«Os animo a alegraros con quien se alegra y a llorar con quien llora; a pedir a Dios un corazón capaz de ser compasivo, para arrodillarse ante las heridas del cuerpo y del espíritu y llevar a tantas personas el consuelo de Dios». Este es el deseo del santo padre Francisco a los participantes del Encuentro de los Consagrados húngaros en el Año de la Vida Consagrada, en el vídeomensaje que les ha enviado.
De este modo, indica que la certeza de que Jesús está con nosotros hasta el final de los tiempos, “infunde en nosotros consuelo y esperanza, en cada circunstancia de la vida y de la misión. En las distintas formas de la vida consagrada, os imagino “cercano a las preocupaciones y expectativas de la gente; os imagino en los contextos en los que estáis, con sus dificultades y sus signos de esperanza”, asegura el Papa.
Asimismo, el Pontífice indica que piensa que el “rostro” más bello de un país y de una ciudad es el de los discípulos del Señor “que viven con sencillez, en lo cotidiano, al estilo del Buen Samaritano, y se hacen cercanos a la carne y a las llagas de los hermanos, en los que reconocen la carne y las llagas de Jesús”.
A propósito, el Papa recuerda que esta caridad llena de misericordia “viene del corazón de Cristo, y la dibujamos en la oración, especialmente en la adoración, y acercándonos con fe a la Eucaristía y a la Reconciliación”. Por eso, pide a María que “nos ayude a ser cada vez más hombres y mujeres de oración”.
Finalmente, el Pontífice desea a los destinatarios del mensaje “proseguir con alegría vuestro servicio, dando testimonio de vida humilde y despegada de los intereses del mundo”. Este testimonio alegre y claro de nuestra consagración –concluye– es ejemplo e impulso para aquellos a los que el Señor llama para servirlo. Y así, desea que los fieles laicos, sobre todo los jóvenes, “puedan percibir en vosotros el perfume de Cristo, el perfume del Evangelio”.