El Santo Padre se ha reunido este miércoles con sus “hermanos en el episcopado” de Estados Unidos, en la Catedral de San Mateo Apóstol de en Washington, a quienes ha dedicado un discurso muy extenso, algo poco habitual en Francisco. Son 457 los obispos que componen la Conferencia Episcopal de EE.UU., la segunda más numerosa tras la de Brasil.
Francisco, que llegó a la Catedral procedente de la Casa Blanca, ha pedido que “ningún miembro del Cuerpo de Cristo y de la nación americana se sienta excluido del abrazo del Papa”. Del mismo modo, les ha asegurado que “cuando echan una mano para realizar el bien” sepan que “el Papa los acompaña y los ayuda, pone también él su mano –vieja y arrugada pero, gracias a Dios, capaz todavía de apoyar y animar– junto a las suyas”.
El Santo Padre no ha dejado pasar la ocasión para dedicar unas palabras a los casos de abusos a menores que golpearon con fuerza a la Iglesia de este país. Por eso ha indicado que sabe “cuánto les ha hecho sufrir la herida de los últimos años, y he seguido de cerca su generoso esfuerzo por curar a las víctimas, consciente de que, cuando curamos, también somos curados, y por seguir trabajando para que esos crímenes no se repitan nunca más”.
Recordó también a las víctimas inocentes del aborto, los niños que mueren de hambre o bajo las bombas, los inmigrantes se ahogan en busca de un mañana, los ancianos o los enfermos, de los que se quiere prescindir, las víctimas del terrorismo, de las guerras, de la violencia y del tráfico de drogas, el medio ambiente devastado por una relación predatoria del hombre con la naturaleza, “en todo esto está siempre en juego el don de Dios, del que somos administradores nobles, pero no amos”, ha advertido. Recordando que “no es lícito por tanto eludir dichas cuestiones o silenciarlas”. No menos importante –ha añadido– es el anuncio del Evangelio de la familia.
Ha destacado que “nuestra mayor alegría es ser pastores, y nada más que pastores, con un corazón indiviso y una entrega personal irreversible”. Por ello les ha pedido que custodien esta alegría. Asimismo ha subrayado que “la esencia de nuestra identidad se ha de buscar en la oración asidua, en la predicación y el apacentar”.
El Pontífice ha pedido a los obispos que “estén atentos a que la grey encuentre siempre en el corazón del Pastor esa reserva de eternidad que ansiosamente se busca en vano en las cosas del mundo”.
Les ha recordado que “somos artífices de la cultura del encuentro” y asimismo, les ha subrayado que “el diálogo es nuestro método”, no “por astuta estrategia” sino por fidelidad a Jesús. De este modo, el Pontífice ha recordado que “el lenguaje duro y belicoso de la división no es propio del Pastor, no tiene derecho de ciudadanía en su corazón y, aunque parezca por un momento asegurar una hegemonía aparente, sólo el atractivo duradero de la bondad y del amor es realmente convincente”. Por ello, el Santo Padre ha invitado a los presentes a aprender a ser como Jesús, “manso y humilde” y a cimentar la unidad.
Por otro lado, también ha deseado que el Año Santo de la Misericordia “sea para todos una ocasión privilegiada para reforzar la comunión, perfeccionar la unidad, reconciliar las diferencias, perdonarnos unos a otros y superar toda división”.
El Santo Padre ha asegurado a los obispos “que una parte esencial de su misión es ofrecer a los Estados Unidos de América la levadura humilde y poderosa de la comunión”.
Antes de terminar su larga intervención, les ha dado dos últimas recomendaciones. La primera: “Sean Pastores cercanos a la gente» y «de modo especial con sus sacerdotes”. Invitándoles a no caer «en la tentación de convertirse en notarios y burócratas», sino «expresión de la maternidad de la Iglesia que engendra y hace crecer a sus hijos”.
La segunda se ha referido a los inmigrantes. “La iglesia en Estados Unidos conoce como nadie las esperanzas del corazón de los inmigrantes. Ustedes siempre han aprendido su idioma, apoyado su causa, integrado sus aportaciones, defendido sus derechos, promovido su búsqueda de prosperidad, mantenido encendida la llama de su fe».
«Incluso ahora, ninguna institución estadounidense hace más por los inmigrantes que sus comunidades cristianas”. Por todo ello, les ha dado las gracias y les ha animado que les acojan sin miedo, ofreciéndoles “el calor del amor de Cristo”.