido el sufrimiento de la enfermedad que ha vivido». Asimismo afirma que «he podido ver cuánto sufrimiento y nunca he escuchado una lamentación».
Hablando sobre la relación que el papa polaco tenía con su imagen y cómo ésta era percibida en el mundo, el fotógrafo observa que no era algo que le preocupara, «eran otros los problemas que tenían presentes». Al respecto añade que «poder acariciar con mi piel su piel, este carisma que él emanaba. Este carisma que me ha dado un privilegio, poder captar durante tiempo algo nuevo».
Para finalizar, se ha detenido en el periodo de mayor sufrimiento de Wojtyla. Durante este tiempo, afirma, «nunca se avergonzó de nada. Quizá era yo que por mi parte quería captar lo mejor posible algunas situaciones que al principio lo intenté. Después no porque parecía que debía quitar su pensamiento, su credo». Y concluye indicado que «él con esta enfermedad ha enseñado muchas cosas» y «a mí me ha enseñado el paso de una vida a la otra con mucha serenidad, no hablo de normalidad, sino de serenidad. Y son momentos en los que entiendes que Dios existe».