Benjamin Franklin Parkway in Philadelphia

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Texto completo del discurso del Santo Padre en la Fiesta de las familias

En el B. Franklin Parkway de Filadelfia, el Papa afirma que la carta de ciudadanía que tiene la familia se la dio Dios, para que en su seno creciera cada vez más la verdad, el amor y la belleza

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El papa Francisco ha asistido este sábado por la tarde a la Fiesta de las familias y a la vigilia de oración en el B. Franklin Parkway de Filadelfia. A continuación publicamos las palabras improvisadas que el Santo Padre ha dirigido a los asistentes:

Queridos hermanos y hermanas, queridas familias:

Gracias a quienes han dado testimonio. Gracias a quienes nos alegraron con el arte, con la belleza, que es el camino para llegar a Dios. La belleza nos lleva a Dios. Y un testimonio verdadero nos lleva a Dios, porque Dios también es la verdad, es la belleza y es la verdad, y un testimonio dado para servir es bueno, nos hace buenos, porque Dios es bondad. Nos lleva a Dios. Todo lo bueno, todo lo verdadero y todo lo bello nos lleva a Dios. Porque Dios es bueno, Dios es bello, Dios es verdad. Gracias a todos, a los que nos dieron un mensaje aquí y a la presencia de ustedes que también es un testimonio, un verdadero testimonio de que vale la pena la vida en familia, de que una sociedad crece fuerte, crece buena, crece hermosa y crece verdadera si se edifica sobre la base de la familia.

Una vez un chico me preguntó… Ustedes saben que los chicos preguntan cosas difíciles. Me preguntó: ‘Padre, ¿qué hacía Dios antes de crear el mundo?’ Les aseguro que me costó contestarle. Y le dije lo que les digo ahora a ustedes: antes de crear el mundo, Dios amaba, porque Dios es amor. Pero era tal el amor que tenía en sí mismo, ese amor entre el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, era tan grande, tan desbordante que, esto no sé si es muy teológico pero lo van a entender, era tan grande que no podía ser egoísta, tenía que salir de sí mismo para tener a quien amar fuera de sí.

Y ahí Dios creó el mundo. Ahí Dios hizo esta maravilla en la que vivimos y que, como estamos un poquito mareados, la estamos destruyendo. Pero lo más lindo que hizo Dios, dice la Biblia, fue la familia. Creo al hombre y a la mujer: ¡y les entrego todo, les entregó el mundo! Crezcan, multiplíquense, cultiven la tierra, háganla producir, háganla crecer. Todo el amor que hizo en esa creación maravillosa se la entregó a una familia.

Volvemos atrás un poquito. Todo el amor que Dios tiene en sí, toda la belleza que Dios tiene en sí, toda la verdad que Dios tiene en sí la entrega a la familia. Y una familia es realmente familia cuando es capaz de abrir los brazos y recibir todo ese amor.

Por supuesto que el paraíso terrenal no está más acá, que la vida tiene sus problemas, que los hombres por la astucia del demonio aprendieron a dividirse. Y todo ese amor que Dios nos dio casi se pierde. Y al poquito tiempo el primer crimen, el primer fratricidio. Un hermano mata a otro hermano, la guerra. El amor, la belleza y la verdad de Dios, y la destrucción de la guerra. Y entre esas dos posiciones caminamos nosotros hoy. Nos toca a nosotros elegir. Nos toca a nosotros decidir el camino para andar.

Pero volvamos atrás. Cuando el hombre y su esposa se equivocaron y se alejaron de Dios, Dios no los dejó solos. Tanto el amor, tanto el amor, que empezó a caminar con la humanidad. empezó a caminar con su pueblo, hasta que llegó el momento maduro, y le dio la muestra de amor más grande, su Hijo. Y a su hijo ¿dónde lo mandó? ¿a un palacio, a una ciudad, a hacer una empresa? ¡Lo mando a una familia! Dios entró al mundo en una familia.

