(ZENIT – Roma).- En la Arena de Tauron, a unos tres kilómetros del centro de Cracovia, el santo padre Francisco quiso despedirse este domingo por la tarde de los 20 mil voluntarios que prepararon, participaron y fueron la columna vertebral de la XXXI Jornada Mundial de la Juventud, que reunió casi dos millones de jóvenes. Para ello dejó el discurso escrito de lado por ser ‘aburrido’, y conversó con ellos improvisando.
El primero era en vídeo, del joven estudiante y deportista que ya en silla de ruedas sabía que su cáncer no podía ser derrotado. Aseguró que ya no le interesaban muchas cosas, porque le gustaría tener lo más importante que es la vida para así poder participar en esta JMJ.
Una joven polaca señaló su itinerario: en la JMJ de Río, escuchó la voz del Señor que le sugería volver a Polonia, y cómo Dios hace realizar los sueños, pero con la debida paciencia. Y en español le agradeció en nombre de los jóvenes de Brasil.
El tercer testimonio fue de un joven panameño, país que hospedará la próxima JMJ. Cristián aseguró que con su deseo de hacer lío ‘se metió en un lío’ y ahora se está preparando para el diaconado permanente. Señaló que para él la JMJ significa transmitir la misericordia de Dios. Y le agradeció que la próxima JMJ sea en su país.
El Santo Padre habló en español, aprovechando que existía traducción simultánea.
“Preparar una Jornada Mundial de la Juventud es toda una aventura” señaló, como también “llegar, servir, trabajar, y después despedirse”. Por ello agradeció “a los voluntarios y benefactores por todo lo que hicieron, por las horas de oración que hicieron». Y también a los sacerdotes que los acompañaron, a las religiosas y a los seminaristas.
Y profundizó sobre el hecho de que los jóvenes son la esperanza, pero con dos condiciones, y bromeó: ¡No, no hay que pagar la entrada…!
La primera condición para que los jóvenes sean esperanza es tener memoria: «de donde vengo, mi pueblo, mi país, mi historia». Y señaló que el testimonio de la segunda voluntaria estaba lleno de memoria. Memoria de lo que uno ha recibido de sus padres. “Un joven desmemoriado no puede ser esperanza para el futuro, ¿está claro?».
“- Padre cómo hago para tener memoria? -Habla con tus papás, con los adultos, con tus abuelos, de tal manera que sean la esperanza del futuro, tienen que recibir la antorcha del abuelo y de la abuela, dijo. «¿Me prometen que para preparar Panamá hablarán más con los abuelos?” Y si ellos se fueron al cielo, les invitó a que hablaran de todos modos con los ancianos, porque ellos son la sabiduría.
La segunda condición es para el presente: “Tener coraje, ser valiente, ser valiente, no asustarse”.
Recordó así “el testimonio despedida del compañero nuestro a quien el cáncer le ha ganado. El quería estar aquí y no llegó pero enfrentó también la peor condición. Hoy no está aquí pero sembró esperanza para el futuro”.
“Para el presente coraje, valentía, ¿claro? Si tienen memoria, van a ser la esperanza. ¿Hemos aclarado todo?».
“No lo sé si estaré en Panamá, pero les aseguro –concluyó Francisco– que Pedro estará en Panamá y les preguntará si hablaron con los abuelos y si sembraron hacia el futuro. Que Dios les bendiga mucho. Gracias, Gracias por todo”.
A continuación el texto que Francisco no leyó
Queridos voluntarios: Antes de regresar a Roma, siento el deseo de encontrarlos y, sobre todo, de dar las gracias a cada uno de vosotros por el esfuerzo, la generosidad y la dedicación con la que han acompañado, ayudado y servido a los miles de jóvenes peregrinos. Gracias también por vuestro testimonio de fe que, unido al de los muchísimos jóvenes de todo el mundo, es un gran signo de esperanza para la Iglesia y para el mundo.
Al entregarse por amor de Cristo, han experimentado lo hermoso que es comprometerse con una causa noble y lo gratificante que es hacer, junto con tantos amigos y amigas, un camino fatigoso pero que paga el esfuerzo con la alegría y la dedicación con una riqueza nueva de conocimiento y de apertura a Jesús, al prójimo, a opciones de vida importantes.
