Tras haber pernoctado en Santiago de Cuba la noche del lunes, en el Seminario San Basilio Magno, el papa Francisco concluye este martes por la tarde su visita a la Isla, y parte hacia Estados Unidos.
El Papa ha ido desde el seminario al Santuario de la Virgen de la Caridad de Cobre, donde ha presidido la celebración de la eucaristía con paramentos color crema. Una misa votiva en honor a la Madre de Dios, cuya imagen ha sido incensada por el Pontífice al inicio de la celebración en español, en este templo barroco colonial.
El coro ha entonado en polifónico cantos en español, algunos muy solemnes, otros más rítmicos. Entre los presentes, como en las demás misas, estaba el mandatario Raúl Castro. En el exterior del templo, varios miles de personas siguieron a la ceremonia a través de una pantalla gigante.
En su homilía el Papa recordó que «la presencia de Dios en nuestras vidas nos lleva a movernos». Porque «María lejos de creerse vaya a saber quien, fue a ayudar a su prima Elizabeth». Y el evangelio indica que Ella salió con premura, salió a visitar. Porque la Virgen en la historia ha protegido a aquellos que han luchado por los derechos de sus hijos, y nos trae ahora la palabra de Jesús.
También Cuba fue visitada por la Virgen de la Caridad, recordó el Papa, y Ella dio una forma propia a la fisionomía cubana. Al punto que hace cien años otros compatriotas la quisieron como patrona, y escribieron que la Virgen bendita siempre estuvo como «rocío consolador», y que fue «cubana por excelencia».
Venerada como madre de la Caridad –quiso precisar el papa Francisco– Ella «cuida las raíces e identidad» para que no nos perdamos en las vías de las preocupaciones. «Una fe que se mantuvo viva gracias a tantas abuelas que la mantuvieron en las casas de familias», dijo, a través de «una fisura pequeña como un grano de mostaza».
La fuerza revolucionaria de la ternura y del afecto, a ésto nos invita la Virgen, que se vuelve proximidad, compasión, que nos involucra a servir en la vida de los otros. Para visitar al enfermo, al preso, a quien llora y a quien se alegra con las alegrías del vecino.
Queremos –concluyó el Papa– ser como María, una Iglesia que sirve, que sale de sus templos, de sus casas, para sostener la esperanza. Para abatir murallas y crear puentes. Todos juntos, sirviendo, ayudando,»como hijos de María, de Dios, y de esta noble tierra cubana».