Pablo VI: Cuando de joven durmió una semana en la caseta de la leña

Testimonio de monseñor Francesco Galloni, anciano sacerdote amigo del papa Montini

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La noche del lunes 3 de marzo de 1969, hubo un atentado terrorista en Concesio, pueblo natal del papa Pablo VI: una bomba explotó delante del portón de la iglesia parroquial, donde el Papa había sido bautizado el 30 de septiembre de 1897.

Pasó poco después de la media noche, cuando una violentísima explosión despertó a los habitantes del pequeño pueblo. El rugido destrozó las ventanas de las casas cercanas a la iglesia. La bomba destruyó la puerta principal del templo. Fragmentos de madera, hierro y escombros fueron esparcidos a través del pasillo hasta llegar a la escalinata del altar mayor. La policía científica pudo establecer que la bomba estaba formada por un «dispositivo de relojería complejo, cuidadosamente embalado por personas preparadas en el manejo de explosivos».

Los daños causados no fueron muy graves. Pero el atentado suscitó profunda emoción por el delito contra el Papa. Frente a la iglesia se encontraron manifiestos mecanografiados con frases ofensivas contra el Papa llamándole «hombre lobo», «compañero de Nixon» y se le dirigían fuertes amenazas de muerte. Los panfletos fueron escritos en un mal italiano con frases alemanas, quizás para desviar las investigaciones policiales.

Como muchísimos otros periodistas, fui enviado a Concesio para la crónica del hecho. Y en esa ocasión conocí a monseñor Francesco Galloni, un anciano sacerdote de 80 años, que era muy amigo de Pablo VI porque de joven sacerdote había sido vice-párroco en esa iglesia, a la que asistía la familia Montini.

Lo busqué y fui a verlo. Vivía en Velo d’Astico, un pueblo en la provincia de Vicenza, en una de las casas de la Asociación «Pro Oriente», la obra que él había fundado en 1924. Era un sacerdote que había tenido una vida muy activa. Había sido también un valiente alpino,  condecorado por el heroísmo demostrado durante la Primera Guerra Mundial.

«En 1914, apenas ordenado sacerdote, fui enviado a desarrollar mi apostolado en Concesio», me contó monseñor Galloni. «Conocí entonces a Giambattista Montini que tenía diecisiete años e iba al instituto. Nos hicimos amigos. Una amistad que ha durado para siempre. También en esta dolorosa ocasión nos hemos llamado. Y el Papa, hablándome del atentado, lloraba».

Recordando las lágrimas de Pablo VI, también monseñor Galloni se conmovió. Recuperándose me contó una larga historia.

«Pablo VI tiene un corazón muy tierno. Es simplemente como un niño aunque también tiene una cultura y una experiencia que están fuera de lo ordinario. Él quiere mucho a todos con una inmediatez y una necesidad que nadie puede imaginar. La madre lo ha educado en la confidencialidad, en la humildad. Por eso esconde los propios sentimientos. Se preocupa por decir y hacer lo que es una ventaja para la justicia y el bien espiritual del mundo. Pero todo lo que tiene que ver con su persona lo tiene celosamente oculto. La gente no lo conoce, lo juzgan por tener un carácter frío, un intelectual cerrado en sus pensamientos y en sus problemas. Es un juicio erróneo y él lo sufre. Pablo VI es una persona muy sensible que ama a los hombres, sobre todo a los pobres y a los que sufren, como ningún otro».

«Cuando yo prestaba mi servicio sacerdotal en Concesio», dijo monseñor Galloni, «el Papa era un joven de 17 años que iba al instituto. Vivía con la familia en Brescia, pero pasaba todo el verano en Concesio, en la casa natal, que estaba a unos setecientos metros de la iglesia. Giambattista, todas las tardes, acompañado por la madre y los hermanos Ludovico y Francesco, venía a hacer una visita a la iglesia. Era su paseo nocturno».

«Nos hicimos amigos en seguida. Aparentemente era un joven como todos los demás. Amaba estar en compañía, reír, bromear con los jóvenes de su edad; pero se advertía algo en él que lo hacía distinto a los otros».

«No había hablado nunca con nadie que pretendía hacerse sacerdote. Quizá no lo había decidido ni siquiera en su alma. Tenía una salud muy débil, sufría de estómago y de intestino. Asistía a la escuela por libre, estudiando siempre en casa. Quizá por esto no se decidía a revelar el sueño que realmente tenía en su corazón. Pero se veía y se sentía que era un alma toda de Dios».

«La familia Montini durante el invierno se transfería a Brescia donde Giorgio Montini, padre del Papa, era director del periódico local católico. Yo había entrado en tal amistad con esta familia que en Brescia, en su casa, tenía mi habitación, junto a la de Giambattista, y cuando iba a Brescia, (sucedía un par de veces a la semana), vivía en la casa Montini».