Como una manifestación de mi gratitud me gustaría compartir con vosotros un don que la Virgen María nos ofrece, y que hoy ha venido a visitarnos en la imagen milagrosa de Kalwaria Zebrzydowska, tan querida por san Juan Pablo II.
En efecto, justo en el misterio evangélico de la Visitación (cf. Lc 1,39-45) podemos encontrar un icono del voluntariado cristiano. De él tomo tres actitudes de María y se las dejo, para que les ayude a leer la experiencia de estos días y para avanzar en el camino del servicio. Estas actitudes son la escucha, la decisión y la acción.
Primero, la escucha. María se pone en camino a partir de una palabra del ángel: «Tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez» (Lc 1,36). María sabe escuchar a Dios: no se trata de un simple oír, sino de escucha, hecha de atención, de acogida, de disponibilidad. Pensemos en todas las veces que estamos distraídos delante del Señor o de los demás, y realmente no escuchamos.
María escucha también los hechos, los sucesos de la vida, está atenta a la realidad concreta y no se detiene en la superficie, sino que busca captar su significado. María supo que Isabel, ya anciana, esperaba un hijo y en eso ve la mano de Dios, el signo de su misericordia. Esto sucede también en nuestras vidas: el Señor está a la puerta y llama de muchas maneras, pone señales en nuestro camino y nos llama a leerlas con la luz del Evangelio.
La segunda actitud de María es la decisión. María escucha, reflexiona, pero también sabe dar un paso adelante: decide. Así ha sucedido en la decisión fundamental de su vida: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Y también así en las bodas de Caná, cuando María se da cuenta del problema y decidió acudir a Jesús para que interviniera: «No tienen vino».
En la vida, muchas veces es difícil tomar decisiones y por eso tendemos a posponerlas, tal vez dejando que sean otros los que decidan por nosotros; o incluso preferimos dejarnos arrastrar por los acontecimientos, seguir la «tendencia» del momento; a veces sabemos lo que deberíamos hacer, pero no tenemos valor, porque nos parece demasiado difícil ir contracorriente… María no tiene miedo de ir contracorriente: con el corazón firme en la escucha, decide, asumiendo todos los riesgos, pero no sola, sino con Dios.
Y, por último, la acción. María se puso en camino «de prisa…». A pesar de las dificultades y de las críticas que pudo recibir, no se demora, no vacila, sino que va, y va «de prisa», porque en ella está la fuerza de la Palabra de Dios. Y su actuar está lleno de caridad, lleno de amor: esta es la marca de Dios.
María va a ver a Isabel, no para que le digan que es buena, sino para ayudarla, para ser útil, para servir. Y en este salir de su casa, de sí misma, por amor, se lleva lo más valioso que tiene: Jesús, el Hijo de Dios, el Señor. Isabel lo comprende inmediatamente: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?»; el Espíritu Santo suscita en ella resonancias de fe y de alegría: «Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre».
También en el voluntariado todo servicio es importante, incluso el más sencillo. Y su sentido último es la apertura a la presencia de Jesús; la experiencia del amor que viene de lo alto es lo que pone en camino y llena de alegría. El voluntario de las Jornadas Mundiales de la Juventud no es sólo un «agente», es siempre un evangelizador, porque la Iglesia existe y actúa para evangelizar.
María, cuando acabó su servicio con Isabel, regresó a su casa, en Nazaret. Con delicadeza y sencillez, igual que ha venido se va. También ustedes, queridos jóvenes, no llegarán a ver todo el fruto del trabajo realizado aquí en Cracovia, o durante los «hermanamientos».
Lo descubrirán en sus vidas y se regocijarán por ello las hermanas y hermanos que han servido. Es la gratuidad del amor. Pero Dios conoce vuestra dedicación, vuestro compromiso y vuestra generosidad. Él, pueden estar seguros, no dejará de recompensarles por todo lo que han hecho por esta Iglesia de los jóvenes, que estos días se ha reunido en Cracovia con el sucesor de Pedro.
Les encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia; Les encomiendo a nuestra Madre, modelo de voluntariado cristiano; y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.