Y pudo hacerlo porque esa familia era una familia que tenía el corazón abierto al amor, que tenía las puertas abiertas al amor. Pensemos en María, jovencita. No lo podía creer. ¿Cómo puede suceder esto? Y cuando le explicaron, obedeció. Pensemos en José, lleno de ilusiones de formar un  hogar. Se encuentra con esta sorpresa que no entiende. Acepta. Obedece. Y en la obediencia de amor de esta mujer María y de este hombre José se da una familia en la que viene Dios. Dios siempre golpea las puertas de los corazones. Le gusta hacerlo. Le sale de adentro. Pero ¿saben qué es lo que más le gusta? Golpear las puertas de la familias y encontrar la familias unidas, encontrar las familias que se quieren, encontrar las familias que hacen crecer a sus hijos y los educan y que los llevan adelante y que crean una sociedad de bondad, de verdad y de belleza.

Estamos en la Fiesta de la familias. La familia tiene carta de ciudadanía divina, ¿está claro? La carta de ciudadanía que tiene la familia se la dio Dios, para que en su seno creciera cada vez más la verdad, el amor y la belleza. Claro, alguno de ustedes me pueden decir: ‘Padre, usted habla así porque es soltero’. En las familias hay dificultades. En las familias discutimos, en las familias a veces vuelan los platos, en las familias los hijos traen dolores de cabeza. No voy a hablar de la suegra, pero en las familias siempre, siempre, hay cruz. Siempre. Porque el amor de Dios, el Hijo de Dios, nos abrió también ese camino. Pero en las familias también, después de la cruz hay resurrección. Porque el Hijo de Dios nos abrió ese camino. Por eso, la familia es, perdónenme la palabra, es una fábrica de esperanza, de esperanza de vida y resurrección. Dios fue el que abrió ese camino.

Y los hijos. Los hijos dan trabajo. Nosotros como hijos dimos trabajo. A veces, en casa veo algunos de mis colaboradores que vienen a trabajar con ojeras. Tienen un bebé de un mes, dos meses, y les pregunto: ‘¿No dormiste?’ ‘Eh no, lloró toda la noche’. En la familia hay dificultades, pero esas dificultades se superan con amor. El odio no supera ninguna dificultad. La división de los corazones no supera ninguna dificultad, solamente el amor es capaz de superar la dificultad. El amor es fiesta, el amor es gozo, el amor es seguir adelante.

Y no quiero seguir hablando, porque se hace demasiado largo. Pero quisiera marcar dos puntitos de la familia en los que quisiera que se tuviera un especial cuidado. No solo quisiera, tenemos que tener un especial cuidado: los niños y los abuelos. Los niños y los jóvenes son el futuro, son la fuerza, los que llevan adelante. Son aquellos en los que ponemos esperanzas. Los abuelos son la memoria de la familia, son los que nos dieron la fe, nos transmitieron la fe. Cuidar a los abuelos y cuidar a los niños es la muestra de amor, no se si más grande, pero yo diría más promisoria de la familia, porque promete el futuro. Un pueblo que no sabe cuidar a los niños y un pueblo que no sabe cuidar a los abuelos es un pueblo sin futuro, porque no tiene la fuerza y no tiene la memoria que lo lleve adelante.

Y bueno… La familia es bella, pero cuesta. Trae problemas. En la familia a veces hay enemistades. El marido se pelea con la mujer o se miran mal, o los hijos con el padre… Les sugiero un consejo: nunca terminen el día sin hacer la paz en la familia. En una familia no se puede terminar el día en guerra. Que Dios los bendiga, que Dios les de fuerzas, que Dios los anime a seguir adelante. Cuidemos la familia, defendemos la familia, porque ahí, ahí se juega nuestro futuro. Gracias, que Dios los bendiga, y recen por mí, por favor.

(Texto transcrito del audio por ZENIT)

 

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ZENIT Staff

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