«La armonía y el afecto que reinaba en esa casa era conmovedor. Por la noche se reunían todos en la habitación de los padres, los tres jóvenes y yo, que me había convertido en el cuarto chico Montini, y se recitaban las oraciones juntos. Era el abogado Giorgio quien comenzaba y guiaba las oraciones». 

«Giambattista, aunque estuviera enfermo, estudiaba continuamente. Demostraba una inteligencia superior y era siempre el primero de la clase».

«En el Colegio Arici donde estudiaba Giambattista, había una publicación, «La Fionda». El director era Andrea Treveschi y los colaboradores eran Giambattista y Ludovico Montini. Conservo varias cartas de Giambattista escritas en «La Fionda». Me confiaba sus experiencias de joven periodista, las polémicas, el entusiasmo con el que se dedicaba al periódico. Si no hubiera tomado la carrera eclesiástica, Giambattista se hubiera convertido en un óptimo periodista, como lo fue su padre».

«Cuando fui a la guerra, Giambattista continuó escribiéndome. Conservo todas sus cartas. Creo que son los únicos escritos en los que él haya manifestado por entero la riqueza y la sensibilidad de su alma. Continuó escribiéndome siempre, también de Papa y la última carta es de hace unos días. Puede darse cuenta de lo humilde y lo bueno de este hombre. Con todo lo que tiene que hacer se acuerda de mí, que no soy nada comparándome con él, y me escribe una carta larga, de su puño y letra, también la dirección la ha escrito él. Observe la caligrafía, es nítida, igual que la que tenía cuando era estudiante. Mira que página ordenada y limpia, no hay una palabra, una vocal o un consonante que estén fuera de la línea».

«En esta menciona ‘la presente vida de la Iglesia, sus pruebas internas y las dificultades exteriores’, menciona las ‘amarguras y las esperanzas de su corazón de padre’. Y me recuerda una fecha, un viaje que hicimos juntos en agosto de 1915».

«Giambattista Montini sabía que yo iba cada año a la colina de San Genesio, por encima de Lecco, donde hay una ermita de religiosos de Camaldoli, todos ellos de origen polaco. Iba hasta allí para pasar unos días en retiro absoluto, meditar y orar».

«Ese año Giambattista me dijo: ‘acompáñame a San Genesio, quiero pasar unos días en completa soledad’. ‘Por supuesto’, contesté yo. Me parecía que Giambattista estaba reflexionando sobre tomar una decisión importante, pero no sabía cual».

«Salimos. Giambattista, el padre Paolo Caresana, que era mi confesor, y yo».

«Al llegar a la cima de la colina, después de un largo viaje (entonces no había coches) llamamos a la puerta de la ermita. Vino a abrirnos al padre Matteo, a quien yo conocía. Pedimos hospedaje para algunos días de retiro. El padre Matteo respondió: ‘para vosotros dos sacerdotes sí, pero para ese joven no se puede, la regla prohíbe dejar pasar al monasterio a un laico’. ‘Pero, padre Mateo’, dije yo, ‘hemos hecho doscientos kilómetros para venir hasta aquí, no podemos dejar que el joven se vuelva solo'».

«El padre Matteo llamó al padre superior. La respuesta fue la misma. ‘Si el joven se quiere quedar’, dijo el padre superior, ‘tiene que adaptarse a dormir en la cabaña de la leña, detrás del convento; le prestaremos algo para tumbarse’. ‘Encantado, padre’, dijo Giambattista muy feliz. Y durante todo el tiempo se quedó abajo, casi una semana, Montini
, acostumbrado a vivir en una casa señorial y con una salud delicada, durmió en el suelo, en una cabaña para la leña. El Papa ha continuado así, sencillo y bueno como entonces».

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Renzo Allegri

*Renzo Allegri è giornalista, scrittore e critico musicale. Ha studiato giornalismo alla “Scuola superiore di Scienza Sociali” dell’Università Cattolica. E’ stato per 24 anni inviato speciale e critico musicale di “Gente” e poi caporedattore per la Cultura e lo Spettacolo ai settimanali “Noi” e “Chi”. Da dieci anni è collaboratore fisso di “Hongaku No Tomo” prestigiosa rivista musicale giapponese. Ha pubblicato finora 53 libri, tutti di grandissimo successo. Diversi dei quali sono stati pubblicati in francese, tedesco, inglese, giapponese, spagnolo, portoghese, rumeno, slovacco, polacco, cinese e russo. Tra tutti ha avuto un successo straordinario “Il Papa di Fatima” (Mondadori).

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